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Bienvenidos al Antropoceno

viernes 29 de enero de 2021 - 14:41 GMT+0000

Willbur Tennant, un granjero de Virginia (EEUU), entra en un prestigioso bufete de abogados de Cincinnati en busca de Robert Bilott para que averigüe por qué 90 de sus vacas han muerto. Así se desarrolla una de las primeras escenas de Aguas Oscuras (Dark Waters), la película que el actor Mark Ruffalo, ecologista contumaz y activista de numerosas causas sociales, produjo y protagonizó en 2020 para despertar la conciencia medioambiental del espectador.

Una historia real que sacó a la luz lo que la todopoderosa multinacional americana Dupont, fabricante del teflón que recubre las sartenes o las planchas para el pelo, había estado haciendo impunemente durante décadas: ocultar que el compuesto químico del antiadherente estrella presente en los electrodomésticos, entre otros muchos productos, contenía ácido perfluorooctanoico, un polímero altamente tóxico. La tenacidad de Bilott, que comenzó a investigar los hechos a finales de los años 90, puso de manifiesto que Dupont nunca informó a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos de la toxicidad del compuesto, que se vertía en las aguas del condado y causaba muertes por cáncer de hígado o testículos, infertilidad y malformaciones en los habitantes del pueblo de Parkersburg.

Todo un escándalo que hoy en día sigue en los tribunales y que evidencia hasta qué punto la contaminación química está presente a lo largo y ancho del mundo, y hasta qué punto, también, los seres humanos están alterando el planeta en su conjunto, un problema global que ocupa y preocupa desde hace años al profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, la Educación y el Lenguaje de la Universidad de La Laguna, José Manuel de Cózar Escalante.

Con tres sexenios de investigación a sus espaldas y especializado en el estudio de los impactos sociales, éticos y medioambientales de la ciencia y la tecnología, De Cózar indaga desde hace años en un concepto que, aunque informal, cada día tiene más peso en la comunidad científica: el Antropoceno, la época en la que el ser humano ha llegado a ser una especie de fuerza geológica capaz de alterar el planeta, “como si fuera un volcán, o un terremoto. Mientras que antes se hacía por partes y había impactos locales como las talas de bosques o los vertidos, ahora se hace de manera global”, comenta el profesor de la Universidad de La Laguna.

Nueva era geológica

Aunque aún no se ha acuñado oficialmente el término (se espera que en unos dos años un comité de expertos en la materia lo haga), el Antropoceno hace referencia a un periodo de tiempo en la historia de nuestro planeta que se caracteriza por sufrir alteraciones geológicas muy rápidas y profundas provocadas por las personas. Su arranque oficial daría por terminada la etapa actual, el Holoceno, la última época del periodo Cuaternario, que se inició hace 11.700 años, y daría la bienvenida a una nueva era geológica.

“Es un planteamiento que nos permite ver realmente qué estamos haciendo con el planeta. La mayoría de la gente ya acepta que lo estamos alterando, que estamos variando los ciclos geoquímicos, la composición de los mares, de la atmósfera, su geomorfología, que estamos acabando con la biodiversidad y provocando extinciones masivas. Hay toda una ristra de efectos”.

Para este experto, hablar del Antropoceno es, sencillamente, pararse a pensar cómo es, a día de hoy, la relación que mantienen los seres humanos con la naturaleza. Una parada que fructificó en El Antropoceno. Tecnología, naturaleza y condición humana, un libro que aborda un terreno nada sencillo, más bien “abrupto y complicado”, que se originó en el año 2000 a propuesta del holandés y premio Nobel de Química Paul Crutzen, tras darse cuenta de que la época en la que vivimos debía de reflejar lo que está pasando en el planeta.

Sobre su origen, tampoco fechado a día de hoy, hay varias propuestas. Algunos dicen que comenzó en el Neolítico, cuando empezaron las grandes transformaciones de la humanidad, aunque otros apuntan a la primera revolución industrial, a mediados del siglo XVIII. Sin embargo, la mayoría, entre los que se encuentra De Cózar, se decantan por iniciarlo alrededor de 1950, coincidiendo con las primeras detonaciones nucleares, con el aumento poblacional y con el inicio de la producción masiva de plásticos.

Sexta extinción

Pero, ¿realmente podemos cambiar la forma de relacionarnos con nuestro planeta? ¿Se puede llegar a eliminar el paisaje de plásticos, metales pesados, hidrocarburantes y cemento que ‘customiza’ hoy en día nuestras ciudades? Según apunta De Cózar en su web www.antropoceno.es, estamos en lo que él denomina la ‘sexta extinción’, “una extinción masiva de especies, de la que el ser humano es el principal responsable: las especies salvajes disminuyen en una proporción alarmante”.

Mientras hace 10.000 años las especies salvajes de animales representaban el 99% de la biomasa animal frente al 1% de los seres los humanos, en la actualidad las cifras son tan distintas que asustan. Los seres humanos representan casi el 40% frente al  67% que constituye el ganado y al casi 4%  que incluye a los animales salvajes. Un cambio brutal de escenario que sin duda sienta las bases para reflexionar sobre el daño que estamos haciendo al planeta.

Una mirada crítica y analítica a la que actualmente dedica sus esfuerzos una comisión formada por una treintena de expertos y científicos agrupados bajo las siglas AWG (Anthropocene Working Group), Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno. Su decisión final, si hay huellas y evidencias suficientes para bautizar oficialmente una nueva etapa, podría dar por terminada la única época geológica que hemos conocido hasta ahora, el Holoceno.

Y si ha habido un momento de inflexión en nuestra historia reciente para que la humanidad se pare, recapacite y aprenda, ese ha sido la pandemia de COVID-19 que llegó sin avisar y ha desordenado de una manera estrepitosa nuestras vidas. “Se podría ver como un símbolo para significar que somos una unidad, un solo planeta, una raza humana; todos nos contagiamos porque es un virus que afecta a toda la humanidad y nos podría dar una enseñanza global ‒reflexiona el experto‒, pero lo que estamos viendo no es eso. Lo que estamos viendo son enfrentamientos entre gobiernos, de distintas regiones y países, que no se ponen de acuerdo ni si quiera en una situación tan crítica como esta”.

Tiene la sensación de que estas dinámicas de “no querer asumir responsabilidades y no pensar a largo plazo” están muy bien como símbolo representativo de lo que es el Antropoceno, pero no van a cambiar a pesar del momento tan trascendente y difícil que vivimos. “A lo mejor global y gradualmente sí puede que las cosas comiencen a cambiar, aunque la historia, a la mayoría de la gente, no le enseña nada”.

“Nuestra mente está diseñada evolutivamente para resolver problemas concretos, y el problema del virus es la invisibilidad, algo que nos afecta muy negativamente. Las amenazas a largo plazo o invisibles no nos interesan. Hay que hacer un esfuerzo consciente para saber qué lecciones podemos sacar de todo esto”.

Transhumanistas versus extincionistas

Igual que llegó a interesarse por el Antropoceno desde la filosofía, José Manuel de Cózar comenzó a indagar en el transhumanismo y, por consiguiente, en la mejora tecnológica del ser humano. Tanto, que actualmente dedica parte de su tiempo y talento a escribir una novela, “más bien por diversión”, inspirada en un manifiesto de la escritora y periodista británica Patricia Maccormick, y centrada en un conflicto entre los defensores de esta corriente y los extincionistas.

“Los transhumanistas lo que buscan es mejorar al ser humano radicalmente, defienden la creación de una nueva raza, mejor y más inteligente, y los extincionistas lo que quieren es que la raza humana se acabe, que se deje de procrear porque los humanos son unos parásitos para el planeta”. Dos posturas tan antagónicas como radicales. “Me llamaron la atención e hicieron gracia esas dos visiones tan distintas. Una basada en la extinción de los seres humanos y otra en superarlos en una nueva especie a la que ellos mismos denominan Humanidad Plus (Humanity +)“.

Lo cierto es que los transhumanistas quieren mejorarse física y mentalmente y vivir para siempre usando cualquier medio científico o médico para prolongar sus vidas. Todos los avances genéticos son pocos para alcanzar su objetivo. Tal y como afirma el filósofo británico David Pearce, defensor de esta corriente, y fundador de la Asociación Transhumanista Mundial, los transhumanistas defienden la creación de una civilización con las “tres S”: superinteligencia, superlongevidad y superfelicidad. Muy a lo Gattaca, la película futurista protagonizada por Ethan Hawke y Uma Thurman, que retrata a la perfección este pensamiento.

Los transhumanistas como Pearce están convencidos de que no en mucho tiempo la ingeniería genética y la nanotecnología serán las encargadas de erradicar todo tipo de experiencia desagradable para el ser humano. Y si se tienen en cuenta los datos que aporta la Federación Internacional de Robótica (IFR), en la actualidad hay más de 1,63 millones de robos funcionando en el mundo. De hecho, los datos publicados hace escasos días (27 de enero de 2021) apuntan a que la densidad promedio de robots en la industria manufacturera mundial ha alcanzado un nuevo récord: la cifra de 113 unidades por cada 10.000 trabajadores. En las últimas estadísticas publicadas por la IFR, Singapur encabeza la lista de los 10 países más automatizados del mundo, seguido de Corea del Sur, Japón, Alemania y Suecia, que ocupan los cinco primeros puestos.

Fin de la humanidad

Para los seguidores del transhumanismo, ese día en que el humano sea sustituido por un ser superior comenzaría el fin de la humanidad tal y como la conocemos, algo que muchos adeptos ven como algo inevitable. “Ellos hablan de libertad morfológica; nada de prohibiciones. Algunos apelan a su libertad individual. Ya hay algunos filósofos que dicen que se provocarían desigualdades muy evidentes entre los que pueden acceder a las mejoras”.

Pero si hay una idea radical que rompe los esquemas a la mayoría de la gente al escucharla, esa es la que llevan por bandera los extincionistas, un movimiento fundado en los años 90 en EEUU que insta a las personas a abstenerse de procrear para causar la “extinción gradual y voluntaria de la humanidad”. ¿Por qué? Porque esa es la única forma de evitar la degradación ambiental y, por consiguiente, el deterioro y la muerte agónica del planeta. Imposible, dice el experto, cuantificar cuántas personas se confiesan públicamente extincionistas, ya que “es muy difícil que se reconozcan como tal”. Aunque el Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria (Voluntary Human Extinction Movement) nació en Estados Unidos y tiene al americano Les U. Knight como su rostro más visible, en España, una de las pocas personas que se ha atrevido a abanderar estas ideas ha sido el ecologista gallego Javier Freire, creador de un grupo de Facebook que cuenta con más de 2.000 seguidores.

Lo que José Manuel de Cózar, coordinador del Grupo de Investigación Social en Innovación (Grison) de la ULL, tiene muy claro es que hay que apreciar la tecnología, pero siempre de una forma crítica porque “no todo son beneficios, por eso tenemos que aportar esa visión analítica, pero de apoyo. Tecnología sí, pero  con control e intentando que no haya perjuicios para el ser humano y el planeta”.  En este sentido, y como estudioso de los problemas derivados del uso de la nanotecnología, advierte de que, a pesar de las numerosas promesas realizadas a principios de este siglo, los avances en los materiales y tecnologías no resolverán los problemas del mundo. “Muchos problemas no son puramente tecnológicos, sino socio-técnicos, una mezcla de las dos cosas. Por eso hay que ser conscientes de que a pesar de sus beneficios, las nanotecnologías pueden aumentar las desigualdades, pueden tener usos militares, provocar problemas ambientales…”.

Hay muchas cosas que hacen que sea necesario abrir un debate sobre el uso de esta rama tecnológica que trabaja con nanomateriales. “No se trata tanto del buen o del mal uso, sino de los valores sociales que se inscriben en el proceso tecnológico. No es tan sencillo. Son sistemas que para que funcionen necesitan de mucha inversión y, por supuesto, de regulaciones”. Lo que es evidente para José Manuel de Cózar es que la visión de que la tecnología se hace y se usa bien o mal es “muy simplista”. “Esto no consiste en desarrollar tecnología para luego ver cómo la usamos. Hay que tener en cuenta el contexto social hacia el que deberíamos dirigirnos. Eso es lo difícil. Y en eso es en lo que tenemos que pensar”.

Gabinete de Comunicación


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