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FECHA: 30/11/2018

AUTOR José RAmón Arévalo

Profesor Titular de Ecología.
Universidad de La Laguna

Un axioma que se debería aplicar cualquier ciudadano que deseara estar bien informado tiene que ver con mantener un saludable escepticismo ante las informaciones que nos llegan desde las redes sociales, sobre todo de aquellas que tienen muchas visitas y reenvíos. No pudo imaginar Jean François Revel cuan visionario llegaría a ser su ensayo “El conocimiento inútil”, como tampoco lo fue el propio Karl Popper en su alegato a favor del control de la información (considerado un exabrupto liberticida por parte de un referente del movimiento libertario). Los incendios forestales no dejan de ser una víctima más de esta lluvia de desinformación con el que se enfrenta el ciudadano de a pie.

El incendio forestal es uno de los fenómenos naturales que más atracción genera en la sociedad, arrastrando con ella a los medios de comunicación y, últimamente, al vertedero intelectual en el que se han convertido a veces las redes sociales. Después de cada gran evento de este tipo, los periódicos se llenan de páginas sobre el tema, en los que expertos y sabios hacen su interpretación sobre lo ocurrido, generalmente lamentando la situación de degradación ambiental provocada. En este sentido, son especialmente irrisorias las que se producen en las redes sociales, que siempre destacan, aunque no necesariamente en este orden: la desorganización de los equipos de extinción, la falta de medios y presupuestos, la ausencia de previsión, conspiraciones para captar fondos, el cambio climático (que no podía faltar en esta celebración de la ignorancia) o la conspiración de empresarios, que provocan los incendios para recalificar el suelo y poder fumarse después un puro desde la piscina del hotel construido en la zona quemada. Todos estos argumentos quedan automáticamente descalificados con un mínimo esfuerzo de búsqueda de información veraz, pero ¿quién se molesta en esta búsqueda cuando siempre hay algún tweet que te lo va a explicar en 280 caracteres?

Las Islas Canarias, por sus peculiaridades ecológicas, estarán siempre expuestas a estos fenómenos naturales. Aunque se pueda considerar que actualmente sus efectos son más extensos, intensos y devastadores que en el pasado, los datos ponen de manifiesto que estamos ante un escenario común en zonas donde la población ha aumentado y los trabajos de extinción y prevención se han profesionalizado. Como resultado de esto, somos más vulnerables y Canarias experimenta la denominada “Paradoja del Fuego”. Ésta se define como la situación que se da cuando coinciden dos circunstancias. Por una parte, una alta protección contra los incendios, que permite evitar afecciones a las infraestructuras y riesgos personales, lo que genera un patrón caracterizado por series de años en los que no hay incendios, lo que provoca la acumulación de biomasa vegetal. Esta serie de años sin incendios se ve interrumpida por años en los que, en función de las condiciones ambientales, se producen incendios intensos y de gran extensión, en los que se quema gran parte de la superficie que, sin la intervención humana, se hubiera quemado naturalmente en los años sin incendios.

Hemos llegado así a un consenso general sobre los efectos negativos del fuego, en lugar de entender el incendio como un fenómeno natural. Romper este consenso casi religioso es difícil, hasta el punto de que cuando se plantean propuestas como las que se están llevando a cabo en otras regiones, de quemas prescritas, éstas se rechazan a pesar de que sus resultados son satisfactorios. Estas estrategias de fuegos controlados ponen de manifiesto que los bosques incendiados, aunque estén muy afectados, se recuperan en pocos años, como resultado de la adaptación de las especies forestales dominantes y sus especies acompañantes. Al fin y al cabo se trata de un ecosistema adaptado a este proceso natural. En esta línea hemos podido comprobar que, en zonas de pinar canario que llevan más de cuatro décadas sin quemarse (lo que no es natural en este ecosistema), el mantenimiento de la biodiversidad se ve comprometida. Sin embargo, seguimos escuchando afirmaciones infundadas, como que la tasa de incendios del pinar canario es de miles de año, cuando en la tundra ártica no supera los 800 años. Algunos medios de comunicación deberían revisar sus políticas informativas antes de dar pie a este tipo de afirmaciones.

La protección frente a los incendios es una responsabilidad ciudadana. Sabemos que son inevitables, que se trata de un proceso natural, positivo para la dinámica de los ecosistemas al propiciar un aumento de la diversidad biológica, la mineralización de nutrientes, la eliminación de individuos arbóreos enfermos y plagas o la diversificación de su estructura. Por eso, seguir concibiendo el incendio de los bosques como algo que es preciso erradicar nos hace caer en la peligrosa “Paradoja del Fuego”.

Tenemos que aprender a convivir con el fuego y a gestionarlo; lo que implica la administración de quemas prescritas como elemento de gestión de los ecosistemas. Es un error evitar los incendios a toda costa. Nuestros abuelos ya lo decían: “El fuego es un buen vasallo, pero un pendenciero señor.”