¿Guardarías tu basura en la nevera? ¿Crees que tu despensa es el mejor lugar para ir almacenando tus desechos? La respuesta es rotunda. Hemos aprendido que nunca es buena idea juntar los alimentos con la basura. Pues bien, eso es lo que hacemos con nuestros mares y océanos. El ser humano lleva toda su existencia usando los océanos a su antojo, extrae lo que quiere y desecha lo que no le interesa. Quizás por la desafortunada idea, que incluso caló en la comunidad científica, de que los recursos de los océanos eran ilimitados, nuestra relación con los mares ha sido saqueadora.
Puede que porque lo apreciamos como grande o porque solo vemos su capa superficial, nuestra relación con el mar ha sido muy distinta a la de la parte seca de la Tierra. Mientras que el 40% de la superficie del archipiélago canario está protegida por alguna norma medioambiental, los espacios marinos protegidos son testimoniales: 164 espacios naturales protegidos frente a solo 3 reservas marinas. A pesar de que los mares son un eje de inspiración para el ser humano, continúan siendo territorios extraños.
Para hacer frente a esta escasa implicación social y para sensibilizar sobre el papel crucial que tienen los océanos en nuestras vidas, se declaró el 8 de junio Día Mundial de los Océanos. El Día de los Océanos se declaró por primera vez en 1992, pero no sería hasta 2008 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas resolvió que designaría el 8 de junio como Día Mundial de los Océanos. Desde entonces, esta fecha nos invita a reflexionar sobre los problemas que le estamos ocasionando a esa parte que ocupa algo más del 70% del planeta. En Canarias vivimos rodeados de él, condiciona nuestras vidas en todos los ámbitos posibles, pero a pesar de estar abrumadoramente presente, parece que no lo tenemos interiorizado. Todo lo contrario de lo que le ocurre a nuestros protagonistas, investigadores que han hecho del mar su modo de vida.
El tema escogido este año por la ONU es ‘El océano: vida y medios de subsistencia’ en relación a la necesaria convivencia a la que estamos llamados y el oportuno equilibrio que debemos establecer en nuestro uso de sus recursos. Natacha Aguilar de Soto, responsable del grupo de investigación Bioecomac (Biodiversidad, Ecología Marina y Conservación) de la Universidad de la Laguna lleva décadas investigando a los cetáceos, conoce bien su medio y campo de trabajo e identifica los principales problemas a los que se enfrentan los océanos. “A escala global tenemos el cambio climático que está alterando la distribución de las especies y por tanto es un dramático cambio de las comunidades. En Canarias tenemos especies que están en regresión, como las Algas Pardas y otras en progresión como las especies tropicales invasoras que llegan con los buques y plataformas petrolíferas. Por otro lado, tenemos la sobrepesca; hay estudios internacionales que dicen que esta manera de esquilmar nos llevará a un mar habitado solo de medusas porque estamos reduciendo el número de los grandes depredadores marinos. Estos ejercen el papel de controladores de los ecosistemas, cuando los quitas de la ecuación los herbívoros se disparan y hay que tener en cuenta que las cadenas tróficas en el mar son muy complicadas, mucho más que en tierra”. La bióloga recuerda que una especie puede ser depredada por otra que en un futuro será su presa. “Esto hace que los efectos de las alteraciones en estas cadenas sean impredecibles, como cuando esquilmas el salmón y proliferan las langostas. En Canarias la sobrepesca se ha plasmado en la reducción de un 90% en peces costeros en los últimos 50 años”. Sin duda, este desmesurado hambre de productos marinos está empobreciendo sus recursos, pescamos como si los peces fueran infinitos, con una inconsciencia que nuestro conocimiento actual sobre la materia no justifica.
José Carlos Hernández Pérez también ha dedicado la mitad de su vida al estudio de los animales y plantas marinas. El responsable del grupo de investigación EcoMar (Ecología de Comunidades Marinas y Conservación) ha podido comprobar esta inexorable depredación. “Debemos cambiar la manera en la que entendemos los océanos, para eso tenemos que educar. Los estudiantes no conocen nuestra dependencia de este medio, no les dicen que la mitad del oxígeno que respiramos viene de los océanos, que el agua que bebemos viene de los océanos y que es nuestro soporte de vida. Lo hemos olvidado por completo. Los seres humanos formamos parte de los ecosistemas, pero tenemos que cambiar nuestra manera de estar en ellos. Aún seguimos pescando de la misma forma que lo hacían nuestros antepasados. En el mar todavía comemos a los grandes carnívoros, algo que dejamos de hacer en tierra hace miles de años”.
Una visión terrenal de los océanos
Nuestra evolución nos ha condicionado una visión terrestre de la naturaleza. Pensamos en bellos paisajes de bosques y montañas, protestamos por la tala de árboles y nos preocupamos por la supervivencia del Lince Ibérico, pero en muy pocas ocasiones nos ocupa la desaparición de las praderas marinas o la aniquilación de comunidades enteras de peces de un plumazo. Esta visión de “tierra adentro” solo nos permite preocuparnos del mar cuando tiene algún problema cerca de la costa. Pero los océanos son mucho más que sus olas rompiendo en las playas, mucho más que esa fina capa azul que se pierde en el horizonte.
“Aún arrastramos esa visión que lanzó Hugo Grocio en su obra Mare Liberum de 1609, donde básicamente decía que todo estaba permitido en los océanos, esto, junto con la creencia de que los recursos marinos eran completamente inagotables, los estaba llevando al límite. Hoy sabemos fehacientemente que muchos de estos impactos son irreversibles, pero al mismo tiempo hemos descubierto que existen fórmulas para restaurar y revertir estos efectos como con las reservas marinas. Soluciones hay, pero no podemos seguir pescando como lo hacemos ahora, comiéndonos a los grandes depredadores que tienen un crecimiento muy lento y que maduran tardíamente. Deberíamos mirar al mar de una manera más inteligente, cultivando especies locales, por ejemplo, con una acuicultura sostenible y sin necesidad de comernos todo”.
La acuicultura, al igual que la agricultura, puede ser sostenible o no. Se puede practicar de una manera responsable con el medio ambiente o de una forma intensiva. La acuicultura que conocemos, la que tenemos más próxima, no es un buen ejemplo de sostenibilidad. Alimentar peces con harina de semejantes parece contraproducente ya que crías a unos animales matando otros. Natacha Aguilar va a la raíz del problema. “Deberíamos consumir menos pescado y carne y más proteína vegetal. Además, cuando consumamos carne o pescado tenemos que cerciorarnos de que provienen de fuentes sostenibles, es posible hacerlo. En el mundo, cada día, se descartan toneladas de peces, se pescan y luego se tiran muertos por la borda. Esto sucede porque los grandes barcos pesqueros tienen un modelo de trabajo donde prima el interés comercial. Cuando encuentran unos peces los capturan, pero si más adelante ven otros con mayor valor comercial, vacían sus bodegas para hacer sitio a ese pescado más caro”.
Esta práctica, ya regulada en Europa, implicaba tirar toda la captura muerta cada vez que se topaban con presas más rentables, dejando un reguero de muerte a su paso. Entre un 20 y un 40% de la pesca que se realiza en el mundo es ilegal o no regulada, pero los números de la reglada también marean. En Canarias existen más de 100.000 licencias de pesca recreativa. Solo en 2019 se tramitaron 31.000 permisos. El impacto de esta pesca también se nota en nuestras costas. “Esto no hay que tomárselo a la ligera, existe regulación pero hay muy poca vigilancia. Esta es una actividad que no reporta las capturas, no se sabe exactamente el número de capturas, pero sí algunos trabajos de su impacto, como los del profesor Castro (ULPGC). Ellos estiman que las capturas se han reducido un 40%. Hay un gran impacto, por eso hay que promocionar otro tipo de disfrute del mar, de manera que las personas que les gusta este entorno salgan armadas de cámaras de fotos o lápices y block de notas, disfrutando del mar sin necesidad de capturar seres vivos”, señalan los biólogos.
En este sentido, José Carlos llama la atención sobre nuestras costumbres y formas de disfrutar de un día de playa, con hábitos muy poco sostenibles pero que se contemplan a diario en nuestras costas. “Cuando baja la marea es muy común ver en las zonas de charcos de las playas niños y adultos arrasando con todos los animales que encuentran. Lapas, burgados, cangrejos, etc. Ese entretenimiento deja limpios estos ecosistemas tan valiosos. Hay que educar para que se visiten, observen, disfruten y dejemos tranquilos”. Natacha lo valora como una apuesta de futuro. “En Canarias hay muchas personas que viven de un modo de subsistencia, pescan para alimentarse. No podemos negarle a una persona que lleve un plato de comida a su mesa, pero tampoco está bien negárselo a su hijo o hija. Si esa persona está pescando peces de tallas inferiores a lo establecido le está negando la comida del futuro a su descendencia”.
Contaminación y cambio climático
Son los otros grandes problemas de los océanos junto con la sobrepesca. Sobre el primero. Existen varios tipos de contaminación, que se pueden clasificar de una manera sencilla entre la que vemos y no vemos. La contaminación por residuos sólidos impacta de tres maneras diferentes en la flora y fauna marina. Los enredos, la ingestión y la toxicidad. Cuerdas y redes abandonadas se enredan mortalmente en los peces, otros mueren por la ingestión de elementos que les obstruyen las vías respiratorias o digestivas y otros fallecen por las sustancias tóxicas que atraen los elementos sólidos que vagan a la deriva. Muchos de los peces que consumimos contienen tóxicos que han entrado en su organismo a bordo de los microplásticos.
A esto debemos añadir la contaminación química que llega al mar a través de los emisarios submarinos y, por si fuera poco, también tenemos contaminación acústica. Natacha llama la atención sobre esta contaminación emergente. “Esta va a más. ¿A quién le importa el ruido si, además, en cuanto pasa el barco vuelve todo a la normalidad? Ya se sabe que causa estrés, enmascara señales en los cetáceos vitales como el cortejo, la detección de presas y la presencia de depredadores. Esto aparte de las colisiones con las embarcaciones entre los cetáceos y tortugas”.
También están los efectos del cambio climático que ya está tocando a nuestra puerta. Las consecuencias del aumento de las temperaturas no habitan en el universo de los condicionales, ya no hace falta utilizar el quizás o tal vez, ahora es cosa del presente simple. José Carlos es rotundo en este sentido. “El cambio climático ya está aquí, los Polos se están derritiendo y algunas islas inundando, ahora hay pasos marítimos en el Ártico que nunca antes se habían abierto. En nuestro ámbito también lo tenemos claro. Este año han llegado a Canarias entre 100 y 200 especies nuevas, y muchas de estas se han asentado en nuestros ecosistemas marinos. Esto tiene que ver con el aumento de la temperatura del agua que las convierte en idóneas para especies tropicales”.
Además del incremento de las temperaturas, por si fuera poco, también tenemos el aumento de la acidificación. Los científicos llevan años comprobando cómo el PH de las aguas marinas aumenta con sus consecuentes efectos. “La expedición Challenger fue la primera gran campaña oceanográfica mundial, partió de Inglaterra en 1872 y recogió muestras de todo tipo. Ahora varios investigadores han comparado el fitoplancton almacenado por esta expedición y el actual. Han descubierto que el actual es mucho más pequeño. Esto tiene muchas implicaciones, desde la producción de oxígeno hasta efectos en la cadena trófica”.
El futuro
La dama de las profundidades Sylvia Earle dijo: “Estamos en un momento único, en el que tenemos la sensibilidad y los conocimientos suficientes para darnos cuenta de los impactos que tenemos sobre el planeta y a la vez saber la capacidad y poder que tenemos para corregirlo”. De sus palabras se desliza que lo que hagamos en los próximos años será clave para definir el escenario futuro, podemos dirigirlo a un horizonte Mad Max o un futuro “digno de ser vivido” como decía el artista lanzaroteño César Manrique.
Natacha cree que vamos por el buen camino. “Está todo en nuestras manos. Si queremos, podemos. De lo que hagamos ahora dependerá el futuro de este planeta. Está apareciendo nueva legislación que indica el buen camino. Ahora solo falta educar a la sociedad para que aprendamos a comportarnos adecuadamente y ser más felices con ello, porque está claro que cuando tenemos una naturaleza bonita a nuestro alrededor somos más felices y estamos más orgullosos de nosotros mismos, esto es innato”.
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