El Teide y su paisaje siempre han fascinado desde la niñez al geógrafo de la Universidad de La Laguna Constantino Criado. Como senderista, ha recorrido en incontables ocasiones sus caminos y laderas; como docente, en más de una ocasión ha llevado a su alumnado para enseñarle sobre el terreno cómo interpretar el territorio, establecido cronologías a partir de la observación de los elementos del paisaje, complementada con análisis en laboratorio de muestras tomadas en el lugar; y como investigador, ha tenido la suerte de poder dedicar parte de su tiempo a estudiar ese paraje que tanto le interesa.
Es estos meses Criado afronta su último año de docencia, cuatro décadas dedicado a la geografía física que le han permitido observar la vertiginosa evolución no solo de su disciplina en particular, sino de la investigación en general. Y en este periodo casi de despedida del mundo académico, pronto podrá saldar una deuda con El Teide, pues espera publicar una monografía sobre ese territorio, fruto de su colaboración con el grupo de la arqueóloga Matilde Arnay.
“Gracias a esta colaboración he tenido medios para encargar análisis geoquímicos y petrográficos. Estoy contento con ese trabajo que, imagino, pronto se materializará en alguna publicación monográfica que yo también echo de menos. Porque ahora estamos siempre embarcados en la elaboración de artículos, pero también hay que ofrecerle a la sociedad avances en el conocimiento científico del entorno en el que nosotros estamos viviendo”.
El interés de Criado por la geografía física le llevó a cursar sus dos últimas cursos de licenciatura en la Universidad de Oviedo porque en aquellos momentos (finales de los años 70), uno de los mejores especialistas en la metería, Julio Muñoz, impartía docencia en aquella institución. “Pero fue una cuestión curiosa, porque al año de irme a Oviedo, el mejor especialista de España, Eduardo Martínez de Pisón -que fue quien le dirigió la tesis a Muñoz-, vino a La Laguna”, recuerda divertido.
Al terminar se especializó en la geomorfología, una disciplina que se trabaja tanto desde la geografía física como desde la geología, que estudia las formas de relieve no desde un punto de vista topográfico, sino de su génesis, es decir, tratando de dilucidar cómo se han creado. “En general, los geógrafos físicos somo una especie de médicos de cabecera, que controlamos un poco de todo y lo más específico se lo dejamos a los especialistas de otras ramas. Y, en ese sentido, somo bastante incomprendidos y, en ocasiones, hasta se nos considera unos intrusos. Pero realmente es que esa es nuestra función: tener un conocimiento amplio para entender el territorio”.
Esa condición de disciplina abierta y versátil ha propiciado que este geógrafo haya podido colaborar en proyectos de lo más variopinto. Uno de los más recientes es el ya mencionado con el equipo de Arnay, que supone una de sus muchas colaboraciones con arqueólogos durante dos décadas. “Lo que me demandan estos especialistas es que les explique el territorio donde se asientan sus yacimientos”, explica.
Rememora en este ámbito una investigación desarrollada en Lanzarote, que se ha convertido en un trabajo muy citado porque evidenció desde una aproximación geoarqueológica que se había producido un impacto humano importante por la acción de las cabras en el entorno del yacimiento. “Fue la primera evidencia de que la actividad de los canarios prehispánicos no había sido tan sutil ni idílica como se había pensado, porque tenían sus necesidades y concentraban las cabras en puntos de aguada”.
En un área totalmente diferente, también destaca su colaboración con los investigadores del Departamento de Botánica, Ecología y Fisiología Vegetal José María Fernández-Palacios y Lea de Nascimento, centrado en la paleovegetación de, nuevamente, las cañadas de El Teide.
Sus cooperaciones se extienden a grupos de otras universidades. Así, menciona un trabajo sobre el sistema volcánico de El Lajial (El Hierro) con el grupo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria que coordina Francisco Pérez Torrado. U otro con un equipo de la Universidad de Valladolid sobre la Cueva del Hielo, “que ahora es la cueva sin hielo, pues ya desapareció”, en el cual se determina a partir de un estudio microclimático que, probablemente, el hielo estuvo dentro de esa oquedad aprovechando un periodo frío que se ha denominado la “Pequeña Edad del Hielo”, que abarca toda la Edad Moderna y parte de la Contemporánea, y que seguramente se vio afectada por el actual calentamiento global.
Glaciares, desiertos y volcanes
Esta versatilidad de la geografía física ha llevado a Criado a visitar paisajes con condiciones muy extremas. En ese sentido, recuerda con cariño las dos estancias de un trimestre cada una que pudo realizar en los años 90 del siglo pasado en la Antártida para estudiar los glaciales, especialmente de la Isla Decepción, gracias a su incorporación al Plan Nacional Antártida, que le llevó a colaborar con investigadores de las universidades Autónoma y Complutense de Madrid, Vigo y Cantabria.
Contrariamente a lo que podría parecer, no las recuerda como experiencias especialmente duras, pues la temperatura, que osciló entre los 2 grados sobre y bajo cero, no era especialmente extrema y, además, él se define como alguien que disfruta de la tranquilidad y el silencio. Sin embargo, pese a lo mucho que esta experiencia significó para él, Criado tuvo que renunciar a seguir realizando esas expediciones tan alejadas pues sus compromisos académicos y familiares no hacían viable esos viajes trimestrales.
Si hay un paisaje que podría suponer el opuesto a un glaciar es el desierto, que también ha interesado a este geógrafo firmante de numerosas publicaciones sobre el Sahara, centradas en aspectos como con el cambio climático o la llegada a Canarias de polvo procedente de aquellas latitudes, sin olvidar que también ha sido responsable de la traducción, junto con Covagonda Pérez, de una de las obras más importantes escritas recientemente sobre este ecosistema norteafricano, “Biografía de un desierto”, de Pierre Rognon.
Los volcanes han ocupado gran parte de su tiempo como investigador, pues explicar la geomorfología del paisaje canario conlleva, inevitablemente, tener que aproximarse a la volcanología para explicar las formas de relieve del paisaje local. “Aunque nos centremos en la geomorfología volcánica, también hay que conocer la dinámica volcánica. Al final no eres un experto en volcanología, pero algo tienes que saber”.
Dadas las circunstancias, parece imposible no conversar sobre el volcán que surgió en La Palma a finales de septiembre y que, en el momento de publicar este escrito, ya ha superado los dos meses de erupción. Lo primero que llama la atención es que Criado se refiere a él como “Volcán Cabeza de Vaca”, denominación que no es la que se ha escuchado con más frecuencia para referirse a este nuevo hito geológico.
“El volcán se abrió en un sitio llamado Camino de Cabeza de Vaca, que es un nombre horrible, pero está justo ahí”, argumenta Criado, quien también explica porqué es inexacto referirse a él como “Cumbre Vieja”: ese es el nombre de la amplia zona geográfica en donde ha erupcionado. Tampoco cree que sea apropiado llamarlo Tajogaite, porque ya existe una montaña con ese nombre un kilómetro más al este, y podría ser confuso que dos accidentes geográficos cercanos tuvieran el mismo topónimo. Exactamente lo mismo sucede con Todoque, que además de dar nombre al pueblo donde se produjo la erupción, también denomina ya a una montaña cercana.
“Está la teoría de que todos los volcanes tienen nombre guanche, pero eso no es exactamente así: hay uno que se llama Martín, otro se llama San Antonio, otro San Juan, otro El Charco… Estaba la costumbre de ponerle el nombre del santo del día, y este entró en erupción el día de San Jenaro. Existe un debate que puede dar para rato; por ahora lo llamo Cabeza de Vaca, ya después que digan los palmeros”.
Pese a la desgracia que supone el volcán para las familias afectadas, Criado considera lo mucho que se ha avanzado tanto en el ámbito científico como en el de gestión de emergencias desde la última erupción en La Palma, la del Teneguía en 1971. “Comentaba [el vulcanólogo del CSIC] Juan Carlos Carracedo que, en aquella erupción, el profesor Fuster consiguió un pirómetro en los Altos Hornos de Vizcaya para determinar la temperatura del magma a partir de su color y no tenía nada más. Ahora disponemos de un soporte científico que merece ser cuidado, porque aporta valor para toda la sociedad y para el prestigio de la ciencia en sí misma”.
En ese sentido, recuerda que las predicciones sobre dónde y cuándo se iba a producir la erupción del volcán fueron muy precisas: “Falló el dónde un poquito, pero permitió avisar que era necesario evacuar a la población y no hubo ninguna desgracia personal” (al menos en ese primer momento). “Dentro de la desgracia que ha supuesto, hay que ver el lado positivo de que el país no es, como muchas veces pensamos, ‘de charanga y pandereta’”.
Cuarenta años de carrera convierten a Criado en testigo privilegiado de la evolución de su disciplina, la cual, como ha sucedido en prácticamente todas, ha pasado del papel a lo digital y, en el caso concreto de la geografía, también ha cambiado su orientación, cambiando una concepción francesa por otra anglosajona. “Ha pasado de ser una geografía de letras a una de ciencias”, concreta el investigador.
“Los franceses tenían una tradición muy literaria y no evolucionaron, entre otras cosas – y esto es una opinión personal y por tanto muy discutible- por cierto chauvinismo: creían que lo hacían tan bien que no cambiaban. El problema es que los geógrafos españoles, no sé por qué, no sabíamos inglés y solamente leíamos textos franceses. De hecho, yo estudié francés en el Bachiller y eso me dio ventaja al estudiar Geografía. Pero a mitad de tesis descubrí unos libros en inglés que ya estaban en el departamento y veía en sus imágenes lo mismo que yo estaba encontrando, algo que los libros franceses no me aclaraban. Así que con treinta años tuve que empezar a pasar al inglés”.
Criado explica que los geógrafos españoles finalmente se dieron cuenta de que esa concepción no era solo de los ingleses sino de todo el mundo, menos Francia y España. Se trata de una aproximación más científica que estudia los procesos a partir de datos obtenidos en laboratorio y en mediciones de campo. “Luego tuve contacto con la Universidad de Estocolmo y vi que ellos, desde 1946, estudian los glaciales del norte de Suecia con una metodología absolutamente científica. No se trata de observar y concluir con un “yo creo que”, sino de ir todos los años a medir la masa del glaciar para poder comparar sus pérdidas o ganancias y, así, comprender su evolución. Ahora mismo la geografía física se mueve en esos parámetros. Si se mantiene en esa línea, sobrevivirá. Y si no, se extingue porque va a quedar convertida en algo inservible”, sentencia con rotundidad.
Obviamente, el software y la informática han supuesto otra revolución para su sector. Uno de sus primeros hitos como investigador fue ser autor en 1988 del primer mapa geomorfológico realizado en Canarias, en su caso de la isla de Fuerteventura, como parte de su tesis doctoral. Ha servido de base para ordenación del territorio y planes insulares y, aun así, admite que tiene muchas limitaciones: “En aquella época la cartografía no era digital, está hecho en papel, impreso e incluso, como éramos pobres, no teníamos colores y, al ser en blanco y negro, eso elimina mucha información. Ahora hacemos unos mapas maravillosos con herramientas de sistemas de información geográfica”.
Otra revolución metodológica que Criado ha vivido durante su carrera ha sido la creación y dotación del laboratorio de geomorfología de su departamento, del cual él ha sido en gran medid responsable. “No es un laboratorio muy complicado ni muy caro, pero ha sido fundamental avanzar y nos ha permitido subir un escalón importante y pasar a lugares en la ‘primera división’. Creo que ya hemos alcanzado un tope; lo que tenemos nos viene perfecto para hacer las prácticas con estudiantes y trabajar. Y las cosas más sofisticadas nos la resuelve el Servicio General de Apoyo a la Investigación (SEGAI), que ha sido un gran invento y, encima, los técnicos que trabajan allí son gente extraordinaria”.
El laboratorio del departamento permite numerosos análisis, como el estudio de láminas de petrografía para conocer la composición mineralógica de la roca; la dispersión de las cenizas según el tamaño de su grano; el análisis de la arena de las playas, dunas y barrancos, para ver su finura e incluso tratarla estadísticamente con programas que evalúan su grado de selección, el tamaño y otros parámetros; la caracterización de los sedimentos que van asociados a las formas de relieve; y muchos otros parámetros. Un laboratorio, en suma, que sigue siendo relevante y que pronto podrá recibir las cenizas del volcán de La Palma
Quizá porque se halla en los momentos finales de su periplo académico, Criado ha mostrado durante toda la conversación mucha gratitud con el mundo académico, pero no ha obviado alguna crítica hacia su modelo actual. “Tenemos a veces unas competitividades que no son excesivamente buenas; todo el mundo quiere publicar su paper, subir su índice H y una serie de cosas que, a la larga, nos van a hacer más daño que beneficio. Ya hay algunos países en están poniendo sub iudice a esta cosa de los impactos; los holandeses ya están considerando que hay que utilizar otros criterios para determinar la calidad de un investigador”. Además, reflexiona que este sistema hace que universidades como La Laguna compitan en el mismo ámbito que Oxford, Cambridge o Harvard. “Y bien está que juguemos la misma división, pero tenemos que saber que nunca vamos a ganar, simplemente por una cuestión presupuestaria. No hay que justificarlo todo por el presupuesto, pero a veces el dinero y agilidad administrativa para manejarlo aportan una ventaja añadida”.
Otro de sus motivos de preocupación sobre el fruto de la universidad es lo mucho que se ha complicado la carrera investigadora para los más jóvenes. “El otro día estaba escaneando mis papeles viejos y encontré el currículo que presenté para optar a la plaza de profesor titular en 1990, es decir, hace 31 años. Con ese currículo, hoy en día un alumno no gana una beca de colaboración, no voy a decir ya una plaza de profesor. Ahora ves que los compañeros se han sacrificado mucho, han estado años en el extranjero, renunciando a aspectos personales de su vida y el sistema de alguna manera no los está premiando. Y hay mucha gente válida que se cansa y se va”.
Sea como fuere, el próximo septiembre Criado cerrará por última vez la puerta de su despacho, lo cual no significa, ni mucho menos, que vaya a dejar de dedicarse a la pasión de su vida, la investigación. “Intentaré seguir colaborando con los compañeros del departamento, siempre que ellos me lo pidan. Y también hay que aprender a estar en casa, es bueno inaugurar nuevas etapas. Podré escribir cosas que siempre han quedad ahí: tengo, por ejemplo, un trabajo de geografía histórica a medias, sobre cómo la variable geográfica intervino en el combate de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, cómo influyeron las mareas, el viento y el terreno. No he tenido tempo de escribirlo y, cada vez que me siento a ello, me surge otra cosa. Todavía me veo con ganas de hacer cosas, sobre todo si es algo más vocacional”.
“Un universitario con mayúsculas”
Hemos pedido a algún compañero de departamento de Criado que nos hable de su trayectoria, y Pedro Dorta Antequera no duda en calificarlo “un profesor universitario con mayúsculas” que posee uno de los mejores currículos de su disciplina en Canarias y también es un gran docente: “fue él, en primero de carrera, quien me convenció de que mi vocación era la Geografía Física. Pero, tal vez, su mejor virtud sea la generosidad académica y científica. Ha sido capaz de trabajar con numerosos investigadores e investigadoras de disciplinas y centros distintos. Tiene una visión universitaria de lo que supone la ciencia, sabe trabajar en equipo y es muy versátil, siendo capaz de investigar y enseñar en espacios diversos en el entorno de Geografía. Aunque se sienta cómodo en la Geomorfología, tiene dotes de climatólogo, hidrólogo, arqueólogo, e incluso, historiador. No le cuesta salir de su zona de confort”.
Dorta también destaca, en un ámbito mucho más personal, su afabilidad y trato muy fácil, así como su sentido común y del humor. “Un tipo inteligente y culto, con el que mantener una conversación se convierte siempre en un trasiego de ciencia y cultura. Además, en sus conversaciones de café, es muy didáctico en su comunicación, siendo evidente su vocación docente. Es un gran compañero de trabajo, es un amigo estupendo al que estoy convencido de que echaré muchísimo de menos”.
Gabinete de Comunicación