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En los últimos años se ha demostrado que las emociones son claves para el aprendizaje. No solo eso, sino que están presentes en todo momento de nuestra vida. Cuando se les implementan a los niños actitudes negativas de parte de sus padres o profesores, su nivel académico disminuye. Por esto es importante hacer un buen uso de prácticas emocionales en las escuelas y así poder generar un cambio favorable para el aprendizaje y la salud mental de los estudiantes.
Muchas investigaciones afirman que la emoción y la cognición son inseparables. Las emociones influyen en la capacidad de razonamiento, memoria, toma de decisiones entre otros aspectos.
Es necesario que un niño desarrolle capacidades físicas, cognitivas, sociales y por supuesto emocionales. Partiendo de la base, las emociones son estímulos que provocan reacciones en un sujeto dentro de una situación específica. Si lo extrapolamos a un contexto educativo, estas pueden generar una mayor implicación o no dentro de las aulas.
La motivación es esencial tanto para un buen aprendizaje como para las relaciones personales. La pasión y el interés son grandes motores que ayudan a impulsar la búsqueda del conocimiento. Por lo tanto, también promueven la autonomía del estudiante y las ganas de aprender fuera del aula. Existen dos tipos de motivación, extrínseca, vinculada a factores externos, e intrínseca, vinculada a factores internos. El sistema educativo se basa principalmente en la motivación extrínseca, sin tener en cuenta que la motivación intrínseca es necesaria para todo buen aprendizaje. Con ella se desarrolla la autonomía, curiosidad, creatividad, entre otros puntos claves para la educación.
La autoestima es clave para que un niño se sienta agusto en un ambiente escolar. Una alta autoestima se asocia a la satisfacción personal y los buenos resultados. Por el contrario una baja autoestima, genera rechazo hacía uno mismo y a largo plazo se pueden desarrollar diferentes trastornos. En el proceso educativo, el estudiante está bajo la valoración externa y esta influye en la percepción que el alumno tenga sobre sí mismo. Puede afectar a su motivación y por ende determinar el desempeño académico. Es de suma importancia la autoevaluación de cada uno en cuanto a su capacidad para aprender.
Hay que hacer hincapié en la inteligencia emocional, la capacidad de razonar diversos aspectos en relación a las emociones y poder entenderlas. El control de las emociones permite crear un camino estable y mucho más profundo hacia el aprendizaje. Se mejora la autorregulación y uso de ellas. En pocas palabras la inteligencia emocional ayuda al desarrollo personal, además de a la prevención de trastornos graves normalmente adquiridos con un mal manejo de las emociones, como la ansiedad.
Podemos dividir las emociones en dos grupos, por un lado las positivas y beneficiosas (seguridad, entusiasmo, alegría, asombro, curiosidad) y por otro las negativas y perjudiciales (miedo, ansiedad, tensión, enfado ‚culpabilidad, aburrimiento, envidia ). Las positivas crean un ambiente idóneo para la absorción y retención de la información, los momentos de comprensión profunda suelen estar ligados a este tipo de emociones. Mientras que las negativas actúan como obstáculos en el progreso y motivación. Para evitar este tipo de emociones los educadores pueden implementar diversas técnicas que ayuden a los estudiantes a controlarlas, fomentar una mentalidad de crecimiento en la que vean que los errores son esenciales para aprender.
En las aulas tiene que haber un clima de seguridad, donde el alumno se sienta acogido y libre de poder expresarse. Si en las escuelas se implementa la enseñanza desde el miedo, no va a existir un progreso favorable, sino todo lo contrario.
Autora: Ana Falcón
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 17, Artículo,