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Estudiar hoy el océano del mañana

viernes 20 de diciembre de 2019 - 10:00 GMT+0000

José Carlos Hernández

Una de las consecuencias del cambio climático sobre la que hay consenso científico es que el incremento de CO2 atmosférico producirá cambios químicos en el agua de mar, lo cual tendrá una serie de efectos en los ecosistemas marinos, entre ellas la acidificación del agua. Este tipo de proyecciones futuras se realiza mediante diversos métodos de prospección teórica, modelos matemáticos o experimentos en laboratorio que permiten hacer alguna extrapolación a entornos reales. Pero, en este caso, un capricho de la naturaleza ha permitido que sea posible apreciar en la actualidad este proceso. Es decir: no tener que suponer, sino tener la posibilidad de observar in situ.

En 2012, varios investigadores de la Universidad de La Laguna que estaban realizado una salida de campo en la costa de Fuencaliente (La Palma) como parte de un proyecto del Plan Nacional de I+D+i, encontraron por casualidad un afloramiento de CO2 submarino. Entre ellos estaba José Carlos Hernández, del Departamento de Biología Animal, Edafología y Geología y coordinador del equipo de investigación Ecología de Comunidades Marinas y Cambio Climático, quien explica que ese lugar supone un laboratorio natural prácticamente único en el mundo. “Hay tres parecidos que se han empezado a trabajar. Si en el cielo de La Palma podemos mirar hacia el pasado, al tirarnos en el agua de Fuencaliente y ponernos las gafas y el tubo, podemos ver los océanos del futuro. Ahí radica la importancia de este lugar”, explica.

La importancia de este afloramiento radica en que produce en el momento presente una situación que va a generalizarse en el futuro como consecuencia del cambio climático: la acidificación de los océanos. “Una de las principales consecuencias de este proceso de cambio es que se incrementará la cantidad de CO2 en la atmósfera, que ya casi se ha duplicado en los últimos 70 años. El 26% de ese CO2 es absorbido por los océanos, y como consecuencia, se están acidificando”.

La comunidad científica ha planteado varios escenarios posibles de lo que va a suceder en el futuro. Los más pesimistas señalan que en el año 2100 el pH del agua descenderá de un valor 8,1, que es actual, hasta llegar a 7,6, lo cual, según el investigador, “será devastador para muchos organismos”. La escala de medida va desde 14, que es el valor más básico, hasta 0, que es el más ácido. De hecho, ese valor actual ya supone un descenso con respecto al 8,2 que se había registrado hace algunos años. “Aunque ese 0,1 de diferencia parezca poco, el pH se expresa en escala logarítmica por lo que bajar de 8 a 7 en la escala de pH significa que la solución es 10 veces más ácida, lo que es muchísimo para los organismos que viven en el océano”.

Cambios en los ecosistemas

Los organismos calcáreos como los erizos de mar, las lapas o los pterópodos (pequeños caracoles marinos componentes importantes del zooplancton) sufrirán especialmente con este proceso porque la acidificación “secuestra” los carbonatos disueltos que hay el agua y que son indispensables para que estos organismos puedan incorporarlos a sus estructuras. Los organismos calcáreos son fundamentales en muchas cadenas tróficas marinas. “Por ejemplo, hay pterópodos que conforman casi el 60% del zooplancton de esas comunidades, de tal modo que, si perdiéramos esos organismos, la estructura de esos sistemas resultaría alterada y modificaría también los recursos pesqueros que nosotros consumimos”.

La acidificación afecta igualmente a animales de mayor calibre, que también poseen en su cuerpo componentes con estructura calcárea. Tal es el caso de los otolitos, una parte del organismo esencial para el equilibrio de los peces; si los juveniles de una especie no logran desarrollarlos adecuadamente por la falta de carbonatos en el agua, no podrán orientarse para encontrar los hábitats de los adultos.

El problema llega, incluso, a especies vegetales que conforman el fitoplancton. En ese punto, Hernández recuerda que aproximadamente el 50% del oxígeno que se produce en el planeta viene de los océanos. “Muchos de esos organismos dependen de estructuras calcáreas para sobrevivir. Si nosotros modificamos esa química del agua, se va a ver modificada su supervivencia y con ella la producción de oxígeno actual, lo que nos incumbe directamente”.

El investigador reconoce que el cambio climático es un fenómeno complejo, del cual se está comenzando a comprender su dimensión. Pero en La Palma ya han podido observar que en los alrededores de ese afloramiento de CO2 han desaparecido los organismos calcáreos y las algas que normalmente forman los ecosistemas bentónicos en las Islas y, en su lugar, se están dando otras de crecimiento mucho más rápido. “Tenemos que comprender cómo esa nueva comunidad del futuro va a modificar la producción de oxígeno, así como los recursos asociados con respecto a la otra comunidad que conocíamos. Va a ser un sistema diferente, unas especies van a sobrevivir y otras desparecerán: hay ganadores y perdedores. ¿En qué medida nos afectará a nosotros? Eso es lo que queremos averiguar”.

Un observatorio de referencia internacional

El afloramiento de CO2 en el litoral de Fuencaliente ya está siendo investigado por algunos científicos de las universidades públicas canarias y, una vez se ha corrido la voz entre la comunidad científica sobre su existencia, también han mostrado su interés por desplazarse a La Palma algunos equipos de universidades como la de Gotemburgo y el National Oceanography Center Southamton, entre otros. Sin embargo, no existe en la actualidad una mínima infraestructura que facilite estos trabajos, de ahí que José Carlos Hernández y su equipo lleve ya algunos años planteando la idea de instalar en la zona un observatorio marino permanente, con el equipamiento indispensable para acoger una afluencia regular no solo de científicos, sino también de estudiantes. Existe, incluso, un lugar idóneo para ello: el faro de Fuencaliente, un espacio que, de hecho, ya está siendo utilizado parcialmente como Centro de Interpretación de la Reserva Marina de La Palma y que tiene un ala desocupada que muy bien podría ser utilizada para el observatorio marino.

Según sus cálculos, bastaría con un presupuesto inicial de 20.000 euros para acondicionar adecuadamente el ala desocupada del inmueble y dotarla del equipamiento necesario: mesas; lupas; microscopios; aparatos para el estudio químico del agua, como un tritiador para medir la alcalinidad (cantidad de bases que hay en el agua); medidores de pH, ordenador, neveras y poco más. “Algo básico para cuando los investigadores lleguen, puedan empezar sus trabajos en condiciones. Sería también interesante tener una zona de atraque, ya que hay un acceso fácil al mar y en un futuro sería maravilloso poder tener una zodiac allí para trabajar en otras zonas de la isla, como la reserva marina”.

El biólogo de la Universidad de La Laguna relata que justo después del descubrimiento del afloramiento submarino, él y sus compañeros comenzaron a movilizarse para dar a conocer su existencia y, sobre todo, reivindicar su importancia como recurso para la investigación. Así, comenzaron a divulgar los primeros resultados obtenidos en este enclave a través de varias publicaciones en revistas científicas de reconocido prestigio e informes a entidades como el Cabildo Insular de La Palma o la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica. “Digamos que empezamos a tirar de los hilos para poner en valor este lugar”.

El siguiente paso fue establecer contactos con las instituciones, como las que se han celebrado con el Vicerrectorado de Investigación y Transferencia, la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información (ACIISI) del Gobierno de Canarias, así como varios cabildos y ayuntamientos. El proceso ha sido largo y en algunos momentos frustrante, pero finalmente parece que todo ese periodo de negociaciones va a dar su fruto, tras el encuentro celebrado a finales de noviembre de 2019 con el alcalde de Fuencaliente, Gregoria Alonso, en el que se extrajo el compromiso para poner en marcha el observatorio.

También se ha logrado un preacuerdo con la ACIISI para que la agencia autonómica aporte el primer presupuesto. “Vamos a ver dónde queda todo, porque reuniones de estas he hecho ya, por lo menos, veinticinco, de las cuales esta última en La Palma ha sido la mejor. Creo que ahora hay un buen apoyo institucional, que el nuevo equipo ha comprendido cuál es la dimensión de esto y lo que pueden sacar de bueno para la universidad y para Canarias”.

El observatorio sería un espacio gestionado por la Universidad de La Laguna a través del grupo de Hernández, pero abierto a toda la comunidad científica canaria e internacional: dentro de la Universidad de La Laguna ya han mostrado su interés en participar también las áreas de Biología Animal, Biología Vegetal e, incluso, Bellas Artes para desarrollar un trabajo de divulgación, así como los investigadores de Oceanografía Química de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Además de sus fines científicos, también podría abrirse al público para ofrecer contenidos informativos y, así, ayudar a concienciara sobre el problema de la acidificación de los océanos que, a juicio del investigador, no ha sido lo suficientemente comprendido por la sociedad. “Este observatorio podría convertirse en el primer laboratorio marino costero dedicado a la investigación, docencia y divulgación sobre Ciencias Marinas localizado en Canarias. Lo que parece muy sensato dadas las especiales condiciones de nuestras islas”.

Una trayectoria internacional

José Carlos Hernández se incorporó como docente e investigador a la Universidad en 2010, tras haber realizado una serie de estancias postdoctorales, especialmente en Norteamérica, desde la Baja California hasta Vancouver, que le ayudaron a comprender el potencial que poseen los laboratorios marinos no solo como espacios para la investigación, sino incluso como generadores de riqueza. De ahí su interés en aprovechar la oportunidad que se ha presentado en La Palma.

“Los laboratorios marinos que he tenido la suerte de visitar, que han sido casi todos los de la costa oeste americana, son centros que enriquecen los lugares. Por ejemplo, hay un laboratorio en Bodega Bay de la Universidad de California – Davis, en la costa norte de California, que es el núcleo de la ciudad: están los investigadores, estudiantes y visitantes que son parte importante de los negocios del lugar. Por eso, este observatorio que proponemos no es solo para investigadores: va a enriquecer el municipio en todos los sentidos”.

En todos esos años de trayectoria, Hernández ha profundizado en el conocimiento del comportamiento espacial y temporal de las comunidades marinas, así como la influencia de los humanos en estos comportamientos, que es el interés principal de su investigación. Sin embargo, a medida que desarrollaba sus trabajos, el efecto del cambio climático era cada vez más evidente y que, finalmente, también ha pasado a ser una línea de investigación principal en su grupo.

Todo comenzó con su tesis doctoral, con la que quería investigar un problema que empezaba a preocupar en aquella época: los blanquizales de erizos marinos. En su trabajo demostró que la proliferación de los erizos Diadema africanum estaban relacionada con el aumento de las temperaturas: a más temperatura, sobrevivían más erizos. Por tanto, una de las causas de los blanquizales era el aumento de las temperaturas marinas desde los años 70. “Estaba interesado en conocer las causas de este fenómeno global de desertificación de los fondos marinos, y el cambio climático me fue llegando indirectamente, porque estaba viendo que estas fuerzas estaban afectando y propiciando el cambio también en nuestros fondos marinos”.

La investigación sobre la conservación marina le ha llevado a abrirse también a otras disciplinas como la Antropología, pues sin la dimensión humana y la influencia de pescadores o buceadores, no se puede tener una visión global del ecosistema. “Como biólogos siempre pensamos que nosotros estamos aparte de todo y es todo lo contrario: los seres humanos formamos parte de los ecosistemas. Mi investigación contempla cómo esos humanos deben comportarse con el medio ambiente para generar una biodiversidad beneficiosa para nosotros y estable en el tiempo. Tenemos que averiguar cómo nosotros podemos integrarnos de una manera adecuada con esta diversidad que nos rodea para prolongar nuestra vida sobre el planeta”.

Gabinete de Comunicación


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