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miércoles 23 de diciembre de 2020 – 00:00 GMT+0000       

 
 
 
Todos hemos oído hablar de la calidad del cielo de las Islas Canarias. Aunque no estemos familiarizados o interesados en la Astronomía, seguro que algo hemos oído sobre lo especiales que son nuestros cielos y que eso es lo que los hace tan atractivos para astrónomos de todo el mundo. Pero ¿qué tiene nuestro cielo de especial?  Es cierto, no es ni un rumor ni una campaña turística, el cielo canario es objetivamente diferente e ideal para la observación del Universo. Pero este aspecto, que es ya aceptado por todos nosotros, no hace tanto tiempo era un misterio para la mayoría, algo que solo conocían unos pocos.

 

La Historia

Si tuviéramos en nuestras manos la decisión de instalar un telescopio y tuviéramos que elegir su emplazamiento, hoy lo tendríamos claro: en lo alto de una montaña, alejado de las ciudades y zonas bajas. Esto que ahora parece obvio hace no tanto tiempo era se consideraba un error. Si echamos un vistazo al lugar elegido para ubicar los primeros telescopios del continente europeo veremos que todos están en una cota baja y en el centro de la ciudad; de hecho se ubican en emplazamientos ejemplar e ilustre al mismo nivel que los edificios más emblemáticos de la ciudad. El Observatorio de Greenwich en Londres, el de París o el Real Observatorio de Madrid están situados en el centro de la ciudad, en unas urbes que además están en cotas bajas. A nadie se le había ocurrido que los telescopios deberían estar en alta montaña. A nadie, hasta que un tal Newton escribió en una de sus obras que, debido a la alteración de la atmósfera, lo más conveniente es situar los telescopios en las cumbres, ya que de esta manera nos ahorraríamos una porción considerable de molesto aire. Newton lo sugirió en sus trabajos pero le dio pereza subir a la montaña para comprobarlo. 

Esta sugerencia  quedó casi olvidada hasta que el texto cayó en manos de un joven e inquieto astrónomo, Piazzi Smith. Piazzi quería comprobar si el eminente físico inglés tenía razón y para ello buscó emplazamientos altos, muy altos. Y fue en ese momento cuando Piazzi recordó la lectura de los trabajos del naturalista Alexander von Humboldt donde relataba la majestuosidad del Teide:

““El pico sólo nos resultó visible durante algunos minutos, cuando estábamos ya ante el muelle de Santa Cruz. Pero esos pocos minutos me procuraron una visión grandiosa y sobrecogedora […] La mañana era gris y húmeda […], cuando de repente el manto de nubes se desgarró; a través de la abertura apareció el cielo de un azul adorable. Y en medio de ese azul, como si no formara parte de la tierra, como si se abriera la perspectiva hacia un mundo extraño […], se nos apareció el pico Teide en toda su majestad”.

Pues ya tenía un lugar donde comprobar las teorías de Newton. Piazzi Smith puso su mirada en Tenerife y comenzó a preparar su viaje. Estamos en 1856, los viajes no eran fáciles, ni baratos, ni cómodos, pero con una recolecta entre varias instituciones y con la excusa de su viaje de novios, el intrépido astrónomo se plantó en Tenerife con un cargamento de instrumental que hacía palidecer al más fornido porteador. Mulas y veteranos arrieros fueron los que acarrearon ese material hasta las cumbres de la isla. Escogió para instalar su improvisado observatorio el pico de la montaña de Guajara a 2.717 metros de altitud. Primero allí, y más tarde en el Teide, realizó una serie de placas fotográficas de estrellas que a su vuelta comparó con las que se hacían desde el continente con resultados demoledores: la calidad de las imágenes era superior en aquellas tomadas en las cumbres de Tenerife. Este descubrimiento revolucionó la astronomía hasta el punto de que, a partir de ese momento, los observatorios abandonaron las grandes ciudades y subieron a las montañas. Pero no todas las cumbres son iguales. Hilando más fino podemos afirmar que hay unos pocos lugares en el mundo que son excepcionales para la observación astronómica, y Canarias es uno de ellos. Pero ¿por qué? Aún no hemos contestado a la pregunta inicial, pero estamos cerca. 

Prácticamente todos nuestros conocimientos del Universo se basan en lo que nos cuenta la luz de los objetos que lo componen. Los astrofísicos han aprendido a exprimir la información de cada rayo de luz que nos llega de las estrellas, planetas o galaxias para saberlo todo sobre ellos. La luz viaja, limpia y nítida, por el vacío del espacio, pero la capa de gases que nos permite respirar, la atmósfera, emborrona la luz. Esa masa gaseosa que nos separa del Universo perturba la luz que nos llega de los objetos del Cosmos; por eso los astrónomos buscan emplazamientos en la Tierra donde la atmósfera sea tan limpia y clara como un cristal. Uno de esos lugares es Canarias. Bien, y ¿por qué? Ya vamos llegando al quid de la cuestión. 

Uno de los fenómenos que más altera la luz es la turbulencia atmosférica, que no es otra cosa que el aire en movimiento. De la misma manera que las turbulencias zarandean un avión, pueden hacer vibrar los rayos de luz, algo que impide ver con nitidez los objetos celestes. La otra pesadilla de los astrónomos son las nubes, pero esto no creo que necesite explicación.

Pues bien, gracias a las particulares condiciones geográficas de Canarias, sobre todo de Tenerife y La Palma, las cumbres se ven libres de turbulencias y nubes. La condición de islas muy altas les permite sobrepasar las zonas más turbulentas y nubosas de la atmósfera, la situada a unos 1.500 metros. Pero además, el carácter oceánico y alejado de nuestras islas hace reduce las turbulencias típicas de los territorios continentales, provocadas por el choque del viento contra montañas. Esa mezcla de altura y aislamiento da a las cumbres de las islas características que solo podemos encontrar en otros pocos rincones del planeta como Hawaii y Chile. Esa es la razón por la que estos lugares son los elegidos por muchos países para instalar en ellos sus telescopios. Son polos de atracción de equipos que quieren hacer astronomía de primera división, como es el caso del Observatorio del Teide (Tenerife) y El Roque de los Muchachos (La Palma) ambos gestionados por el Instituto de Astrofísica de Canarias. 

 
 

REDACCIÓN JUANJO MARTÍN

FOTOGRAFÍA DAVID LÓPEZ

 

Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 7, Artículo, Ciencia y Sociedad, Juanjo Martín, Universidad de La Laguna