2 de diciembre de 2021 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Hablemos un poco sobre patologías
Los fósiles pueden darnos mucha más información de lo que nos imaginamos. En Paleontología hay una especialidad que estudia la aparición de las patologías a lo largo de la historia de la vida, la Paleopatología. Pero antes detengámonos brevemente a precisar el concepto de patología. Por patología entendemos el conjunto de síntomas de una enfermedad o una lesión o trauma. En principio las patologías son tan viejas como la vida misma; pero encontrar fósiles con patologías registradas es difícil ya que dependemos de que el animal que la sufrió haya fosilizado.
En los fósiles, la única forma de saber si el animal sufrió o no una patología es a través de las evidencias que podamos encontrar en los restos fosilizados que llegan hasta nosotros. Éstas evidencias se muestran como malformaciones en partes del cuerpo, tanto en el caso de los invertebrados como de los vertebrados. Tenemos ejemplos de esto en las deformaciones observadas en el trilobite canadiense Gabriellus kierorum (un invertebrado del Cámbrico, de hace 540 millones de años); la dermatitis de la piel momificada del dinosaurio Gryposaurus del Cretácico (hace unos 145 millones de años) encontrado en los Estados Unidos o las fracturas en los huesos de la famosa antepasada africana de los humanos, Lucy (Australopithecus aferensis; del Plioceno, hace unos 4 millones de años), entre otros.
Los fósiles con patologías aportan una información muy valiosa; constituyen de hecho una ventana abierta al conocimiento del comportamiento de las especies en aspectos tales como la forma de relacionarse con sus congéneres y de desenvolverse en su hábitat, así como sobre aspectos relevantes de su biología, como son los implicados en los procesos de curación.
Cuando los paleontólogos estudiamos huesos fósiles que presentan estructuras anatómicas o superficies raras como, por ejemplo, un hueso que parece que estuviera hinchado o que presenta en su superficie suaves hoyuelos; o bien que alguna de sus partes muestre un ángulo que no es el natural; lo primero que pensamos las paleontólogas es que podemos estar ante una patología, posiblemente una fractura curada. En estos casos se nos plantea una amplia lista de preguntas a responder. ¿Cuánto tiempo consiguió vivir con esta lesión patología? ¿Se curó? y, si fue así ¿cómo? ¿Fue doloroso el proceso? ¿Cómo afectó al desarrollo de sus actividades?
Esto en el caso de las fracturas estas son “fáciles” de identificar. Pero ¿qué pasa cuando nos enfrentamos a fósiles con marcas extrañas, tales como superficies porosas que muestran el tejido interno, agujeros, o hundimientos de la superficie, que no deberían estar; o sobrecrecimientos de hueso con aspecto de coliflor? Estas señales son más difíciles de identificar. Para ello lo que se hace, como en el caso de las fracturas más evidentes, es remitirnos a lo que conocemos de las enfermedades actuales y comparar su aspecto externo e interno con lo que se observa en el fósil.
El caso de los dinosaurios Othnielosaurus y Bonapartesaurus
Othnielosaurus y Bonapartesaurus eran dinosaurios herbívoros, bípedos, de pequeño y mediano tamaño, respectivamente. El primero vivió a finales del Jurásico (150 millones de años) en lo que hoy es Norteamérica mientras que Bonapartesaurus vivó hace 68 millones de años (a finales del Cretácico) en la Patagonia argentina. En estos dos casos se observaron anomalías en los huesos de sus pies.
El caso del Othnielosaurus fue más “fácil” de resolver. Este dinosaurio tenía en el primer dedo (el dedo gordo del pie en nuestro caso), que debería ser recto, una ligera forma de U. Además, las superficies de articulación entre los huesos que forman el segundo y cuarto dedo tenían una extraña zona hundida, y el tercer dedo mostraba una extraña placa de hueso. Ante esto se plantearon varias explicaciones. El dedo “gordo” mostraba las características típicas de una fractura curada, es decir, con la típica desviación del hueso en forma de curvatura, entorno a la cual se observaba un área engrosada similar a los callos óseos que se forman cuando se rompe un hueso (una superficie con suaves hoyuelos). Las zonas hundidas eran menos evidentes como muestras de fracturas, pero de hecho también lo eran; se debían al golpe entre las diferentes falanges que formaban el hueso. Por último, la placa de hueso, tras un detallado estudio resultó ser la manifestación de una enfermedad que hace que se produzcan depósitos de calcio sobre la superficie de los huesos.
Pero las cosas se complicaron notablemente en el caso del Bonapartesaurus. Éste mostraba, en el hueso del segundo dedo del pie, una extraña inflamación, el que parece que hubiera crecido en anchura hasta casi el doble de su tamaño normal. Al principio, se pensó que era otra fractura, pero algunos detalles no encajaban con esta hipótesis. Porque, aunque la superficie mostraba un aspecto de coliflor, con los típicos hoyuelos que se ven en los callos óseos que cubren las fracturas, el examen de las imágenes tomográficas no mostraron señales de la línea de la fractura del hueso. En cambio, se veían zonas donde la densidad del hueso era menor, algo que suele ser común cuando estamos ante un cáncer. La revisión de las imágenes tomográficas y un análisis histológico complementario que nos permitió ver la estructura interna, llegamos a la conclusión de que se trataba de un cáncer. Lo ocurrido es una demostración de lo importante que es estudiar, desde diferentes puntos de vista, las posibles patologías para poder identificarlas correctamente.
El estudio se completó con un análisis sobre cómo afectaron estas patologías a cada dinosaurio. Concluimos que el Othnielosaurus fue el peor parado. Sus fracturas tenían un avanzado estado de curación lo que indicaba que vivió lo suficiente para que, casi, se curaran. Pero al ser bípedo éstas le tuvieron que molestar mucho al caminar, y con casi toda seguridad cojeaba, al tener que apoyar todo su peso sobre los dedos del pie. Esta cojera tuvo que limitar el desplazamiento, dificultando la búsqueda de alimento y haciendo del individuo una presa fácil para los depredadores. En el caso de Bonapartesaurus el desarrollo del cáncer no afectó a zonas donde se insertan músculos y aunque, este dinosaurio también apoyaba su peso sobre los dedos, no creemos que le molestara para caminar como a Othnielosaurus.
Los fósiles son una fuente inacabable de información que los paleontólogos, como “CSI” del pasado, vamos desentrañando la verdad sobre lo ocurrido hasta descubrir la historia de su vida y su muerte.
AUTORA Penélope Cruzado-Caballero
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 10, Artículo, Energía, Biodiversidad y Medioambiente, Universidad de La Laguna
Biología Animal, Edafología y Geología
pcruzado@ull.edu.es