martes 6 de abril de 2021 – 00:00 GMT+0000Compartir
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El Tao es una vasija vacía.
Pero su contenido nunca se agota.
Insondable, parece ser el origen de todas las cosas.
El Tao suaviza los filos,
Desenreda lo enmarañado, atenúa lo brillante, se une con el polvo.
Está profundamente oculto, pero nunca ausente.
No sé de quién es hijo.
Parece anterior a Dios.
En su libro Cuestiones cuánticas (Kairós, 1987), Ken Wilber analizó los escritos de una serie de físicos con preocupaciones místicas, especialmente aquellos que contribuyeron a desvelar la estructura íntima de la materia. La mayoría manifestó su convicción de que la ciencia y la religión se ocupan de dimensiones diferentes de la existencia. Sin embargo, la literatura New Age llegó a relacionar conceptos y hallazgos de la física cuántica –como el principio de indeterminación de Heisenberg o el de la complementariedad de Bohr– con el conocimiento místico, sosteniendo que la nueva física habría trascendido la dualidad sujeto-objeto al difuminar la frontera entre ambos. Tanto Bohr como Schrödinger descartaron estas sugerencias, mientras que De Broglie explicó que los medios de observación pertenecen al plano objetivo, y que sus efectos sobre la porción de la materia observada no alteran la separación entre sujeto y objeto de la observación. Mientras el científico utiliza una metodología que le permite establecer relaciones cuantitativas para explicar la realidad a través de abstracciones, en el caso de la conciencia mística la aprehensión de la Realidad es supuestamente directa e inmediata, sin intermediación ni construcción simbólica. Sin rechazar su complementariedad, esta distinción llevó a Wilber a preguntarse si los hallazgos de la física cuántica habrían provocado el acercamiento a la mística de los científicos que desarrollaron aquella. La contestación la dieron ellos mismos, admitiendo que les ayudó a ser conscientes de que lo que veían eran las sombras y símbolos de la realidad, expresados en forma de abstracciones matemáticas, pero nunca, directamente, la Realidad.
No es fácil resolver un conflicto que reproduce la distancia entre formas de acceso al conocimiento potencialmente complementarias. Desde la observación del universo y la reflexión sobre su origen han surgido un conjunto de cuestiones aparentemente irresolubles. ¿Qué pasaba antes de la gran explosión que inició el espacio y el tiempo? ¿Hubo algo antes, en lugar de nada? ¿Por qué, o cómo, ocurrió algo? Independientemente de las respuestas, origen y evolución constituyen la esencia de la realidad manifiesta, y la investigación científica ha proporcionado una descripción comprensible y verificable de la misma. A partir del conocimiento de la naturaleza de las partículas elementales y sus interacciones, por un lado, y del cosmos por otro, sabemos que el universo tuvo un principio en un tiempo finito, aunque desconozcamos lo que precedió a esa época remota. Si antes del Big Bang no había nada –una singularidad con fecha, de la que tenemos información a partir de las señales que aún nos alcanzan–, para explicarlo solo cabe recurrir a la magia y darle al proceso una interpretación mítica, a la intervención de una entidad externa y omnipotente, o a que la propia «nada» sea realmente «algo» capaz de generar una monstruosa acumulación de energía en un punto infinitesimal –a través de leyes naturales aún desconocidas–, iniciando la evolución del universo a través de un espacio que no existía hasta ese momento, y de un tiempo que aún no había comenzado. La historia posterior parece suficientemente documentada, aunque se discuta si el universo es abierto o cerrado, si terminará colapsándose, se expandirá indefinidamente o se repetirá en forma cíclica. Incluso se especula con la posibilidad de otros universos, que podrían existir simultáneamente sin comunicación perceptible entre ellos.
En su libro Un universo de la nada (Pasado y Presente, 2020), el cosmólogo Lawrence Krauss reconoce que «el origen y la naturaleza de la energía oscura –más del 95 % del espacio, junto a la materia oscura– constituye el mayor misterio de la física fundamental», afirmando que desvelarlo permitirá completar el conocimiento sobre el origen del universo, y posiblemente la determinación de su futuro. Krauss no tiene inconveniente en afrontar el origen del Big Bang desde la nada previa sin necesidad de acción exterior alguna, “de forma natural e incluso inevitable», lo cual es coherente con el conocimiento disponible sobre la física de partículas y la cosmología empírica, siempre que esté clara cuál es –y cuál no es– la diferencia o la similitud entre la «nada» y el «vacío». En todo caso, ¿qué significa que de la «nada» haya podido surgir «algo» espontáneamente, como sostienen Krauss y otros físicos contemporáneos, como Alan Guth o Frank Wilczek? En un Big Bang denso y caliente, cambios temporales y espontáneos en la cantidad de energía (fluctuaciones cuánticas) en un punto infinitesimal del espacio habrían generado la aparición de parejas de partícula-antipartícula. Dado que dichos pares no existían inicialmente, su generación se habría producido a partir de la «nada» debido a su propia inestabilidad, de forma espontánea y sin necesidad de influencias externas. En realidad, en esa situación, tanto el espacio vacío como cierta energía diferente de cero estaban allí antes de la «creación» de esos pares de partículas masivas reales. Sin embargo, dan un paso más al llegar a la conclusión teórica de que una «nada total», ausente de espacio y de tiempo –es decir, una situación que sí sería anterior al Big Bang– posee un potencial creativo debido a su condición inestable. Sería esa inestabilidad la que permitiría que las fluctuaciones cuánticas produjeran la primitiva emergencia de materia e iniciasen la evolución del universo tal como hoy se conoce.
Es evidente que muchas preguntas esperan respuesta científica, pero como Krauss subraya al final del libro, lo verdaderamente importante es participar en «el emocionante viaje del descubrimiento que puede revelarnos cómo evolucionó y evoluciona el universo en que vivimos y los procesos que en último término gobiernan nuestra existencia a nivel funcional. En el versículo del Tao Te Ching que encabeza este texto se sugiere que algo indefinido existe antes que todo, y la sospecha de una circularidad eterna se atisba en el poema de Borges titulado Ajedrez. Tal vez deba aceptarse que esa «nada total» anterior al Big Bang, a la que se refiere Krauss, sea «algo» que aún no conocemos, y que ni siquiera podemos estar seguros de acabar desvelando. Como en la metáfora propuesta por Richard Feynman, puede que la Realidad sea como una cebolla a la que la ciencia va levantando las capas… para encontrar siempre una más debajo de la anterior.
AUTOR: Larry Darrell
ILUSTRACIÓN JEN DEL POZO
Archivado en: Revista HipótesisEtiquetas: Número 8, Arte y Humanidades, Hipótesis, Universidad de La Laguna