Francisco Álvarez estudió y se doctoró en Filosofía en la Universidad de La Laguna en los años 70 y, a partir de 1985, se trasladó a la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en donde es ahora catedrático. La Cátedra Cultural Javier Muguerza de la ULL lo invitó el mes de octubre a impartir una conferencia, como hace habitualmente entre reconocidos filósofos del panorama nacional. Álvarez disertó sobre su ámbito de especialización, la filosofía de la ciencia, con especial atención a los desafíos que supone la nueva era digital de las redes sociales y la interconexión ubicua.
¿Nos puede adelantar su conferencia, “Las nuevas capacidades y desigualdades de la sociedad red”?
Lo que voy a tratar de mostrar, que ya es muy conocido, es que la transformación digital de la sociedad propicia, por un lado, unas nuevas capacidades para la acción, relación e interacción humanas, pero al mismo tiempo, genera nuevas desigualdades inesperadas: dificultades de acceso, dificultades del trato funcional con las aplicaciones… Requiere, por tanto, una acción positiva por parte de los poderes públicos para generar bienes públicos y facilitar a la ciudadanía en esta época una formación funcional digital de competencia suficiente.
La acción de los poderes públicos y de los ciudadanos es más urgente en esta época en la que ya no solamente se trata de la transformación digital, sino de la expansión de la inteligencia artificial y de los grandes datos.
Vivimos una encrucijada en la que, dependiendo mucho de la actuación de los seres humanos, se irá a un lado u otro: puede conducirnos a una especie de neo-feudalismo, una situación de los “señores del aire”, como los llama Javier Echeverría, en la que las grandes corporaciones se conviertan en nuestros señores. O está la posibilidad de una democracia 2.0, una expansión de la acción democrática mediante la participación y la acción colectiva, la generación de procesos de inteligencia cooperativa y colectiva, una nueva forma de comprender a las masas interrelacionada de individuos. Voy a plantear la necesidad de actuar, de ser proactivos para no dejar una especie de inevitabilidad del desarrollo tecnológico.
Lo que usted plantea parece que ya está sucediendo: la influencia que las grandes empresas tienen sobre los poderes públicos mediante ‘lobbies’. Da la impresión de que vamos hacia ese feudalismo.
Una cosa es la tradicional influencia de los poderes económicos sobre el poder político, que no estamos descubriendo nada nuevo y siempre la ha habido. Pero lo que planteo es otra cuestión, que es la autonomización de esas grandes corporaciones, no tanto como para influir sobre los poderes públicos para que hagan determinadas políticas, como para realizar ellas mimas las grandes orientaciones de los procesos sociales. Hay cierta irrelevancia del estado-nación y de las agrupaciones regionales con respecto a lo que son las grandes dimensiones de la transformación social. Lo gobiernos y los estados-nación se convierten en subalternos de Google, de Facebook, de las grandes corporaciones.
Los estados están intentando defenderse, quizás con poca claridad intelectual y política, esforzándose en que paguen más impuestos, que no residan en Irlanda y medidas de ese tipo. Pero no están actuando para ver qué cuestiones se pueden ofrecer a la ciudadanía: una nueva etapa para los servicios públicos o para el gobierno electrónico, que ahora no deja de ser una gestión electrónica de la burocracia, en lugar de plantear servicios más amplios a los ciudadanos.
El problema no es tanto el de hacer digital lo que hacemos analógico: si se puede votar en papel, pues se vota en papel, y si se puede votar mejor electrónicamente, pues se vota electrónicamente. El problema es, creo yo, que hay nuevas capacidades y posibilidades de interacción entre los ciudadanos que están facilitadas por los medios electrónicos y que, normalmente, desde los poderes públicos no se ofrecen. Sólo permiten una manera de gestionar la burocracia: pedir la cita para la Seguridad Social. Pero el problema real sería discutir la política sanitaria.
Empieza a haber movimientos resistentes contra este tipo de cosas, como el ‘hacktivismo’ o grupos como Anonymous. Pero es un punto paradójico, porque necesitan utilizar los mismos medios tecnológicos que están combatiendo.
Es que yo creo que no es exactamente resistencia contra eso. Son desarrollos de acción política con los nuevos medios. Anonymous muestra, justamente, que hay nuevas capacidades de acción y por eso existen esos nuevos fenómenos. No son tan resistencia, no es una alianza del ‘hacktivismo’ contra la tecnofobia o algo así, son personas que utilizan la tecnología para dar pasos en cierta dirección y, en principio, fortalecer la acción pública.
El título alude a la “sociedad red”. ¿Puede explicar el concepto?
Es una manera de indicar que estamos en una sociedad híbrida, en la que no existe claramente la diferencia que podíamos plantear hace unos años entre lo real y lo virtual, lo físico y lo digital. Sobre todo, se caracteriza por la expansión de las redes sociales, de Internet y de los dispositivos móviles. Todo eso produce una sociedad entretejida en la que múltiples conexiones débiles entre los individuos producen una estructura compleja, sólida, que supera las formas tradicionales de sociabilidad en las que teníamos unas estructuras siempre más rígidas y cercanas, una serie de conexiones fuertes con las familias, los amigos, los vecinos.
No tiene mucho sentido utilizar la palabra amigo para las relaciones de Facebook, pero sí que es algo muy importante: las conexiones que tienes en esa red social pueden producir efectos muy importantes en la sociabilidad de las personas, para aspectos positivos y negativos. Precisamente eso es una muestra de su potencia. Desde las nuevas formas de bullying a los niños hasta las formas de encontrar pareja. Todos son fenómenos nuevos.
Es una sociedad en la que vamos dejando nuestros datos, que no se sabe muy bien quién controla, si los poderes públicos o las empresas.
Sí, en la disponibilidad de los datos personales hay que tener una posición muy activa. Yo creo que hay que ir bastante más allá de las viejas normativas de los estados nación y la Unión Europea. Además de mantener esas normativas, hay que plantear nuevos elementos tecnológicos que ayuden a los ciudadanos a conocer cuáles son los datos de los que se dispone y qué se puede hacer con ellos. Hay versiones muy diferentes al respecto: por ejemplo, hay gente que propone que cada uno comercialice sus propios datos.
Pero, en todo caso, el desarrollo de lo que se llama la tecnología apoyándose en grandes datos (Big Data) es un proceso imparable y, por tanto, es importante que desde la ciudadanía se planteen derechos. Y, además, derechos de manera ilustrada, sabiendo de qué herramientas se dispone, utilizando también el proceso de inteligencia artificial y algoritmos para el apoyo a los ciudadanos. Hay algunas fundaciones que están haciendo alguna cosa de ese tipo, educando a la gente y mostrándoles cómo pueden actuar y decidir si quieren o no dar sus datos.
Y es un ejemplo más de lo que parece ocurrir siempre, que el progreso técnico suele ir un par de pasos por delante del progreso político e, incluso, ético de la sociedad.
Yo no tengo eso muy claro. Creo que siempre las prácticas sociales tienen formas indirectas de influir en el conjunto. Hay mucho por hacer, pero no significa que éticamente estemos con retraso con respecto a la tecnología.
Hay que seguir perfeccionando las herramientas para la reflexión ética sobre los seres humanos, pero tienen una larga tradición en la historia de la humanidad. Hay muchas cosas de Kant o de Aristóteles que son muy útiles para la reflexión de hoy. Por ejemplo, la idea de Kant del individuo ilustrado y de que no marquen otros lo que tú quieres hacer es una cosa muy actual. Deberíamos pensar cómo tender a ser sujetos ilustrados en la era de la sociedad red.
Hay gente que dicen que va a ser la tecnología la que nos marca, nos determina y es inevitable que se desarrolle por determinada senda. Y algunos pensamos que no, que el desarrollo tecnológico está cargado de valores, de orientaciones, de decisiones, y somos los ciudadanos los que debemos plantearnos que debemos intervenir en ese proceso. Es decir: no después, sino en el proceso mismo del diseño tecnológico.
Por ejemplo, está avanzando muchísimo la robótica para el cuidado de personas mayores. Ahí hay que analizar mucho la situación porque se están reproduciendo los estereotipos tradicionales de género, con sus sesgos propios, y se está encargando que los robots tengan forma femenina. Tenemos que reflexionar sobre eso. El desarrollo de la robótica va a plantear desafíos muy importantes.
Es evidente que debemos pensar sobre esa situación, pero disponemos de una larga tradición que nos permitirá hacerlo. Somos seres argumentativos, seres que, más que racionales, hemos adquirido la característica que llamamos “razonar” a base de debatir, deliberar y confrontar nuestras razones con las de los otros. Quizás eso es lo que tendríamos que segur defendiendo: que esa sociedad red sea una sociedad en la que se continúe argumentando, deliberando, discutiendo, haciendo distintas propuestas. En suma, desarrollando la pluralidad.
Porque uno de los elementos más complejos de la sociedad red es su fuerte tendencia a la uniformidad. Hay que defender la diversidad, la diferencia, la pluralidad, porque eso enriquece al conjunto de la sociedad. Si es importante la biodiversidad -y todo el mundo más o menos coincide en que lo es-, pues habría que insistir en que es también muy importante la sociodiversidad.
Mencionó el término racionalidad, sobre el cual tiene usted muchos trabajos. Uno de ellos con un título muy provocativo en el que se pregunta si es inteligente ser racional. ¿Lo es?
Eso es un artículo de hace 25 años, pero ahí planteaba que, en algunas formas de definición de la racionalidad, no sería inteligente sostener esa posición. Por ejemplo, si uno cree que por racional se entiende que disponemos de todo el tiempo, de toda la capacidad de cómputo y de toda la memoria disponible, pues no, porque así no somos los seres humanos, lo serán, si acaso, los dioses del Olimpo. Nosotros somos seres acotados con una capacidad limitada en el tiempo, no podemos trabajar pensando que vamos a optimizar algunas variables, sino más bien que tenemos que satisfacer algunos criterios.
Es una idea que defendía en su momento Herbert Simon, un Premio Nobel de Economía de hace muchos años, y yo la he utilizado para indicar que somos seres que disponemos, en todo caso, de una racionalidad acotada pero que es muy eficiente. Esta racionalidad acotada no es que sea una de nuestras limitaciones: es como somos. Y no es que sea una racionalidad limitada, es que la otra, la que se diseñaba en algunos campos de la filosofía tradicional y del pensamiento de la economía, no se correspondía con la de los seres humanos. Y, de hecho, después se han desarrollado corrientes de la economía y de convergencia con la psicología que han trabajado mucho en esa línea, incluso hay tendencias dentro de este campo conflictivas unas con otras.
Así, hay un ámbito que se llama la “economía conductual” que, de hecho, este año le han dado el Premio Nobel a uno de sus defensores, Richard Thaler. Otros autores discuten esa orientación, sobre todo en Alemania, y plantean la necesidad de una alfabetización activa ante el riesgo digital. Según ellos, hay que avanzar en los procesos de alfabetización funcional digital de la ciudadanía, más que rediseñarles el espacio de decisión, que es lo que defiende la economía conductual. En todo caso, ambos trabajan desde el ámbito de la racionalidad acotada.
Es algo que se ha potenciado en los últimos veinticinco años: comprender que los modelos humanos con los que trabajaba la teoría económica no correspondían a la realidad. Siempre hay que trabajar con modelos, pero deben acercarse más a cómo los seres humanos toman las decisiones.
Que no siempre son racionales…
Bueno, si por racionalidad entendemos lo que dice la tradición de la economía estándar, que es trabajar tratando de optimizar tus propias preferencias y siendo un elector egoísta, entonces no. Pero hay otras formas de entender la racionalidad, hay más elementos que influyen y, quizás por eso, es un término que a lo mejor no cubre todo lo que uno quiere expresar y por eso también quise utilizar el concepto de “ser inteligentes”. Porque en las decisiones se tienen en cuenta una serie de variables que tratan de satisfacer algunos criterios y tienen en cuenta las emociones, el contexto y otros factores.
Para terminar, y cambiando de asunto, ¿nos puede hablar de su relación con Javier Muguerza?
Fue profesor nuestro –digo nuestro porque está aquí también Pablo Ródenas (fundador de la cátedra Javier Muguerza de la ULL)- en los años 70 en la Universidad de La Laguna. Yo seguí trabajando con él, dirigió mi tesis doctoral en 1984, y en el 85 me trasladé a trabajar con él y con otro profesor, Luis Vega, a la UNED, donde llevo casi 35 años.
He tenido el honor de coordinar dos libros homenaje a Javier: uno cuando cumplió 70 años, llamado “Disenso e incertidumbre”, y otro cuando cumplió 80, “Diálogos con Javier Muguerza”, en donde escriben 47 personas y son unas 800 páginas. Es un libro que está disponible en abierto en la web del CSIC.
Entre los dos libros hay un panorama amplio de lo que ha sido su enorme influencia en la filosofía iberoamericana. Su presencia en Canarias en los años 70, en plena Dictadura y sin poder viajar por no tener pasaporte, sin duda le permitió avanzar en su relación iberoamericana, que ya tenía y que fue importante para establecer los puentes con lo que fue el exilio español en América.
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