martes 28 de diciembre de 2018 – 00:00 GMT+0000Compartir
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El detective de homicidios llega a la casa, es la escena de un crimen. Entra con cuidado, situando casa pisada allí donde no pueda comprometer una prueba. Aunque todo es muy reciente hay que averiguar qué sucedió. Los objetivos que están tirados por el suelo sugieren una pelea y los cristales rotos de la ventana indican que el asesino entró por la ventana.
Esta es una escena típica de una película de detectives, donde el sabueso averigua quién es el asesino empezando por recomponer las piezas del puzle que han quedado en el lugar del crimen. Es una tarea compleja; como viajar en la máquina del tiempo unas horas atrás y ver lo que pasó. Si averiguar lo que sucedió hace unas horas le puede parecer difícil, imagine la dificultad si lo que tenemos que averiguar cómo era la vida cotidiana de personas que vivieron hace miles de años, tan solo a partir del suelo donde habitaron.
Eso es lo que hace el grupo de investigación de la Universidad de La Laguna PaleoChar. Estos Sherlock Holmes de la prehistoria han cambiado la lupa por el microscopio y la capa corta por la bata blanca. Auténticos detectives del pasado, reconstruyen la historia analizando el suelo que pisaron nuestros antepasados. Y no es un proyecto cualquiera. PaleoChar consiguió financiación de unas de las convocatorias europeas más competitivas que existen, las European Research Council un programa de financiación de la investigación del Consejo Europeo de Investigación que buscan “reforzar la excelencia, el dinamismo y la creatividad de la investigación europea”. Al mando de este grupo de detectives de la historia está la geoarqueóloga Carolina Mallol.
Su laboratorio, situado en el Instituto Universitario de Bio-Orgánica Antonio González, estudia y custodia muestras de suelo provenientes de yacimientos en España, Francia, Israel, Tanzania o Uzbekistán. Sí, restos de suelo. A partir de las moléculas que se encuentran el esta muestras estos investigadores son capaces de averiguar aspectos tan interesantes de la vida de nuestros antepasados como su dieta o si cocinaban sus alimentos. Pero no esperen encontrar un laboratorio lleno de arqueólogos, allí trabajan químicos, geólogos y biólogos en un entorno multidisciplinar que es el que hace posible este tipo de investigaciones. Antonio Herrera, químico e investigador de este proyecto lo explica perfectamente. “Cuando los arqueólogos encuentran una vasija extraen de ella información sobre cómo se fabricó o el material de la que estaba compuesto, pero no pueden saber si contenía leche o agua. Ahí es donde entra la química y sus métodos de análisis, que hacen posible averiguarlo. Cualquier sustancia está compuesta por moléculas; nosotros podemos rastrear la presencia de estas moléculas en la superficie de los materiales”.
Un gran aliado para esta investigación es la tecnología. “En los años 60 del siglo pasado hubo grandes avances tecnológicos hasta el punto que podemos analizar partes por trillón”. Estas técnicas son tan precisas que se puede llegar a detectar, por ejemplo, si en una gran represa de agua alguien ha vaciado un pequeño sobre de azúcar.
Pero en el laboratorio de la Dra. Mallol no encontraremos fragmentos de huesos ni trozos de cerámica; su gran tesoro son 4 grandes congeladores repletos de muestras de tierra. Polvo llegado de los yacimientos de todo el mundo que son estudiados aquí minuciosamente. Analizando estas tierras se puede averiguar mucho sobre aspectos de la vida y sociedad de los protagonistas de este proyecto: los Neandertales.
Una de las actividades de los Neandertales que más pistas da sobre cómo era su vida, son los fuegos y hogueras. Ahí se centran buena parte de los esfuerzos del proyecto PaleoChar, en buscar y analizar cenizas de fuegos que se apagaron, en algunos casos, hace 200.000 años.
Marga Jambrina estudia los materiales que se quemaron en esos fuegos. “En las hogueras se pueden distinguir dos capas. Una se corresponde al suelo donde se realizó el fuego, con las hojas que caen de los árboles o las hierbas del terreno. La otra es el combustible de esas hogueras, formado por huesos de origen animal o ramas de plantas. Para nosotros es muy importante determinar qué pasó en esos fuegos y lo hacemos estudiando biomarcadores, moléculas fósiles preservados en el sedimento”. En estos no hay restos apreciables de ramas o huesos, sólo polvo, pero que después de ser analizado ofrece una cascada de información. “Podemos saber qué tipo de plantas quemaron, a qué especie pertenecía, si se trataba de hojas o ramas y hasta las temperatura que alcanzaron esos fuegos. Conociendo las especies vegetales utilizadas podemos inferir qué tipo de clima había en ese lugar durante esa época; todo gracias a que cada elemento tiene una huella dactilar molecular que las diferencia”.
De la misma manera que el detective reconstruye lo que sucedió en la escena del crimen observando las huellas de unas pisadas o la posición de los objetos, estos investigadores recrean cómo vivían los Neandertales estudiando qué echaban al fuego. Gracias a investigaciones como las que realiza el equipo de Carolina Mallol, hoy sabemos que los Neandertales no eran seres asilvestrados, que mantenían entre ellos lazos emocionales y se comportaban altruistamente. Lo que seguramente nunca llegó a imaginar un Neandertal es que ese palo que tiraba con desdén al fuego para entrar en calor acabaría 200.000 años después bajo el microscopio y descubriendo a la humanidad mucho sobre sus emociones y su vida.
AUTOR JUANJO MARTÍNFOTOGRAFÍA PALEOCHAR
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 2, Artículo, Arte y Humanidades, Juanjo Martín, Universidad de La Laguna
Licenciada y Doctora en Antropología con especialidad en prehistoria en Harvard University 2001. Arqueóloga e investigadora en prehistoria y geoarqueología. Especializada en la micromorfología de sedimentos y suelos arqueológicos desde el año 2000. Investigadora principal del proyecto Paleochar de la Universidad de La Laguna.
Geografía e Historia
cmallol@ull.es