Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, participó recientemente en un curso de formación al profesorado organizado por el Vicerrectorado de Docencia. Experto en masculinidades hegemónicas e igualdad de género, el jurista fue distinguido en 2017 con el galardón Premio Hombre Progresista. Salazar es un firme defensor de afrontar la docencia, y cualquier otro ámbito profesional, con perspectiva de género, para ir despojando a los más jóvenes de la cultura machista que, a día de hoy, sigue gozando de buena salud.
¿Qué le lleva a un catedrático de Derecho Constitucional a preocuparse por las masculinidades?
Antes que catedrático, soy hombre. Llevo mucho tiempo trabajando sobre cuestiones relacionadas con la igualdad de género, derechos de la mujer, su situación jurídica y, efectivamente, llega un momento en el que me planteo que si existe discriminación de la mujer es porque en paralelo se da también una situación privilegiada de los hombres. Comienzo a cuestionarme cuál es nuestro papel, si queremos realmente conseguir una sociedad igualitaria y ahí empiezo a indagar en cómo se ha construido históricamente el concepto de masculinidad, qué papel tiene el hombre en relación con el poder o cómo el propio Estado se construye sobre un modelo muy androcéntrico.
¿Intenta aplicar esa perspectiva de género en sus clases?
Intento aplicarla en la medida en que el Derecho y los planes de estudio me lo permiten. Explico a mis alumnos de primero la materia de Teoría del Estado y siempre introduzco contenidos para que vean la invisibilidad de las mujeres y sepan quiénes de ellas aportaron contenidos a la evolución del pensamiento político. También les explico dónde están reflejadas las mujeres en la Constitución Española o, cuando hablo de derechos fundamentales, lo mismo. Así que, ciertamente, intento introducir la perspectiva de género en una materia tan conservadora y masculina como es el Derecho. La verdad es que cuesta muchísimo trabajo romper determinadas inercias.
¿Qué tipos de masculinidades hay?, ¿convergen viejos modelos con los nuevos?
Yo creo que el estado general del hombre hoy es el de la confusión, porque no sabe muy bien dónde ubicarse en este escenario en el que las mujeres ya han conseguido determinadas esferas de presencia pública y poder, y donde el feminismo ha ido logrando más presencia pública. No estamos cómodos con el modelo viejo, pero no vemos claro cuál es la alternativa.
¿Y cuál es la alternativa?, ¿qué define la nueva masculinidad?
A mí ese término, aunque se ha popularizado mucho, no me gusta demasiado. Me parece incluso engañoso, porque efectivamente no hemos llegado a una nueva masculinidad. Quizá el objetivo sería acabar con la masculinidad como concepto dominante de lo humano, porque se construye a partir de la devaluación de la feminidad. Ser hombre implica no ser una mujer, porque todo ello suponía algo negativo, menor, secundario. Son términos que van de la mano.
Lo ideal sería llegar a un mundo en el que esas etiquetas no marcaran tus oportunidades, mis derechos, y cómo nos relacionamos. Lo cierto es que estamos en un proceso de revisión de nuestra identidad, de desaprender buena parte de las cosas que el machismo nos ha ido enseñando desde pequeños. Tenemos que asumir que debemos ir renunciando a determinados privilegios y, al mismo tiempo, reconciliándonos con aspectos de nuestras vidas que los hombres hemos rechazado porque hemos entendido que eran de las mujeres: lo privado, lo emocional, lo familiar. Hemos desatendido todo eso y, de hecho, nos juega muy malas pasadas a nosotros y a nuestras relaciones con las mujeres. De ahí derivan muchos problemas de relaciones tóxicas que, llevadas al extremo, desembocan en violencia de género.
Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?
Se trata de una toma de conciencia, nos tenemos que mirar al espejo y reconocer que, por ser hombres, se nos han dado toda una serie de facilidades, de acceso a muchos recursos por los que no hemos tenido que pelear con nadie y está claro que eso tiene unas repercusiones en el entorno, sobre todo en las mujeres que tenemos alrededor. Es un proceso que no acaba en la vida, porque continuamente estamos recayendo, como si fuera una enfermedad mal curada. Yo mismo me sorprendo todos los días teniendo actitudes machistas y utilizando palabras con sesgo machista.
Desde una perspectiva histórica, ¿ve en la sociedad española un avance en derechos e igualdad?
Formalmente, ese avance se ha producido, sin lugar a dudas, con la promulgación de leyes que han sido incluso un referente a nivel internacional, pero creo que la cultura en la que nos movemos sigue siendo tremendamente machista. Son procesos culturales que no cambian a golpe de decreto de ley y que requieren una implicación de toda la sociedad. Creo que en los últimos tiempos hemos vivido en una suerte de espejismo de igualdad que nos ha cegado un poco, pero que el fondo sigue siendo básicamente el mismo. Estamos viendo, incluso, reacciones machistas en el ámbito político que están poniendo en evidencia lo que hay debajo y no nos atrevíamos a contar.
¿Cree que el auge de formaciones políticas de la derecha hace más palpable esa realidad?
Creo que hemos llegado a un punto en el que determinados hombre y mujeres no manifestaban claramente sus opiniones, por ser políticamente correctos, y ahora desde que existen estos nuevos liderazgos políticos, mucha gente ha visto legitimado su pensamiento. Ya no abochorna decir algunas cosas, hasta en mi alumnado he visto que muchos se han quitado el velo y se está produciendo en general una defensa de posiciones muy reaccionarias.
¿Existe una suerte de virulencia en el mensaje feminista hacia lo masculino que pueda exacerbar estas posturas?
En el feminismo hay muchos discursos, desde versiones más radicales a otras más neutras. Si me está preguntando si el feminismo se puede haber pasado de frenada, le diría que quizá pueda ser, pero es que la situación es de tan evidente discriminación que entiendo que hay mujeres que estén muy cabreadas y muy cansadas de estar permanentemente insistiendo y teniendo que salir a la calle otra vez a manifestarse. Pero lo que hay de fondo es el temor masculino a perder privilegios, espacios de poder y a ver amenazada su posición. Por eso muchos chicos jóvenes se acogen al modelo tradicional, porque es lo más firme y lo más seguro, da menos problemas y ofrece más dividendos. Por eso se reproducen actitudes y comportamientos que los de generaciones pasadas dábamos por superados.
Como jurista, ¿qué explicación le da a sentencias como la del año pasado sobre ‘la Manada’?
Esa sentencia revela algo que las personas que estamos en el mundo del Derecho, pero con perspectiva de género, siempre estamos advirtiendo: no hay en el ámbito de la justicia una formación en esta materia. Puede haber un debate sobre si el Código Penal tiene que reformarse o no para definir lo que es una violación, pero además de eso lo que demuestra esta sentencia, junto a otras igual de bochornosas, es que el juez o la jueza no tienen presente una serie de factores que nos llevan a una concepción desigual de hombre y mujeres.
¿Cree entonces que con perspectiva de género la sentencia hubiese sido otra?
Yo creo que sí, porque se describen toda una serie de hechos que efectivamente constituyen una violación, pero la conclusión es que no, que no la hubo, pese a constatarse once penetraciones por distintos orificios en el cuerpo de esa joven. Ese alegato sobre la resistencia o no de la mujer o sobre el consentimiento son claves muy estereotipadas de cómo se entiende el lugar del hombre y el de la mujer. La falta de credibilidad de la mujer es una cuestión que sucede habitualmente en la justicia, podríamos decir que es un clásico. Las facultades de Derecho deberían tener formación específica en esta materia, al igual que los másteres de Abogacía, y no la hay, salvo lo que cada docente, a su criterio, sea capaz de introducir, como hago yo en la Universidad de Córdoba. Esto es muy grave, la perspectiva de género debería estar presente en cualquier ámbito profesional.
¿Qué peso tienen los micromachismos?
Es un término ingenioso, inventado por Luis Bonino, aunque tampoco soy muy partidario de utilizarlo porque parece que el prefijo micro le resta importancia, cuando resulta que estamos hablando de actitudes machistas en toda regla. Son machismos cotidianos, gestos y actitudes que pasan desapercibidos pero que sitúan a los hombres en una posición de poder. Un ejemplo podría ser la poca relevancia que se le da a la mujer en una reunión de trabajo, a la que se le cuestiona mucho más, al margen de los comentarios acerca de su aspecto físico, lo que no sucede al contrario.
El descubrimiento tardío del lesbianismo por parte de muchas mujeres, ¿es fruto del hartazgo general o no tiene nada que ver?
No sabría decirte. Sí parece que es cierto que muchas mujeres asumen de manera militante el lesbianismo como el modelo de un mundo en el que la mujer ya no se define por su relación con los hombres. En el libro ‘Vivir una vida feminista’, de la afroamericana Sara Ahmed, la autora, negra y lesbiana, cuenta que en una sociedad en la que las mujeres se definen por ser parientes de (la mujer de, la hija de, la esposa de), las lesbianas se sitúan en un mundo donde no necesitan de los hombres para definirse. Defiende así el lesbianismo como una suerte de militancia feminista máxima.
¿Cómo se desmonta el patriarcado del poder?
Las cuotas o acciones positivas son un instrumento que puede ayudar, sin duda, pero no son el punto de llegada, que en realidad tiene que ver con cambiar una estructura que va mucho más allá de que haya más mujeres en el Parlamento o en los gobiernos. Significa a que le demos la vuelta a cómo avanza el mundo, cómo organizamos lo público y lo privado, lo profesional y lo familiar. Hay que darle la vuelta a un modelo que sigue basado en lo tradicional, en el que los hombres siguen teniendo el peso de lo público y las mujeres de lo privado, e incluso las medidas legales que existen potencian esta situación.
¿Por qué?
Hay una sentencia reciente del Tribunal Constitucional en un recurso de amparo donde un padre reclamaba tener un permiso de paternidad de la misma duración que el de la madre, lo mismo que hace la plataforma PPiiNA (Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción). El Constitucional le deniega el amparo porque el permiso de paternidad tiene la función de proteger a la mujer después del embarazo por sus condiciones físicas, cuando en realidad creo, y así lo pone de manifiesto un voto particular, que el que hubiera permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles obligaría a que el propio mercado de trabajo se replanteara la actual discriminación que sufre la mujer como consecuencia de la posibilidad de quedarse embarazada. Esto haría que los dos compartieran por igual esa tarea, y además se crearía una cultura de responsabilización de los hombres de los cuidados de los hijos, y también de los mayores.
Cierto. En un pueblo de Huelva le estaban dando clase a un grupo de hombres sobre cómo cuidar de los mayores… ¿Todavía vamos por ahí?
Claro que todavía vamos por ahí, y esto tiene que ver con algo que va implícito en la masculinidad: a nosotros, los hombres, no se nos socializa para el cuidado, más bien al contrario. Se nos lanza la idea de que siempre vamos a tener quien nos cuide; a los niños no se los prepara para ser cuidadores, mientras que las niñas desarrollan habilidades de ternura, de cariño y de dedicar tiempo a otros, a sus muñecas. Resulta clave socializar a todos y a todas en la tarea del cuidado a los demás, porque es algo que tarde o temprano todos vamos a necesitar. Este debería ser el paradigma de la sociedad, y no la productividad.
¿A qué se enfrentan los hombres en el siglo XXI?
Nos enfrentamos, en este momento de desconcierto en el que estamos, a ver de qué manera nos sentimos interpelados por las demandas de las mujeres. Lo que estáis diciendo las mujeres en la calle, en las manifestaciones, tiene que ver con nosotros. La violencia de género es un problema de los hombres, porque somos nosotros lo que maltratamos, acosamos, violamos, vejamos. Miguel Lorente dice claramente que el único elemento que tienen en común todos los maltratadores es que son hombres. Las dificultades que tienen las mujeres para conciliar, pedir corresponsabilidad, la maternidad…Nos corresponde a nosotros mover ficha. Tenemos que dejar de estar en esa especie de resistencia pasiva, como si no tuviera que ver con nosotros, cuando estamos reproduciendo en mayor o menor medida ese modelo vetusto de masculinidad.
¿Es usted optimista en ese cambio social?
Mi actitud vital es de optimismo, aunque me encuentro en un momento un tanto ambivalente. Por un lado, veo que se está avanzando muchísimo en cuanto a la relevancia que han tomado estas cuestiones, pero por otro se sigue viendo esa reacción retrógrada de muchos sectores masculinos, y no masculinos, y también del ámbito de la política, con el riesgo de que estos discursos se asuman institucionalmente.
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