Unos 20 minutos en furgoneta desde la ciudad malagueña de Antequera es lo que se tarda en llegar a la cueva del Toro. Hay que hacerlo muy temprano para evitar el intenso calor del verano andaluz. Después, almorzar de bocadillo y aprovechar de lunes a sábado porque los domingos los turistas invaden la zona y acaban con la tranquilidad reinante. Y así es imposible trabajar en las campañas y excavaciones arqueológicas a las que desde 1976 acude sin falta el profesor de la Universidad de La Laguna, Dimas Martín Socas.
Este es solo uno de los diversos itinerarios de trabajo, intenso, habitual y metódico, que ha derivado en hallazgos tan relevantes como la existencia de pruebas de canibalismo en el Neolítico Antiguo. Muchos años de trabajo y muchos terrenos excavados: Portugal, Marruecos, Canarias y Andalucía, especialmente Málaga y Almería, han sido solo algunos de los lugares donde se ha desarrollado gran parte de la fructífera actividad investigadora de Martín Socas.
El hecho de que la ULL esté considerada un centro de referencia en lo que respecta al Neolítico en Andalucía, ‒donde ha conseguido dejar su impronta en el conocimiento de ese periodo‒, ha sido en gran parte gracias a la labor de este catedrático del Área de Prehistoria del Departamento de Geografía e Historia. Especializado en las relaciones sociales, económicas e ideológicas entre el 5500 y el 2500 a. C., suma más de medio centenar de proyectos, entre excavaciones e investigaciones.
Pero si hay un hito que ha marcado su trayectoria profesional, esas son, sin duda, las investigaciones realizadas en la cueva del Toro, a la que ha dedicado 43 años, y que se cerrarán (en su fase genérica) en la primavera de 2020, fecha en la que está prevista la apertura del Museo de Sitio del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera. En sus instalaciones se mostrarán al público, entre otros tesoros, las muestras irrefutables de que los habitantes del paraje de El Torcal practicaron el canibalismo: un cráneo tallado en forma de copa, un esternón, falanges de manos o restos de huesos con marcas de dientes humanos.
“El mundo funerario tiene un impacto muy fuerte en la sociedad, por eso se hicieron eco de nuestra investigación revistas como la American Journal of Physical Anthropology”. Aunque hay bastantes cuevas de enterramientos en Andalucía, el estudio de estos restos se ha abordado desde una perspectiva más antropológica y física, obviando otras cuestiones. La suerte de encontrar la calota craneal tallada en el yacimiento demuestra que se transformó dentro de la cueva, y a eso hay que unir los huesos encontrados con mordidas humanas.
De esos hallazgos, lo que dice la genética es que dos de los individuos a los que pertenecen los restos encontrados tenían una relación maternofilial o fraternal. O una madre y su hija, o dos hermanas con genomas distintos al que presenta el cráneo descubierto. Sin embargo, afirmar que “en el Neolítico el canibalismo era algo extendido sería temerario, y no porque creamos que no sea así, sino porque no se había estudiado antes. Hemos sido los primeros, ‒apunta Dimas Martín‒, en demostrar que hubo canibalismo hace 7.000 años en la península ibérica, y ahora hay que estudiar los restos aparecidos en otros yacimientos, especialmente en diferentes cuevas de Andalucía”.
En esta investigación hay cuatro universidades implicadas: La Laguna, con tres investigadores, las de Cantabria y Durham, ambas con un investigador, y la de Las Palmas, que no firma pero sí interviene, y suele colaborar siempre en los proyectos llevados a cabo por el centro lagunero. El perfil de los investigadores es multidisciplinar, y a los ya mencionados se unen otros de Sevilla, Granada, Málaga, Barcelona, Madrid, Londres, Sheffield, Harvard y Stanford, que están integrados en los equipos generales de los proyectos y participan en todas las discusiones.
Campañas, yacimientos y excavaciones
De otra forma sería imposible porque no hay equipos contratados. Son los propios investigadores los que tienen que hacer malabares para compaginar la docencia con la investigación a pie de roca; las clases con el trabajo de campo. Se acaban los exámenes y casi al día siguiente se está excavando, con la consiguiente renuncia al veraneo y a unas vacaciones de playa y tumbona, porque aquí se cambia la piscina por la cueva: “En nuestro caso, fuimos los que comenzamos la investigación en ese yacimiento (la cueva del Toro) en 1976, época en la que las campañas terminaban el 30 de septiembre. Este año comenzaremos a excavar el 25 de junio y terminaremos el 31 de julio”.
Unas labores de campo y laboratorio importantes e ingentes que se convierten en las auténticas razones de peso por las que este tipo de proyectos dura tanto tiempo. Del hallazgo de los restos al momento en que se hace público un descubrimiento pueden pasar décadas. Tras las conclusiones parciales, obtenidas al cabo de unos dos años y medio, vienen las provisionales, que se hacen de rogar seis o siete más. Las finales sí que son imprevisibles. Hasta el punto de que cuando por fin se emite la noticia en televisión, los arqueólogos han pasado varios lustros guardando un secreto, algo nada sencillo.
Sin duda, cada yacimiento y cada campaña es una auténtica sorpresa. “Comienzas pensando en qué novedades vas a tener y cómo las vas a poder abordar, y según se van identificando empiezas a buscar las explicaciones de por qué se produce ese fenómeno, cómo puede interpretarse y quién es el técnico que puede conseguir el mejor resultado. Y no siempre se tiene la certeza, no existe hasta que los estudios finalizan y, en muchos casos, es relativa. En el del canibalismo se plantearon dos hipótesis porque no estábamos seguros de cuál podría ser, al no tener con qué contrastarlas”, explica Martín.
Eso sí, el camino ya está algo andado y allanado para las futuras investigaciones, que ahora “poseen más elementos de contraste y la posibilidad de ser más categóricas, aunque en la investigación arqueológica las categorías incuestionables no existen, y quien lo piense es un temerario porque la información tiene que ser interpretada en clave de comportamiento humano, y ahí se juega con variables que no son matemáticas”.
De Málaga a Almería
Si el proyecto de la cueva del Toro marca un antes y un después, el que se desarrolla en la depresión de Vera y zona baja del río Almanzora, en Almería, también. Allí han descubierto que las comunidades neolíticas eran mucho más antiguas y más organizadas de lo que se pensaba. “Hemos intentado presentar la transformación de esas comunidades campesinas hacia sociedades mucho más evolucionadas y con un nivel de organización social bastante complejo”.
A lo largo de estos años, la cueva del Toro ha dado resultados tan relevantes como el de los indicios de canibalismo. Y continúan. Ahora está a punto de cerrarse un trabajo del que Martín aún no puede revelar casi nada, pero que será de suma importancia, igual que el proyecto que dirige su compañera de departamento en la ULL, la investigadora María Dolores Camalich Massieu, en Córdoba.
Aún a la espera de tener resultados consistentes que puedan publicarse, se trata de una investigación muy reciente que ahonda en las estructuras funerarias megalíticas excavadas en el suelo. Una campaña que se retoma este verano y a la que vuelven a incorporarse dos grupos: el de campo y el de laboratorio. En esta iniciativa toman parte, tanto los equipos de trabajo consolidados desde hace tiempo en Andalucía, como los de nueva incorporación.
Dimas Martín reconoce que los excelentes resultados de las investigaciones arqueológicas se deben, aparte de a la labor realizada por los investigadores experimentados, al trabajo de las nuevas generaciones. “Y esa es una asignatura pendiente que tienen las universidades, y esta (la ULL) no es una excepción. Se trata de la necesidad imperiosa de renovar las plantillas porque en los próximos cinco años se jubila el resto del profesorado del área de Prehistoria.
“Si queremos que ese ritmo y esa calidad se sigan manteniendo hay que ir preparando a los más jóvenes. Son ellos, con nuevas técnicas y metodologías, los que han dado un impulso importante a los proyectos. Sin embargo, años después continúan trabajando sin tener sus puestos consolidados”. Aun así, la gente joven que se ha adherido a los proyectos lo ha hecho con “mucha ilusión”. En las campañas, por ejemplo, participan técnicos y estudiantes en formación que quieren adquirir experiencia, y que luego se van incorporando a los equipos.
Este especialista en la Prehistoria, que tuvo la suerte de tener unos profesores que lo ilusionaron y de formarse en excavaciones de España y Portugal, tiene alumnos y alumnas con la misma pasión que él ha mantenido durante más de cuatro décadas: “El alumnado reconoce que a pesar de lo exigente que podamos ser cada año, los programas cambian por los conocimientos que se van aplicando”.
Y eso debe ser así porque solo concibe la universidad sostenida en tres pilares fundamentales: la docencia, la investigación y la transferencia de conocimiento. “Una investigación que busca objetivos concretos pero que tiene que transferirse al estudiantado y a la sociedad, que es la que nos paga, porque trabajamos con dinero público, por eso es importante decir que el nivel de formación que tenemos es absolutamente compatible con otras universidades occidentales”.
Para Martín no es sencillo decidir en qué papel se encuentra más cómodo. ¿En el de profesor o en el de investigador? Admite que hasta la entrada en vigor del conocido como ‘plan Bolonia’, que “ha encapsulado la educación”, se sentía igual de bien en uno que en otro. En cualquier caso, no puede estar más orgulloso de los “resultados positivos” obtenidos tras el trabajo “duro e intenso” desarrollado en todo este tiempo. Si a ello se suma el buen momento que vive la investigación arqueológica, su satisfacción es enorme. Y la de las personas que han podido descubrir una nueva narrativa de la historia a través de sus hallazgos, también.
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