En Kadula (Sudán del Sur) no hay agua corriente, ni electricidad, ni infraestructuras, ni hospitales. En Kadula hay hambre, pobreza extrema y resignación. Así es el día a día de sus habitantes y del resto de este país africano, el segundo más pobre del mundo (más de la mitad de la población vive por debajo de la línea nacional de pobreza), devastado tras tres décadas de guerras sangrientas a pesar de contar con un “inmenso potencial”, según estimó hace unos años el Banco Mundial (BM), la organización financiera formada por 189 países que se ocupa de mejorar la situación ‒mediante proyectos de desarrollo‒ en las poblaciones más vulnerables del planeta.
A golpe de clic, y en pocos segundos, cualquiera puede saber de qué se ocupa exactamente este organismo internacional. Una tarea que da hasta vértigo repetir: poner fin a la pobreza extrema en el mundo y promover la prosperidad compartida, siempre que se haga de manera sostenible. Así queda patente en la portada de su página web, www.bancomundial.org, y así lo transmitió, con convencimiento y mesura, su director de Investigación de Macroeconomía y Crecimiento, Luis Servén, en su reciente visita a la Universidad de La Laguna, con la que colabora habitualmente a través del equipo del catedrático Gustavo Marrero.
Experto en macroeconomía y también asesor sénior del departamento de Investigación de esta organización mundial única, Servén está convencido de que con medios, pero sobre todo con voluntad, se puede acabar con la pobreza: “En las dos últimas décadas ha habido avances espectaculares en la lucha contra la pobreza. La proporción de población viviendo en la pobreza extrema se ha reducido de una manera drástica, lo que ocurre es que los desafíos que nos quedan por alcanzar a partir de ahora son mucho más difíciles”.
Esos desafíos pasan por solucionar de forma urgente uno de los casos más sangrantes, debido a su volumen de población (más de 80 millones de habitantes) y a la enorme incidencia de la pobreza: el de la República Democrática del Congo, el país africano que afronta la situación más complicada, y donde “la quiebra de las instituciones estatales y el conflicto que vive desde hace décadas hace muy difícil lograr cualquier avance sustancial y sostenible en la lucha contra la pobreza”.
Pero este no es, ni mucho menos, el único caso. Aunque el continente africano es el más empobrecido del mundo, Sudamérica debe enfrentar también grandes retos: Venezuela está en el “fondo del pozo y no vislumbra salida”, Ecuador atraviesa una grave crisis política y económica, Méjico acusa “debilidad” y Argentina sigue sin poder abordar sus “problemas de fondo”. “Se podría decir que asistimos a un gran retroceso político en América Latina. Igual que hubo años de grandes avances en la democracia y gobernanza, la situación ahora es mucho más delicada, pero tenemos que tener fe en que la economía va a resistir”.
Evidentemente, no se puede mejorar el mundo solo con fe. A la fe hay que sumar, en gran medida, preparación técnica y capacidad de trabajo, sin olvidar el “entusiasmo por el desarrollo y por cumplir la misión de la institución” que posee el equipo de investigadores que Servén tiene a su cargo en el Banco Mundial. “Me admira el nivel de competencia técnica que he visto a lo largo de todos estos años allí. Se trata de gente con una “voluntad férrea de trabajo”. No todo el mundo está capacitado para desempeñar una labor así.
La veintena de economistas del departamento de Investigación de Macroeconomía y Crecimiento, ubicado en las oficinas de Washington, D.C. (sede de la organización) trabaja en distintas áreas, pero fundamentalmente en el crecimiento y la reducción de la pobreza: “En general nos interesan todas las políticas económicas y reformas en áreas institucionales que puedan proporcionar un crecimiento más rápido e igualitario. Aunque al luchar contra la pobreza no nos centramos en un país concreto, tenemos un interés especial en África porque es el continente que alberga el mayor número de pobres”.
Combatir la pobreza extrema
Y no es lo mismo hablar de pobreza que de pobreza extrema. Alguien que vive en una situación de pobreza extrema es alguien que se muere, literalmente, de hambre y que tiene que sobrevivir con un dólar al día, una situación de la que ya han logrado salir (en los últimos 20 años) cientos de millones de personas, pero que aún sigue padeciendo demasiada gente, sobre todo en África, y algunos países de Sudamérica y Asia. ”La pobreza en España y en Europa es de una naturaleza diferente. Esa pobreza extrema que nosotros tratamos de combatir es impensable aquí, aunque sí que hay situaciones de exclusión y marginación”.
Por eso considera fundamental animar a investigadores, como los de la Universidad de La Laguna, a los que visita regularmente, a que enfoquen más sus trabajos en estas áreas de desarrollo: “Llevo tiempo trabajando con profesores de la ULL en la pobreza y en su evolución a escala internacional, especialmente en los factores que ayudan a que aumente o disminuya y en las consecuencias que tiene en la prosperidad”. Una labor en la que es imprescindible identificar y cuantificar los mecanismos de los que se vale la pobreza.
“Nos sentaremos con esta y con otras muchas universidades ‒dice este experto‒ porque, desde nuestro punto de vista, la investigación que hacemos en el Banco Mundial no es puramente académica. La desarrollamos porque pensamos que nos puede ayudar en los objetivos de erradicación de la pobreza, y los académicos, sin duda, son los más cualificados para ayudarnos a avanzar. En este sentido, está bien no limitarnos solo a EEUU. Hay muchos y muy buenos profesionales en las universidades europeas”.
El trabajo que se realiza desde su departamento, distinto al puramente operativo, se organiza en torno a líneas centrales de investigación que se debaten y se acuerdan en la institución. Primero hay que decidir “dónde están las áreas de conocimiento más urgentes e importantes que serán más relevantes en la lucha contra la pobreza”. Un ejemplo es el cambio climático, “del que sabemos poco, comparativamente, y es esencial aumentar nuestro conocimiento porque hacen falta ya recomendaciones de política económica y reformas que hay que trasladar a los gobiernos”.
Luis Servén reconoce que, en lo que respecta al cambio climático, se echa el tiempo encima para cumplir con los objetivos establecidos por la ONU para el 2030, la fecha límite para evitar un desastre global si no se limita el aumento de temperatura del planeta a 1,5 grados centígrados. Y en este aspecto, como en otros tantos, el papel del investigador es “siempre el mismo: decirles a aquellos que toman las decisiones las cosas que no les gusta oír”. Porque la relación entre investigadores y “hacedores” es una relación complicada. “La misión de los investigadores es encontrar nuevos caminos y ser críticos con la validez y efectividad sobre lo que se viene haciendo. Necesitan tiempo para examinar, mientras los políticos quieren resultados ya”. Sus agendas son diferentes.
En la senda correcta
¿Cómo se puede saber si lo que se hace en distintas partes del mundo sirve para algo? Es decir, si los proyectos que financia el Banco Mundial son útiles. Pues, aunque ahora parece “trivial”, antes (hace años), explica Servén, no se sabía porque no se comprobaba. “Antes había un problema y se aportaba dinero para solucionarlo sin medir su eficacia, como hemos visto en algunas políticas de desarrollo lamentables”.
Una situación que, afortunadamente, ya no se repite. Hoy en día se comprueba tanto la utilidad del proyecto de construcción de una carretera pequeña que va de un pueblo a otro, como la eficacia del ‘rediseño’ del sistema impositivo de todo un país. Hay intervenciones a todos los niveles. Además, no siempre se actúa en países pobres. Desde el BM también se presta asesoramiento técnico a naciones que sí poseen recursos pero no saben usarlos de manera adecuada. “De esta forma, se puede contrastar la evidencia obtenida en otros países y aprender la lección de qué es lo que ha funcionado y qué no”.
Como experto en macroeconomía, Servén no puede evitar pronunciarse, aunque con cautela, sobre la ‘ralentización económica sincronizada’ (derivada de la ‘guerra comercial’ entre EEUU y China y otras incertidumbres), y de la que ya advirtieron a finales de 2019 el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). “Claramente, la situación de conflicto comercial entre EEUU y China es uno de los factores que añade más incertidumbre al panorama económico mundial porque se traduce en que los inversores no quieren tomar decisiones al no saber qué va a pasar, aunque lo curioso es que, cuantitativamente, no tiene un impacto muy grande, pero sí lo tiene la incertidumbre que eso genera”.
“No está claro si el pesimismo extremo que en algunos medios se está predicando está justificado o no. Se percibe que se nos puede venir una crisis financiera otra vez, parte como consecuencia de la desaceleración económica y también de los excesos financieros derivados de los tipos de interés bajos. Aunque la desaceleración sí es probable, hay una creciente coincidencia en que las cosas van a ir a la baja, pero no creo que de manera dramática”.
A esa incertidumbre generada por la posible crisis financiera que se viene encima se une la situación en la que se ven envueltos los inversores que ahora mismo quieren apostar por Europa, ante la inminente llegada del Brexit. “Con Johnson se va a producir el Brexit de una manera más moderada, y cuando llegue ese momento, el Reino Unido se va a quedar al margen y los fabricantes se van a buscar otro sitio. Sus consecuencias van a ser adversas para Europa, pero mucho menos para el resto que para los propios británicos”.
En este terreno convulso, tanto política como económicamente, a Servén le preocupa significativamente la quiebra del orden multilateral, que lleva al traste con la solución cooperativa que ha imperado en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial: “En los últimos tiempos han llegado al poder algunos líderes que tienen el punto de vista de que esto es un juego, claramente una postura equivocada y muy peligrosa que nos está llevando a la situación política y económica tan difícil que tenemos que enfrentar ahora”.
2030: el gran desafío
A la hora de contestar si, a diez años vista, se conseguirán los objetivos trazados para 2030 y, concretamente el número uno ‒“poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”‒ que atañe al BM, lo tiene claro: “Es demasiado pronto para hablar de objetivos ahora mismo. Es posible que no se consigan todos, pero hay que ser optimistas. En el campo de la pobreza se ha conseguido muchísimo pero nos queda lo más difícil, los países con conflictos repetidos, con las condiciones más adversas, que son los que hay que abordar ahora”.
Ese cauto optimismo que mantiene en toda la entrevista lo traslada también a otro de los grandes desafíos a los que deben enfrentarse las sociedades avanzadas: la inmigración, en la que no quiere ver muros, sino puentes. “¿Qué van a hacer los gobiernos en este mundo globalizado en el que la movilidad ha aumentado mucho y hay decenas de millones de pobres que van a estar llamando a la puerta? Desde el punto de vista político se está yendo mucho esfuerzo hacia los muros, y no solo en EEUU; en Italia y en España vamos por el mismo camino”.
Quizá solo falten diez años para ver cómo se acaba, por fin, con la pobreza, y se consigue reducir al 3% el porcentaje de gente que sobrevive con apenas 1,90 dólares al día. Si se echa la vista atrás, como dice Servén, se ha hecho mucho. Tanto como reducir a la mitad la tasa de pobreza registrada en 1990, un logro que se consiguió en 2010, cinco años antes del plazo previsto, inicialmente marcado en 2015. Aun así, en pleno siglo XXI, más de la mitad de la población extremadamente pobre vive en los países del África subsahariana y casi la mitad de la población mundial (3.400 millones) todavía tiene problemas para cubrir sus necesidades básicas, según los datos del BM.
Pero no todo es siempre así. “También hay historias de éxito que, lamentablemente, tienen menor interés mediático, pero que están ahí”, reconoce este experto para el que trabajar en una organización como el Banco Mundial le ha supuesto un enriquecimiento personal increíble y que no se rinde a pesar de que algunos obstáculos parezcan insalvables. “En muchos casos hay que asegurar unas condiciones de gobernanza mínimas e integradoras, que, en estos países, ni existen, pero eso no quiere decir que haya que tirar la toalla. Al contrario, hay que seguir trabajando en el escenario en lugar de abandonar”.
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