¿Hay alguna forma de medir el talento? Si es así, ¿prima el éxito de ventas o el de crítica? Y lo más difícil, ¿cómo se valora el arte? El alemán Erwin Panofsky intentó contestar estas preguntas creando un método de aproximación en tres fases. Analizaba primero los aspectos formales, después los símbolos y finalmente el contexto de la obra de arte en sí. Sencillo en la teoría pero complicado en la práctica, sobre todo cuando entran en juego las vivencias, las sensaciones, las emociones, esas que a Gabriela, Noelia, Linh y Daniel les sirven para dar rienda suelta a su inventiva, la base sobre la que edificarán sus propios universos creativos.
En la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, donde presentaron, ‒y magníficamente‒, sus Trabajos de Fin de Grado (TFG), les dieron las pautas y las herramientas para hacerlo (crear) durante cuatro años. Y cada uno, a su manera, lo hizo. Planificaron, trabajaron los conceptos y concibieron sus obras de arte con la ayuda de sus tutores de TFG. Los resultados: una recopilación artística a caballo entre lo cotidiano y lo conceptual, una novela ilustrada con mucha carga emotiva, acuarela y Rotring, un poemario sentido con corto incluido y una serie ilustrativa sobre el ocultismo y el poder de los sueños. Llámense trabajos o declaraciones de intenciones, lo cierto es que solo ellos cuatro consiguieron colgarse el merecido 10 frente al resto de sus compañeros.
Lo que tiene el arte, sin duda, es que puede nacer en cualquier parte y de cualquier forma. Tanto de lo bello como de lo banal, absurdo, cotidiano, e incluso de lo simple e insulso. Y algo así debió pensar un joven artista de Nebraska criado en Oklahoma City cuando comenzó a fotografiar las gasolineras desvencijadas, en medio del desierto, del polvo, y casi de la nada, situadas a lo largo de la mítica y deseada Ruta 66. Una idea tonta de la que nació Twenty six gasoline stations, probablemente el primer libro de artista contemporáneo: fotografías en blanco y negro, tapas finas, ausencia de texto y hasta de intenciones. Su autor, Edward Ruscha. Su obra, un referente para Khanh Linh Le Vu, igual que Pomelo, de Yoko Ono, igual que «House», de Rachel Whiteread. Tampoco es que sean obras que admire en exceso, pero le parecen interesantes, la hacen pensar, reflexionar y analizar el lenguaje que utilizan.
Linh, que prefiere centrarse en la obra y no en el artista, hace una excepción con colectivos como la Bauhaus o Fluxus, movimientos artísticos en los que los artistas se ensucian las manos y “trabajan por construir algo juntos”. Buscan la creación de paralelismos entre el arte y la vida. Es crear con verdadero entusiasmo, el mismo que ella pone cuando aclara qué es lo que quiere hacer a partir de ahora: “Ahora no voy a estudiar ningún máster. Quiero producir por mi cuenta y presentar mis propuestas a proyectos de residencia artística para ganar experiencia y averiguar cuál es el máster que necesito”.
Lo tiene claro ahora y en un futuro cercano también: “La mitad del tiempo quiero dedicarlo a la producción y la otra mitad a apoyar la gestión artística en Vietnam y el Sudeste Asiático”, porque su sueño es colaborar en el desarrollo de las actividades artísticas de su país, Vietnam, al que se va cada verano para reencontrarse con sus raíces y donde la gente “quiere tener sus propios relatos sin tener que competir con nadie”.
Aquí, en Tenerife, y hace muy poco en su facultad, la de Bellas Artes, Linh presentó su TFG. Una recopilación de obras que ha ido creando a lo largo de la carrera y que, a pesar de ser distintas, se asoman a la cotidianeidad de una manera poética y un poco espartana, como «Doce paraguas» y «After Morandi», construcciones de imágenes puras, simples y desprovistas de todo artificio. Su segunda línea de trabajo se mete de lleno en lo conceptual y abraza la publicidad y el mundo digital. Al fin y al cabo, quería hacer Diseño pero la nota la derivó a Bellas Artes y a las clases de Cultura Visual y Creación Artística Contemporánea impartidas por Ramón Salas. Fue entonces cuando supo que esto era lo suyo.
Anne y Nico
Gabriela Lanfranconi Peña, fotografiada en la Facultad de Bellas Artes.
Anne es una adolescente de 14 años, delgaducha y de cabello castaño que está sola. Abandonada por su padre tras la muerte de su madre, vive una vida llena de desesperanza y tristeza. Sumada en constantes episodios depresivos, su silueta está envuelta en borrones de acuarela azules, negros y violetas. Nico es adulto, alto y delgado. Inseguro. Emborronado en rojos, padece distimia desde siempre, desde que en el cole le hacían ‘mobbing’ sus compañeros.
Ambos son los personajes de El día que te conocí, una novela ilustrada que pretende ser una llamada de atención sobre la depresión y remover conciencias adolescentes ante la considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la tercera enfermedad joven del siglo XXI. Su autora, Gabriela Lanfranconi Peña, trazó sus personajes en rotulador Rotring y acuarela y los acompañó de párrafos de texto narrados en primera persona: “Los protagonistas cuentan dos historias diferentes aunque la depresión sea el nexo común; mientras uno comienza a recuperarse (Nico) y a tener esperanza, el otro acaba en la más absoluta depresión (Anne) y se quita la vida”.
A medida que esto ocurre los personajes se desdibujan o se engrandecen, se tornan más o menos oscuros, de ahí la importancia de los colores utilizados, que van de los tonos fríos como los azules, a los cálidos como los rojos naranjas y rosas. Se trata de un proceso creativo muy técnico. Gabriela investigó mucho para desarrollar su trabajo de TFG. Hizo un estudio para identificar las gamas cromáticas y así poder representar cómo se sentía cada uno de ellos, porque en el libro no se les pone nombres para que el lector se identifique con ambos. Tampoco se menciona la enfermedad, solo se habla de un estado de ánimo, suficiente para su autora: “Personas cercanas a mí han pasado por una depresión, por eso quería dar visibilidad a esta enfermedad, naturalizarla y conseguir que se hable de ella con normalidad”.
Tras su aventura del TFG, en la que estuvo acompañada por su tutor, Mauricio Pérez Jiménez, profesor de Bellas Artes de la ULL, quien la ayudó “muchísimo” a conseguir un “resultado profesional”, Gabriela quiere comenzar otras: hacer el máster del profesorado, seguir vinculada a un grupo de trabajo de la ULL con el que colabora y dedicarse a la investigación. Todo ello sin perder de vista su pasión, la ilustración, y a sus referentes: Ana Oncina, con su empanadilla y croquetas o los cómics de Casandra Calin, la ilustradora que arrasa en Instagram, entre muchos más.
El efecto Labanda
Jordi Labanda no es el referente de Daniel Hernández Estupiñán. Él por quien siente verdadera devoción es por el canario Jorge Pérez, dueño de un estilo muy propio y original y al que admira por “su gran habilidad creativa y el dominio técnico” que despliega en todas sus ilustraciones, “obras figurativas muy completas”. Pero no se puede negar que quizá no tendría en mente dedicarse a la ilustración si no fuera porque los trazos nítidos, glamurosos y sesenteros de Labanda lograron hace ya casi 20 años que la ilustración en España dejara de estar relegada a las viñetas de los cómics para mostrarse en todo su esplendor y conseguir perpetuar un reinado tan brillante y prolífico como el que vive en estos momentos.
Por algo, son muchos los que quieren ser ilustradores. Daniel también: “Mi vocación es ser un gran ilustrador, poder plasmar conceptos, fantasías y pensamientos a través del dibujo”. Y así lo hizo en su TFG «Tarot de los sueños». Escogió ese tema porque le permitió crear de una “manera libre” su colección de naipes, formada por 22 arcanos mayores reinterpretados a su estilo, ‒y muy brillantemente‒, que se completan con el Tarot de Marsella. Junto a ellos, un baúl a modo de contenedor. El resultado final son 22 ilustraciones plasmadas en DIN A4, “un reto, un viaje al mundo del inconsciente” que dedica a su madre y a su tutora, María Luisa Bajo Segura, catedrática de Dibujo del Departamento de Bellas Artes de la ULL, con la que ha sido “todo un orgullo” trabajar.
«Tarot de los sueños» es una serie de “ilustraciones interconectadas entre sí, con un recorrido visual donde el dibujo toma su propio lenguaje”. Para inspirarse, Daniel bebió de las fuentes de artistas como Kim Krans7, con su obra «The Great Unknown» y, por supuesto, del universo onírico y mágico que puebla los dibujos de Jorge Pérez. Inspiración, papel, mina de grafito y talento. Indispensables para rematar su proyecto.
Aunque abandonó los estudios de Arquitectura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) tras darse cuenta de que había poco de dibujo y demasiado de teoría arquitectónica, Daniel se siente realizado con lo que hizo porque fueron tres años en los que aprendió “mucho” y le sirvieron para tener una visión amplia y variada. Después de ese tiempo decidió hacer la carrera que siempre fue su primera opción, Bellas Artes. No podía renunciar a lo que verdaderamente le apasiona, el dibujo. Así que, por ahora, en sus planes está hacer el Master de Profesorado por la ULL en la especialidad de Dibujo, Diseño y Artes plásticas y dedicarse al dibujo donde sea, ya que aún no tiene claro si se quedará en su tierra, Lanzarote, o saldrá de Canarias.
Y NO te pensé más
Noelia Domínguez Hernández, en los jardines del centro donde cursó sus estudios.
Amor, desamor, despedida, poesía… No es de extrañar que Emily Dickinson o Paulo Coelho sean dos figuras imprescindibles e inspiradoras, a la vez que presentes, en la obra de Noelia Domínguez Hernández, autora de «Y NO te pensé más», su Trabajo Final de Grado que comenzó siendo un poemario con ilustraciones y acabó derivando en un corto en el que vuelca sus emociones más sinceras sobre el momento desgarrador en el que dos personas enamoradas se separan.
Noelia es así. Trabaja sobre los sentimientos y es capaz de conducir su talento por donde quiere. En este caso, lo hizo dando contenido visual a lo que inicialmente fue un poemario basado en una situación personal: la separación de su pareja. Después añadió ilustraciones de grafito y acuarela, fotos en blanco y negro para, finalmente, unir todos los elementos y amalgamarlos en forma de corto narrado por ella misma. Su voz en off acompaña una sucesión de imágenes que desprenden sensibilidad pero que, al fin y al cabo, como ella misma reconoce, “aunque es un libro muy personal, solo son metáforas”.
En el transcurso del proceso creativo, que duró un año, Mauricio Pérez Jiménez fue también quien aconsejó y ayudó a Noelia. No fue fácil pasar del libro al corto pero trabajar con alguien con el que se congenia y “sabe cuál es tu estilo” fue todo un regalo. “De todas las cosas que he hecho en la carrera el TFG ha sido la parte más satisfactoria. No solo hice un libro sino un cortometraje. Valió la pena”.
La creatividad de Noelia es proporcional a su entusiasmo y energía. Quiere irse a Alemania a estudiar alemán, ser ‘freelance’ pero al mismo tiempo hacer el máster del profesorado sin dejar de prepararse para la vida y embarcarse también en el diseño gráfico. Todo eso sin olvidar que lo que realmente le apasiona es el mundo del cine y la postproducción, a la que quiere dedicarse.
Muchas cosas por hacer, muchos retos por alcanzar, pero si Andy Warhol fue capaz de encumbrar una lata de sopa Campbell y convertirse en icono pop mundial, y Cobi, la mascota fea de los Juegos Olímpicos de 1992 creada por el gran Javier Mariscal sigue dando que hablar, qué será lo que no harán Noelia, Daniel, Gabriela y Linh. Otra cosa no, pero talento no les falta.
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