Los Premio Canarias de 2021 serán recordados por ser los primeros cuyos tres galardones recayeron íntegramente en mujeres que, casualmente, están o han estado vinculadas a la Universidad de La Laguna: la pintora Maribel Nazco en Bellas Artes, la musicóloga Rosario Álvarez en Patrimonio Histórico y la filóloga Dolores Corbella en Investigación. Hemos podido hablar con esta última para repasar su trayectoria en el ámbito de la filología, donde junto a Cristóbal Corrales ha creado una auténtica escuela de lexicografía que ha desentrañado la historia y el uso del español de Canarias con una metodología que ha sido considerada ejemplar.
El currículo académico de Corbella es tan impresionante como cabría esperar y basta con mencionar que fue catedrática a los 37 años para comprender su dimensión. La valía de su trabajo lexicográfico ha traspasado fronteras y, por ello, es desde 2015 académica correspondiente de la Real Academia Española y llegó a ser candidata para ocupar el sillón “M” en la misma institución.
Este premio es el reconocimiento a una larga trayectoria, ¿cómo lo valora?
Este premio no es un parón, sino todo lo contrario. Todavía me faltan unos años para retirarme y ahora estoy en la época en la que realmente soy muy productiva y tengo una perspectiva más amplia de lo que se puede hacer y lo que hace falta. Me jubilaré en su día cuando me toque, pero seguiré investigando, es algo que siempre estará ahí y lo necesito, me gusta hacer algo cada día para sentirme productiva. Cuando sales con los amigos o estás con la familia no pierdes el tiempo, pero yo necesito trabajar ese ratito diario. Y en casa lo han entendido desde hace muchos años.
Cuando entró en Filología a estudiar la licenciatura, ¿ya tenía claro que quería investigar, o es algo que surgió durante sus estudios?
Surgió en la universidad. Yo había sido una buena estudiante en el instituto. Quizá demasiado buena, de esas a las que dejan de lado porque eres la “empollona”. En la universidad también sacaba buenas notas, pero tampoco me preocupé demasiado por ello. Era la primera que hacía carrera universitaria en mi familia, era la mayor y tampoco sabía que las calificaciones me iban a llevar a que tuviera una plaza en la universidad. Era otra época, no es como hoy en día, que los investigadores entran en la universidad a los 40 años. En aquella época mi expediente me permitió acceder a la universidad y luego sí que supe con quién quería hacer la tesis y tuve un apoyo muy importante de esa persona.
Me estoy refiriendo a Inmaculada Corrales, que me abrió un mundo porque una persona como ella, con una cabeza como la suya… Inmaculada había estudiado Química y posteriormente Filología, llegando a ser doctora. Entonces, tenía esa cabeza que tienen los científicos, muy estructurada y sobre todo muy organizada. En mi casa solo había los libros que yo había comprado, pero cuando empecé a investigar, tuve la biblioteca de Inmaculada a mi disposición.
Hice la tesis y ella murió al poco tiempo. Salió la plaza y entré a la universidad como ayudante. También quería tener hijos, así que cuando terminé la tesis me dije que era el hueco perfecto para tener uno. Efectivamente tuve una hija, pero cambiaron la ley universitaria en ese momento, así que a los nueve meses de tener a mi hija tuve la oposición, o sea, un segundo embarazo (risas). Fue difícil porque en aquella época no estaba previsto que te pudieran sustituir durante el embarazo, no era tan fácil. Bueno, ahora tampoco es que sea fácil encontrar a alguien que te sustituya, pero sí se reconoce ese periodo de baja. Yo no lo tuve, así que hice un convenio con un compañero: él me sustituyó durante mi lactancia y luego yo di el doble de clases en el segundo cuatrimestre, cuando mi hija ya tenía cuatro meses y la pude dejar. Pero a los pocos meses tuve la oposición. Aquellos primeros años fueron duros.
Ya que ha surgido el tema, a pesar de que ha tenido una carrera muy fecunda y laureada, ¿ha sentido alguna vez que por el hecho de ser mujer ha tenido más dificultades para poder conseguir lo que ha logrado?
Tienes muchísimas dificultades, pero las vas salvando con la ayuda de la familia y del compañero de vida que hayas tenido la suerte de escoger. Eso en casa lo han comprendido siempre, que yo me dedicaba a la investigación y tenía que dar también mis clases, y siempre he tenido muchísimo apoyo. Mis dos hijas entendieron eso y mi marido también. Ha sido fácil porque ellos me lo han hecho fácil, pero no porque la sociedad lo haya hecho así.
Yo decidí en aquel momento tener hijos, pero es que hoy en día la carrera universitaria hace que hasta los treinta y cinco o incluso los cuarenta la mujer no pueda tomar esa decisión, la sociedad no te lo facilita. Y eso es muy duro para una mujer. Para mí fue difícil en esa época porque las leyes no favorecían a la mujer, pero tuve suerte de que mi familia me apoyó siempre.
Tengo aquí el dato de que en 1997 fue usted catedrática, y fue de las más jóvenes de su especialidad.
Contra viento y marea, porque esto siempre ha sido como una lucha. Cuando terminé mi tesis, al año murió Inmaculada Corrales, que era la única catedrática de Filología Románica que había en la Universidad de La Laguna. Me quedé sola en el área, tuve el apoyo de los compañeros de otras especialidades, y seguí adelante. Ya en aquel momento estaba trabajando con Inmaculada y con Cristóbal Corrales en el Tesoro Lexicográfico del Español de Canarias. Y seguí trabajando con tranquilidad, llevando mi familia y mi trabajo, procurando buscar tiempo, levantándome muchas veces a las cinco de la mañana… Eso es algo que me recuerdan mis hijas, que cuando nos íbamos de vacaciones, me llevaba el ordenador, me levantaba a las cinco y ellas se despertaban con el sonido del teclado, con lo cual, después de que supe eso, las vacaciones eran sagradas: dejé de llevarme el ordenador. Ellas se acostumbraron a que su madre estaba siempre trabajando y su padre también, con otro horario. Poro es que su madre tenía que aprovechar el tiempo para cumplir con todo.
Pero tuve la suerte de que cuando surgió la posibilidad de sacar una cátedra, no estaba cubierta la del área y yo podía pedirla, tenía currículo suficiente. Surgió así y a los 37 años ya era catedrática.
¡Que sigue siendo extraordinario incluso hoy!
Sí… Cuando hice la cátedra le di las gracias al tribunal porque realmente estaban confiando en mí, en mi futuro. Veían que había una trayectoria y que seguía por ahí. Yo accedí a una universidad completamente diferente en la que para entrar no te exigía sino tener la tesina, y después hacías la tesis. No había sexenios y muchos compañeros míos merecían tenerlos pero no los solicitaban porque lo consideraban algo optativo. Asumí que si quería seguir, tenía muchos años todavía por delante y tenía que cumplir con esos requisitos de seguir optando a los sexenios y continuar solicitando proyectos de investigación, porque una de las cosas que tenemos que superar los canarios es la insularidad.
Tenía mi casa y mi familia aquí, tuve posibilidades de irme fuera, pero yo quería continuar mi carrera en la Universidad de La Laguna. Eso significaba tener que pedir proyectos, poder presentar fuera nuestra investigación y poner en valor lo que hacemos aquí. Como canarios debemos estudiar lo que hay aquí y si lo hacemos cumpliendo una serie de objetivos, podemos ser modélicos. Y efectivamente, creyendo eso, en que lo que estábamos haciendo lo estábamos haciendo bien, no mirándonos al ombligo sino estudiando lo nuestro con una perspectiva más amplia, creo que eso es lo que se ha valorado fuera siempre. Y por eso soy académica correspondiente de la Real Academia Española.
Estudiando lo local ha llegado a académica nacional.
Claro, porque lo que han reconocido es que lo local está muy bien estudiado y que este es el modelo que hay que seguir en otras zonas para conocer mejor el español. No lo digo yo, lo dicen desde fuera los investigadores que conocen y valoran nuestro trabajo, dicen que el español de Canarias es el mejor estudiado. Que eso es lo mismo que hay que hacer en Andalucía -de hecho, después hicieron un Tesoro del Español de Andalucía- y en otras regiones españolas y americanas. Y se está haciendo. Los de Humanidades no vendemos patentes, no cobramos cuando nos hacen una consulta lingüística, pero realmente Cristóbal Corrales y yo hemos exportado modelos de cómo elaborar diccionarios.
Pues hablemos precisamente de su área de especialidad. ¿Qué sería exactamente la lexicografía?
La lexicografía es la técnica de hacer diccionarios. Hacer un diccionario no es algo fácil porque incorpora toda la riqueza cultural y terminológica. Muchas veces les pregunto a mis amigos biólogos, físicos o químicos, “¿y esta planta cómo tenemos que definirla?”. Tenemos que ir a distintas áreas del saber. El lexicógrafo se dedica sobre todo a definir las palabras e incorporarlas a un diccionario.
¿Y cómo llegó a esa especialidad?
Cuando vas trabajando te vas dando cuenta de los vacíos que hay dentro de tu disciplina. Y Cristóbal Corrales, Inmaculada Corrales y yo observamos que aquí no había un diccionario general y moderno de las palabras canarias. Hasta que no empecé a estudiar el vocabulario canario no percibí que utilizaba esas palabras con toda normalidad, las había escuchado en casa, pero no estaban recogidas en un diccionario. Habían sido recogidas por algunos aficionados que, con todo el cariño y gusto, habían seleccionado una serie de términos, pero no estaban definidos como nosotros lo hacemos, de una manera objetiva. No se sabía de dónde provenía ni su uso: si se habían perdido o todavía se utilizaban en el campo o la ciudad, si seguían siendo comunes…
Lo que hemos hecho a lo largo de estos años es estudiar ese léxico e ir incorporando palabras. Poco a poco hemos ido yendo hacia atrás, hacia la historia de esas palabras, y ahora sabemos que había algunas que se utilizaban en el siglo XVI y se perdieron. No sé si tenemos el 100% de las palabras en el diccionario, porque cada día incorporamos nuevos neologismos y nuevos préstamos, pero diría que un noventa y tanto por ciento del léxico canario lo tenemos incorporado a los diccionarios.
¿Cómo surge esa relación investigadora con Cristóbal Corrales?
Cristóbal Corrales me dio clase a mí, era una persona muy seria, siempre detrás de unas gafas enormes y fue él quien me propuso trabajar juntos. Tiene una capacidad de trabajo enorme. He tenido la gran suerte de colaborar con él y, posteriormente, de ir formando un equipo de gente más joven, sobre todo con perfil interdisciplinar: de Historia, de Filología Francesa… unos pocos jóvenes investigadores porque en mi disciplina muy pocos se dedican a la investigación, casi todos tienen salida en docencia, los chicos quieren situarse y tener su trabajo cuando terminan la carrera. Pero con los pocos que se han incorporado ahora tenemos un equipo, que no es muy grande. Desde fuera se refieren a nosotros como “el equipo de La Laguna” y realmente somos contados con el dedo de la mano, pero muy trabajadores: a veces es mejor poco y bien avenidos, y más en esta universidad que es tan competitiva.
¿Se refiere al grupo LexHis, Lexicografía e Historia?
Trabajo allí con Ana Viña. Es un privilegio trabajar no solo con investigadores sino con magníficas personas. Con ella hicimos un trabajo sobre el léxico azucarero y hemos podido demostrar que la terminología que se creía americana estaba en Canarias desde principios del siglo XVI, cuando todavía los ingenios en América no estaban funcionando. Entonces, ese léxico fue de esta parte del Atlántico hacia la otra, y no al revés, como siempre se ha pensado y como dice la lexicografía española.
Ya ha nombrado que junto a Corrales han elaborado varios diccionarios. Pero la primera fase consistió en el Tesoro Lexicográfico del Español de Canarias. ¿Exactamente, cuál es la diferencia entre un Tesoro y un diccionario más organizado?
Teníamos una serie de autores que habían recopilado antes léxico canario de su propia ciudad o su propio pueblo. Algún investigador, como Pérez Vidal, también había ido recopilando algún léxico canario de origen portugués. Un tesoro, realmente, es un diccionario de diccionarios (en nuestro caso, un diccionario de glosarios, porque diccionarios en sí mismos no había). Lo primero que hay que hacer es saber lo que hay: Álvarez Rixo, Viera y Clavijo -que en su obra había recogido más de mil canarismos-. Lo primero que hicimos fue elaborar un fichero de todo lo que se había recogido, para saber lo que existía y lo que faltaba. Manuel Alvar, en 1959, había trabajado sobre el español de Tenerife y en los años 70 publicó el Atlas lingüístico del español de Canarias. Todo eso era un material que estaba muy disperso y lo que hicimos fue recopilarlo en una fuente única: eso es un tesoro, según el concepto tradicional de la lexicografía española.
Ese tesoro sirvió de modelo, fue Gregorio Salvador el que nos pidió unos ejemplos de los que estábamos haciendo, lo llevó a la Real Academia Española y allí consideraron que era una obra de excelencia para publicar, y entre el Gobierno de Canarias y la propia RAE, lo publicaron en 1992.
A partir de ahí vinieron los diccionarios: el diferencial, el de canarismos y el de Historia del español de Canarias.
La idea en principio era hacer un diccionario del español canario actual, y eso se hizo en 1996. Un diccionario no se hace de hoy para mañana (risas). Son muchos años de trabajo. Arco Libros nos publicó ese Diccionario Diferencial del Español de Canarias. Un diccionario diferencial recoge léxico de una zona concreta, donde solo da cuenta de lo que es diferente y específico de esa zona -en nuestro caso, no solo específico sino compartido con América- pero no el vocabulario general del español.
Después nos pareció que podíamos completar la historia del léxico canario, así que nos fuimos hacia atrás. Ya teníamos el Tesoro -es decir, sabíamos lo que se había dicho-, teníamos un diccionario del español canario actual, así que fuimos a ver en textos históricos, sobre todo en la documentación, dónde están registradas y cuándo aparecen esas palabras canarias. Sabiendo cuándo se registran podemos ver su uso y si ese uso ha sido continuado a lo largo dela historia. Y también podemos determinar de dónde vienen. Por ejemplo, el léxico azucarero sabemos que viene todo de Madeira. Pero también hemos descubierto en la documentación léxico del que no teníamos ni idea que se había utilizado y que luego se había perdido. Hemos ido desde los textos de 1420 hasta la actualidad en el Diccionario Histórico.
Luego, por ejemplo, acaba de salir un libro sobre la canariedad encubierta de Benito Pérez Galdós. Cuando marchó a Madrid, ninguna de sus obras se ambienta en Canarias y él intentó utilizar un léxico general, pero sin darse cuenta, se le desliza algún término de idiolecto. Es normal: él vivió con parte de su familia canaria en Madrid y, por tanto, siguió con un ambiente canario, así que es normal que, sin darse cuenta, metiera esas palabras en sus obras.
Lo que hemos hecho es extraer de todas sus novelas y de los Episodios Nacionales ese léxico. Por ejemplo, utiliza en varias ocasiones la expresión “llevar a la pela” y él no era consciente de que eso solamente se utilizaba en Canarias, es un portuguesismo. De otros elementos sí fue consciente, porque él hizo un pequeño vocabulario, quizá para no utilizar esas palabras en su obra, pero en otras no se dio cuenta de que efectivamente eran canarias y ahora nosotros, con el fichero que tenemos, podemos descubrir todo eso en ese autor.
Él quería hacer una obra general para todos los españoles, quiso ser el gran novelista de su época. Y para él, eso significaba que no lo identificaran con su idiolecto canario. Fue muy consciente de ello, aunque luego utiliza muchas palabras de Santander, donde veraneaba. De Canarias intentó que no, pero las tiene: no son muchas, pero las tiene. Esto es como si hiciéramos arqueología histórica, podríamos descubrir que un autor es canario por su léxico. Y en Galdós, aunque no lo quiso, también lo podemos descubrir.
Pero el ejemplo de Galdós nos sirve para hablar sobre si eso es algo que está ocurriendo ahora. ¿El léxico canario corre peligro de desaparición por la globalización, porque las generaciones más jóvenes están consumiendo contenidos realizados con léxico peninsular? ¿Cuál es la situación en ese sentido?
Bueno, es lógico. La globalización va a hacer que perdamos un poco las identidades. Ese léxico nos identifica y podemos utilizarlo conscientemente. Yo, por ejemplo, cuando salgo a dar una conferencia, les digo cosas como “les dejo las fotocopias en la gaveta”, utilizando este arcaísmo tan propio de Canarias. O a mis compañeros, cuando estoy en la Península, les hablo de “la guagua” conscientemente. Hay algunos que son canarismos generales, que no los perderemos. Pero hay otros que sí, que nos vamos a ver influenciados. No solo nosotros: los andaluces, cualquiera. Perderemos eso y nos enriqueceremos con otros términos. Se compensa. Pero lo bueno es que todo ese léxico ya está recogido y si leemos textos históricos, podemos señalar esas palabras.
Por ejemplo, la palabra “fotingo” era de mis padres y yo también la tengo, pero es muy raro que hoy un chico joven la utilice. Lo mismo pasa con “fonil”, la gente ya utiliza más “embudo”. No podemos ir contra la evolución, pero sí que podemos dejar memoria escrita de lo que ha sido nuestra cultura. Y hay palabras que son únicas, que no las podemos sustituir: todos los términos de la laurisilva, como “viñátigo” y “barbuzano”, son términos identificativos nuestros. O la palabra “gofio”. Esas son nuestras, son referentes únicos y no se perderán porque no hay otra palabra en español que las pueda sustituir.
Ya hemos mencionado que es usted académica correspondiente. ¿Cuál sería concretamente su labor en la RAE?
De asesora. Están trabajando en la parte del Diccionario Histórico del Español, y como tengo relación con los académicos que la están elaborándolo, de vez en cuando me hacen consultas. Y luego ellos han tomado el Diccionario Histórico de Canarias como una obra fundamental para incluirla en el diccionario general. Además de esas consultas, mi equipo y yo hacemos trabajos que sirven para completar la parte canaria y la parte general, porque estamos también analizado el léxico atlántico. Y esa parte poco a poco se va a ir incorporando al diccionario general.
Antes mencionábamos a Ana Viña, a quien pudimos entrevistar hace meses y nos puso al corriente de unos de los proyectos de LexHis, que sería todo lo relacionado con las humanidades digitales. ¿Me lo podría explicar?
El futuro de la lexicografía, de la documentación y de todo pasa por que se incluya en la red. Si no estamos metidos en red, estaremos más aislados porque los archivos canarios no serán consultados. ¿Cómo lo tenemos que hacer? Pues creando archivos digitales.
Y el futuro de la lexicografía también va a ser totalmente digital, hoy ya no se concibe la publicación de un diccionario en papel. La gente lo que va a consultar es el diccionario que ofrezcamos en red. Y será totalmente diferente a lo que conocemos, no serán diccionarios ordenados por orden alfabético, sino por familias léxicas: la idea es no ir a buscar el sinónimo, sino preguntar por el significado de esa palabra y que el diccionario me devuelva el término concreto, como si fuera Google. El futuro va a ser ese.
Y el español es una lengua de 500 millones de hablantes, así que, si me muevo por diferentes partes del mundo, el diccionario debería personalizarse según la zona en la que esté. Así, si estoy en América, el lógico que me advierta de que no puedo utilizar el verbo “coger” como lo utilizo de manera normal en España. O que la mascarilla que utilizamos todos se llama de otras formas según el país en el que estemos.
El diccionario tiene que ser diferente a lo que hemos hecho hasta ahora. Está muy bien todo el material que tenemos recogido, pero habrá que pensar con los informáticos cómo lo podemos ofrecer en la red. Y en eso es en lo que estamos trabajado.
En cuanto a la documentación, no podemos perder el carro de Internet. Tenemos que abrir nuestros archivos de una forma estructurada, y eso es lo que estamos haciendo en un proyecto que muy pronto se va a poner en abierto; nosotros ya lo tenemos en la base de datos, pero se va a poner en abierto. Desde varios lugares de mundo -Suiza, Alemania, Canadá- están trabajando grupos sobre el español, sobre cómo se habla o ha hablado español. Nosotros tenemos que dar los datos desde aquí para que el español canario también se incluya, porque es la bisagra entre Europa y América. Apenas aparecemos en el mapa, pero somos muy importantes. Y eso tenemos que creérnoslo los canarios. Podemos hacerlo y creo que este premio reconoce a una investigación de calidad que se ha hecho aquí.
Lo que necesitamos es que los políticos entiendan que la investigación tiene que ser algo prioritario. Lo vemos desde el punto de vista sanitario, una de mis hijas es médico… bueno, médica, y lo hemos visto. La inversión en investigación es lo que nos va a sacar de esta crisis. En ciencia pura, pero también en Humanidades, porque tenemos que saber quiénes somos y hacia dónde vamos.
Para terminar, y aunque seas salirnos un poco del tema, acaba de matizar que su hija es “médica”, ¿cuál es su postura sobre el lenguaje no sexista?
Bueno, no hay que ser radical. En estos días me han felicitado por el Premio Canarias de Investigación e Innovación y he contestado que es la primera vez que un investigador, en este caso una investigadora, recibe este premio por Humanidades, sea hombre o mujer. Estamos en unos niveles en que yo espero que me hayan elegido por la investigación que he realizado. ¿Que para mí en algunos momentos pudo haber sido más difícil como mujer? Sí. Pero la investigación no conoce de sexos, es buena o es mala.
¿Qué tenemos que reivindicarnos las mujeres? Muchísimo. Los Premios Canarias se los han dado a tres mujeres y eso significa que algo está cambiando. Pero eso es lo que tiene que ser habitual. Da igual que se concedan a hombres o mujeres, se lo tienen que dar a gente que sea un referente en su especialidad, y las mujeres vamos a estar ahí. Y debemos estarlo. Todavía somos muy pocas mujeres en puestos de responsabilidad, pero yo creo que el futuro es de todos: de mujeres y de hombres en igualdad.
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