miércoles 23 de diciembre de 2020 – 00:00 GMT+0000
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La universidad es frecuentemente percibida como un espacio de conocimiento y docencia, un lugar ilustrado donde se genera cultura que se reparte generosamente al alumnado. Un templo del pensamiento crítico, un oasis de sabiduría. Esta idea romántica de la Universidad casa poco con la generación de empresas. Muchos se han rasgado la muceta al ver como surgían empresas al calor de la universidad, pensando que ensuciaba de capitalismo el corazón altruista de la institución universitaria.
Afortunadamente, esos aires anticuados de oposición han pasado y hoy la creación de empresas en el seno de la universidad, no solo no se aprecia como desafortunada, sino que se fomenta y marca un estatus de calidad. Actualmente uno de los factores que se tienen en cuenta para valorar a una universidad es el número de empresas han sido puestas en marcha por sus investigadores e investigadoras, algo habitual en países como los Estados Unidos de América y que ha llegado, con retraso, a nuestras costas, a otro lado del océano, como si de la resaca de una marea se tratara.
¿Qué pasa si la empresa que se crea en tu universidad triunfa? Esta es la suerte que ha tenido la mítica Universidad de Stanford. Un proyecto que nace como un trabajo de doctorado de Sergey Brin y Lawrence Page se convierte en Google. ¿Les suena? Después de patentar el desarrollo, la Universidad de Stanford recibió casi dos millones de dólares en forma de acciones de Google. Según varias informaciones, esas acciones se vendieron en 2005 por 336 millones de dólares, fondos que van directos a incrementar el presupuesto de la universidad. El presupuesto de la Universidad de La Laguna para 2020 es de 156 millones de Euros.
Raquel Marín es la persona que tiene la misión de animar a investigadores/as a iniciar el camino del emprendimiento como Directora de la Oficina de Transferencia de Resultados e Investigación (OTRI) de la Universidad de La Laguna. “En España tenemos tendencia a ver con malos ojos a quienes se enriquecen con su conocimiento, es una tradición histórica. Si das clases e investigas y encima tienes un spin-off, si tienes un Jaguar en lugar de tener un 600, entonces en la vida universitaria te miran un poco mal. Cuando en realidad es fundamental que si has llegado más allá, pues te lo mereces y adelante. Pero es una visión que aún existe en muchos sectores y suele ser bastante controvertida. Se supone que la Academia es un lugar en el que se crea conocimiento y que esto debe ser una labor altruista, algo que va mucho más allá de lo que es la parte económica. Pero no cabe duda de que la universidad funciona con fondos públicos y desde el punto de vista económico hay que monetizar también lo que se hace desde el punto de vista conceptual. La inversión en fondos públicos para la docencia y la academia tiene que revertir en un producto que llegue a la sociedad y la enriquezca”.
La imagen del investigador/a metido a empresario/a no siempre es real; los investigadores son científicos y no dominan el mundo comercial. Pero eso no debería ser un problema. “Yo, como investigadora, no pienso que quienes se dedican a la investigación tengan que ser inventoras. Un investigador investiga y no tiene por qué saber cómo hablar con una empresa o conocer la jerga empresarial. No le hace falta, no lo necesita, incluso puede que no sepa hacerlo, pero para eso están las oficinas de transferencia. Desde mi punto de vista sí hay que inculcar en el personal investigador esa sensibilidad hacia la utilidad de lo que están haciendo y que el resultado de su trabajo puede llegar mucho más allá de lo que imagina.
Pero eso no debería ser un problema. “Yo, como investigadora, no pienso que quienes se dedican a la investigación tengan que ser inventoras. Un investigador investiga y no tiene por qué saber cómo hablar con una empresa o conocer la jerga empresarial. No le hace falta, no lo necesita, incluso puede que no sepa hacerlo, pero para eso están las oficinas de transferencia. Desde mi punto de vista sí hay que inculcar en el personal investigador esa sensibilidad hacia la utilidad de lo que están haciendo y que el resultado de su trabajo puede llegar mucho más allá de lo que imagina. Me parece fundamental que los investigadores se pongan en alguna ocasión el traje de empresarios. En los últimos dos años hemos generado cuatro empresas y otra se está forjando. Ahora hay investigadores/as que nunca se hubieran planteado crear una empresa y que ahora se empiezan a sentir cómodos en el rol de empresario en el cual te ves con otra proyección y con otra utilidad social que te puede dar una gran proyección e ingresos adicionales”.
Cuando surge una empresa en la universidad esta reparte beneficios con la entidad. Cada convenio es diferente pero la cifra suele rondar el 70% para el investigador y el 30% para la universidad. Esto no es mucho, pero no siempre se busca un beneficio económico. “La universidad no lo hace por enriquecerse, lo hace por generar esa dinámica de emprendeduría que tanta falta le hace”.
El último ejemplo se llama Formaché, una empresa que busca comercializar una pasta ecológica multiusos ultrarresistente basada en fibras de papel reciclado, tan útil en el campo de la construcción como en las artes plásticas y el diseño. “Esta empresa es un ejemplo de una colaboración multidisciplinar ya que nace a partir de la colaboración entre un licenciado en Bellas Artes y un profesor de ingeniería agrícola. Ambos han generado, a partir de una serie de residuos de pastas de papel, un producto moldeable extremadamente duro y resistente, que puede servir para la construcción y que encima no deja residuos. Además, es completamente ecológico, incluso puede ser manipulado por los niños”.
REDACCIÓN JUANJO MARTÍN
Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 7, Entrevista, Ciencia y Sociedad, Juanjo Martín, Universidad de La Laguna