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martes 8 de enero de 2019

 

María del Carmen Betancourt y Molina nació en La Rambla de Castro en Los Realejos, en la finca que poseía su familia, el 19 de diciembre de 1758. Fue la tercera hija del matrimonio formado por Agustín de Betancourt y Castro, militar y poseedor del Mayorazgo de Castro y Leonor de Molina y Briones, hija del Marqués de Villafuerte. La pareja se estableció en el Puerto de La Orotava, actualmente Puerto de la Cruz, y tuvo 11 hijos. La familia Betancourt y Molina, con el tiempo, se convertiría en el paradigma de la sociedad ilustrada en la que vivió.

En el ambiente erudito y acomodado de su casa crecería María, una niña inteligente e inquieta que llegaría a ser una mujer culta, aún a pesar de las limitaciones que se imponían a la educación femenina en aquella época.

Vivió toda su vida en la casa familiar por la que pasaba la élite intelectual canaria y europea. Esto le facilitó estar al tanto de los acontecimientos y los cambios más relevantes que se producían en Canarias, en el resto de España y Europa, e incluso en América.

La correspondencia con sus allegados nos acercan a la María más personal. De hecho, estas cartas constituyen la única fuente de información que nos permite rastrear su vida a lo largo de los años. Por ellas sabemos que María fue una mujer preocupada por los suyos, alegre, cariñosa y generosa. Cuando su hermano José quedó viudo, colaboró con él en la educación de sus sobrinos que en aquel momento tenían diez, siete y tres años y al fallecer José, ocho años después, siguió implicada con los más pequeños. María permaneció soltera y murió en el Puerto de la Cruz el 24 de Mayo de 1824.

¿Estaríamos prestando atención hoy a la figura de María del Carmen si no hubiese pertenecido a una familia tan notable? Posiblemente no, pero si ese fuera su único mérito, tampoco estaríamos hablando de ella en estos momentos. Su importancia viene dada por sus trabajos con la seda. Desde su infancia desarrolló juegos, prácticas y experimentos relacionados con esta manufactura, junto a sus dos célebres hermanos José y Agustín de Betancourt, a los entará en la Real Sociedad en 1778 apoyado por muestras elaboradas por María y sus discípulas. También María intentó mejorar los tintes, consciente de que sin tintes de calidad no había telas de calidad.

 

 

Desde los inicios de la RSEAPT María presentó trabajos a esta institución, por lo que en 1781 fue reconocida y premiada por su constancia, aplicación, habilidades y por toda su colaboración con la entidad.

Las escasas noticias que nos han llegado, nos indican que María enseñaba a otras mujeres a trabajar la seda, posiblemente por su conciencia de la importancia del trabajo femenino dentro y fuera del hogar, en la medida que era un complemento de la economía familiar.

Años más tarde, en 1788, toda esta trayectoria de estudio y trabajo sobre la seda contribuyó a que fuese valorada y admitida como Socia de Honor y Mérito de la Junta de Damas, aprobándose su nombramiento por la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País.

María de Betancourt y Molina encontró en la seda su gran pasión. Lo que empezó como un juego se convirtió en una actividad que despertó su carácter investigador, buscando siempre las mejoras en los procesos de producción.

De los trabajos que realizó, uno de los más interesantes es el teñido, un proceso químico que en el siglo XVIII era todavía una acumulación de experiencias a base de ensayo y error. Habría que recordar que la Química moderna estaba todavía en sus inicios y que, por ejemplo, el Tratado elemental de Química de Lavoisier se publicó en 1789.

María, en 1779, preparó y envió a la Real Sociedad siete muestras de unos quince gramos de hilo de seda de diferentes tonalidades de carmesí junto a una explicación sobre la preparación de dichas muestras que tituló: Método Económico para tintes de Carmesí fino (sic). El Método Económico consiste en dos recetas escritas para ser comprendidas y utilizadas por los artesanos.

María fue una divulgadora, implicada socialmente en el problema de la crisis económica que asolaba las islas en aquel momento. Esta única huella escrita que queda de su trabajo nos desvela una mujer conocedora de un buen número de productos naturales, que manejaba disoluciones y sales, que medía el tiempo y pesaba con precisión, y que repetía el proceso hasta encontrar el resultado óptimo. En definitiva, una mujer cuya vida transcurrió en el Valle de La Orotava en el siglo XVIII, que fue capaz de trabajar con la meticulosidad de una científica en su laboratorio casero, cuando la enseñanza estaba restringida a los varones y llegaba en el mejor de los casos a un nivel medio.

 

 

REDACCIÓN ELENA CASAÑAS AFONSO, CRISTINA PÉREZ VILLAR Y ANA DELGADO MARANTE


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 3, Artículo, Arte y Humanidades, Hipótesis, Elena Casañas Afonso, Cristina Pérez Villar, Antonia M. Valera Pérez, General

Elena Casañas Afonso
Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia
Cristina Pérez Villar
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Ana Delgado Marante
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