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Apenas contaba con dos años de edad cuando ya atosigaba a mi madre para que me llevara a la guardería; un lugar que me parecía idílico, un paraíso para las niñas como yo. Aún no sé si lo hice por divertirme, por aprender y hacer amigos o para incordiar a mi hermana mayor a la que perseguía a todas partes. En cualquier caso, mi madre no frenó mi ímpetu sino todo lo contrario. De modo que, con escasos dos años y medio, ya leía con fluidez y escribía con una facilidad inusual. Tras estos años sorprendí a mis padres diciéndoles que yo quería ser “gitana” y bailadora de flamenco… propuestas que cambié después por la mecánica y conducir un camión, algo no muy frecuente entonces en una niña. Admito que de pequeña me gustaba jugar con coches y construir garajes y casas con piezas del dominó de mi padre, algo que parecía entonces más propio de niños según los estereotipos. Ya mayor, desde los ventanales del colegio femenino de monjas miraba al cielo, observando los pocos aviones que entonces sobrevolaban mi isla, soñando con el día en el que trabajaría en algo que me permitiera viajar y conocer mundo. No imaginaba que terminaría explorando otros mundos diferentes.
Ahora que retrocedo al pasado, admito que el colegio fue ese lugar donde aprendí historia, literatura e idiomas y donde descubrí la inmensidad de un átomo y de una célula: fue fascinante contemplar la química y la física de algo tan diminuto; que todo ocurre por algo que tiene una explicación científica y que las matemáticas son su lenguaje. Pero también fue el lugar donde aprendí a valerme por mí misma y a confiar plenamente en mí y en mis posibilidades. Esto en realidad, ha marcado mi vida. A los 14 años, durante una larga estancia con mi familia en una casa en el Monte de la Esperanza en Tenerife, en un entorno de escasísima contaminación lumínica, llegó a mis manos un libro, El Universo de Isaac Asimov… ¡lo tuve claro, yo quería ser astrofísica! En aquella época ya se cursaba la especialidad de astrofísica en la Universidad de La Laguna (ULL) pero no el primer ciclo de la licenciatura en Física. Pero justo un año antes de comenzar mis estudios universitarios se implantaron estos estudios en la ULL; fue así como acabé siendo la primera doctora en astrofísica que cursó sus estudios completos de Física en la ULL.
Éramos apenas un 20% las mujeres de mi promoción. En el 4º curso, ya en la especialidad de astrofísica, obtuve una beca de dos meses en el Royal Greenwich Observatory, lo que supuso mi primer encuentro “profesional” con la astrofísica. Al finalizar mis estudios, una beca de verano en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) me permitió entrar en contacto con las galaxias, esos remolinos de gas, polvo y estrellas que parecían albergar miles de misterios aún por descifrar. Fue mi primer encuentro directo con el IAC y con algunos de sus investigadores. Ya soñaba con entrar allí. Una vez licenciada, obtuve una plaza de Astrónomo Residente en el IAC, la única mujer de los 6 residentes seleccionados. Por esos avatares de la vida, en aquel momento ya conocía a un chico en Tenerife (ahora mi marido y padre de mis hijos), lo que también inclinó la balanza a permanecer en Tenerife. El IAC era un centro recién inaugurado y también era un reto. Disfruté de una tesis de lujo, y una parte de la tesis la desarrollé en el Instituto de Astrofísica de París. Pude disfrutar de cursos y congresos especializados en Suiza, Irlanda, Reino Unido, Chile, Alemania, etc. y mantener contacto y colaboraciones con grandes maestros.
Mi condición de mujer no supuso ningún impedimento para lograr todos mis objetivos, pero en ocasiones nosotras sentíamos que teníamos que esforzarnos más para destacar en cualquier materia. Y en una ocasión, una consultora nos indicó que para tener más eminencia, deberíamos bajar la barbilla para que la voz sonase más ronca y por tanto más contundente nuestro mensaje. Siempre me negué a admitir que mi aspecto físico y mi condición de mujer tuviese que ligarse a mi interés por la ciencia y a mis capacidades.
Una vez obtenido el título de doctora tuve a mis dos hijos. Admito que fue complicado conciliar mi vida familiar con la profesional. Embarazada, continuaba viajando, impartiendo clases y visitando con asiduidad los observatorios. Tuve que esforzarme mucho para poder continuar con mi formación e investigando en la caracterización astronómica del IAC, algo novedoso en aquella época, pero particularmente relevante en las últimas décadas en la selección del lugar de emplazamiento de los grandes y giga-telescopios.
Desde enero de 2019 soy Directora de la Fundación Starlight, una entidad sin ánimo de lucro creada por el IAC y la consultora Corporación 5, cuyo fin es la protección del cielo estrellado y la difusión de la astronomía. Starlight surge en abril de 2007 con la Declaración Starlight, o de La Palma, es una acción integrada de UNESCO, apoyada por la Unión Astronómica Internacional y por la Organización Mundial de Turismo. Desde Starlight trabajamos para promover el cielo nocturno como motor de una economía sostenible a partir del astroturismo, de modo que con Starlight sigo mirando al cielo, pero con los pies en el suelo.
Otra de mis pasiones es la docencia y la divulgación. Desde hace 20 años imparto clases de astronomía en el programa de formación para adultos y mayores de la ULL. Desde el 2009, primer año Internacional de la Astronomía y con motivo del Día Internacional de la Mujer y Niña en Ciencia imparto conferencias, participo en debates y colaboro con medios de comunicación para visibilizar el papel de las mujeres en ciencia y tratar de despertar nuevas vocaciones científicas.
Las carreras científicas son muy competitivas y es cierto que en muchas ocasiones zarandea la vida personal. Hoy, 30 años después de haberla iniciado, creo que sin el apoyo de mi marido y la ayuda de la familia, a la que tengo afortunadamente cerca, hubiese sido mucho más complicado. Pese a lo que muchos opinan, se puede ser al mismo tiempo buena profesional y buena madre; pero tenemos que definir nuevas maneras de hacer las cosas y comprender que nuestras experiencia y nuestra formación, lejos de distanciarnos de nuestros hijos, les enriquecen y forman. Y que nuestro ejemplo, como mujeres científicas y trabajadoras en general, es la mejor lección para educarlos en la igualdad, la tolerancia y el respeto.
REDACCIÓN ANTONIA M. VALERA PÉREZ
ILUSTRACIÓN JEN DEL POZO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 3, Artículo, Ciencia y tecnología, Hipótesis, Antonia M. Valera Pérez, General
Directora Gerente de la Fundación Starlight desde enero de 2019, Doctora en Astrofísica e Investigadora del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) desde 1988. Desarrolló su tesis doctoral en el campo de Astrofísica Extragaláctica en el IAC y en el Instituto de Astrofísica de París.
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