Nacido en Buenos Aires, el antropólogo Adolfo Roitman es, desde 1994, responsable del Santuario del Libro, sección del Museo de Israel en Jerusalén en donde están depositados los ejemplares más importantes de los manuscritos del Mar Muerto. El actual custodio de uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo pasado impartió en la Universidad de La Laguna un seminario de especialización para doctorandos, financiado por el Vicerrectorado de Investigación, al cual fue invitado por el catedrático de Historia de las Religiones, Francisco Díez de Velasco.
¿Qué son los rollos del Mar Muerto?
Son documentos judíos de, aproximadamente, unos 2.000 años de antigüedad. Los primeros fueron hallados entre finales de 1946 y el verano de 1947 por beduinos de la tribu de Tamire. Los primeros siete manuscritos se encontraron en la llamada cueva número 1, localizada a un kilómetro de Qumrán, en las proximidades de la costa noroccidental del Mar Muerto, a 35 kilómetros al este de Jerusalén. Desde 1957 hasta 1956, se hallaron en once cuevas con aproximadamente unos 20.000 fragmentos de manuscritos que, cuando fueron restaurados, se consiguieron reconstruir unos 1.000 manuscritos completos.
Los más antiguos datan de mediados del siglo tercero antes de nuestra era, y los más “modernos”, a mediados del siglo primero de nuestra era. Tenemos unos trescientos años de manuscritos que representan uno de los hallazgos más importantes (si no el más) de la arqueología mundial del siglo XX, y un descubrimiento clave para entender los orígenes de la civilización judeocristiana.
¿Son los fragmentos más antiguos que existen de las Sagradas Escrituras?
Sí: se encontraron, aproximadamente, un cuarto de los manuscritos hallados en Qumrán que, utilizando un término anacrónico, son manuscritos “bíblicos” (porque no existía todavía la Biblia, tal como se establecerá el texto que conocemos hoy, en esos años), ya que se trata de los libros que habrán de formar parte de lo que hoy conocemos como la Biblia Hebrea (que corresponde al Antiguo Testamento cristiano). Y los más antiguos del mundo fueron, ciertamente, hallados entre los rollos del Mar Muerto.
Tengo entendido que se han dividido, a la hora de clasificarlos, en tres tipologías: bíblicos, apócrifos y sectarios.
Tenemos realmente lo que llamamos la literatura bíblica que, como dije, son manuscritos que testimonian la existencia de estos libros que ya eran sagrados en esos años. Por ejemplo, hay 30 copias del Libro del Deuteronomio, 37 copias del Libro de Salmos y 21 copias del Libro de Isaías. Como dije, en esos momentos todavía no son parte de la Biblia como un libro unificado, pero habrán de formar parte de ella.
Luego tenemos libros, algunos de los que ya teníamos constancia antes de este descubrimiento, que los conocemos como apócrifos o deuterocanónicos, que conocíamos por traducciones, y ahora esos libros los tenemos en sus lenguas originales. Por ejemplo, del Libro de Tobit, que conocíamos a partir del griego, ahora tenemos cuatro copias en arameo y una en hebreo, es decir, llegamos al trasfondo semítico de ese texto. Y tenemos en Qumrán muchos libros nuevos, que no conocíamos. Uno de los aportes de este yacimiento para la investigación es la riqueza literaria que pudimos recuperar, de la cual disfrutaba el pueblo de Israel en el mundo antiguo: tenemos materiales astronómicos, mágicos, calendarios… que no sabíamos realmente que los judíos escribían, leían y estudiaban.
Si hablamos de la clave de los hombres que están detrás de estos libros, tenemos que referirnos a la tercera categoría, los manuscritos sectarios, que son libros que, sea por su terminología, su teología o su sociología, claramente no formaban parte de todo el pueblo de Israel de esos años, sino de un movimiento o grupos que claramente tenían una orientación sectaria, grupos que se sentían en polémica con los grupos mayoritarios de esos años y, fundamentalmente, con el sacerdocio de Jerusalén y el Templo. Estos grupos desarrollaron prácticas, ideas y conceptos que les son particulares.
He leído que tienen mucha relación con los esenios…
Bueno, esto es un tema también muy discutido porque tenemos solamente tres fuentes del mundo antiguo de la época que hablan sobre los esenios: los escritos del filósofo judío Filón, que escribió en griego; los de Flavio Josefo, un historiador judío que también escribió en griego; y luego hay referencias en la Historia Naturalis de Plinio el viejo, el gran geógrafo y militar romano, que escribió en latín.
Tenemos una cuarta fuente que muchas veces no se menciona, que es Dión Crisóstomo, que era un retórico del siglo segundo de nuestra era, pero que no nos quedaron sus obras, sino que aparece mencionado en los escritos de Sinesio de Cirenaica, en el siglo cuarto, que también habla de los esenios.
Pero de los esenios no se habla en el Nuevo Testamento, no se habla en literatura apócrifa, ese término no parece, incluso, entre los rollos del Mar Muerto ni en la literatura rabínica. Por eso es llamativo que las fuentes antiguas no lo citen, a excepción de las fuentes mencionadas. Muchos de los investigadores, entre los que me cuento, creemos que el movimiento esenio tuvo algo que ver con la comunidad del Mar Muerto, pero encontrar un paradigma que nos permita explicar la relación entre ambos es complejo para un reportaje.
Al cotejar los textos de los manuscritos con las versiones posteriores de los textos bíblicos, ¿se registran muchas diferencias?
Nos encontramos de todo: hay manuscritos que reflejan lo que llamamos una versión proto-masorética, es decir, versiones que finalmente habrán de integrarse en lo que llamamos la versión tradicional o masorética del texto, que se conformó al final del primer milenio de nuestra era. Obviamente, todas las biblias contemporáneas, en última instancia, se derivan de esa versión, que es la que llamamos el textus receptus o texto tradicional o texto masorético. En Qumrán vemos que esa versión tenía raíces ya muy antiguas.
Pero también encontramos textos que presentan variantes textuales e, incluso, algunos que nosotros a veces los vemos como “textos aberrantes bíblicos” porque se alejan de la versión que nosotros tenemos. Pero no sabemos cómo los veían los antiguos, si lo que nosotros vemos como “aberrante” ello lo veían de forma similar, o como otra posibilidad el texto, de tal modo que podría haber un concepto más flexible de los escritos. Nosotros tenemos una perspectiva canónica de unos textos que se estabilizaron a comienzos del primer milenio de nuestra era. Pero en el mundo antiguo había una fluctuación de los textos y los judíos podrían considerar un mismo libro sagrado y estar leyendo distintas versiones.
Dentro de su labor como responsable del Santuario del Libro en el Museo de Israel en Jerusalén, además de ser curador de los manuscritos del Mar Muerto, también lo es del llamado Códice de Alepo. ¿Cuál es la importancia de este libro?
El Códice de Alepo es considerado el manuscrito bíblico medieval más preciso del mundo con la versión masorética o tradicional del texto. Pese a que se llama de Alepo, no nace en esa ciudad, sino en la tierra de Israel, en Tiberíades en el siglo X, y tiene “sólo” mil años.
Yo dirijo el Santuario de Libro, que forma parte del Museo de Israel que es de facto, no de iure, el Museo Nacional. Mi institución es, tal vez, la más representativa de dicho museo, porque es la primera galería que se inauguró, el 20 de abril de 1965, mientras que el museo abre sus puertas el 11 de mayo del mismo año. Obviamente, tenemos en exhibición el mayor tesoro nacional que tiene el pueblo judío en el mundo, que son los manuscritos.
Y por eso también, como parte de mi función, además de la académica y museológica, entra la de recibir a autoridades de estado: presidentes, primeros ministros, etc. En su momento, el entonces Príncipe de Asturias, actual Rey de España, en su vista oficial para celebrar el 25º aniversario de las relaciones diplomáticas entre España e Israel, vino precisamente al Santuario del Libro, como parte de ese protocolo de rendir honores a los tesoros nacionales. Soy el curador de los rollos y director del santuario desde noviembre de 1994.
¿Y cómo llega a dirigir esta institución desde su Buenos Aires natal?
Después de terminar la licenciatura de Antropología en la Universidad de Buenos Aires, emigro a Israel para continuar mis estudios de religiones comparadas en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Allí termino mi maestría y, finalmente, continúo mis estudios de doctorado, que termino en 1993, con una tesis sobre la estructura y significado del Libro de Judit, que es un libro de los apócrifos judíos que no se encuentra entre los rollos del Mar Muerto.
Desde la inauguración del santuario había habido un curador que se jubiló después de treinta años y buscaban a alguien para sustituirlo. Por esas cosas del destino, uno de los jueces de mi tesis doctoral me sugirió que presentara mi currículum. La verdad es que no estaba muy ilusionado y creía realmente que no era la persona apropiada, porque estudié arqueología, pero no soy arqueólogo; conocía los rollos pero nunca me especialicé en ese tema; y no tenía ninguna experiencia museológica. ¡En realidad no tenía ninguna virtud para poder ser aceptado! Y, finalmente, me aceptaron. Me presenté en julio y me llamaron en septiembre para decirme que me habían elegido.
¿Y qué valoraron?
(Se encoge de hombros). Lo único que sé es que realmente cambió el curso de mi vida: mi proyecto era ser profesor en la universidad de estudios judaicos más prestigiosa del mundo, la Hebrea de Jerusalén. Pero nunca pude imaginar que yo, como argentino, iba a ser responsable de un tesoro de este calibre, uno de los más importantes de la historia de la humanidad.
Desde entonces, mi proyecto profesional no es desarrollar lo que se esperaba de manera obvia –exhibiciones y conferencias- sino divulgar en círculos más amplios este tesoro, desarrollando nuevas estrategias que no existían hasta entonces.
Por ejemplo, el Santuario del Libro pasó de ser un museo a ser un complejo que, ciertamente, tiene museo, pero también un auditorio. Por primera vez produjimos una película dramática sobre la comunidad del Mar Muerto -que precisamente mostraré en el seminario de la ULL-, llamada The Human Sanctuary. También produjimos una película de dibujos animados sobre los rollos para familias y niños.
La idea es encontrar distintos lenguajes para distintos tipos de públicos. De esta manera, también desarrollamos programas formativos para alumnos de Secundaria, porque es muy importante educar a las nuevas generaciones en temas que, obviamente, son muy esotéricos, para que, en última instancia, ese público comprenda que ese tesoro nacional no es mío, sino de ellos también.
¿Va a hablar de eso en la conferencia pública que va a impartir en la ULL, “De los rollos del Mar Muerto a la nanobiblia”?
Esa fue la última exhibición que instalé con mucho éxito, la de la nanobiblia, la han visitado cerca de 300.000 personas, que no es poca cosa. Además, para ver algo de lo que casi no hay nada que ver, ya que es una miniaturización que hay que leer con un microscopio electrónico.
Los rollos son muy frágiles pero mostramos los originales. Una de mis obligaciones es procurar que las próximas generaciones puedan disfrutar de este tesoro. Pero están condenados a desaparecer simplemente por el hecho de que son materiales orgánicos. Podemos, en última instancia, lentificar el proceso de deterioro, pero no lo podemos evitar.
Por eso se han digitalizado.
Sí. En septiembre de 2011, utilizando una tecnología que Google produjo específicamente para nosotros, nos permitió mostrar cinco de los ocho manuscritos que tengo en mi colección con una calidad de 1.200 megapíxeles. Hoy, varias cátedras de todo el mundo estudian los rollos gracias a esta plataforma.
Tengo entendido que no todos los rollos están en Israel, que está disgregados por varios países.
No. La enorme cantidad de materiales, digamos que el 95%, está en Israel: en el Santuario del Libro tenemos ocho, que suena a poco frente al millar total, pero son los más completos. Y el resto lo custodia la Autoridad Arqueológica de Israel.
Unos 20 manuscritos están en posesión de Jordania a causa del conflicto árabe-israelí: cuando estalla la guerra del 67, Israel pasa a controlar el Museo Rockefeller de Jerusalén, que es donde se encontraban los manuscritos entonces, pero esos días había unos cuantos que, por distintas razones, estaban en Ammán. Y allí se han quedado hasta hoy.
Después hay algunas instituciones que tienen fragmentos de manuscritos. Por ejemplo, la Biblioteca Nacional de París tiene unos 300 fragmentos del tamaño de un cromo. Lo mismo sucede en Estados Unidos. Y sé de un coleccionista de Oslo, Martin Shoyen, que compró en el mercado de antigüedades restos. Así que los más importantes del mundo son los de mi colección.
¿Cuál es la perspectiva de la investigación para los próximos años?
La idea es recolocar los rollos en el gran contexto del judaísmo de la época grecorromana. Porque, por un lado, esto se ha transformado en un tema específico de especialización. Pero, además, los rollos permiten releer la tradición bíblica, la tradición neotestamentaria, Josefo, Filón de Alejandría, los padres de la Iglesia, la literatura rabínica… todo eso, a través de los ojos de estos documentos. Y, de hecho, nos permiten ver cosas que no veíamos o que no entendíamos correctamente.
¿Y este nuevo conocimiento no podría chocar con la práctica religiosa, que parte de una tradición establecida que estos textos podrían cambiar?
En su momento hubo un libro llamado “El escándalo de los rollos del Mar Muerto,” escrito por dos periodistas ingleses, que fue el equivalente a “El código Da Vinci” de esos años. Y argumentaba que la no publicación de los manuscritos era por los secretos que tenían, que podían sacudir al cristianismo y al judaísmo, que siempre es un tema que se prende en la prensa amarilla.
Yo diría que los rollos, realmente, nos obligan a cambiar paradigmas, eso sí. Pero no porque desdigan o puedan poner en jaque, por ejemplo, la fe en el Cristo como el salvador resucitado. Los rollos lo que hacen es permitir, por primera vez en la historia, contextualizar a Jesús en ámbito natural, que es la Palestina del siglo I. Lo que conocemos es a través del Evangelios y en ellos habla griego, cuando el Jesús histórico lo que hablaba es arameo y hebreo. Por primera vez tenemos textos de esos años escritos en esas lenguas de hace 2.000 años.
Por eso no es casualidad que grandes investigadores sean cristianos de distintas denominaciones y judíos. Por ello los rollos del Mar Muerto sirven para promover el diálogo interconfesional. Así, que, en ese punto creo que precisamente ha estado el acercamiento que hay entre en Roma y Jerusalén desde el Concilio Vaticano II es el profundo interés de que cristianos y judíos en los rollos… porque son de una época en la que no había ni cristianos ni judíos: lo que hay son esenios, fariseos, samaritanos, jasideos… pero ni judíos rabínicos ni cristianos. Y ahí está, realmente, la fascinación que tienen los rollos para el mundo occidental.
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