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Lunes 23 de diciembre de 2019

 

 

Santiago Ramón y Cajal ha sido uno de los más brillantes neurocientíficos de la historia de la ciencia. Sus investigaciones sobre las neuronas aún hoy en día continúan sorprendiendo a los investigadores. Peor han envejecido sus consideraciones sobre la familia. No debemos juzgar al navarro con ojos del siglo XXI, pero es curioso observar que en esto fue víctima de su tiempo.

Quién nos lo hubiera dicho, el gran Santiago Ramón y Cajal, el único Premio Nobel científico que ha conseguido España, el personaje que da nombre a colegios, becas y calles, aconsejándonos sobre cómo elegir a la esposa ideal. Si bien es conocido su trabajo sobre las neuronas y el sistema nervioso, más desapercibidos para la historia han pasado sus múltiples alegatos sobre la investigación científica, la política y la moral.

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) es uno de los mejores científicos que ha dado este país. Prodigioso con la navaja, famosas eran sus disecciones de tejidos cerebrales y espectaculares sus dibujos sobre la estructura del sistema nervioso. La perseverancia, el talento y la capacidad de ver lo que otros ni siquiera eran capaces de percibir, le hicieron merecedor del Premio Nobel de Medicina en 1906, reconocimiento que compartió con el italiano Camilo Golgi. Fue el primer premio Nobel de Ciencia que iría a la casilla de España; 113 años después sigue siendo el único.

Después de recibir tan alta distinción, Santiago se convirtió en un personaje influyente y mediático al que todos le pedían opinión. No solo hablaba de ciencia, también de política o de valores sociales. Fue prolífico en sus intervenciones en la prensa y no había viaje donde no fuera recibido con honores y la natural repercusión mediática. Tan popular era el personaje que sus discursos y obras literarias se dispensaban por episodios en la prensa, troceados por temas de interés y publicados con el “sello de calidad” asociado a la firma del sabio de los sabios de la época. A decir verdad, D. Santiago tampoco se comedía a la hora de opinar de los temas más peregrinos, como el que relatamos hoy: Cómo elegir esposa.

En 1899, se publica el libro “Reglas y consejos sobre la investigación científica”. Esta obra, editada a beneficio del recién creado Instituto Ramón y Cajal, recoge su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. El sexto capítulo se titula “Condiciones sociales favorables a la obra científica” y en él dedica una buena parte a aconsejar a los jóvenes científicos sobre cómo debe ser su compañera y esposa.

Arranca esta parte dejando clara una premisa:

“Contra el parecer de muchos, hemos declarado que el hombre de ciencia debe ser casado y arrostrar valerosamente las inquietudes y responsabilidades de la vida de familia. No imitará el egoísmo de Epicuro, que no se casó por ahorrarse cuidados e inquietudes, ni el refinadísimo de Napoleón, que sólo veía en la mujer una enfermera utilísima para la vejez. Para el hombre de ciencia, el concurso de la esposa es tan necesario en la juventud como en la ancianidad. Como la mochila en el combate es la mujer: sin ésta se lucha con desembarazo, pero ¿y al acabar?”.

Defensor acérrimo del matrimonio, D. Santiago deja claro que lo único que debe evitar el investigador es que le escojan a su futura esposa, que suplanten su decisión, ya que debe ser él y solo él quien haga dicha elección, eso sí, teniendo en cuenta su psicología. No es defensor de la soltería, ya que piensa que los hombres solteros dedican mucho tiempo a pensar en el sexo, algo que les distrae necesariamente de su meta científica:

“En varón robusto y normal, el celibato suele ser invitación permanente a la vida irregular, cuando no a los abandonos del libertinaje. Y las ideas son flores de virtud que no abren sus corolas, o se marchitan rápidamente en el vaho de la orgía. Por otra parte, el soltero vive en plena preocupación sexual. En él la intriga galante interrumpe demasiado la marcha de la intriga especulativa. Y, según es notorio, no hay más seguro medio para despreocuparse de mujer que satisfacerse de mujer. Además, según se ha dicho muchas veces, el hogar destierra del alma el egoísmo, ennoblece el instinto sexual, genera altos anhelos sociales y fortalece el patriotismo”.

Pero vayamos al grano, la elección de compañera. Ramón y Cajal afirma en el texto que muchas carreras científicas se han arruinado por culpa de la mujer, por eso, nos dice, es una decisión muy importante y lo advierte así:

“¡Cuántas obras importantes fueron interrumpidas por el egoísmo de la joven esposa! ¡Qué de vocaciones frustró la vanidad o el capricho femenil! ¡Cuántos profesores esclarecidos rindiéronse al peso de la coyuntura matrimonial, convirtiéndose en vulgares buscadores de oro y rebajándose y esterilizándose con el acaparamiento insaciable de dignidades y prebendas”.

Describe el científico cómo la mujer concentra el amor de la familia, venera la justicia y es la causa de la humanidad en el hogar, vive por y para su marido e hijos. Pegamento de la familia, la esposa en un hogar es, para nuestro premio Nobel, lo que quiere Dios y lo sentencia de esta manera: “Por eso, la madre anhela vivir solamente en la memoria de sus hijos, mientras que el padre ansía, además, sobrevivir en los fastos de la historia”.

Ramón continúa disertando sobre las cualidades familiares que debe poseer la perfecta esposa de un científico, que como hemos visto hasta ahora debe amar mucho, atender a su familia y molestar poco al patriarca científico. Para facilitar la lectura, el autor se permite un párrafo a modo de resumen que sintetiza todo lo anterior: “como norma general, aconsejamos al aficionado a la ciencia buscar en la elegida de su corazón, más que belleza y caudal, adecuada psicología, esto es: sentimientos, gustos y tendencias, en cierto modo, complementarios de los suyos. No escogerá la mujer, sino su mujer, cuya mejor dote será la tierna obediencia y la plena y cordial aceptación del ideal de vida del esposo”.

Pero aún no ha llegado lo mejor, ya que el Nobel español también se atreve en este texto a realizar una clasificación de los tipos de mujeres que existen y determinar cuál debe ser el mejor perfil para el investigador. En la clase media, que según Cajal es donde se ha de buscar, existen cuatro tipos de mujeres: la intelectual, la heredera rica, la artista y la hacendosa. ¿Cuál nos recomendará el cupido científico?

Las denominadas mujeres intelectuales son “aquellas adornadas de carrera científica” escasas en España pero abundantes en las naciones del norte. Por lo tanto, debemos resignarnos a renunciar a tan grata compañía ya que, además no están por la labor de formar familia, aunque “los pocos ejemplares de doctoras (salvo un par de excepciones) que hemos conocido en ateneos, laboratorios y salones, parecen empeñadas en consolarnos de su inaccesibilidad”. Vamos, que nos olvidemos de conquistar a una chica lista. Lo remata así, con un vocabulario que nos recuerda más a Félix Rodríguez de la Fuente que a un médico: “Pero, repetimos, esta ave fénix, la doctora seria y discreta, colaboradora asidua del esposo, no se ha dignado todavía aparecer en nuestro horizonte social, donde, por caso extraño, los más grandes talentos femeninos son autodidácticos y ajenos por completo a los estudios universitarios regulares. El hombre de ciencia español debe, pues, elegir entre las otras categorías femeniles”.

Vayamos por la heredera rica. Cajal nos advierte del peligro de la opulencia de fiestas y desenfreno, que no sea que el hombre investigador se deje llevar por el fasto y deje de lado su abnegado trabajo en el laboratorio. Ah, pero si la mujer rica invierte su herencia en la ciencia, eso es otra cosa: “gran fortuna sería topar con heredera rica e ilustre que, abandonando los caprichos y vanidades del sexo, consagrara su oro al servicio de la ciencia. Admirables mujeres de este género abundan en Francia e Inglaterra. En nuestro país no hemos conocido un profesor aficionado al laboratorio para cuya obra no haya sido fatal la riqueza de la esposa”.

Llegamos a la mujer artista o literata profesional, ¿será la mujer ideal para Santiago? Pues parece que no, ya que rápidamente se encarga de quitarnos de la cabeza esta elección: “Salvo honrosas excepciones, tales hembras constituyen perturbación o perenne ocasión de disgusto para el cultivador de la ciencia. Desconsuela reconocer que, en cuanto goza de un talento y cultura viriles, suele la mujer perder el encanto de la modestia,

adquiere aires de dómine y vive en perpetua exhibición de primores y habilidades. La mujer es siempre un poco teatral, pero la literata o la artista están siempre en escena”.

Sólo nos queda entonces una tipo de candidata posible, la que el reputado médico define como señora hacendosa. Esta sí, y aquí vemos flaquear al gran Ramón y Cajal hasta el punto de que es fácil reconocer en su texto la debilidad que siente por este tipo de mujer que define como “dotada de salud física y mental, adornada de optimismo y buen carácter, con instrucción bastante para comprender y alentar al esposo, con la pasión necesaria para creer en él y soñar con la hora del triunfo, que ella disputa segurísima”. Termina el neurocientífico alentando y animándonos a embarcarnos en tal empresa, porque siguiendo estos consejos, muy malos debemos ser, si no encontramos esposa. Nos anima y consuela para ello: “Por fortuna, ese tipo delicioso de mujer no es raro en nuestra clase media. Muy desventurado será quien, buscándola con empeño, no logre encontrarla o no sepa asociarla de todo corazón a sus destinos”.

Nunca se debe juzgar con los valores de hoy los hechos y actitudes del pasado, y sería pues injusto condenar a Santiago Ramón y Cajal por compartir los valores de su época.

REDACCIÓN JUANJO MARTÍN


Archivado en: Revista Hipótesis
Etiquetas: Número 5, Artículo, Arte y Humanidades, Hipótesis, Juanjo Martin, Universidad de La Laguna