22 de diciembre de 2015, era una mañana fría prenavideña en Nueva York. Si hubiéramos pasado por un quiosco de prensa de la zona, ese día veríamos cómo el mundo se dividía entre la inocencia o culpabilidad del fundador de Megaupload o cómo el petróleo se desplomaba a mínimos históricos, sin embargo, muy pocos medios de comunicación se hicieron eco de una resolución que firmaría la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ese día se designó que, a partir de ese momento, el 11 febrero fuera el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia. Además, invitaba a todos los Estados Miembros, organizaciones y órganos del sistema de las Naciones Unidas, organizaciones internacionales y regionales, el sector privado y el mundo académico, así como a la sociedad civil, incluidas las organizaciones no gubernamentales y los particulares, a celebrar este día. Y así ha sido desde entonces.
La ONU lo tenía claro. La misma resolución fundacional de la efeméride reconocía que “las mujeres pueden contribuir decisivamente al logro del desarrollo sostenible, y reiterando su determinación de asegurar su participación plena y efectiva en las políticas, los programas y los procesos de adopción de decisiones en materia de desarrollo sostenible a todos los niveles, las mujeres y las niñas desempeñan un papel fundamental en las comunidades científica y tecnológica y su participación debería reforzarse”.
La celebración de esta efeméride busca poner en el calendario varias reivindicaciones relacionadas con la mujer y la carrera de investigación. El abandono escolar, el sesgo en la evaluación, la falta de referentes o el famoso techo de cristal. Según el Libro Blanco Situación de las Mujeres en la Ciencia Española uno de los principales problemas a los que se enfrenta la mujer durante su carrera científica es la segregación horizontal y vertical. La primera se produce “en la medida en que algunas áreas de conocimiento están muy feminizadas –especialmente las relacionadas con las ciencias de la vida– mientras otras están muy masculinizadas –las ingenierías y ciencias experimentales”.
La segregación vertical, por su parte, tiene lugar en todos los campos, independientemente del grado de feminización del alumnado universitario: de hecho, hay muy pocas mujeres en los puestos más altos de la ciencia, incluso en los campos en que las féminas son mayoría entre los titulados, como la medicina. La presencia de mujeres en los escalones más altos de la ciencia no es proporcional al número de mujeres cualificadas, que tienen la edad, los méritos y la motivación suficientes.
Laura Díaz, ingeniera química
Quisimos conocer la experiencia de dos investigadoras de la Universidad de La Laguna, dos jóvenes científicas con perfiles diferentes, pero unidas por su pasión por la ciencia. Nuestra primera parada está en el laboratorio del Departamento de Ingeniería Química y Tecnología Farmacéutica de la Sección de Química. Rodeados de grandes matraces y alambiques conocemos a Laura Díaz, investigadora de este departamento que nos explica con pasión cómo trabajan para generar nuevos combustibles a base de biodiesel a través del tratamiento de aceites de fritura o algunas especies de plantas. Pero el motivo de nuestra visita es conocer su experiencia como mujer investigadora y lo primero que le pedimos es que nos diga cuál es su primer recuerdo que tiene relacionado con la ciencia. “De pequeñita sí que recuerdo que por Reyes me regalaron un microscopio, recuerdo buscar hojas por las huertas para luego observarlas. También recuerdo que tuve un juego que me encantaba, se llamaba “Cristalnova” y otro llamado “Perfume mágico” que era para mezclar pócimas”.
Luego llegó su época del colegio e instituto. Nos confiesa que, si bien le gustaba la ciencia, “llegó la PAU y no tenía ni idea de lo que quería estudiar”. Miró las asignaturas de muchas carreras y se fijó en la Ingeniería Química, le era familiar. Poco a poco el grado le fue gustando más y más hasta querer hacer de esta disciplina su oficio, aunque el trabajo de investigación nada tiene que ver con el que tenía en mente previamente. “Yo pensaba que esto era mezclar sustancias, pero luego descubres que es mucho más, que la investigación tiene un valor añadido y que siempre persigues un fin de mejora, tienes un objetivo claro”. En su casa la idea de estudiar ciencias no fue ningún problema, pudieron elegir con total libertad, “de hecho, somos tres hermanas y todas hemos estudiado carreras de esta rama.”
Al preguntarle por si ha tenido alguna dificultad en su carrera por el hecho de ser mujer Laura se muestra tajante: “Nunca he sentido discriminación en mi trabajo, al contrario. No me parece justo que, por ser mujer, en una convocatoria, por ejemplo, para un contrato, te den un punto, creo que debemos tener las mismas oportunidades. A pesar de lo que diga la gente no he vivido ningún tipo de discriminación”. Y ¿qué se podría hacer para aumentar en numero de chicas en carreras científicas? “Creo que se está haciendo una labor muy importante, que cada vez más se está acercando la ciencia a los niños y niñas, se hacen más ferias, talleres de divulgación para hablar con las chicas, cuando hacemos ferias en la calle se me acercan muchas niñas para preguntarme por mi trabajo, siento que los escolares están bastante en contacto con la gente científica”.
Cristina González, microbióloga
Nos despedimos de Laura Díaz en busca de nuestra segunda protagonista, no está lejos. Salimos de la Sección de Química, cruzamos el pasillo ajardinado y ya hemos llegado a nuestro destino, el Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias; en el laboratorio número 16 nos espera Cristina González. Este centro, que está teniendo un importante papel en esta pandemia, funciona a pleno rendimiento. También el laboratorio de Cristina. Esta bióloga trabaja estudiando los gérmenes que transporta el aire y qué patologías pueden causar, incluidos aquellos que arrastra la calima. También se encarga de estudiar nuevos métodos para analizar la calidad del agua.
Aunque nos confiesa que siempre ha sido una persona curiosa, nos cuenta que su primer recuerdo relacionado con la ciencia la impactó. “Creo que fue el séptimo de EGB, tenía 12 o 13 años. Mi profe de Ciencias trajo unas ranas del estanque de al lado del cole y comenzamos a ver los pulmones de la rana. Cuando miras a través del microscopio y ves la circulación de la sangre y te explican que en tu cuerpo está ocurriendo lo mismo es fascinante”. Al igual que su colega Laura, Cristina también acabó el bachillerato sin tener muy claro qué quería estudiar, al final ganó la Biología y dentro de ésta, la Microbiología. Su carrera científica ha sido el resultado de “ir tomando decisiones en cada momento, sin una gran planificación”, un camino que la llevó a este laboratorio.
Aunque es la primera científica de la familia, su decisión de estudiar esta titulación fue apoyada de forma incondicional y desde la libertad. Ante la pregunta de si cree que hay problemas de género en la carrera científica, Cristina afirma que no ha tenido ningún conflicto en este sentido. “Nunca me he sentido menos por ser mujer, ni durante la carrera, ni el máster, ni el doctorado. Sí que observas que las cosas van cambiando, antes veías que casi todos los puestos directivos estaban ocupados por hombres y ahora compruebas que eso está cambiando, por lo menos en mi área”.
Cristina es madre de dos niños, y al llegar a este punto, sí que quiere matizar cierta diferencia. “El único hándicap que veo y he experimentado tiene que ver con ese momento clave de una mujer que quiere ser madre. Si quieres ser madre ese tiempo que se tiene que dedicar al embarazo, cuidados y lactancia es tiempo que pierdes en la investigación y ese tiempo no se recupera. El nivel competitivo es muy grande y esto se observa en las publicaciones, se nota más aun cuando estás en grupos pequeños. Creo que debemos buscar una fórmula para que se pueda equilibrar todo y la investigación puede ser compatible con la maternidad”.
¿Y por qué crees que hay carreras más de “chicas” y otras más de “chicos”? Ahora que soy madre me doy cuenta de que hay muchos sesgos que se implantan desde pequeños. Yo era de las personas que opinaba que lo del lenguaje inclusivo era una tontería, porque yo crecí en una educación donde “chicos” incluía a ambos sexos, nunca me sentí excluida por eso. Pero cuando yo le digo a mis hijos algo como “los chicos fueron al parque” ellos me dicen “¿y las chicas, no fueron?”. El día que me respondieron eso me di cuenta de lo importante que era. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para no tengamos estos sesgos como el de rosa y azul”, propone.
No cabe duda, las niñas pueden elegir con libertad sus estudios superiores, sin embargo, aún podemos detectar los coletazos de los microsesgos que les vamos inoculando a los niños y niñas desde su infancia, con niños médicos y niñas enfermeras, niños científicos con pelos alborotados y niñas de laboratorio con gafas de pasta, etc. Estereotipos que solo están en nuestra cabeza y que debemos desterrar.
Unidad de cultura científica y de la innovación (UCC+i) Cienci@ULL