Escuchar de primera mano testimonios y análisis de los actores implicados en el proceso de paz de Colombia ha sido uno de los retos planteados en las Jornadas de Cultura de Paz y Reconciliación que están teniendo lugar en el Aula Tomás y Valiente de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna, dentro del Campus América. En este afán las sesiones, que han sido coordinadas por Ángela Sierra, han podido contar con el inestimable testimonio de Carlos Antonio Lozada, miembro de las FARC y representante de su estado mayor en las Conferencias de La Habana, quien participó a través de vídeo debido a la imposibilidad de viajar a Canarias por cuestiones legales referidas a su identidad tras el conflicto armado.
Lozada, guerrillero en activo durante más de 35 años, aseguró que haber llegado a La Habana, a este entendimiento, tras 53 años de guerra, ha sido un éxito y una victoria “del pueblo colombiano”, y planteó la dificultad inmensa de la asunción de la paz porque, dijo, “hay que poner en marcha la reconstrucción de un nuevo relato de la historia en el que aparezca no solo un punto de vista, no solo una verdad”.
A continuación de Lozada tomó la palabra la catedrática de la Universidad Distrital de Bogotá, Marieta Quintero, que también ha participado en las reuniones de La Habana como representante académica de la sociedad. Para Quintero, la arquitectura de esa gramática que se necesita para afrontar la asunción del nuevo estado pacífico en Colombia pasa por cuatro ejes fundamentales que todos los actores deben asimilar: “Ser capaces de nombrar el mal, manejar recursos para indagar sobre lo que pasó durante estos casi sesenta años de conflicto, superar las políticas del miedo y el odio, y asimilar la paz con rostros”.
La catedrática, al igual que había dicho Lozada, denunció que durante estos años la demonización de la guerra mostró a la ciudadanía solo una versión, la oficial, la mayoría de las veces “argumentada desde el miedo, habilitando incluso al estado para la violencia”, pero también forzada a la “indiferencia del resto de los ciudadanos” o al “hermetismo de las FARC”.
Durante todos los intentos, indicó, “se conocieron los consensos pero nunca los disensos, y en muchas ocasiones se abrió un camino de la tergiversación de lo acordado”, lo cual dificultaba más las posibles soluciones.
Por ello, la especialista achacó las causas de esta guerra civil “a las desigualdades y la exclusión social, a la ausencia del estado en las regiones periféricas, la búsqueda inmoral y continua del poder de determinadas minorías, la compleja estructura del desprecio y la humillación (por razones de clase, etnia o género), la gran indiferencia propiciada por los más de 50 años de conflicto, la desinformación y tergiversación de toda la información circulante, y las grietas producidas contra los niños y las mujeres mientras duró”.
Una vez habiendo identificado aquellas causas propuso que los retos que se evocan a partir de ahora pasen por “combatir esa indiferencia manifiesta de la ciudadanía, normalizar y entender las diferentes perspectivas de género, renombrar los territorios, motivar la participación democrática, incluso normalizando la participación de las FARC como partido político, mejorar la convivencia en las zonas veredales (zona reservada para la población en conflicto) y aumentar los programas de inserción y educación en esta especie de reservas”.
En este sentido, consideró un hecho importantísimo el de la “disidencia producida en aquellos individuos insertados en la sociedad y que regresan a una situación de ilegalidad amparada en grupos no controlados o cercanos al narcotráfico”.
Por último, Quintero indicó, como ya se había hecho en otras ponencias de este ciclo, que es fundamental dar un espacio para el disenso porque es necesario en la construcción de la verdadera democracia, y sobre todo, la catedrática hizo un llamamiento necesario a “dejar atrás la sed de venganza”.