Desde que se incorporara como profesor ayudante en la Universidad de La Laguna en 1983, José María Fernández-Palacios ha dedicado toda su trayectoria científica a la ecología, materia de la que es catedrático desde 2011, y ha centrado especialmente su atención en los ecosistemas insulares. Inicialmente circunscribió su trabajo al ámbito canario, hasta ir ampliando horizontes y abarcar toda la Macaronesia y establecer contactos y relaciones con científicos que, desde otras latitudes, también han focalizado su interés en los ámbitos isleños.
Esa trayectoria, desarrollada principalmente a través del grupo de investigación en Ecología y Biogeografía Insular (EBI), lo ha convertido en una figura de referencia internacional en su campo. Prueba de ello es que en junio de 2021 ha sido designado como miembro de la Academia Europaea, dentro de la sección de “Biología de Organismos y Evolutiva”. La entrada a esta entidad es únicamente por invitación y cada candidatura es revisada concienzudamente antes de ser aprobada. Fernández-Palacios recuerda que en abril fue informado de que había sido propuesto su nombre y en los meses siguientes una comisión de valoración examinó su currículo hasta darle el visto bueno a finales de junio.
Esta institución, fundada en 1988, reúne a investigadores que desarrollan su carrera en centros académicos y de investigación europeas y, aunque se trata de una organización no gubernamental, informalmente sirve como órgano asesor a las instituciones comunitarias sobre asuntos relacionados con inversión y políticas científicas. En la actualidad supera los 4.500 miembros, agrupados en 22 secciones, y en la que está adscrito Fernández-Palacios hay unos 120, de los cuales cuatro son españoles, vinculados al Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
El investigador de la Universidad de La Laguna, que en octubre acudirá por primera vez a una reunión de su sección que se celebrará en Barcelona, ha sido el primer sorprendido por este nombramiento: “No me lo esperaba, era un poco escéptico, pero luego me llevé una alegría, pues que te reconozcan siempre es agradable. Estoy muy contento y con muchas ganas de participar y aportar lo que buenamente sé. Tengo entendido que ahora, cuando comience a estar formalmente en la Academia, a los nuevos miembros se nos piden propuestas y ya tengo en la cabeza nombres de personas que podrían ocupar un lugar importante”.
Un dato que puede parecer curioso de la biografía de Fernández-Palacios es que su formación inicial es la de farmacéutico, titulación en la que llegó a doctorarse. “Cuando me preguntan, digo que soy ecólogo o biogeógrafo, pero evito decir que soy biólogo porque no quiero faltar a la verdad”. Explica que en tercero comprendió que esa carrera no le satisfacía, pero al venir de una familia numerosa, la posibilidad de cambiar de estudios no era viable. “Lo más sensato era acabar, y lo hice por una rama que no sé si todavía existe, la Ambiental, que escogía el 1% de los matriculados. En mi clase yo era el único. Y al terminar no me metí en el mundo sanitario, que es el que escogía todo el mundo, sino en el ambiental y ecológico”.
Su curiosidad científica le llevó a interesarse, en un primer momento, por el análisis de los ecosistemas canarios, tanto la dinámica forestal de los bosques autóctonos de pinar y laurisilva, como el análisis de la variación de la vegetación y su interpretación en términos ambientales, materias sobre las que versaron sus primeras publicaciones. Ya en ellas comenzó a reflexionar sobre qué significaba habitar en islas, por lo que pronto ampliaría su materia de estudio a la condición insular desde el punto de vista de la ecología y la biogeografía, hasta el punto de que se ha convertido en la línea de investigación que más ha cultivado y por la que es más conocido.
El interés de lo insular reside en que, en muchas ocasiones, es en los ámbitos isleños donde se detectan por primera vez muchos fenómenos que luego se aprecian en todo el planeta. “Lo que se investiga en Canarias es extrapolable, porque, aunque no tengamos las mismas especies animales y vegetales, los procesos ecológicos y evolutivos que se dan en Canarias se producen en todos los archipiélagos oceánicos del mundo. Suelo decir que en Canarias se han dado las condiciones adecuadas para que al menos en cuatro campos del conocimiento tengamos la posibilidad de estar en la frontera del conocimiento: vulcanología, astrofísica, antropología y arqueología y, por último, ecología y evolución insular. La propia historia y recursos que hay en Canarias nos permiten ser punteros en esas áreas sin necesidad de grandes presupuestos”.
La relevancia internacional que ha adquirido en los últimos tiempos el estudio de la naturaleza desde una perspectiva insular queda patente en la creación hace unos años de una organización internacional sobre la materia, la Society of Island Biology, de la cual Fernández-Palacios es presidente, y que reúne a investigadores de todo el mundo y ya ha celebrado reuniones internacionales en Honolulu (Hawái) en 2014; en Angra do Heroísmo, capital de Terceira (Azores) en 2016; en Saint-Denis, capital de La Reunión, en 2019, y está previsto que en 2023 se desarrolle en Wellington, capital de Nueva Zelanda. Además, desde hace dos años, la propia Universidad de La Laguna está editando una revista científica al respecto, Scientia Insularum, impulsada por el biólogo José Carlos Hernández, en la que él y su grupo colaboran.
La paleoecología
Otra de las líneas de trabajo que el grupo de Fernández-Palacios está desplegando con gran éxito es la aproximación paleoecológica al territorio, consistente en analizar diversos materiales fósiles disponibles en el entorno (proxies) para extraer de ellos información sobre el pasado medioambiental de esa misma localización. El investigador explica que en este campo concreto ha sido muy relevante la aportación de la investigadora integrante del grupo EBI Lea de Nascimento, que se ha formado durante dos años en Nueva Zelanda para dominar las técnicas más avanzadas de análisis de ADN ambiental. El investigador, en este punto, también resalta la aportación del resto de integrantes del grupo: Rüdiger Otto, Álvaro Castilla-Beltrán, Constantino Criado y Carlos G. Escudero.
Ya se han completado estudios paleoecológicos en Gran Canaria, Tenerife y La Gomera, y en un proyecto de investigación que se está desarrollando en la actualidad se ampliará al resto de las islas del Archipiélago Canario. Adicionalmente, ya se cuenta con una tesis doctoral centrada en Azores y en Madeira, se han realizado publicaciones sobre Cabo Verde y, recientemente, se han recogido muestras en Santo Tomé y Príncipe. Es, por tanto, una línea de investigación al alza.
La investigación se está haciendo mediante una aproximación “multi-proxy”, es decir, utilizando diferentes fuentes de información: el polen es la principal, pero también se estudian, entre otros elementos, los fitolitos, que son pequeños cristales de sílice que forman las plantas; las esporas de hongos, que permiten conocer si hay una llegada repentina de grandes herbívoros en un momento concreto porque se dispara la cifra de determinadas esporas ligadas a sus excrementos; diatomeas, que facilitan detectar la existencia previa de charcos y lagos; carbones, que ayudan a reconstruir el régimen de incendios del pasado; o los isótopos estables, que aportan datos sobre el régimen de precipitaciones y temperatura.
Mediante esta técnica se puede obtener información de varios miles de años en el pasado. “Para una memoria que hemos hecho sobre la reconstrucción del Parque Nacional de El Teide y su clima antes de la llegada humana, tenemos unos registros que nos permiten llegar al Último Máximo Glacial, es decir, hace 20.000 años. Y creo recordar que en un estudio sobre Arucas llegamos a 30.000 años atrás”. El problema es que cuanto más alejado en el tiempo, más posibilidades de que los proxies estén deteriorados o, directamente, no existan, aunque ello depende de la zona, puesto que según el investigador, en otros lugares del mundo se ha llegado incluso a rebasar esas dataciones.
Quizá la línea de trabajo más aplicada de todas a las que se ha dedicado Fernández-Palacios a lo largo de su prolífica carrera sea la referida a la restauración ecológica, disciplina que el experto admite que ha experimentado “un auge tremendo” dados los cada vez mayores impactos antrópicos, o influencia humana, sobre el medio ambiente. De este modo, este concepto engloba las diferentes actuaciones necesarias para, por un lado, recuperar el estado previo a su degeneración de los ecosistemas afectados y, por otro, contribuir a recuperar una vegetación que va a ser muy útil para “secuestrar” dióxido de carbono y, de este modo, ayudar a combatir los efectos adversos del cambio climático reduciendo sus emisiones a la atmósfera.
El ecólogo comenta que en la actualidad está involucrado vía convenio de investigación en un par de proyectos para la Consejería de Transición Ecológica, Lucha contra el Cambio Climático y Planificación Territorial del Gobierno de Canarias: uno tiene que ver con la reconstrucción del clima del pasado y otro analiza en los ecosistemas canarios cuánto carbono hay almacenado en la biomasa actual y cuál es el potencial para seguir almacenándolo. “Eso está muy ligado a la restauración ecológica, que va a ser la vía que va a permitir que los ecosistemas que están de alguna manera frenados por los impactos que han recibido, puedan liberarse de dichos impactos y puedan empezar a desarrollarse”.
Idealmente, la restauración óptima es la espontánea, es decir, la que surge de la propia naturaleza. Pero si no se da, el papel de los científicos es localizar qué elementos son los que están impidiendo que se desarrolle ese proceso natural y eliminarlos. En ocasiones habrá que acometer actuaciones que dependerán de cada terreno y problema concretos, que pueden ir desde la eliminación de especies exóticas que estén frenando el desarrollo de las endémicas, hasta la plantación de árboles y arbustos o la modificación de los perfiles del suelo para favorecer el desarrollo vegetal.
“Les comento a mis estudiantes que, siempre que sea posible, debemos permitir que la restauración sea espontánea. Y cuando esta no se produce, crear las condiciones para que sea posible con intervenciones lo menos invasivas posibles. Tiene que ser la propia naturaleza la que se encargue de restaurar porque siempre lo va a hacer mejor y de una manera más barata, aunque nos lleve más tiempo. Pero el que tenga prisa no se puede dedicar a esto”.
En las islas en donde se han abandonado terrenos agrícolas se están dando estos procesos de recuperación espontánea. Pero, como explicaba, las situaciones varían en cada lugar: en Tenerife, la laurisilva se está recuperando de manera espontánea, mientras que en Gran Canaria no es el caso y, por ello, está siendo necesario intervenir para crear esas condiciones de recuperación. Sin embargo, con los bosques termófilos está ocurriendo lo contrario: en Gran Canaria están recuperándose espontáneamente, pero no en Tenerife.
Fernandez-Palacios también pone en valor la restauración de los ecosistemas áridos, que “son tan maduros como los húmedos y muchas veces tienen un valor de biodiversidad tan alta o mayor”. Dada su aridez, su capacidad de carga está limitada pero, aun así, en condiciones óptimas, almacenan muchas toneladas de biomasa y de carbono. “Y eso es lo que hay que tratar, que haya una recuperación espontánea, fomentarla y donde no se dé, recuperarla de forma que no queden eriales o terrenos baldíos”.
El cambio climático
Durante toda la conversación con Fernández-Palacios, el cambio climático es un concepto que ha planeado constantemente. Pese a las evidencias científicas que parecen no dejar dudas acerca de la influencia humana en este proceso, todavía hay voces discordantes, incluso en la propia comunidad investigadora, que aminoran el valor del componente antrópico. “Respeto la opinión de todo el mundo y, afortunadamente, en ciencia existe el disenso y la libertad de cátedra, y yo siempre las he respetado. Pero estoy totalmente alineado con la postura más claramente mayoritaria en el mundo científico: que el cambio climático que estamos viviendo está ligado fundamentalmente a la actividad de los seres humanos. Eso para mí es categórico. Y somos nosotros los que tenemos que tratar de crear las condiciones para que perjudique en la menor medida posible a los propios humanos y al conjunto de la naturaleza”.
El ecólogo recuerda que ha habido cambios climáticos que se han producido de manera natural en el pasado, pero ello no es óbice para reconocer que el último que se está viviendo en la actualidad tenga una inequívoca influencia humana. Y su prognosis es de un abrumador realismo, casi rayano al pesimismo: “A corto y medio plazo es imposible mitigar la situación. Incluso si dejáramos de emitir dióxido de carbono ya mismo, vamos a tener con toda certeza cambio climático afectando a los próximos milenios”.
Sobre lo que existen incertidumbres es sobre las consecuencias reales que este calentamiento global podría acarrear, pues actualmente circulan dos escenarios prácticamente antagónicos: uno apunta a que los cambios actuales van a retrasar indefinidamente la glaciación que, teóricamente, tendría que llegar dentro de unos 2.000 o 3.000 años, teniendo en cuenta que los periodos interglaciares históricamente se han dado cada 10.000 o 15.000 años.
La otra teoría aboga por una aceleración de esa glaciación porque, entre otros fenómenos, el aumento de temperatura podrá provocar el deshielo de Groenlandia y, con ello, una entrada masiva de agua muy fría en el Océano Atlántico. Algo similar al fenómeno denominado Younger Dryas, que sucedió hace unos 13.000 años, por el cual todo el casquete helado de Laurentino ubicado en Norteamérica y que era desaguado por el río Misisipi hasta llegar al Golfo de México, rompió una barrera natural y empezó a ser desaguado por la corriente de San Lorenzo al Atlántico Norte. Esto originó una reversión del clima que volvió a enfriarlo hasta llegar a unas temperaturas más bajas que las teóricamente correspondientes en ese periodo. “¿Qué va a ocurrir? No lo sé. Pero es evidente que estamos influyendo sobre el clima”.
En todo caso, los datos que aporta este ecólogo al respecto son abrumadores: “En el último millón de años con seguridad, y posiblemente mucho más atrás, nunca hubo una presión parcial de CO2 en la atmósfera tan alta como la actual: estamos rozando las 420 partes por millón. Y el testigo de hielo del Domo C en la Antártida [un indicador que ha permitido saber de la existencia de hasta ocho glaciaciones en los últimos 800.000 años] no sobrepasa nunca las 300 partes por millón en los interglaciares”.
La paleoecología está sirviendo, precisamente, para abordar el cambio climático en Canarias. Estas investigaciones han permitido matizar algunas ideas previas: “Pensábamos que las islas, por estar en el océano, sentirían los efectos globales de manera muy atemperada, y hemos visto que no”. Explica que el fin del período húmedo del Holoceno, hace unos 5.500 años, está bien documentado para África del Norte y en la laurisilva de La Gomera se han registrado cambios ligados a ese momento. Por tanto, los procesos climáticos generales también han afectado, aunque sea de manera aminorada, a las islas en el pasado, así que es presumible que así suceda en el futuro.
“Conocer el pasado te da pistas acerca de cómo puede ser el futuro, hasta qué punto los ecosistemas son capaces de resistir cambios, cómo esos cambios impactan en su biomasa y diversidad, etcétera. Y eso es lo que estamos tratando de reconstruir”.
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