El impacto psicológico de la pandemia en los estudiantes universitarios

 

 

Andrea Di Cicco Varela

Universidad de La Laguna

 

La pandemia de coronavirus ha afectado gravemente la salud del planeta. Y lo ha hecho también por la vía de intensificar los problemas de salud mental preexistentes. En el caldo de cultivo propiciado por los encierros, la falta de interacción social, la incertidumbre ante la evolución de un virus desconocido y la inestabilidad económica han hecho aflorar problemas preexistentes relacionados con la salud mental:  Un reciente estudio publicado en la revista The Lancet se calcula que tanto los casos de depresión como de trastorno de ansiedad han aumentado un 28% y un 26%, respectivamente, durante la pandemia a nivel global.

 

Entre los grupos de población más afectados se encuentran las mujeres y los jóvenes, estos últimos como consecuencia del cierre de los centros educativos y, especialmente, por las restricciones que les han impedido interactuar con sus compañeros. Es por esta razón que me interesé por investigar la magnitud del impacto psicológico que para el alumnado de la Universidad de La Laguna han supuesto la serie de cambios en la docencia, en todos sus aspectos (cambio de a la modalidad en línea; en los sistemas de evaluación y en las nuevas dinámicas de orientación y tutorización y seguimiento académico, entre otras) provocados por la pandemia de la COVID-19. 

 

En particular centramos nuestra atención en cómo la experiencia directa con el COVID afectó a la salud psicológica del alumnado de la Universidad de La Laguna. Valoramos aspectos como el uso de medidas profilácticas y preventivas (mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancia social), los miedos y temores que suscitó la enfermedad así como las interferencias directas (nuevos métodos y tareas que se desplegaron para la adaptación a la situación que se estaba viviendo). Pero también las experiencias positivas que resultaron de las circunstancias vividas a partir del confinamiento. 

 

A pesar de las limitaciones del estudio, los resultados, necesariamente preliminares, mostraron que el 28,6% de los estudiantes manifestó haber tenido síntomas. Sin embargo, el porcentaje de infectados fue mucho menor (sólo un 4,8%), lo que nos muestra que, o bien los síntomas aparecieron cuando no se estaban llevando a cabo pruebas para el diagnóstico, o bien existía un elemento de sugestión que provocaba que cualquier síntoma se relacionara con el virus. 

 

Otro aspecto que afloró fue que, en relación con las medidas preventivas, más practicadas estas se limitaron, sobre todo, al uso de la mascarilla (89,8%) y, en menor medida, el mantenimiento de la distancia social de seguridad (10,9%) y la desinfección de los objetos y superficies (9,5%). 

 

Entre los miedos que se manifestaron, los más comunes estuvieron relacionados con el temor al contagio de algún familiar o ser querido (61,9%) y a la pérdida estos (77,6%). Este hecho estaría relacionado con la idea de que a mayor edad, mayor es la vulnerabilidad al contagio y mayores y más graves los efectos; razón que explica que la preocupación por el contagio de ellos mismos fuera menor. El siguiente motivo de inquietud lo causaba el aislamiento social (47,6%) seguido de cerca por los temores asociados a la pérdida de puestos de trabajo de sus familiares o seres queridos (43,5%).

 

Los estudiantes manifestaron en una alta proporción (54,5%) que la convivencia forzosa en el hogar familiar les causó dificultades para poder concentrarse en sus estudios. Sin duda el salto brusco de la docencia presencial a la docencia en línea, con la que no estaban familiarizados les acarreó dificultades adicionales. Porque si bien reconocen que el acceso a través de las plataformas digitales (Aulas Virtuales, sistemas de videoconferencias y hacer videollamadas) funcionaron en general correctamente, experimentaban dificultades para mantener la atención por estos medios, a lo que sumaba lo problemas para poder contactar con el profesorado, que quedó limitado al que se podía conseguir empleando las tecnologías de la información y comunicación. Todo ello ha tenido, además, una consecuencia adicional como es la inseguridad que se ha generado en muchos aspectos al nivel de los conocimientos y competencias adquiridas.

 

Sin embargo, los estudiantes aprecian un aspecto positivo de la experiencia. Manifiestan en muchos casos que el aislamiento forzado les ha permitido descubrir que han sido capaces de formarse en estas condiciones, realizar tareas formativas y examinarse, y hacer todo esto de manera autónoma, lo que ha generado a su vez mayores niveles de autoestima y confianza en sus propias capacidades. Otro efecto positivo que declaran es que ahora valoran mucho más las relaciones personales, el trabajo presencial y el tiempo que pasan con sus familiares y amigos. 

 

Esta pandemia ha servido para que muchos de nosotros, no sólo los estudiantes, tomáramos conciencia del valor de muchas condiciones que dábamos por descontadas. El confinamiento al que nos vimos obligados ha mostrado los efectos negativos del aislamiento social y por tanto nos ha servido para tomar conciencia colectiva de que somos seres sociales y que como tales necesitamos del contacto con los demás y del afecto y el cariño de los nuestros para estar bien. 

 

Por todo lo anterior parece especialmente oportuna que la Universidad de La Laguna, a través de la Facultad de Psicología y Logopedia haya puesto en marcha la Unidad de Atención Psicológica y Logopédica, que tiene entres sus objetivos la prestación de asistencia psicológica a la comunidad universitaria y desarrollar programas de información, prevención y promoción de la salud y el bienestar psicológico.