Son muchas las incógnitas que persisten sobre el pasado de Canarias antes de su conquista por parte de la corona castellana a finales del siglo XV. El origen de sus pobladores, el momento preciso de su asentamiento o incluso el contenido de los escasos testimonios escritos que dejaron siguen siendo objeto de estudio y, en algunos casos, debate por parte de la comunidad científica. A ello hay que sumar la constante presencia durante los siglos pretéritos de visitantes que realizaron estancias puntuales con diferentes fines, ya fueran romanos, portugueses, mallorquines, genoveses o normandos.
Desentrañar ese puzle de influencias foráneas no es tarea fácil y, sin duda, llevará mucho tiempo y dedicación por parte de investigadores de diferentes disciplinas arrojar luz sobre las múltiples incógnitas existentes sobre las poblaciones indígenas canarias. En la Universidad de La Laguna, una de las personas que más tiempo ha dedicado a explorar este pasado convulso es la catedrática de Prehistoria María del Carmen del Arco Aguilar, que desde la arqueología ha centrado su interés en, principalmente, tres grandes cuestiones: el mundo funerario, la arqueobotánica (el estudio de la vegetación del pasado) y los orígenes del poblamiento del Archipiélago.
Esta fijación por el pasado le viene de niña. Procedente de una familia con ocho hermanos en la que había mucho hábito lector, recuerda que, según su padre, ella fue la única que desde los diez años ya tenía claro qué quería ser de mayor. Así que, cuando cursó la licenciatura de Filosofía y Letras años después, era lógico que terminara decantándose por la arqueología, si bien tuvo su momento de dudas: “en aquel momento la titulación tenía un diseño que nos aportó un gran enriquecimiento contextual, estudiamos no solamente Historia, sino Geografía, Latín, Árabe y Griego”. Así, las lecciones que recibió de Ramón Trujillo Carreño avivaron un interés por la lingüística que le hizo considerar la posibilidad de especializarse en ese campo, si bien finalmente retomaría su pasión de siempre.
Los primeros pasos de Del Arco en la arqueología estuvieron marcados por la influencia de Manuel Pellicer, fundador el departamento sobre esta materia en la Universidad de La Laguna, de quien destaca la estrategia que diseñó para todos sus egresados y doctorandos: consciente de que era necesario investigar el entorno canario, pero también ser competitivos en ámbito nacional para poder acceder a ciertas convocatoritas, se aseguró de que todos tuvieran una formación sólida en el ámbito ibérico-mediterráneo. De este modo, la investigadora realizó una tesina sobre enterramientos aborígenes en el mundo isleño y una tesis doctoral sobre la misma materia, pero centrada en un tipo de tumba tumular en la Península Ibérica durante las edades de Bronce final y de Hierro.
A partir de ahí, Del Arco participó en muchas excavaciones por toda Canarias, que le permitieron afinar mejor las cronologías existentes y realizar importantes hallazgos sobre los cultivos aborígenes, determinando que ya antes de la llegada castellana existía una agricultura de cereales (cebada, trigo) y leguminosas (habas, guisantes) que desmontaba las crónicas redactadas durante el periodo de conquista, las cuales afirmaban que los aborígenes carecían de actividad agrícola en algunas islas o se silenciaban algunos cultivos . El último hallazgo arqueológico en el que se ha visto envuelta, y que todavía está en sus fases iniciales, es un taller romano de producción del tinte púrpura hallado en la isla de Lobos.
El grupo de turistas que visitaba la Playa de la Calera de la isla de Lobos en primavera 2012 no podía imaginar que su excursión iba a culminar con algo más que un refrescante chapuzón: el hallazgo de unos restos cerámicos acompañados por una enorme cantidad de conchas de moluscos acumuladas. Por fortuna, estos viajeros fueron conscientes de que aquello era algo inusual y avisaron al servicio de Patrimonio del Cabildo de Fuerteventura, el cual, a su vez, contactó a la profesora Del Arco quien, casualmente, se hallaba en la isla desarrollando un proyecto sobre poblamiento junto a miembros del Museo Arqueológico de Tenerife.
“Ya la simple observación mostraba que era algo diferente”, explica la arqueóloga. “Era un conchero distinto al que encontramos en el mundo indígena, que suele estar constituido por una mezcla de lapas, burgados y mejillones. Aquí solamente había una especie masiva (Stramonita haemastoma) que, además, estaba procesada por unos patrones de fractura con rotura no casual y muy sistemática y venía acompañada por material cerámico romano. No había ninguna duda de que aquello era un taller de púrpura”, un tinte muy apreciado en el mundo romano, obtenido a partir del tratamiento de estos moluscos.
La investigadora reconoce que el hallazgo le produjo una emoción muy especial, una “sensación de imposibilidad de que aquello, efectivamente, estuviera allí”, puesto que las cartas arqueológicas existentes para ese enclave en ningún momento contemplaban la posibilidad de que allí hubiera restos de culturas mediterráneas. “En ese momento eres consciente de que tienes un registro y un icono que tienes que mimar, que trabajar, que dar la talla y sacarle el máximo partido”.
Desde su descubrimiento hasta hoy, las excavaciones en ese yacimiento han permitido concluir que se trataba de un puesto de explotación de púrpura muy similar a otros hallados en las costas de Marruecos y de Cádiz, directamente relacionados con la ciudad romana de Gades. Sin embargo, si en estos sus trabajadores, al finalizar la jornada, volvían a sus domicilios habituales, en el caso del taller de Lobos el personal desplazado hasta allí, lógicamente, dormía en el propio enclave, por lo cual también se han encontrado restos de construcciones arquitectónicas y una gran parte de los enseres que les permiten mantenerse allí.
Adicionalmente, en el yacimiento hay seis concheros; montículos de moluscos; herramientas del trabajo hechas de piedra, como bolos y guijarros de basalto, transformados en yunques, mazos y percutores; restos de calderos de plomo donde se procesaba la materia orgánica para transformarla en púrpura; instrumental de pesca; menaje de uso doméstico; y las ánforas en las que se habían trasportado desde el origen aceite, vino y alimentos en salazón. “Es un yacimiento único porque como taller de púrpura no solamente tiene las herramientas específicas sino el modo de vida y subsistencia de quienes trabajan en él, algo que no encuentras en los otros talleres. Nuestra idea es volver en noviembre o, como muy tarde, primavera, porque queremos intervenir en otros puntos del mismo enclave del islote”.
Queda, por tanto, mucho trabajo por delante, que se acomete con una equipo interinstitucional, la Universidad de La Laguna, el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife, en especial el Museo de Arqueología de Tenerife y el Cabildo de Fuerteventura y con colaboraciones con la universidad de Cádiz y el Centro Interdisciplinar de Investigação Marinha e Ambiental en Oporto.
Por el momento, a partir de esta excavación ya han surgido cuatro tesis doctorales que están en estos momentos en curso: una de Ramón Cebrián, sobre la producción tecnológica de los trabajadores de la púrpura (los murileguli); otras dos, con alumnos de la Universidad de Ganada, Celia Siverio sobre la fauna terrestre y Helia Garrido sobre la cerámica común de cocina y mesa y la cuarta, de David Rodríguez, sobre las ictiofaunas. Además, hay en paralelo un proyecto que finaliza en breve financiado por la Fundación CajaCanarias, en el que se incluyen estudios genéticos de los restos faunísticos que aparecen en el yacimiento, sobre todo ovicaprinos, cerdos y avifauna.
“Lobos es un enclave que depende de una estrategia económica que se diseña en Gades y contempla también el mantenimiento y suministro de quienes vienen a explotar determinados recursos del archipiélago”, expone la experta. “Hoy sabemos que no solamente explotaban la púrpura, sino que también capturaban cetáceos y otras especies de alto interés económico, pues tenemos ya definido por ADN que hay rorcual y lobos marinos”.
Superar el peso de la tradición
El hallazgo de Lobos se produjo a pesar de que, según la documentación arqueológica existente anteriormente, era imposible que hubiera restos de ese tipo en dicho enclave. “En la carta arqueológica previa no hay ni un solo registro de cerámicadesde el modelo teórico de observación del territorio no se contemplaba que fuéramos a buscar esos elementos, sino que nos centraríamos en materiales de época indígena. Sin embargo, hoy en Lobos, en distintos puntos, se observa claramente que existen esos otros materiales que, en este caso, tienen filiación romana”. Es decir, el trabajo de campo ha hecho reconsiderar lo que la documentación preexistente apuntaba.
Esto es un buen ejemplo de cómo avanza la ciencia histórica y también recuerda a otra situación similar que, por fortuna, ya está siendo revertida: el exceso de reverencia hacia las crónicas de la época de la conquista castellana, así como a las primeras historias generales redactadas posteriormente. “Los arqueólogos canarios”, explica Del Arco, “durante mucho tiempo han considerado que esos textos prácticamente proporcionan la imagen válida de esas sociedades antiguas. De tal manera que cuando los registros arqueológicos han mostrado en diversas ocasiones algunos elementos diferentes a los que están en el relato, el arqueólogo, en lugar de decir ‘este es mi contexto y esto tiene que ser así’, siempre se pone un pero”.
Pero, como desarrolla la arqueóloga de la Universidad de La Laguna, a lo largo de su carrera los hallazgos realizados en sus excavaciones le han llevado en varias ocasiones a contradecir o matizar las crónicas antiguas. Recuerda así que su equipo encontró trigo en un yacimiento de Icod de los Vinos mientras que esos textos históricos afirmaban que en Tenerife no se había cultivado ese taxón. O que el análisis de restos de carbones permitió determinar que en Canarias había higueras siglos antes de la llegada de los mallorquines en el siglo XIV, que es a quienes históricamente se había atribuido la entrada de este frutal en las islas.
Siguiendo esa línea de argumentación, Del Arco recuerda que las crónicas previas señalan que los aborígenes solamente hacían cerámica a mano y en sus culturas había ausencia de materiales metálicos o de vidrio, por lo que si en una excavación aparecía alguno de esos elementos, el hallazgo terminaba siendo considerado como una alteración de los lugares arqueológicos. Sin embargo, “el hallazgo de esos elementos puede corresponder a que durante su desarrollo como sociedad, los aborígenes tuvieron contacto con otras sociedades que sí tenían esas materias y entraron por vía marítima. Eso significaría también eliminar la idea de un fuerte aislamiento: si viene gente foránea durante un periodo de tiempo determinado, dejan unos registros de esa naturaleza”.
Y también hay que recordar que, muy probablemente, los colonos que acabarán conformando la población estable de las islas llegarían con animales, vegetales y materiales con los que iniciar su vida en el nuevo territorio. “Llegan con un stock de elementos biológicos que constituye su propio bagaje cultural en origen” el cual, tras la arribada, por el propio proceso de adaptación, se irá modificando por el uso. “Conocen los metales, por lo que es lógico que en su paquete fundacional de instrumentos cuando llegan, traigan útiles de metal. Otra cosa es que eso se acabe, no los puedan renovar y tengan que buscar otras alternativas de piedra”. Lo mismo sucedería con los cultivos, que desaparecen o cambian por razones de eficacia: “Llegan con cebada y trigo, pero ven que la cebada es menos exigente en cuanto al tipo de sustrato y produce mucho más grano, lo cual va a determinar que se cultive más”.
La colonización de las islas parece claro que se produjo en varios aportes poblaciones relacionadas con el ámbito mediterráneo y norteafricano. Lo que todavía sigue siendo objeto de debate y análisis es su cronología y, de hecho, del Arco señala que “el origen del poblamiento en Canarias es un tema que hoy por hoy no está zanjado”. Lo que sí parece claro es que no fue un hecho fortuito sino un proceso programado. “Sería difícil pensar que ocho islas con estas características y distribución física hubieran tenido un poblamiento por azar a causa de una navegación precaria y que se hubieran mantenido aisladas durante 1.500 años, si admitimos las cronologías más cortas”.
Cuando se produce la conquista en el siglo XV, las islas están densamente pobladas y al límite de su capacidad de carga, lo cual para la experta hace difícil pensar en un poblamiento esporádico y hace más plausible otro que conllevase relaciones con el exterior durante un cierto tiempo y en el que se produjera renovación del stock biológico y nuevos aportes poblacionales.
De este modo, basándose en el estudio de numerosos indicios materiales y biológicos y estableciendo comparaciones con culturas cercanas, en la actualidad los historiadores y arqueólogos manejan un grupo de cronologías que situarían ese primer poblamiento después de la era, o en el tránsito de la era como muy tarde. Y un segundo grupo de cronologías se iría a registros más antiguos, en torno a mediados del primer mileno antes de la era, e incluso hacia el primer tercio de ese primer milenio.
“Hoy por hoy, los arqueólogos no coincidimos, pero hay indicios que demuestran que en las islas hay gente desde los inicios del primer mileno antes de la era. Hay yacimientos que revelan unos registros que son inexcusables”, señala la experta, que también matiza: “El hecho de que haya gente en las islas en esa época temprana no quiere decir que sean los únicos contingentes de pobladores que llegaron al archipiélago. Tradicionalmente, hemos asumido que las islas se pueblan de una sola vez, y aquí se quedan aislados. Pero hoy podemos decir que, aunque dudemos de las otras cronologías, hay gente en La Graciosa y Lanzarote en el primer tercio del primer milenio antes de la era, ya que es el punto de entrada desde el norte de África. Y si la hay en Lanzarote, la tendría que haber en Fuerteventura, porque las dos islas son un continuo”.
El razonamiento cronológico de Del Arco prosigue recordando que los indicios señalan que también en ese periodo del primer milenio antes de la era ya había poblamientos en Icod, “así que, indudablemente en Gran Canaria tiene que haber gente por esa época, porque los ecosistemas y la variabilidad de registros de esa isla lo sustentaría. Igualmente, si hay fechas antiguas en La Palma o en La Gomera, del siglo primero de la era, se hace muy difícil desde un punto de vista teórico pensar que llegan a La Gomera, se instalan en ella, y sin embargo no hay gente en el resto del archipiélago. Encontrar los indicios de ese primer horizonte colonizador es muy difícil”.
Los indicios hallados en los yacimientos aportan datos más o menos fehacientes, pero luego es necesario realizar una interpretación coherente de los mismos. Por ejemplo, señala que tradicionalmente se sitúa el poblamiento de Gran Canaria en épocas tardías, ya en la era, basándose para datar esos momentos en restos de ocupación, de explotación agrícola con almacenaje en silos y en la presencia de necrópolis tumulares. “Pero considerar que por tener dataciones, éstas son significativas para establecer el momento del poblamiento es un error, porque lo que nos están diciendo es que ya hay gente sólidamente instalada con una agricultura que está en pleno apogeo”. Es decir, que se trata de un poblamiento ya muy desarrollado que, necesariamente, tuvo que haberse originado antes hasta llegar a ese punto.
Adicionalmente, los estudios genéticos liderados por la investigadora Rosa Fregel han permitido establecer que entre las poblaciones aborígenes existió una mayor diversidad de la que se pensaba, especialmente en Lanzarote porque, como ya se dijo, era el punto de entrada al Archipiélago desde el mar. “Así que probablemente hablamos de que hubo distintos stocks de gente en movimiento durante un periodo durante el cual hay una conexión con el exterior, es decir, que no hay un aislamiento, aunque su relación con el archipiélago pudiera ser más por el interés en la explotación de recursos que por realizar un asentamiento a largo término”.
El pasado remoto de Canarias es, pues, todavía un territorio ignoto para la investigación, y eso se refleja hasta en la terminología: hasta no hace mucho, se hablaba de “Prehistoria de Canarias” porque entonces se trataba de establecer analogías con las grandes épocas históricas y en Canarias había ciertas similitudes con las culturas del Neolítico. Sin embargo, Del Arco es de la corriente que considera más preciso hablar de una “Protohistoria” de Canarias.
“Son sociedades producto de una colonización desde el Mediterráneo y que en su bagaje original son metalúrgicas avanzadas. Por eso ya no podemos decir que es prehistoria, que es algo que nos circunscribe a un pasado más remoto”. Además, poseen escritura, aunque sea sobre soporte pétreo y aún no haya podido ser descifrada del todo. “Si poseen esa escritura, podemos considerarlos protohistóricos”.
Otra evolución terminológica se refiere a la manera de nombrar a estos antiguos pobladores: “A pesar de que lo hemos dicho todos, no me parece adecuado hablar de ‘culturas prehispánicas’, porque clasifica una cultura no por lo que es en sí misma sino por lo que le sucede; es lo mismo que cuando hablamos en América de ‘cultura precolombina’. ¿Cómo se llamaban a sí mismos? Lo propio es hablar de culturas indígenas, pero pesa mucho la tradición y, obviamente, a veces nos cuesta superarla porque automáticamente te puede salir el término. Hay que ser conscientes de que ‘prehispánica’ implica que estás llamando a una cultura por la mirada del que llegó después”.
Cuando se acerca la fecha de su jubilación, la manera de hablar de Del Arco sobre su disciplina, tanto de su trabajo sobre el terreno como de disquisiciones terminológicas, denota la pasión propia de alguien que ha dedicado toda una carrera de décadas a una materia. “Soy una privilegiada por haber podido trabajar en lo que me apasionaba desde época muy temprana. Y soy consciente de los apoyos que he tenido y del peso que conlleva la obligación de presentar resultados, trabajar, resolver cosas, madurarlas y proponer nuevas perspectivas. El hecho de que repienses algo no significa que no valores lo que estaba hecho: al final, tienes un bagaje acumulado que es producto de las circunstancias. Pero hay mucho camino por andar”.
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