4 de octubre de 2022 – 00:00 GMT+0000Compartir
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La enfermedad de Parkinson es bien conocida; no en vano afecta a un 1-2% de la población, porcentaje que no para de aumentar, probablemente porque vivimos más. Temblor, rigidez y movimientos anormales: todos tenemos a un familiar o a un conocido que sufre de párkinson. Es una enfermedad de origen desconocido y sin tratamiento aún, más allá del sintomático.
Hace algunos años, Arvid Carlsson descubrió que un tipo específico de neuronas dopaminérgicas (las que utilizan a la dopamina como neurotransmisor) estaban dañadas o muertas en los enfermos de párkinson. Carlsson, que recibió el Premio Nobel de Medicina en el 2000 por este descubrimiento, demostró que la afección se incrementaba a medida que la enfermedad avanzaba. Sin embargo, el cerebro es capaz de irse adaptando a su pérdida y, sólo cuando el 70-80% de las neuronas han muerto, aparecerán los síntomas clínicos y la enfermedad se diagnostica. En otras palabras, muchas de las personas hoy asintomáticas, ya padecen párkinson.
Una de las teorías que intentan explicar tanto su origen como sus síntomas no motores (depresión, hipotensión, problemas de sueño o digestivos…) se basa en la toxicidad de la dopamina cuando ésta se encuentra libre en el citoplasma de la neurona. La dopamina se oxida rápidamente, y esto ocurre tanto de forma espontánea como debido a procesos de oxidación en las mitocondrias. Al oxidarse, la dopamina genera compuestos tóxicos denominados radicales libres y un producto, el DOPAL, que se une a una proteína denominada alfa-sinucleína que ha sido involucrada en la génesis del párkinson. Pero lo importante resaltar aquí es que, si queremos prevenir el párkinson, la dopamina no debe estar en forma libre en el citosol sino confinada en vesículas secretoras.
La concentración de la adrenalina (un neurotransmisor) en las células cromafines de la médula suprarrenal alcanza cifras de 1 molar. Para hacernos una idea sería como disolver 200 gramos de adrenalina en un litro de agua. Sin embargo, en el citosol de la neurona la concentración es de solo 10 micromolar, cien mil veces menor. Se produce aquí la, probablemente, mayor diferencia de concentraciones de una especie química a ambos lados de una membrana biológica (figura 1).
La vesícula secretora logra estas elevadas concentraciones gracias al concurso de una serie de transportadores presentes en su membrana. Toda una familia de compuestos químicos llamadas aminas biógenas (adrenalina, noradrenalina, dopamina, serotonina, histamina) comparten los mismos mecanismos de acumulación en las vesículas secretoras. En la figura 2 se ilustran tres vesículas secretoras correspondientes, respectivamente, a una célula cromafín, a una neurona dopaminérgica y a un gránulo denso de plaquetas.
No es posible estudiar las vesículas de las células cromafines y tampoco de las neuronas en humanos, pero disponemos de una alternativa: las plaquetas. Las plaquetas son fragmentos de células que viajan en la sangre y que se ocupan, entre otras cosas, de evitar el sangrado. Pero lo interesante para nuestro caso es que las plaquetas poseen vesículas secretoras que almacenan serotonina.
La hipótesis de nuestro grupo de investigación en relación con el párkinson es que, si un fallo en los mecanismos de concentración en las vesículas secretoras neuronales está en el origen de la enfermedad, estos fallos se podrían observar también en las plaquetas. Hemos podido medir la concentración de serotonina en las plaquetas y los resultados han confirmado nuestra hipótesis: los enfermos de párkinson tienen un defecto importante en sus mecanismos de captación de las aminas biógenas en sus vesículas secretoras. Este hallazgo sienta las bases de un método fiable de diagnóstico del párkinson.
Pero las posibilidades que se abren no se quedan en el método de diagnóstico, sino que se abren nuevos campos de desarrollo. El primero es que, si los mecanismos de acumulación están afectados en plaquetas, estas estarán afectadas años o décadas antes de que aparezcan los primeros síntomas. En otras palabras, podríamos detectar el párkinson antes incluso de que empiecen a manifestarse los síntomas. Y en segundo lugar el estudio en las plaquetas de los procesos de acumulación en vesículas de las aminas biogénicas nos permite ensayar fármacos con muestras de pacientes de manera que si un fármaco es capaz de corregir el defecto (y ya tenemos algún candidato). Nos encontraríamos ante un agente capaz de modificar el curso de la enfermedad, no simplemente de aliviar los síntomas.
Con fines diagnósticos hemos adaptado un sistema multi-electrodo para realizar las mediciones de muchas plaquetas simultáneamente.
Se trata de un método nuevo, objeto de una patente, y que podría incorporarse a medio plazo como un recurso de diagnóstico en los laboratorios clínicos de nuestros hospitales.
El párkinson es una enfermedad aterradora. Desde el momento en el que un paciente es diagnosticado cae sobre él y sobre su familia una losa que entre todos debemos ayudar a levantar. Diagnosticando precozmente, localizando el origen de la enfermedad y ofreciendo una alternativa terapéutica que vaya más allá de los tratamientos sintomáticos. Cualquier neurocientífico y cualquier profesional sanitario debe estar involucrado en la labor de mitigar o atajar su progresión.
AUTOR Ricardo Borges Jurado
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 13, Artículo, Ciencia y Sociedad, , Universidad de La Laguna
Doctor por la Universitat d’Alacant / Universidad de Alicante con la tesis Caracterización de la respuesta secretora adrenomedular mediante monitorización continua de catecolaminas con técnicas cromatografías y detección electroquímica 1986. Dirigida por Dr/a. Antonio
Medicina Física y Farmacología
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