Por un pacto de colaboración. Las complicaciones de la filosofía y de las ciencias

FECHA: 30/11/2018

AUTOR MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO
ILUSTRACIÓN BEATRIZ GARCÍA FELICIANO

Profesora de Filosofía Moral
Universidad de La Laguna


En mi quehacer docente e investigador me he dedicado a las llamadas Éticas Aplicadas. A finales de los ochenta y durante los noventa se difundieron en España la Bioética, a resultas de la preocupación por las cuestiones que planteaban los desarrollos de las ciencias biomédicas, y la Ecoética, para hacer frente al gran reto planteado por los desequilibrios ambientales derivados del cambio climático o la pérdida de la biodiversidad, consecuencia de la interacción entre naturaleza y sociedad humana. En estos dos campos el diálogo entre las ciencias, e incluso entre las tecnociencias y la filosofía moral y política, ha sido fructífero e incluido al Derecho. Los Comités de Ética de la Investigación, en las universidades, o los Comités de Ética Asistencial en los hospitales, han sido producto de ese trabajo conjunto.

Tras la revolución genética y tecnoreproductiva de la segunda mitad del siglo XX, la agenda bioética incorporó nuevos temas como el de la clonación humana. En el campo de la Ecoética esta interacción ha estado menos institucionalizada, pero la sociedad civil y los movimientos sociales de respuesta a las crisis ecológicas ha propiciado la incorporación de muchas filósofas y filósofos sociales y políticos al debate, hasta el punto de llegar a constituir un corpus sobre la Ética del medio ambiente, que sirve hoy de fundamentación a legislaciones y políticas públicas. El impacto de la sensibilidad animalista, por ejemplo, ha hecho que los Comités de Ética de la Investigación incorporaran la preocupación y vigilancia por el bienestar animal. Hoy se abren, además, nuevos campos de debate como el referido a la Ética y la Política de la Alimentación, en la que se problematizan los ensamblajes entre ciencia, economía y ecología en un marco de respeto por los derechos humanos y la justicia global.

Entiendo que, no obstante, las relaciones entre Ciencia y Filosofía son mucho más complejas y abarcan las historias, interrelacionadas, de todas las disciplinas. La Filosofía nació en Jonia, varios siglos antes de Cristo, como Física. La palabra griega Physis remitía a la naturaleza y a la comprensión racional de su origen, al margen del mito. Tales de Mileto, Heráclito o Anaxágoras fueron, al tiempo, filósofos amantes de la sabiduría y proto-científicos que planteaban hipótesis sobre el origen del cosmos y que se deslumbraban tanto por la potencia de los fenómenos naturales como por sus regularidades. Hipótesis como la del atomismo por parte de Demócrito fueron fecundas mucho tiempo después. La Filosofía de la Naturaleza, como así se entendió hasta Newton, fue el taller de pruebas, una suerte de laboratorio conceptual en el que arraigó la Física cuando lo empírico se sumó al acervo teórico y se forjó el Método Científico basado en la experimentación. Sin embargo, sin la ideación de hipótesis la ciencia es ciega. Hoy, con la avalancha del Big Data se quiere minimizar el papel de la teoría, pero ya hay voces que alertan de la “mala ciencia” que puede resultar de confiar todo, como meras tendencias, a los flujos indiscriminados de datos. El debate epistemológico y ético está abierto.

Como dice una de mis maestras, Celia Amorós, y yo suscribo, no hay nada más útil que una buena teoría. Ya sea para verificarla, algo filosóficamente muy complicado, como para falsarla, algo más accesible (la maquinaria crítica de la ciencia funciona descartando lo que no funciona). La Epistemología, también llamada Teoría del Conocimiento, es una de las ramas de la Filosofía que analiza los fundamentos de las teorías científicas; sin sus análisis la ciencia puede caer, como muchas veces sucede, en la ingenuidad, al no reflexionar sobre los sesgos y condicionantes de sus propios métodos y conceptos. Puede dar incluso pie a un cientificismo acrítico que pretenda ocupar el lugar de la religión y el dogma. Hume es el filósofo ilustrado que nos alertó de que, aunque el foco potente de luz de la ciencia ilumine un sector de la realidad, siempre es muchísimo más vasto el espacio que nos queda por conocer. Reconocer la propia ignorancia –“solo sé que no se nada”, o que sé muy poco- es el motor del amor por la sabiduría.

La Filosofía es, por tanto, históricamente, el Alma Mater de la Ciencia desde Grecia y en la Edad Media, en la que los árabes tomaron la antorcha de la ciencia aristotélica, hasta la explosión del Renacimiento y la Modernidad mecanicista –cartesiana y newtoniana- que alumbró la especialización y un salto cualitativo espectacular en cuanto a conocimiento del mundo en el que vivimos y sobre la naturaleza humana. Hoy las universidades y los institutos de investigación, tras un largo camino de especialización y fragmentación de las ciencias, se plantean si no será necesario, no sólo potenciar la interdisciplinariedad, conjuntando los saberes científicos con los humanísticos, sino que apelan también a que la ciencia que se produzca sea responsable. Esto significa que la dimensión ética y política no puede ser seccionada de la enseñanza y el desarrollo de la ciencia. La ciencia es y debe ser para la sociedad, para mejorar la sociedad.

A las puertas de la que llaman la Cuarta Revolución Industrial, ligada a los progresos de la Inteligencia Artificial, la Robótica y la Automatización y a sus impactos en todas las áreas de la vida, las universidades y los institutos de investigación deberían promocionar un nuevo horizonte de colaboración inter-trans-disciplinar. La Ingeniería Informática, nos dice Sánchez-Ron, necesita de las matemáticas y de la neurociencia para avanzar en la Inteligencia Artificial, pero la transdisciplinariedad tecnocientífica no puede olvidar que sus innovaciones están destinadas a una sociedad en la que rige el paradigma de los derechos humanos y que apuesta por la igualdad y la democracia. Los nuevos desarrollos tecnológicos implican riesgos y costes y la Filosofía está comprometida en potenciar el debate público y ciudadano frente a ellos. La reflexión filosófica necesita, por lo tanto, estar diseminada en todo el proceso de desarrollo e implantación de los avances científicos. Necesitamos que los estudiantes, de ciencias y tecnologías estudien Filosofía de la Ciencia, esto es Epistemología, pero también Ética y Filosofía Política, especialmente en sus dimensiones aplicadas como la Bioética y la Ecoética. La Ética de la Inteligencia Artificial es el nuevo desafío para la generación de los estudiantes actuales.

La Filosofía siempre incorpora una gran dosis de escepticismo metódico que anima a la revisión de nuestros supuestos y rutinas, pero también necesitamos una ilustración científica para las Humanidades. El reto curricular y educativo está planteado y de ello depende no sólo el avance de la ciencia sino la construcción de una sociedad más igualitaria y más democrática. Nuestra apuesta decidida es por un pacto de colaboración. Que nuestros estudiantes no tengan que definirse ante la pregunta de si eres de Ciencias o de Letras. La formación universitaria para el siglo XXI nos exige superar los límites estrechos de una especialización mal entendida.