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No siempre lo urgente es lo importante… o sí.

10 de mayo de 2022 – 00:00 GMT+0000
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Son tiempos convulsos estos que nos ha tocado vivir. Justo cuando parecía que empezábamos a dejar la pandemia del coronavirus atrás, la naturaleza nos dio una sorpresa en La Palma y nos recordó que está viva, que late. Y despertó el volcán en Cumbre Vieja. Pero por suerte, casi tres meses después, volvió a dormir. Porque todo empieza y tiene un final. La información, también. Quizás, eso más que cualquier otra cosa. El frenesí, la velocidad por estar antes en portada, por contarlo más alto o de forma más vistosa, hace que las noticias o, mejor dicho, los hechos noticiosos, tal como vienen se van. 

 

El calentamiento global es un hecho y se lleva reportando décadas. Ya la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992 hablaba de equilibrio de la vida humana con la Naturaleza. Se ponía en valor la protección del medio ambiente como “parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada”. Si esto ya entonces era prioritario, entre otros muchos aspectos, ¿por qué 30 años después estamos, prácticamente, en una situación de desastre ambiental que no tiene retorno? Y, volviendo a la idea inicial, ¿Por qué no se habla de ello en los medios de comunicación?

El pasado 28 de febrero el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), órgano de las Naciones Unidas encargado de evaluar los conocimientos científicos relativos al cambio climático, publicó un nuevo informe en el que se advierte (una vez más) de las serias consecuencias que tiene la falta de acción sobre los causantes del cambio climático. Pero mientras nos señalan el meteorito (me van a perdonar la licencia cinematográfica), nos dedicamos a mirar al dedo. Si me apuran, un dedo que oculta todo lo que está por venir. O lo que ya tenemos encima. 

«El cambio climático constituye una amenaza cada vez más grave para nuestro bienestar y la salud del planeta»

Según este último informe del IPCC, el cambio climático constituye una amenaza cada vez más grave para nuestro bienestar y la salud del planeta. No sé si el problema está en que cuanto más repite el mensaje pierde su fuerza, pero no deja de ser cierto. La propia pandemia es una prueba de que el calentamiento global pone en serio riesgo nuestra supervivencia. Por si esto fuera poco, por mucho que se tomen medidas hoy mismo  (no mañana, no dentro de un mes) para paliar sus efectos no provocarán efectos beneficiosos para el Planeta de forma inmediata, sino décadas después, en el mejor de los casos. 

En Canarias no nos libramos de sus efectos. Al contrario. Territorios como el nuestro, insulares, fragmentados y dependientes del exterior corren, si cabe, riesgos mayores que enclaves continentales. Hablamos del incremento del nivel del mar que afectaría a zonas costeras, pero también de fenómenos que ya sufrimos en la actualidad, como sequías o la mayor virulencia de incendios forestales. Pero seguimos mirando el dedo. 

El Cambio Climático también produce movimientos migratorios de personas que ya se conocen como ‘refugiados climáticos’: poblaciones enteras que dejan de contar con unas condiciones de vida aceptables por culpa de sequías, riadas o la degradación de la tierra y que se ven obligados a buscar nuevos espacios para vivir y desarrollar una familia. Algo que ocurre especialmente en África, Asia, partes de América, así como en islas pequeñas y el Ártico.

A la vista de estos datos, y de muchos más que refleja el informe del IPCC, cualquiera podría pensar que se hace necesario actuar de forma inmediata. Para ello debería haber una conciencia común sobre la importancia de dichas acciones globales, pero también sobre las individuales. Y para eso habría que darle sentido de urgencia al problema que tenemos encima. Y no la tiene. Justo antes de que llegara el Covid-19 a nuestras vidas, se produjeron determinados movimientos (sociales, principalmente) que hacían pensar que realmente se estaba consiguiendo que la crisis climática abriera las portadas de los medios de comunicación masiva. El movimiento ‘Fridays For Future’, las movilizaciones ciudadanas y la celebración de la Cumbre del Clima en Madrid en diciembre de 2019 ocuparon páginas de periódicos y llenaron horas de tertulias televisivas alrededor de todo el mundo. Y eso era todo una señal de esperanza hacia lo que se tenía que hacer. Que es hacer algo. 

La llegada de la pandemia puso a nuestro planeta patas arriba y arrinconó de golpe cualquier tipo de información que no tuviera que ver con ella. Es lo normal. Ante una situación de incertidumbre sanitaria del tal calibre, los medios de comunicación tenían la obligación de informar de lo que ocurría en aquel momento. Fue noticia la recuperación de espacios por los animales, lo mismo que la reducción de la contaminación en las ciudades. En medio de tanta desgracia, la ciudadanía demostró que en momentos de crisis, se pueden cambiar hábitos, si es necesario para nuestra supervivencia. Llegamos a pensar que la crisis sanitaria podría ser una oportunidad. Pero nada más lejos de la realidad. 

La reactivación económica volvió y, con ella, la vuelta a una normalidad poco sostenible con respecto a nuestra forma de vida. A esto se añadió la ansiedad por tener una producción industrial similar a 2019, incrementar la movilidad por mar y aire en los mismos términos, y por si fuera poco, con un aumento de los residuos plásticos que nadie cuestiona; por no hablar de las-imposibles-de-reciclar mascarillas. 

«Tan solo cuatro días antes, Rusia invade Ucrania, y los medios de comunicación se vuelcan en la cobertura informativa de esta barbarie»

Y aqui estamos. El 28 febrero de 2022, cuando se publica el informe del IPCC sobre cambio climático, acaba de estallar, en pleno centro de Europa, un conflicto bélico, una guerra. Tan solo cuatro días antes, Rusia invade Ucrania, y los medios de comunicación se vuelcan en la cobertura informativa de esta barbarie. Es, de nuevo, lo normal. Vuelve a serlo porque es lo urgente, es lo que está pasando y el motivo de decenas de muertes, terribles, cada día. Y una vez más la vida, la actividad, lo que pasa cada día en este mundo cambiante, vuelve a aplazar cualquier otra información. Esta vez nos han señalado el meteorito, que está cada vez más cerca, pero somos nosotros los que ya ni siquiera miramos hacia arriba. 

AUTORA Laura Afonso 

ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 11, Artículo, Energía, Biodiversidad y Medioambiente,, Universidad de La Laguna

Laura Afonso
Periodista