El cerebro, esa masa gris que está en el origen de lo que somos, de nuestra esencia. Aunque podemos afirmar que el cerebro es el órgano más importante de nuestro cuerpo, insustituible, su conocimiento sobre él es muy limitado. Es curioso pensar, con nuestro cerebro, que conocemos más cosas del Sistema Solar que de un órgano que está detrás de nuestros propios ojos. Los primeros indicios de que lo que pasaba ahí dentro era importante llegó con los traumatismos, pronto vimos que los golpes en la cabeza nos sientan muy mal, nos incapacitan. El primer tratado sobre el cerebro del que tenemos constancia se remonta al Antiguo Egipto, en torno al año 1600 antes de Cristo. A este documento se le conoce como el papiro de Edwin Smith. En él se describe que introduciendo los dedos en una herida en la cabeza se podía palpar una masa latente rugosa y blanda.
Los griegos continuaron explorando el cerebro haciendo disecciones. Importante debería ser ese órgano enterrado bajo hueso. Erasístrato de Cos (304 – 250 a.C.) y Herófilo (325 – 280 a.C.) exploraron el cerebro de cadáveres e hicieron las primeras descripciones anatómicas. Luego llegó Galeno de Pérgamo (129-199 d.C.) que tuvo que pasarse a los sesos de animales, ya que la ley romana impedía las disecciones de humanos. Desgraciadamente, la expansión del cristianismo y su doctrina de considerar el estudio de cadáveres una blasfemia, provocó que durante más de 1.500 años se siguiera enseñando en las escuelas de medicina las mismas enseñanzas que impartían los antiguos griegos. Todo se basaba en especulaciones y creencias. Por ejemplo, los sentimientos se localizaron en el Corazón, ya que notaban que cuando estabas agitado tu pulso se aceleraba. Aún hoy en día el amor se simboliza con el órgano cardiaco.
Luego llegó el Renacimiento, con Vesalio y Leonardo da Vinci. Más tarde nuestro Ramón y Cajal, Jules Bernard y muchos otros que lograron recuperar tantos siglos de oscurantismo. Hoy el cerebro es un órgano que se puede observar de maneras que ni se soñaban hace décadas. La tecnología ha desnudado a nuestro cerebro y lo ha puesto al alcance de los científicos. Sin embargo, que puedas ver algo no te exime de no entenderlo, y nuestro cerebro, aún hoy en día, es el gran desconocido de nuestro cuerpo.
Tan importante es ese “rugoso y palpitante” órgano que tiene su propio día. Cada 22 de julio se celebra el Día Mundial del Cerebro. El evento, impulsado por la Federación Mundial de Neurología (WFN) tiene como fin “difundir la importancia de la salud cerebral, e informar a la sociedad sobre estrategias de prevención y tratamiento de enfermedades cerebrales frecuentes en la actualidad”. Para conmemorar esta efeméride hemos querido conocer la visión de un veterano investigador que antes de ser médico ya quería investigar el cerebro.
Una vida dedicada al estudio del cerebro
En el Área de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Laguna encontramos a un investigador que lleva décadas investigando el cerebro, desde diferentes puntos de vista, desde varias perspectivas. En un despacho atiborrado de libros hasta el techo, un gran póster del Sistema Solar, papers en fundas plásticas y unas paredes cuajadas de recuerdos personales, encontramos al profesor Manuel Rodríguez Díaz. Natural de Gran Canaria, sintió pasión por el estudio del cerebro desde muy joven, el problema es que no sabía desde dónde satisfacer esa curiosidad. ¿Psicología o medicina? Al final ganó la medicina. Cuando acabó la carrera, otra disyuntiva. Desde dónde estudiar el cerebro ¿desde la neurología, fisiología o quizás la psiquiatría? Esta vez ganó la neurología, y desde entonces no ha dejado de seguir el pulso de las neuronas.
Al recordar sus primeros años de residencia reconoce que hoy en día no es que estemos más avanzados, directamente nos encontramos “en otra dimensión”. No solo en cuanto al conocimiento que tenemos, también sobre los procedimientos y la capacidad de acceder a la información. “Cuando yo comencé mi tesina si queríamos obtener información sobre el cerebro teníamos que escribir a la British y pedir que nos hiciera una revisión bibliográfica sobre el tema que nos interesaba. A los dos meses te llegaba una carta con una lista de artículos relacionados. Luego tenías que pedir los artículos. Pero claro, no podías pedirlos todos porque era muy caro. Escribías otra carta con la lista de los diez o doce artículos que te podías permitir, los más que te interesaban y, con suerte, al mes siguiente te llegaban por correo”. De esta manera la sensación de tener grandes ideas era constante, la información fluía poco y parecía muy fácil ser original. Ahora, nos cuenta, cuando crees que tienes una idea maravillosa haces una búsqueda rápida en internet y descubres que ya hay dos o tres grupos trabajando en lo mismo en algún lugar del mundo.
Otra revolución ha llegado desde el punto de vista tecnológico. Gracias a la electrónica, la física o los nuevos materiales, podemos acceder al interior del cerebro desde muchos puntos diferentes, incluso verlo en funcionamiento, algo que ha cambiado la visión que tenemos de este órgano. “Antes, cuando llegaba un paciente con sospecha de tumor cerebral teníamos que inyectar contrastes en las carótidas para ver sólo cómo las arterias contiguas se desplazaban, ni siquiera veíamos el tumor directamente. Ahora todo ha cambiado de manera radical. En la actualidad llega un paciente y a la media hora, si tiene un tumor, lo has visto”. Es otro mundo, pero seguimos sin saber cómo funciona el cerebro.
No sabemos cómo funciona
¿Cómo funciona el cerebro? Su respuesta es contundente: “no lo sabemos”. Existen varios motivos para que esto sea así a pesar de los cientos de miles de científicos y científicas que estudian cada día esta masa gris. En primer lugar, nos enfrentamos al objeto más complejo que existe, no hay nada que se acerque a la complejidad del cerebro. “Solo él es mucho más complejo que el resto del organismo junto”. Otro de los motivos de su complejidad es que está integrado por muchos elementos. Cada cerebro tiene en torno a 100.000 millones de neuronas, y cada una de ellas se conecta con miles de otras en sinapsis. “Tenemos dentro de la cabeza todos estos artilugios interactuando a toda velocidad. Internet palidece comparado con lo que ocurre sobre nuestros hombros. Es tal el volumen de información que no tenemos medios para ver cada uno de los elementos interactuando”.
Por otro lado, está el lenguaje, un tema que fascina al catedrático por su complejidad, ya que necesita de muchas áreas del cerebro funcionando a la vez, con la implicación neuronal que eso conlleva. Otro de los misterios que encierra nuestro cráneo es la conciencia. “De la conciencia no sabemos ni qué sustrato tiene, de hecho, ni siquiera podemos estar seguros de que otros animales la tengan. No existe nada que se pueda medir para saber por ejemplo qué nivel de conciencia tienes, que emoción, etc. No lo sabemos”.
Pero la relación que existe entre nuestro cerebro y el resto del cuerpo es evidente, no solo como director de operaciones, también en sus implicaciones paralelas. Hasta no hace mucho la medicina era estanca, compartimentaba las patologías y los tratamientos. ¿Qué tiene que ver una infección vírica con nuestro cerebro? ¿Qué importa que estemos contentos o tristes a la hora de luchar contra una enfermedad? Recientemente se pensaba que nada, que no existía una relación entre lo fisiológico y lo emocional. Ahora la respuesta no es tan clara. “La probabilidad de que yo sufra una infección depende también de mi actividad mental. Mi estado emocional influye en la actividad del sistema inmunitario. Incluso la evolución de un cáncer va a depender de mi actitud o estado mental. Esto es algo que le decimos a los alumnos siempre, porque tienden a pensar que nuestro cuerpo es una máquina que de vez en cuando se estropea y nosotros tenemos que arreglarla, como si fuéramos mecánicos de personas. Es una actitud mecanicista. Pero yo les insisto que cuando acaben la carrera lo que van a tratar no son mecanismos y máquinas, serán personas. Cuando llegue una persona con una hemiplejia tendrán que ver a ese individuo con sus problemas y sentimientos, no solo a la enfermedad”. Sin embargo, es mucho más sencillo estudiar la parte que entender el todo.
Sus enfermedades
El cerebro padece unas enfermedades conocidas como neurodegenerativas que, como su nombre indica, se describen por la muerte neuronal, casi siempre relacionadas con el envejecimiento. Las enfermedades de Párkinson o Alzhéimer son las más conocidas, unas patologías que son complejas de abordar porque aún no se conoce bien su manera de actuar. “La solución a las enfermedades neurodegenerativas pasa por el control del envejecimiento. El ser humano vivió hace miles de años, unos 20 o 25 años. Ahora vivimos 85. Tenemos un organismo que ha sido modulado por la evolución para vivir en unas condiciones y durante un tiempo más breve. La medicina y las condiciones sociales han conseguido que vivamos mucho más pero luego aparecen estas enfermedades. Si queremos vivir más y con calidad de vida debemos trabajar en conocer los mecanismos que están detrás del envejecimiento”. Pero esto es un tema complejo, ya que no envejecemos de manera pasiva como lo puede hacer un coche. El ser humano tiene un sistema de envejecimiento pasivo, relacionado con la edad, y otro activo, donde nuestra propia biología juega en nuestra contra.
El cerebro continúa siendo el gran desconocido de nuestro cuerpo. Su funcionamiento se esconde entre una maraña de millones de neuronas e interacciones que nos impiden, por el momento, entenderlo. Es como si los árboles nos impidieran ver el bosque. Pero no estamos como hace 50 años, ni siquiera como el año pasado. Afortunadamente cada día vamos desenredando la madeja de sinapsis y, tirando del hilo, descubrimos relaciones sorprendentes, como la influencia de lo emocional en las enfermedades. No somos máquinas que de vez en cuando se averían. Como dice el profesor Rodríguez, un enfermo no está compuesto por piezas que los médicos han de arreglar o reemplazar. No es tan sencillo, pues esa enfermedad que lo lleva a la consulta, además de tener esa afectación biológica arrastra problemas emocionales que también habrá que tratar. Como dijo el filósofo español Ortega y Gasset, “soy yo y mis circunstancias”.
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