Una reciente investigación publicada en la revista Science ofrece nueva luz sobre el impacto humano en la biodiversidad de la Tierra. Sus resultados sugieren que la tasa de cambio de la flora insular incrementa de forma significativa durante años tras la colonización humana de las islas, y los casos más dramáticos se han dado en aquellas ocupadas durante los últimos 1.500 años. Un equipo internacional ha estudiado el polen fósil de los últimos 5.000 años, extraído de sedimentos en 27 islas de todas las latitudes y océanos del mundo, para entender cómo ha variado la composición de la vegetación de cada una de las islas con el paso del tiempo.
El estudio ha sido liderado por la Sandra Nogué, de la Universidad de Southampton (Reino Unido) y por Manuel Steinbauer, de las universidades de Bayreuth (Alemania) y Bergen, (Noruega). Tres de los investigadores que suscriben el artículo y que aportaron los resultados de sus trabajos en los archipiélagos de Canarias y Cabo Verde, pertenecen a la Universidad de La Laguna: la profesora ayudante doctora Lea de Nascimento, el catedrático José María Fernández-Palacios, ambos del Grupo de Investigación de Ecología y Biogeografía Insular del Departamento de Botánica, Ecología y Fisiología Vegetal y del Instituto de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias, así como Álvaro Castilla-Beltrán, investigador contratado por la Fundación General de la Universidad de La Laguna.
Nogué afirma que las islas proporcionan el marco ideal para medir el impacto de la actividad humana, pues la mayoría fueron colonizadas en los últimos 3.000 años cuando las condiciones climáticas eran muy similares a las actuales. “Conociendo el momento de la colonización de una isla los investigadores podemos analizar cómo ha cambiado la composición de la vegetación antes y después de la arribada”.
Los resultados publicados en Science muestran un patrón consistente en 24 de las islas estudiadas, en las que la llegada de los humanos aceleró el reemplazamiento natural de la vegetación en un más de un orden de magnitud. Los cambios más rápidos ocurrieron en aquellas islas que fueron colonizadas más recientemente, como Galápagos y el archipiélago de Poor Knights en Nueva Zelanda, mientras que las colonizadas hace más de 1.500 años, como Fiyi y Nueva Caledonia, muestran una tasa de cambio más lenta.
“La diferencia en la tasa de cambio puede interpretarse como que las islas pobladas anteriormente fueron más resilientes al impacto humano, pero es más probable que fueran las prácticas de uso del territorio, la tecnología o las especies introducidas por los colonizadores tardíos los que fueran más transformadoras que las de los primitivos” explica Nogué. Estas tendencias fueron observadas a través de un rango muy amplio de localidades y climas, con islas como Islandia ofreciendo resultados similares a Tenerife o a islas tropicales.
Los cambios en los ecosistemas pueden ser inducidos también por factores naturales como los terremotos, erupciones volcánicas, eventos climáticos extremos o cambios del nivel del mar. Sin embargo, los investigadores han encontrado que las perturbaciones asociadas a humanos superan con creces esos eventos y que el cambio es habitualmente irreversible. Por ello, recomiendan que las estrategias de conservación consideren el impacto a largo plazo de los humanos y el grado en que los cambios introducidos en la actualidad por los humanos superan a los naturales.
“Mientras que no es realista esperar que los ecosistemas retornen a sus condiciones previas a la colonización, nuestros hallazgos pueden ayudar a los esfuerzos de restauración y proporcionar una mejor comprensión de la sensibilidad de las islas a los cambios” concluye Nogué.