Skip to main content

José Jiménez define el surrealismo como «una actitud general ante la vida» y no » un movimiento artístico más»

jueves 22 de junio de 2006 - 00:00 GMT+0000

La tercera jornada del congreso Surrealismo Siglo 21, que organizan el Gobierno de Canarias, a través de su Viceconsejería de Cultura, y la Universidad de La Laguna, se centró en cómo, a pesar de su falta de articulación teórica, este movimiento se volvió emblema de una transformación política y social, según dijo José Jiménez, director del Instituto Cervantes de París, y en cómo adoptó formas que antes habían desarrollado el futurismo y el dadaísmo, según sostuvo Georges Sebbag, uno de los más prolíficos investigadores del surrealismo.

José Jiménez, en una intervención titulada «La imagen surrealista», apartó la idea del surrealismo de la de otras corrientes: «No es, simplemente, y así lo indicaron explícitamente sus principales protagonistas, un movimiento artístico más», pues lo que hoy queda vivo de él se difunde, o disemina, «más allá del campo específico de las distintas artes», incorporado a comportamientos y actitudes «que definen aspectos muy diversos de la sensibilidad contemporánea».

Recordó la reflexión de posguerra que hizo Maurice Blanchot, cuando señaló que persistía «un cierto estado de espíritu», a pesar de que nadie pertenecía ya a ese movimiento, porque «todo el mundo sentía que había sido parte de él». Eso era fruto no de que se hubiese desvanecido, sino más bien, «que estaba aquí y allá, en todas partes, como un fantasma, una brillante obsesión: en una metamorfosis merecida, se había convertido, a su vez, en surreal».

Jiménez, catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, afirmó que, cuando dos décadas después, en el mayo francés de 1968, se acuñó la fórmula «La imaginación al poder», como expresión de «un nuevo ideal político y social», no podía dejar de percibirse en su trasfondo «la actitud transgresora y antiburguesa que constituyó uno de los signos de identidad más característico de los surrealistas. El surrealismo seguía vivo, aunque, eso sí, fuera de los ámbitos donde había sido originariamente perceptible, más allá de la literatura y las artes, impregnando de forma difusa sensibilidades y actitudes, o posiciones de revuelta social».

Durante su intervención, caracterizó al surrealismo como «una actitud general ante la vida, un intento de fusionar el impulso creativo de las artes con la existencia cotidiana, en la idea de que esa fusión es la vía más adecuada para alcanzar la transformación del mundo, el cambio revolucionario de los modos de vida», si bien admitió que, a la luz de la cosmovisión de hoy, esa perspectiva resulta «demasiado general y sobrecargada de idealismo, en una época de mínimos culturales y políticos: proyectos fragmentarios, programas limitados y crisis de los grandes relatos de emancipación».

Jiménez rescató la influencia del surrealismo, porque «sólo él fue capaz de impregnar tan profundamente nuestra sensibilidad», hasta convertirse en «una especie de dispositivo automático de encendido de los usos libres de nuestra imaginación». Sin embargo, puso límite a su influjo, porque «ese papel desencadenante de la imaginación, el gran emblema de la revuelta surrealista, resultó y resulta insuficiente por sí solo para alcanzar el sueño humano de una sociedad fundada en la justicia y la libertad».

Por su parte, Georges Sebbag trató en su intervención cómo puede verse un vínculo entre los tres movimientos principales de principios de siglo pasado, futurismo, dadá y surrealismo, para lo que se sirvió, a lo largo de su exposición, de la imagen de lo «sin hilos», como se empleaba en los albores de la comunicación como hoy la entendemos: «Telefonía sin hilos», «telegrafía sin hilos».

Sebbag, profesor de Filosofía en París, trajo a la memoria que ya en el manifiesto futurista de Marinetti se hablaba de «imaginación sin hilo» y se propugnaba la escritura «sin la esclavitud de la sintaxis y los signos de puntuación». Así, encuentra a los futuristas rusos e italianos como «absolutamente modernos y de vanguardia»; a los dadaístas, «con excepción, quizás, del grupo de Berlín», «ni modernos ni de vanguardia»; y a los surrealistas «desatendiendo la realidad, sin constituir, por tanto, una verdadera vanguardia».

La conferencia de Sebbag, «Futuro futurista, presente dadá y tiempo surrealista sin hilo», comenzó con algunas citas de André Breton, principal ideólogo del movimiento, que acostumbraba deformar el refranero con sus juegos de palabras y para darle un sentido de provocación del que carecen estas piezas populares. «Tanto va la creencia a la vida, a lo que la vida tiene de precaria y efectiva, que al final se rompe», en lugar de «Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe», es una práctica en la que se advierte ya «un desencantamiento en Breton, que describe el devenir humano en términos de un movimiento físico -como cuando apela a la figura de la bola de nieve-, la existencia como un cántaro viejo y usado, a punto de romperse».

La influencia del surrealismo es incomparablemente mayor que la del dadá o el futurismo en nuestros días, con una población planetaria «consumidora de mercancías y de iconos publicitarios en los que se sacian día y noche los telespectadores, los voyeurs y los viajeros, jugadores de vídeo y navegadores de internet, abandonados a una participación en la Historia universal limitada a espacios de microduración».

Perfecto Cuadrado, el tercer ponente de la jornada, focalizó su participación en las características particulares que el movimiento adquirió en Portugal y se mostró combativo, en contra de «algunos tópicos en torno a la presencia y condiciones y características del surrealismo» en ese país, tales como «su negación como vanguardia, la acusación de tardío, anacrónico, irrelevante, falto de originalidad» o, por otra parte, la afirmación de la existencia de un cierto surrealismo portugués característico, el denominado «Abyeccionismo».

En una exposición sembrada de citas literarias, en la que leyó varias tiradas de versos de autores lusos, Cuadrado habló de artistas como Isabel Meyrelles, que combinaron la poesía verbal con la escultura y de otros que lo hicieron con la fotografía o, sobre todo, con la pintura, como Cesariny, Mario Henrique Leiria, António Dacosta y Eurico Gonalves. No escaparon a la tentación del cine José Leonel Martins Rodrigues, Carlos Calvet y Cruzeiro Seixas, que al mismo tiempo que se ponían detrás de la lente escribían el guión.

(Nota cedida)


Archivado en: Cultura, ULL