10 de mayo de 2022 – 00:00 GMT+0000Compartir
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Canarias ya era un archipiélago anhelado por los extranjeros mucho antes de que llegara el boom turístico de la década de los 60. Mucho antes del desembarco de los “guiris” las islas eran visitadas por excursionistas que tenían otros objetivos, otras motivaciones. Allá por el siglo XVIII este archipiélago era un festín para los cerebros sedientos de conocimientos. Muchos científicos pusieron sus ojos en estas islas que, por aquel entonces, estaban a medio descubrir. Las expediciones científicas de aquella época estaban compuestas por científicos hechos de otra pasta. Si ahora se necesita de una buena dosis de vocación para trabajar en ciencia, antes, cuando te jugabas la vida en cada viaje, cuando tenías que viajar en unas condiciones deplorables, tu pasión por la exploración tenía que ser desbordante. Algunos de aquellos entusiastas del conocimiento llegaron a las islas a bordo de sus barcos y ahora, gracias a la Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia podemos imaginar cómo eran esos viajes.
El hecho de que Canarias esté en el camino a América hacía que todos los exploradores europeos recalaran unos días en las islas. Raro era el viajero que no dedicaba unos días a explorar las islas. También es curioso leer cómo algunos capitanes de navío desaconsejan el desembargo de sus científicos por estar básicamente “todo descubierto” en estas islas. Pero también los hubo que tenían como único objetivo conocer mejor estas islas atlánticas que, durante mucho tiempo, tuvo el pico más alto conocido. Uno de esos viajeros fue Louis Feuillée, un ilustrado que fue capaz de ser a la vez, un brillante astrónomo y fraile. A Feuilée le apasionaban casi todas las disciplinas científicas, y como podemos apreciar por sus resultados, todas se le daban muy bien. Podía estudiar las lunas de Saturno y dibujar con maestría anatómica un lagarto. Fue miembro de la Academia Real de Ciencia de Francia y Matemático del Rey, cargo lamentablemente desaparecido.
En 1708, de camino a América del Sur, recala en Tenerife y descubre que estas islas volcánicas merecen una expedición exclusiva y mucha más dedicación que una mera escala técnica. Según nos cuenta Miguel Ángel González, director de FUNDORO, en 1724, por fin, Feuilée consigue convencer a la Academia para que le financie una expedición exclusivamente destinada a estudiar las islas. “Con sesenta y cuatro años se embarca en una expedición de vital importancia para la historia de la ciencia de Canarias”. La sede de la fundación ha inaugurado recientemente la primera sala expositiva dedicada a esta expedición. Este espacio, ubicado en la primera planta de la fundación villera, recrea el camarote del explorador. En una experiencia inmersiva, creemos estar dentro del barco francés rumbo a las islas. Podemos observar utensilios marineros, material científico de la época, mapas y hasta el que podría ser el escritorio del fraile francés, coronado por una botella lacrada que aún contiene vino malvasía de la época.
Varios paneles nos explican la fructífera actividad científica que Feuilée realizó durante sus ocho meses de estancia en las islas. Llegó a Canarias con varios objetivos, algunos más estratégicos que científicos, pero igualmente importantes. Mientras paseamos por la recreación del camarote, González nos habla de los motivos que trajeron al científico hasta Canarias. “Por aquel entonces el meridiano cero o de origen, estaba la isla de El Hierro; por eso era muy importante calcular la posición exacta de la isla. También tenía que definir lo más exactamente posible la posición de Tenerife y calcular la altura del Teide”.
El 23 de junio de 1724 Feuilée llega a Tenerife a bordo de un barco de nombre muy astronómico, el Neptune. Como hacían los viajeros extranjeros de aquella época, se alojan en las casas del cónsul y familias pudientes de la isla, familias donde, por supuesto, se hablaba francés, el idioma de la ciencia por aquel entonces. Estuvo en La Orotava, Puerto de la Cruz, Garachico, La Laguna y, por supuesto, en el Teide. Al parecer el calor no le amedrentaba, ya que decidió ascender al Teide en pleno mes de agosto. En lo que los expertos consideran como primer ascenso científico al Teide, el francés relató con detalle su subida al pico, y describió muchas de las especies de animales y plantas que se encontró por el camino. En la exposición podemos observar algunas de las láminas que el monje dedicó a varios reptiles de las islas.
Medir la altura del Teide
Aunque la cifra de 3.718 metros la tenemos grabada en el inconsciente colectivo de los tinerfeños, en realidad el Teide mide un poco menos. Según las últimas medidas de Grafcan el volcán mide 3.715 metros. Para no disponer de GPS en la antigüedad los exploradores no erraron mucho la estimación de la altitud del Teide, aunque unos lo hicieron mejor que otros. Nuestro protagonista estimó una altura de 4.313 metros, erró casi 600 metros. Pero poco más tarde, en 1776, otro francés, Jean Charles Borda, afinó los cálculos y, esta vez sí, se acercó mucho, con 3.714 metros. Estos cálculos trigonométricos eran complejos de realizar, pues necesitaban conocer con mucha exactitud dos distancias y el ángulo de elevación del volcán. Cualquier pequeña desviación instrumental introducía errores. Durante mucho tiempo el Teide fue considerado la montaña más alta del mundo. De ahí la carrera científica por medirla con precisión. Imaginamos que la imponente visión del volcán desde el mar y la concurrencia de expediciones europeas de camino a América afianzaron esa creencia.
Ahora la Villa de La Orotava dispone de un atractivo cultural más, una instalación que nos invita a viajar en el tiempo a bordo del Neptune, buque que trajo hasta las islas al ilustre científico francés y al que le debemos los primeros trabajos rigurosos sobre la naturaleza canaria, unos estudios que animaron a otros a venir. Leopold von Buch, Humboldt, Charles Lyell, Mascart o Sabin Berthelot son algunos de esos, mitad exploradores, mitad aventureros que dieron las primeras descripciones científicas de Canarias y que, ya desde hace varios siglos, llamaron la atención sobre el tesoro natural que tienen estas islas volcánicas oceánicas.
AUTOR Juanjo Martín
ILUSTRACIÓN CARLA GARRIDO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 11, Artículo, Universidad de La Laguna
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