Mucho más allá de las estadísticas, de los datos oficiales estampados en informes anuales que señalan que en España alrededor del 7% de la población mayor de 14 años es voluntaria en alguna causa, están las historias de hombres y mujeres que deciden, en algún momento, compartir una parte importante de sus vidas con otras personas a las que no conocen. Y lo hacen porque tienen la necesidad de hacerlo, sin más. Sin pedir nada a cambio.
Amanda Negrín, Marta Rodríguez, Begoña Sánchez, Xavier Mejide, Jenifer Álvarez, Eduardo González, Selene Díaz y Gara Hernández son algunas de esas personas. En sus vidas, aparte de su curriculum vitae académico en la Universidad de La Laguna, hay otro currículo bien distinto: el que se compone de experiencias vitales intensas y únicas que les brindan la oportunidad de tender la mano a quienes más la necesitan. La oportunidad de ser solidarios. De ser comprometidos. De ayudar.
Estas son sus historias. Historias de voluntariado que los convierten en parte de ese porcentaje del 0,46% que representa a Canarias en el mapa de personas que realizan actividades de voluntariado en España, un país donde la pandemia de la COVID-19 que arrastramos desde hace un año ha conseguido cambiar la percepción del voluntariado y de lo importante que es contribuir desinteresadamente, con tiempo y dedicación, a la mejora de la sociedad.
Y es que según se refleja en una encuesta online muy reciente lanzada por la Plataforma del Voluntariado en España, el 70% de los encuestados cree que la pandemia ha hecho que aumente la solidaridad en nuestro país. Y no solo eso. También considera que el voluntariado es, a día de hoy, una herramienta fundamental para recuperarnos de la llamada crisis del coronavirus que, de momento, parece no tener visos de una pronta solución.
Amanda en Indonesia
La isla de Lombok no suele figurar en el circuito que cualquier viajero de turismo de masas en busca de vacaciones de postal y echadera en tumbonas de ‘macroresorts’ de lujo, contempla cuando decide poner rumbo a Indonesia. Porque a pesar de que la industria turística está comenzando a despegar en este destino, Lombock es más salvaje, es genuina y tranquila, y una más del semillero de las casi 18.000 islas que forman el archipiélago asiático.
Pero algo más tiene esta isla, aparte de sus bellas y solitarias playas o sus sensacionales paisajes naturales, que conquistó por completo a Amanda Negrín Plata, profesora del Departamento de Ciencias de la Comunicación y Trabajo Social de la ULL, que un día decidió ser voluntaria en el ámbito de la cooperación para el desarrollo y realizó un viaje de un año a Indonesia con el que buscaba desconectar del mundo occidental y conocer otras culturas, otras formas de vida.
Ese viaje que cambió su forma de mirar el mundo lo hizo con otras tres personas: Rosa, Eneas y Lola, dos profesores y una psicóloga, que se han convertido en compañeros de vida y que, a día de hoy, son los otros tres pilares en los que se sustenta Balance World, la ONG que opera en Indonesia y que nació a la vuelta de este peregrinaje revelador por la otra cara del planeta.
“Cuando llegamos de ese viaje decidimos que queríamos seguir cooperando desde Canarias y por eso fundamos en 2014 Balance World, de la que fui presidenta los cuatro primeros años. Iniciamos un proyecto de cooperación al desarrollo y de ayuda humanitaria a pesar de que no teníamos dinero. Poníamos lo que podíamos de nuestro propio sueldo”, comenta Amanda Negrín.
Había que acordar dónde implantar el programa de cooperación. Fue entonces cuando dieron con Lombok. Allí conocieron a los integrantes de una organización que operaba en el colegio local y comenzaron a trabajar con los niños y sus familias. Lo hacían con programas específicos, de dos o tres meses de duración, con los que impartían clases de idiomas a los escolares. Una forma de tener un trabajo en el incipiente sector turístico de esta isla subdesarrollada.
Desde entonces no han parado. Aprovechan las vacaciones y las estancias de investigación para el profesorado y se trasladan hasta allí una vez al año, aunque el pasado 2020 la covid truncó esos planes. “En todos esos países no nos podemos creer nada de lo que nos digan. Como las fronteras siguen cerradas, nuestra idea este año es hacer todo el trabajo desde aquí, de manera telemática, y viajar en el mes de agosto, si es posible”.
Después de cuatro años sin ayudas, aparte del dinero que salía de sus propios bolsillos, Balance World recibe en 2017 su primera subvención de manos del Cabildo de Gran Canaria para montar un aula informática en Indonesia. Las cosas empiezan a cambiar. La Federación Canaria de Municipios (Fecam) decide apoyarlos. Y el Ayuntamiento de Camargo, en Cantabria. Y el Gobierno de Canarias, que subvenciona actualmente dos proyectos: uno sobre el agua en Lombok y otro (en las islas) llamado ‘Mayores Conectados’, con el que ayudan a aumentar su resiliencia frente a la soledad, tan acusada en estos momentos.
No solo las administraciones públicas ayudan a la oenegé. Las donaciones de particulares son vitales para hacer todo lo que hay que hacer. “Aparte de las clases teníamos un programa de educación maternoinfantil con las mujeres para orientarlas en todos los aspectos importantes de la crianza ‒apunta Amanda Negrín‒ y otro específico con el que los formábamos sobre el contagio de la malaria y les enseñábamos los mecanismos naturales para defenderse de ella”.
La presencia en Lombok la fue capacitando para hacer un diagnóstico real de la zona, de la población, y saber exactamente cuáles eran las necesidades más acuciantes. Ahora está centrada (con su ONG) en la potabilización del agua, pero también se aborda la recogida de basura, el empoderamiento de la mujer, la concienciación medioambiental, la creación de huertos sostenibles…
Tal es el conocimiento que Amanda tiene del lugar que fue el motor que puso en marcha su doctorado, el que realiza en la Universidad de La Laguna de la mano de los profesores Ernesto Suárez Rodríguez, experto en psicología ambiental, y Manuel Hernández Hernández, los directores de su tesis doctoral, que aborda la capacidad de resiliencia de la población frente a un desastre natural.
Y qué mejor escenario para medir la resiliencia que Lombok. Allí, esta profesora, que defiende que la cooperación al desarrollo tiene que estar unida a la investigación, vivió en carne propia el terrible terremoto que sacudió la zona en agosto de 2018. El norte de la isla quedó destruido y tuvo que desplazarse con sus compañeros para activar la ayuda humanitaria en colaboración con otra ONG local. Había que arrimar aún más el hombro para superar otro escollo.
“Tras el terremoto se quedó la isla vacía, destrozada. Un montón de gente lo perdió todo. Y cuando en verano de 2019 comenzaba a recibir de nuevo turistas, llegó la pandemia”. Por eso el año pasado se pusieron en marcha programas para suministrar jabones, mascarillas y comida.
Pese a todo, a la pobreza extrema, a tener que sobrevivir sin nada, a los problemas en cascada que no dan un respiro, “la gente mantiene siempre la sonrisa en su cara, vas a su casa y te ofrecen de todo. Entonces te das cuenta de que tenemos que aprender de ellos”, dice Negrín.
El porqué de Nunca Solos
Si algo tiene el voluntariado es que es un aprendizaje constante. Y emocional, como no puede ser de otra forma. El reencuentro de personas que no se veían desde hace 40 años dibuja, en parte, la esencia de Nunca Solos, una hermosa iniciativa gracias a la que gente mayor que había perdido la ilusión volvía a socializar y a relacionarse con su entorno de una forma saludable.
Begoña Sánchez (la mentora), profesora de la Escuela de Enfermería Nuestra Señora de La Candelaria, adscrita a la ULL, tenía claro que, aunque se pusiera solo un granito de arena, había que hacer algo para que el alumnado se sintiera parte de los servicios que se dan a los pacientes, a la sociedad. En eso consiste el cambio. Y en eso se emplearon los promotores de este proyecto: Marta Rodríguez Belzuz, Jenifer Álvarez Afonso, Gara Hernández Sánchez y Eduardo González García, artífices de Nunca Solos.
Estos estudiantes del Grado en Enfermería con conocimientos específicos en hábitos de vida saludable y formación en ayuda pusieron el foco en las personas mayores que, a pesar de tener autonomía y valerse por sí mismas, se sentían solas, relegadas. Y le dieron forma a la idea con un mapa salutogénico que contemplara ayudarlos a hacer compras saludables en el supermercado, buscar actividades en asociaciones de vecinos en las que se pudieran implicar, impartirles talleres de higiene de manos o llevarlos a dar un paseo por su barrio. En definitiva, ofrecerles un acompañamiento terapéutico.
Una parte fue posible gracias a una beca del programa Ingenia, desarrollado por el Vicerrectorado de Estudiantes, Empleabilidad y Campus Guajara y la Fundación General Universidad de La Laguna, y financiado por el Cabildo de Tenerife. El proyecto tenía unos plazos que cumplir. Estaba pensado para hacerlo de marzo a junio pero no pudo ser. La pandemia lo postergó y comenzó en verano.
“Lo primero que hicimos fue pedir permiso a la Gerencia de Atención Primaria de Tenerife para ponernos en contacto con las enfermeras de enlace en el área metropolitana. Así fue como empezó una parte de la captación de las personas mayores. Había que seleccionar aquellas que tuvieran movilidad y pudieran salir de sus domicilios, ya que con el confinamiento los voluntarios no podían entrar en sus casas”, explica Begoña Sánchez.
El siguiente paso consistió en acudir a una asociación de vecinos lagunera y a Cruz Roja, tanto de La Laguna como de Santa Cruz, para que les facilitasen contactos de gente interesada en participar. En total, 11 personas mayores de 65 años decidieron enrolarse en esta experiencia junto a 20 voluntarios, todos estudiantes de Enfermería, que convalidaron sus horas de voluntariado con créditos de libre configuración. Ya en la desescalada, Nunca Solos cobró vida.
Sin duda, Marta, Jenifer, Gara y Eduardo supieron dar respuesta a los baches generados por la pandemia. Visitaban a los mayores una o dos veces por semana, siempre al aire libre, aunque también hubo acompañamiento telefónico. Se sabía que llegaban porque los 1.000 euros de Ingenia les sirvieron para hacerse con tarjetas, camisetas y gorras identificativas que lucían en los paseos. También para coger el tranvía.
Cada semana se planeaba con los voluntarios: dónde quedar, qué hacer… “Las personas que participaron en el proyecto ‒dice Marta Rodríguez‒ nos llegaron a confesar que la experiencia les había cambiado la vida, que habían recuperado la ilusión y las ganas de vivir”. Al fin y al cabo, se trataba de todo un intercambio generacional, una aportación recíproca y enriquecedora.
La primera entrega, por así decirlo, de Nunca Solos, terminó en diciembre. Se presentó el proyecto final, se colgaron unos cuestionarios de satisfacción en la web y todos sus protagonistas se reunieron para merendar. Todos los mayores pudieron conocerse, aunque algunos ya lo habían hecho 40 años atrás. Solo el reencuentro lo compensaba todo.
Ahora Jenifer, Gara Eduardo y Marta van a por una segunda edición. Hay que repetir la experiencia. Darle continuidad. Fue un trabajo intenso y se tuvieron que sortear muchas dificultades, pero pudo hacerse. Planificaron y pusieron en marcha su propio proyecto, su ‘miniempresa’ particular que, por qué no, podría ser una vía de trabajo en el futuro.
La Universidad de La Laguna sigue apoyando la idea y ellos han solicitado una beca a la Fundación ABC, pero tendrán que esperar hasta mayo o junio para saber si pueden contar con ella. “Sabemos que los voluntarios siguen en contacto con los mayores. Tanto unos como otros están pendientes de continuar”, dicen los protagonistas de esta historia. Y algo así no se puede parar. Aquí hay potencial y mucha generosidad con la que se logra hacer más agradable la vida a los demás.
Xavier con los más vulnerables
Xavier Mejide Castro, estudiante de cuarto año del Grado en Psicología en la ULL, no imaginaba hasta qué punto muchos colectivos de la sociedad carecen aún de la información suficiente para prevenir la infección del VIH e impedir que se desarrolle el SIDA. Se topó con esa realidad en septiembre de 2020, cuando fue, por primera vez, a una de las charlas sobre el virus que se imparten gracias a ‘El Puntito’, el nombre con el que se conoce el proyecto «Atención Integral a Personas Seropositivas en Situación de Vulnerabilidad», en el que es voluntario.
El voluntariado siempre había estado ahí, como un runrún en la cabeza de Xavier, pero fue en el confinamiento cuando se decidió. “Reconozco que tras vivir el confinamiento se me abrieron las ideas y no podía conformarme solo con estudiar, necesitaba activarme. Así que decidí animarme a ser voluntario. Siempre me había atraído y ahora que he comprobado lo que me gusta, seguramente me implique en más proyectos”.
“La primera vez que fui a un colectivo me impresionó ver cómo las personas desconocían la enfermedad y cómo funcionan los estereotipos del VIH. El primer colectivo que visité fue un grupo de inmigrantes del centro de Candelaria, en Punta Larga. Allí había chicos que casi no hablaban español, solo francés, pero aun así compruebas el desconocimiento que tienen”, apunta Xavier Mejide.
El siguiente grupo con el que tuvo la oportunidad de charlar lo componían varias personas drogodependientes. Con ellas comprobó que la situación no variaba demasiado. Los mismos estereotipos volvían a repetirse en otros grupos. Las charlas, que son parte de un programa preventivo que lleva a cabo Cruz Roja con la financiación del Gobierno de Canarias, las dan en centros educativos.
Junto al carácter preventivo de ‘El Puntito’ (así se conoce el proyecto por todas las localizaciones en las que actúa) está el integrador, ya que se hace un seguimiento a las personas con VIH, además de efectuar pruebas para detectar si se tienen los anticuerpos de la enfermedad. Para ello cuentan con personal de enfermería que, además, se encarga de la parte introductoria de las charlas.
El proyecto acaba en diciembre pero a día de hoy ya han visitado muchos puntos en los que no solo dan conferencias sobre prevención del VIH, también sobre educación sexual. Se han hecho campañas en las RRSS y a pie de calle, repartiendo preservativos a los colectivos más vulnerables: las personas drogodependientes y las mujeres prostituidas.
Todo comenzó de forma gradual. “Empezamos con pequeñas reuniones para conocernos entre nosotros, los voluntarios y el equipo de gestión, y fuimos trabajando en ideas concretas, como hace un grupo de trabajo, planificando el calendario de acciones, sobre todo de las charlas, porque generalmente vamos acompañando a los técnicos”.
Para que las cosas salgan adelante se reúnen, al menos una vez a la semana, en la sede que Cruz Roja en Tenerife tiene en Santa Cruz. No es fácil, porque son muchos las voluntarias y voluntarios que participan. ‘El Puntito’ lo convierten en realidad 14 personas que hacen lo imposible por cuadrar sus agendas para que el proyecto siga avanzando a buen ritmo.
Xavier tiene que compatibilizarlo con su actividad académica. Está en cuarto año de psicología y tiene que estirar su tiempo, como si fuera un chicle, para dedicarse al TFG, a las clases y a las prácticas que realiza en otro proyecto que mantiene la ULL con Cruz Roja, centrado en las medidas alternativas a prisión, y en el que trabaja con grupos de personas con antecedentes delictivos, bien en el ámbito de en violencia de género o en el de la seguridad vial.
En su experiencia como voluntario no todo son charlas preventivas. Hay otras cosas tan chulas como el concurso de grafitis que convocaron en diciembre de 2020, y en el que participó todo el que quiso. Al ganador se le reservaron unos muros para que su obra pudiera contemplarla todo el que pasara por el lugar.
Selene y las viseras anticovid
Selene Díaz González, estudiante de tercer año del programa de Doctorado en Química e Ingeniería Química en la ULL, se pasaba el día en la carretera. Con su coche, iba de La Laguna a Santa Cruz y de Santa Cruz a La Laguna para llegar a las casas de las personas que estaban fabricando viseras con impresoras 3D. Las recogía, les daba más plástico para seguir con la confección y las llevaba hasta la Casa de la Juventud de La Laguna, donde la gente pasaba a retirarlas y llevarlas a los hospitales, donde hacían verdadera falta.
Eso fue durante el confinamiento. Hablamos del confinamiento más duro, cuando las UCI de los hospitales estaban saturadas, cuando no se sabía a ciencia cierta qué iba a pasar y los EPI (Equipos de Protección Individuales) que usa el personal sanitario escaseaban no solo en España. En todo el mundo. Por eso toda iniciativa era bienvenida. Había que salvar vidas.
La historia de la que Selene es protagonista saltó a las páginas de los periódicos bajo el nombre de Coronavirusmakers, una iniciativa espontánea que recorrió toda España y tejió una enorme red solidaria en la que más de 10.000 voluntarios pusieron a funcionar a toda máquina sus equipos de impresión 3D para construir el material sanitario que se necesitaba en la lucha contra la COVID-19.
“Yo me enteré de lo que estaban haciendo en Coronavirusmakers por las RRSS, por Facebookl, y me puse en contacto de inmediato con gente de Tenerife. Qué menos que ayudar. Como mi impresora 3D estaba en la ULL, y no podía usarla, ayudé con la parte de la logística y la coordinación en la isla. Nos pusimos en contacto con la directora general de Juventud del Gobierno de Canarias, Laura Fuentes, y se nos cedió un espacio en la Casa de Juventud de La Laguna, donde hacíamos el montaje y dirigíamos el reparto de las viseras”, explica Selene Díaz.
Desde el centro de operaciones lagunero se organizaba todo. La isla se dividió, como un gran pastel, en tres partes. La zona metropolitana (Santa Cruz y La Laguna) era cosa de Selene. El sur y el norte lo coordinaban otras personas. Así estuvieron desde marzo hasta julio, con una dedicación absoluta y un trabajo constante con los que consiguieron fabricar y entregar 30.000 viseras.
Unas viseras solidarias que vieron la luz gracias a la aportación de mucha gente, desde empresas, autónomos y particulares desinteresados que donaban dinero con el que comprar el material, las láminas de plástico, los elásticos y todo lo que hacía falta para confeccionarlas. A efectos de organización había seis coordinadores y alrededor de 400 personas colaborando en Tenerife.
Entre los colaboradores, el Vicerrectorado de Investigación, Transferencia y Campus Santa Cruz y Sur de la ULL. “Me puse en contacto con el vicerrector, Ernesto Pereda para pedirle ayuda y nos donaron más de 80 kilos de plástico. Tampoco me puedo olvidar de S.A.T Élite Informática, Garhem 3D, que fue la que nos movilizó a todos, o Leroy Merlín y tantas y tantas personas quedonaban lo que podían”.
Selene se tuvo que mover entre las mercerías para adquirir los elásticos, por los mayoristas de papelerías, por todo tipo de comercios distribuidores de plástico, que llegó a agotarse, hasta que en julio se paró la producción. La apertura de las grandes superficies hizo que fuese innecesario fabricar más viseras. Por solo 1,50 euros cualquiera podía hacerse con una.
Aunque eso ya cesó, sigue siendo solidaria. Es socia de Cruz Roja y en cuanto el doctorado en nuevos materiales para energías renovables que realiza (en el que parte de la técnica que usa proviene de la impresión 3D) y su trabajo como profesora en una academia se lo permitan, buscará otra causa en la que volcar su generosidad. Como hacen Begoña, Amanda, Gara, Marta, Eduardo, Xavier y Jenifer. Y como hacen casi tres millones de personas voluntarias en España, que se levantan cada día dispuestas a ayudar a los demás.
Gabinete de Comunicación