Antonio Tejera Gaspar siempre quiso ser maestro, y ayudaba de hecho a sus compañeros de la escuela, en la localidad sureña de Arico. Hoy, con seis sexenios de investigación, el catedrático de Arqueología, recientemente jubilado, recibe de manos de su institución la Medalla de Oro por sus valiosas contribuciones al estudio de los aborígenes canarios. Le avalan más de 200 publicaciones, la dirección de numerosas tesis doctorales y, sobre todo, el inmenso cariño mostrado por todos sus compañeros de profesión.
Las investigaciones sobre los antiguos canarios han avanzado mucho en los últimos 50 años. ¿Dónde se sitúa hoy el interés de la arqueología acerca de nuestros aborígenes?
Hay ahora mismo dos aspectos fundamentales. El primero, que todavía está sin resolver adecuadamente, es el que tiene que ver con todo lo relativo al momento en que se produce el poblamiento de las Islas Canarias, puesto que se trata de un asunto muy discutido, y también el poder precisar cuáles son las áreas del norte de África de donde proceden las distintas tribus que ocuparon las islas.
El segundo aspecto se centra en la aplicación de técnicas científicas de todo tipo (físicas, químicas, biológicas, etc.) que han permitido avanzar enormemente en cuestiones prácticamente inéditas hasta este momento. Se trata de lo relacionado con la alimentación, los modelos de trabajo, la deducción de información a través de restos óseos… Es cierto que en los últimos 50 años, desde la época de don Diego Cucoy- que para mí es el punto de referencia que marca ese cambio- hasta este momento, se ha dado un salto cualitativo muy importante. Hoy tenemos seguridades, pero también, como en otros ámbitos del conocimiento, muchas dudas y caminos por los que avanzar.
Volviendo a ese primer aspecto, el origen geográfico y la procedencia de los antiguos canarios, ¿en qué momento estamos?, ¿qué se conoce seguro y sobre qué no hay tanta certeza?
Ya no tenemos ninguna duda de que de los tres grandes países del Magreb, Marruecos, Argelia y Túnez, vinieron las poblaciones de las islas. Y dentro de esos territorios, toda la Tunicia y la parte de la zona oriental de Argelia, que estuvo fuertemente ocupado en la época romana, es un territorio fundamental para ello. Las investigaciones que se están haciendo en la escritura líbico bereber, que es un documento excepcional para avanzar en esa dirección, demuestran en efecto que las escrituras de líbico bereberes de las islas tienden hacia esa zona. La analítica genética que se ha realizado avala esta tesis, así como otros aspectos relacionados con el habla.
Lo que resulta difícil precisar dentro de ese mundo complejo es qué tribu fue la afectada, dado que es un mundo muy variado que ni siquiera conocieron bien los romanos, así que cuánto menos nosotros. De hecho, si trasladáramos ese mundo a la conquista castellana de América, pasaría algo similar, puesto que precisar con exactitud de qué territorios son exactamente las gentes que van ocupando en el mundo americano no es tampoco sencillo. No es un mundo homogéneo el que se traslada desde finales del XV y comienzos del XVI, no es la España de ahora.
Lo que usted está contando es un cambio de paradigma. Es una nueva reestructuración de su quehacer como investigador y también de todo el ámbito científico.
El cambio de paradigma alrededor de 1950 es, ciertamente, radical. Primero porque se hablaba no solo de vinculación con el mundo egipcio, sino también se hacía referencia a culturas neolíticas, poblamientos muy antiguos, que si procedían de la Península…De eso a tener hoy todas estas certezas sobre el origen bereber ha supuesto un cambio enorme. Lo más significativo es que en este espacio de tiempo relativamente corto se haya precisado una serie de hechos fundamentales y que, además, todos los investigadores que nos dedicamos a esto estamos en la misma dirección.
En pleno auge del siglo XVIII, y también del XIX, en los que el coleccionismo era un valor en alza, muchas de nuestras momias salieron fuera de las islas. ¿Podemos tener una idea hoy, en 2018, de cuánto de ese patrimonio está esparcido por el mundo?
En el conjunto del patrimonio arqueológico no podría precisarlo, pero en lo que se refiere a las momias, que es sin duda la estrella del coleccionismo, el porcentaje de lo que está fuera es altísimo. Desde que se produce la Conquista, desde el XVI y hasta finales del XIX, el expolio ha sido tremendo. La proporción de esos objetos es enorme. Unas acabaron en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y aunque deterioradas, los restos han vuelto a las islas; otras fueron a Londres, a Argentina…Me atrevería a decir que estamos hablando de que un 90% del patrimonio momificado ha desaparecido; en algunos casos se dispersó y en otros se desconoce su paradero.
Hay una anécdota recogida en un libro de viajeros de Alfredo Herrera Piqué, de un señor al que le habían regalado una momia, la llevaba en su camarote y como hacía mucho calor y la momia estaba desprendiendo un olor terrible, el señor la tiró al agua. Era sin duda el gran objeto de regalo.
Ahora con el uso de las tecnologías parte de ese patrimonio se podría recuperar.
Cuando el profesor Manuel Fariña y yo estudiamos la momia del Museo de La Plata, en Argentina, nos enteramos allí mismo que las momias de Araya de Candelaria se encontraban en Necochea, en el sur de Argentina. Presentamos un proyecto europeo para estudiar no solo dónde estaba el patrimonio momificado, sino en general, porque existen restos arqueológicos canarios hasta en la Universidad de Harvard, por ejemplo. Fue bien valorado pero al final no lo aprobaron.
Creo que el Gobierno de Canarias debería tener un plan para obtener información precisa de dónde está todo ese patrimonio y tenerlo perfectamente documentado. Hasta donde yo sé eso no se ha hecho todavía. Hay material arqueológico de las islas en Madrid, en Huelva…Es una asignatura pendiente.
Se ha ido creando una especie de leyenda en torno a la identidad de los canarios, en una suerte de mito, de realidad y también mezclado con el discurso político. ¿Qué peso tiene en esta construcción social la arqueología y la ciencia en general?
Hay una tradición identitaria en las islas, que ha estado al margen de cualquier intervención política y del discurso externo, ya que forma parte de algo personal de la sociedad canaria. Quiero decir que los canarios se sienten muy bien definidos respecto de los otros, porque hablamos de otra manera, con un léxico muy peculiar debido a la fortísima influencia portuguesa, y también nos hemos comportado de otra manera.
En el segundo aspecto, en lo relativo a la construcción fuera de esa identidad, ha tenido mucha influencia el estudio y el conocimiento del mundo de los antiguos canarios. A lo largo de todo el XIX la arqueología contribuyó muchísimo a la conformación de esa identidad. El famoso cónsul francés que se hace tinerfeño por tantos años que vivió aquí, Sabino Berthelot, contribuye en la conformación de esa identidad aportando información muy valiosa, al poner en relación a Canarias con los investigadores franceses que también estudiaban poblaciones bereberes.
De toda su vasta producción científica, ¿qué es lo que más le enorgullece?
Hay una sola cosa de las que he hecho que creo que merece realmente la pena, solo una: el libro ‘La religión de los guanches. Mitos y leyendas’, de mediados de los años ochenta; es del que me siento más orgulloso. Del resto, me da igual que todo desaparezca y que el viento se lo lleve. Pero ese libro sí, porque marca una época en mi proceso de investigación puesto que cambia el paradigma y el concepto de una realidad completamente distinta.
Las poblaciones antiguas de Canarias son mucho más ricas e interesantes de lo que se cree, su conocimiento tiene un interés más amplio que la mera idea genérica de una pobre cultura. El hecho de que una comunidad tenga una concepción del mundo que le rodea, esa visión cosmogónica, es muy relevante. Este libro marcó un antes y un después para el conocimiento de un mundo arqueológico prácticamente inédito, a excepción de algunas cosas de Gran Canaria que ya se conocían. Esta publicación ha contribuido a que algunos aspectos materiales se hayan reinterpretado a la luz de estos descubrimientos.
¿No cree usted entonces que tenemos una visión estigmatizada de esta cultura prehispánica, como de poco enriquecedora y austera?
Las categorías de lo pobre y lo rico es una cuestión discutible y siempre se hacen desde una visión etnocentrista, es decir, de cómo desde otra cultura se establece lo que es superior y lo que es inferior. ¿Con qué categorías mentales calificamos un ámbito cultural u otro? Que una sociedad tenga sus mitos de explicación de la realidad en la que vive es de una riqueza extraordinaria, aunque solo se pueda alimentar de las pocas cosas que tenga a su alrededor.
Quiero decir que si una sociedad es más abundante o menos abundante lo es en función de lo que tenga alrededor. Por eso lo de la riqueza de nuestra cultura es una cuestión enormemente discutible. La cultura de la isla de Gran Canaria es de un nivel de riqueza extraordinaria, pero siempre hasta donde es posible llegar en una isla donde los medios que tienen para desarrollarse tienen un límite. Y lo mismo sucede, si establecemos una comparación, con las islas que conoce Colón a partir de 1492. Tienen también un límite en su desarrollo porque tampoco existen más posibilidades.
En Gran Canaria no había mineral, y por tanto no puede decirse críticamente que no utilizaban metal, lo cual es lógico porque no había de dónde sacarlo. También se dice que no escribían, y no es cierto. ¿Utilizaban la escritura como lo hacemos nosotros ahora? No, porque el uso de la escritura, como sucedía también en el mundo griego, no era una cosa generalizada, frente a lo que uno cree. De hecho sustituyen la escritura como medio de comunicación por la oralidad, como un principio fundamental de la preservación de su cultura y de la transmisión de su conocimiento. Por tanto, en el contexto en el que se desarrollan estas poblaciones y también en el contexto africano son culturas bastante desarrolladas en su hábitat y en su medio.
De toda esa cultura prehispánica, ¿cuál sería su hito favorito?
Aunque pueda parecer sorprendente, los hitos que más me llaman la atención no son los puramente arqueológicos, sino los hitos naturales donde está la arqueología. Por ejemplo, la Fortaleza de Chipude es un hecho natural extraordinario y hay allí unos restos arqueológicos muy interesantes; todo el conjunto de Las Cañadas es un hecho arqueológico de primera magnitud, quizá no lo suficientemente conocido; la montaña de Tindaya es un hito geográfico muy singular, hermosísimo, donde casualmente hay allí más de doscientas figuras de pies humanos que están inscritas. Tengo la sensación de que del mismo modo que para las distintas poblaciones canarias los lugares singulares de la naturaleza fueron para ellos sitios espectaculares, que luego se asociaron con la arqueología, para mí también lo son.
Dicho todo eso, si tuviera que elegir un hecho solo arqueológico me quedaría con una momia –me da igual que sea de Tenerife o de Gran Canaria-, con los grabados rupestres de La Zarza, en la isla de La Palma, y con las Cuevas de Santa María de Guía, en Gran Canaria. Son los tres elementos que desde el punto de vista arqueológico más me atraen.
¿Qué sensación le ha quedado al recibir la Medalla de Oro de la Universidad de La Laguna?
Buufff, todo esto que se ha ido produciendo desde 2011, con el Premio Canarias hasta ahora, me parece todo un zarandeo para el que yo no estaba preparado. A uno lo criaron en un mundo mucho más simple, sin ningún tipo de pretensiones. Por eso me sorprendió enormemente el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el año pasado, pero esto de la Medalla de Oro de mi propia institución me ha impactado muchísimo, porque supone el reconocimiento de mi gente, de mis compañeros, y eso tiene un enorme valor. Yo, que repetí tercero y cuarto de Bachillerato, y que me costó muchísimo sacar las matemáticas, ahora observo la trayectoria vital que he tenido y reconozco que me ha superado. ¿Cómo me iba a imaginar yo este zarandeo?
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