miércoles 28 de diciembre de 2018 – 07:56 GMT+0000Compartir
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El pulpo común pertenece a la familia de los cefalópodos (Cephalopoda: “pies en la cabeza”) a la que pertenecen también los calamares, sepias y nautilos. Se trata de animales que han despertado desde siempre un gran interés, tanto por su morfología, como por su comportamiento complejo, fruto de un cerebro muy desarrollado. Estos animales pertenecen a la división de los moluscos, aunque en muchos aspectos son más parecidos a los vertebrados que al resto de especies de este grupo. En este sentido podríamos destacar la presencia de un ojo muy parecido al de los vertebrados (lo que constituye un claro ejemplo de convergencia evolutiva) así como la presencia de un sistema circulatorio cerrado (con tres corazones) que les permite una actividad que no tienen el resto de moluscos. Además de esto, presentan otras adaptaciones relevantes como un complejo sistema de pigmentación en la piel, que usan tanto como camuflaje, como para comunicarse entre sí. En este último aspecto, parece que interviene también su capacidad para detectar la luz polarizada, lo cual es a su vez muy útil para la captura de determinadas presas. Recientemente, la secuenciación del primer genoma de un cefalópodo (el pulpo de dos manchas, Octopus bimaculoides) ha mostrado características singulares como un elevado número de reordenamientos genómicos e importantes expansiones de familias de genes relacionadas con el desarrollo neuronal, entre otras.
Aparte del interés científico que despiertan estos animales, algunas especies de cefalópodos como el pulpo común (Octopus vulgaris) tienen, gastronómicamente hablando, una gran aceptación en España y en el mediterráneo, interés que es cada vez mayor en otros países, como es el caso de EEUU. Sin embargo, las pesquerías de esta especie no son suficientes para cubrir la demanda creciente, lo que da lugar al consiguiente aumento de precios y a una mayor presión sobre las poblaciones salvajes. Por todo esto, la acuicultura de esta especie se presenta como la mejor opción para resolver estos problemas. Es en este campo, donde nuestro grupo de investigación en el Instituto Español de Oceanografía (IEO) ha centrado su trabajo. De hecho, los primeros intentos de cultivo tuvieron lugar en los años 90 en el IEO de Vigo donde el pulpo mostró un rápido crecimiento (un adulto puede incrementar su peso hasta un 3% al día), elevada fecundidad (una hembra pone entre 300.000 y 500.000 huevos) y una fácil adaptación a la cautividad. Los ensayos realizados en esa época consiguieron completar el ciclo de vida en cautividad, aunque los porcentajes de supervivencia eran extremadamente bajos, a lo que se sumaba que la alimentación basada en larvas (zoeas) de centolla no era rentable a nivel comercial.
El principal problema en el cultivo del pulpo reside en la fase inicial (conocida como paralarva) donde tienen lugar una mortalidad masiva, impidiendo la obtención de juveniles. Esto se atribuye tanto a la falta de una dieta adecuada como a unas condiciones ambientales que le generan estrés. Esta fase, que dura unos 60 días, se caracteriza porque los individuos viven en la columna de agua (son planctónicos) y, en condiciones óptimas, pueden incrementar su peso hasta un 10 o un 15% al día. Esta fase se considera superada cuando adquieren la forma típica de un pequeño pulpo adulto y emigran al fondo (se hacen bentónicos), entrando en la fase juvenil.
Nuestro grupo de investigación, compuesto por personal de los centros oceanográficos de Tenerife y Vigo, ha continuado la línea de trabajo de los primeros investigadores que trabajaron en el cultivo del pulpo y liderado en varios proyectos sobre este tema dentro de los Planes Nacionales de I+D así como en proyectos regionales y europeos. Proyectos realizados en colaboración con otras entidades, entre las que cabría destacar lasUniversidades de La Laguna, las de Vigo y Granada y varios centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El objetivo de estas investigaciones era reducir la mortalidad larvaria a través de un enfoque multidisciplinar, centrándose tanto en la tecnología de cultivo, como en la fisiología de la nutrición y del estrés en las paralarvas. Empleado herramientas de la fisiología, moleculares y genéticas, se ha podido saber mucho sobre la fisiología de la paralarva, el desarrollo de su sistema digestivo, su metabolismo, los requerimientos nutricionales y el efecto de las condiciones de cultivo en el sistema inmune, la respuesta al estrés, la expresión de genes y la regulación epigenética, entre otros. Se han diseñado nuevas dietas y optimizado las condiciones de cultivo y de bienestar de los animales a través de la caracterización de biomarcadores de nutrición y estrés que indicas de forma precisa y fiable el estado de las paralarvas en las diferentes condiciones ambientales. Por último, hay que destacar la colaboración con el departamento de pesquerías del IEO que suministra información sobre ecología y comportamiento de las poblaciones salvajes para su aplicación al cultivo, mientras que la información obtenida con nuestros ensayos resulta a su vez de utilidad para la gestión pesquera de dichas poblaciones.
Dentro de estas líneas, entre los años 2017 y 2018, la colaboración entre los investigadores de los centros de Vigo y Tenerife del IEO ha dado lugar a un nuevo protocolo de cultivo, que nos ha permitido obtener juveniles de pulpo con una alta supervivencia. Aún quedan muchos retos por delante para poder cerrar el ciclo en cautividad a nivel industrial. No obstante, este avance consigue superar lo que hasta el momento se consideraba como el principal cuello de botella, aplicando además, una metodología que parece más rentable, a priori, que las desarrolladas hasta ahora.
AUTOR EDUARDO ALMANSA BERRO
FOTOGRAFÍA INSTITUTO ESPAÑOL DE OCEANOGRAFÍA
Archivado en: ReportajesEtiquetas: Número 2, Artículo, General, Eduardo Almansa Berro, IEO
Doctor en Biología, Universidad de La Laguna