viernes 30 de noviembre de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
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“En los viajes se debe intentar sacar el máximo provecho, tal como yo he hecho en el mío a las Islas Canarias, para mejorar el conocimiento de la Geografía y la Navegación, siguiendo las órdenes que había recibido de su Majestad; procuraba no olvidar nada, pensando que era un viaje que interesaba a todas las Naciones. Este viaje se emprendió para determinar un punto fijo en el primer Meridiano del mundo. Éste debía servir a todos los navegantes como regla y fundamento en sus viajes, y a los Geógrafos para trazar sus cartas, situar cada lugar concreto en su posición exacta y dar una nueva forma a la Tierra”.
Manuscrito de Louis Feuillée en su viaje a Canarias (1724)
La Historia está salpicada de momentos claves en los que una línea de eventos cambia o gira en su rumbo. Siempre existirán antecedentes a esos hitos pero, a veces, el volantazo que nos conduce hacia una nueva dirección se puede determinar con asombrosa exactitud. En la Historia de Canarias uno de estos puntos de inflexión se produjo el 23 de junio de 1724, a las tres de la tarde. En el puerto de Santa Cruz de Tenerife atracaba el navío francés Neptune con la que sería la primera expedición científica dedicada exclusivamente a Canarias.
Hasta ese momento nuestras islas eran un lugar vital en la exploración y el comercio del mundo. Estas tierras, emergidas del océano y al borde del mundo conocido, representaron durante siglos el último respiro a salvo antes de enfrentarse al inexplorado Hic sunt dracones de los mapas, el último refugio seguro antes de encarar el inmenso y voraz azul del Atlántico. El lugar desde donde verdaderamente se iniciaba el camino. El puerto desde dónde zarpar hacia la aventura. Sin embargo, el archipiélago no había sido debidamente estudiado y explorado. Canarias era el ineludible punto de paso para infinidad de grandes expediciones científicas pero ninguna de ellas había tenido las islas como objetivo final… al menos, hasta aquel 23 de junio de 1724, a las tres de la tarde.
La Academia francesa de las Ciencias había dispuesto una expedición a las Canarias con el deseo de fijar con exactitud la posición de la isla del Hierro y determinar la diferencia entre esta isla y el Observatorio de París. Casi un siglo antes, en 1634, esa misma Academia había designado la Punta de la Orchilla como punto de referencia meridiana, pero su posición aún no estaba clara. Para llevar a cabo la tarea se eligió a uno de los más notables y experimentados sabios franceses, el clérigo Louis Feuillée que con más de sesenta años descendió del Neptune para dirigirse a su alojamiento en la casa del Cónsul francés en La Laguna.
La mañana del 26 de julio se desembarcaron todos los instrumentos y al día siguiente ya estaban en La Laguna dispuestos para iniciar los trabajos. En las primeras horas del 01 de julio, Feuillée observó la inmersión del primer satélite de Júpiter desde la residencia del cónsul Porlier, los instrumentos instalados por el francés marcaban 1 hora, 40 minutos y 7 segundos. El mismo fenómeno se siguió desde París, donde Cassini y Maraldi anotaron el suceso a las 2 horas, 54 minutos y 38 segundos, así como en Lisboa y Roma. Con esta particular colaboración científica internacional en el siglo XVIII se consiguió fijar la posición de La Laguna por el método astronómico. La medición de Feuillé desde la casa consular regida por Esteban Porlier y Du-Ruth representó el primer dato científico de una expedición científica pionera en Canarias. Las islas ya no eran solo un punto de paso hacia la exploración y la ciencia, se iniciaba un nuevo camino como lugar donde se hace ciencia.
En la actualidad, el transporte aéreo sin escalas ha despojado a las islas de su histórico papel de puerto seguro antes de cruzar el Atlántico, y aunque ha mantenido su esencia como punto de intercambio comercial, ahora esa labor está más enfocada al turismo. Pero lo que sí se ha incrementado, desde aquel lejano 1724, es la idea de Canarias como lugar idóneo para hacer ciencia. Una posición geográfica privilegiada, fácil acceso al océano, los mejores cielos del Hemisferio Norte, un espectacular origen volcánico, fauna y flora autóctona única en el mundo… astronomía, biología, geología, oceanografía, desde Canarias se pueden cubrir tantos campos científicos que sería difícil enumerarlos todos en un artículo. El proyecto científico que se puede desarrollar desde el archipiélago es inmenso.
Hace unos días se inició la instalación de la cámara en el prototipo del Large Size Telescope (LST1), con la que podremos detectar la radiación de algunos de los fenómenos más violentos del Universo desde la Palma. El Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN) desarrolla desde hace décadas multitud de proyectos de colaboración científica en más de 20 países y regiones volcánicamente activas para la reducción del riesgo asociado a esta actividad geológica. El Instituto Tecnológico y de Energías Renovables (ITER) ha iniciado la construcción de los parques eólicos de Areté y La Roca, dos infraestructuras que generarán energía eléctrica para 14.000 viviendas y que permitirán disminuir la emisión anual a la atmósfera de 144.000 toneladas de dióxido de carbono, 1.000 toneladas de óxido de azufre, 380 toneladas de óxido de nitrógeno y 130 toneladas de monóxido de carbono. Son solo algunos ejemplos de proyectos científicos desarrollados en Canarias en las últimas semanas.
Convertir Canarias en un lugar desde donde hacer ciencia puntera a nivel mundial debe ser ahora el objetivo. En 1724 la expedición de Feuillée abrió la puerta a la ciencia desde Canarias, no como un lugar de paso hacia otras tierras sino como un punto de exploración por derecho propio. Ese es el camino por el que deberíamos seguir.
REDACCIÓN JAVIER PELÁEZ
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 1, Sección, Expediciones, Javier Peláez, General
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