El exotismo sonoro de Pongamia Pinnata se balancea entre la prosodia italiana y el nombre del ingrediente milagroso que podría contener cualquier crema facial recomendada fervientemente por las ‘influencers’ en sus redes sociales. Pero no. Pongamia Pinnata (Millettia Pinnata) no es nada de eso. Es un árbol de tupidas copas y flores rosáceas que crece de forma desparramada en el sur de Asia, casi sin necesidad de agua.
Los asiáticos lo conocen popularmente como árbol de sombra y los argentinos, que saben mucho sobre la elaboración de biocombustibles ‒Argentina es uno de los mayores productores mundiales‒, como el árbol diésel. El motivo no es otro que el secreto que esconden sus semillas: un aceite a partir del cual se obtiene el biodiésel, un carburante más amable y respetuoso con el medio ambiente que aspira a desbancar a los combustibles fósiles, más nocivos y contaminantes.
Si hay alguien que sabe mucho de esto, esa es Laura Díaz Rodríguez, integrante del grupo de investigación Catálisis Heterogénea de la Universidad de La Laguna e investigadora principal (IP) del proyecto ‘Valorización energética de residuos’, cuyo objetivo es la búsqueda de alternativas energéticas a combustibles fósiles. Una iniciativa desarrollada conjuntamente con la empresa Canbe Atlantic, e integrada en el programa de transferencia de conocimiento Agustín de Betancourt (2016/2020).
El proyecto tiene dos líneas principales. La primera se centra en la obtención del biodiésel a partir de aceites de semillas y la segunda en la elaboración de biogás, aprovechando la glicerina resultante del biodiésel. Un concepto absolutamente sostenible que persigue que “la contaminación no siga aumentando, e intentar que en Canarias se dependa cada vez menos del exterior y podamos autoabastecernos energéticamente”, explica Laura.
El nuevo uso del aceite de fritura
Los pasos previos al desarrollo de la investigación con aceite de semillas de Pongamia Pinata se dieron con aceites residuales de fritura, que dejan de tener utilidad en la cocina pero sirven para obtener biodiesel. El colectivo Ataretaco, encargado de recogerlo y almacenarlo, suministraba de aceite al grupo de investigadores de la Universidad de La Laguna para poder avanzar en el estudio.
Los seis miembros de Catálisis Heterogénea, que coordina la catedrática Andrea Brito, ya tenían experiencia con otro tipo de aceite, el de semillas de Jatropha, un árbol oriundo de México y otra de las fuentes de energía más demandadas para producir biodiésel. Además de resistente y altamente productivo, la Jatropha soporta muy bien la sequía.
Las semillas de Jatropha, igual que las de Pongamia, son importadas y proceden de cultivos energéticos. En la empresa Canbe Atlantic habían oído hablar de este árbol tan exótico y bonito que, además de adornar las calles del continente asiático, tenía un potencial enorme como posible productor de biocombustible y no se lo pensaron dos veces. Bastaban unas pocas semillas, de cosechas diferentes, para saber si se podría obtener biodiésel a partir de su aceite.
A la vista, la cáscara de esta semilla no comestible, e incluso venenosa, es muy similar a la de la almendra. Ligeramente ovalada y de color tostado, su dura carcasa es lo poco que queda de los dos sacos que se importaron de Asia para realizar la investigación. “La empresa contempla la posibilidad de cultivarla aquí pero es algo que aún no está muy claro, ya que podría comportarse como una planta invasora, al ser una especie importada”, comenta Laura.
La importancia del catalizador
Hay dos razones por las que el biodiésel es la alternativa sostenible al gasoil: no es tóxico y es biodegradable. Su ciclo de generación de CO2 es cerrado y revierte de nuevo en las plantas, por lo que las emisiones de dióxido de carbono no se acumulan en la atmósfera produciendo el nefasto efecto invernadero, causante del cambio climático que sufre el planeta.
El peso que tiene el catalizador en el resultado final de la primera línea de investigación (la obtención del biodiésel) es crucial. “Nos hemos enfocado mucho en buscar ese catalizador ideal para que se produzca esa reacción deseada. Normalmente se utilizan catalizadores homogéneos, que están en una fase líquida, como los reactivos, pero nosotros estamos trabajando con catalizadores sólidos, es decir, heterogéneos, cuyas fases son distintas a las de los reactivos”.
La gran ventaja de tener un reactivo líquido y un catalizador sólido es que se puede trabajar a temperaturas más bajas. “Al mezclar aceite con alcohol se genera biodiesel”. Para que eso pase se necesita una sustancia que acelere el proceso, que no es otra que el catalizador. De ahí su importancia.
La combinación del aceite, extraído tras el secado y triturado de la semilla, el alcohol y el catalizador se convierte, varias horas después, en una mezcla indivisible. Por un lado está el biodiesel y por el otro la glicerina, pero no la transparente, como la que se adquiere en la farmacia. Su aspecto es similar a la de una masa viscosa de color blanco que puede purificarse posteriormente.
Sostenibilidad por encima de todo. He aquí otro de los aspectos importantes de este proyecto. Su pretensión es dar, en todo momento, salida a los residuos. “Desde el punto de vista de la economía circular se intenta aprovechar todo. No hay desechos inservibles. Por eso, en su momento pensamos que esa glicerina podría convertirse en biogás, metiéndola en biorreactores con otro tipo de residuos”, explica la investigadora Laura Díaz.
La alternativa ecológica al gas ha llegado para quedarse y centra la segunda línea de investigación del proyecto. Esta mezcla de metano y dióxido de carbono puede utilizarse para la combustión de las calderas de calefacción o para cocinar, entre otros muchos usos domésticos e industriales. “Estamos experimentando con la obtención de biogás a partir de los residuos que se encuentren en la isla, ya sean agrícolas o forestales”.
Rolos de platanera y semillas de tomate
El rolo de la platanera, la piel y las semillas de los tomates o los excedentes del salvado de trigo son tan válidos en la producción de biogás como el lodo de la depuradora, en este caso la de Santa Cruz, que también se está empleando en la obtención del codiciado gas natural. “Además, hemos probado los desperdicios de la comida que sobra en los hoteles y los mezclamos con un inóculo que estamos usando”.
Aunque es la energía del futuro y dicen que la más limpia que existe, en España, a diferencia de otros países, la industria y producción del biogás no acaba de despegar del todo. Laura sabe que llevará algo de tiempo, pero que se abrirá paso más tarde o más temprano, y no solo porque sea renovable, sino porque contribuye a esa economía circular, un concepto tan presente en su proyecto.
Y precisamente de ese empeño en aprovecharlo todo ha surgido, casi de forma paralela, la posibilidad de convertir las cáscaras de la Pongamia Pinnata en una especie de absorbente que evitaría que los ácidos grasos de los aceites estropeen los catalizadores, como ocurre en ocasiones en este tipo de procesos. Un tercer paso que podría derivar en otro hallazgo importante en el campo de los biocombustibles.
Hasta que eso suceda, esta ingeniera química formada en la Universidad de La Laguna, que entró como tecnóloga en el proyecto y hoy es doctora, tiene por delante casi todo un año para abordar la parte numérica de la investigación. “Queremos actualizar los datos de generación de residuos en Canarias y ver cuánto biogás se puede producir para abastecer a Tenerife. Y lo mismo sucede con el biodiésel. Harían falta los cálculos para conocer exactamente la cantidad de aceite de fritura que haría falta para producirlo”.
Un sinfín de preguntas y cálculos que hay que abordar en esta parte del proyecto, junto con la memoria final, con las que Laura Díaz está más que familiarizada. Su trayectoria siempre ha estado ligada al campo de los combustibles y la catálisis heterogénea. “Mi tesis doctoral se basó en la búsqueda de catalizadores heterogéneos para producir biodiésel, y aunque he cambiado las alimentaciones, ya tenía un poco de experiencia en la extracción de los aceites y sabía cuáles eran los catalizadores que funcionaban y los que no”.
Lo que comenzó casi por casualidad, el hecho de que la empresa (Canbe Atlantic) contactara con una universidad asiática porque tenía interés en importar semillas de Pongamia Pinnata para plantarlas en la isla, se ha convertido en una serie de logros encadenados que, quizá, den lugar a la creación de dos patentes, cuyas solicitudes tramita actualmente la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI): la de un nuevo catalizador para la producción de biodiésel y la relativa a un producto que interviene como intermediario en reacciones de producción de biodiésel, mejorando el rendimiento. Ambas se encuentran en proceso de evaluación.
Gabinete de Comunicación