Desde los apartamentos Altagay hasta que se atisba el ya icónico, atípico y modernísimo faro de Punta del Hidalgo, en el nordeste de Tenerife, no solo hay playas (una detrás de otra), piscinas naturales y charcos donde los baños, además de frecuentes, son la mar de refrescantes. El paseo por esta parte de la costa lagunera esconde entre sus rocas resbaladizas y charcos de aguas transparentes algo que se escapa a la mayoría de la gente, pero no a Marta Sansón Acedo.
Esta especialista en botánica marina, doctora en Biología y profesora del Departamento de Botánica, Ecología y Fisiología Vegetal de la Universidad de La Laguna sabe bien que en ‘La Punta’, además de ese bendito olor a mar, del pescado fresco y de muchos de los mejores chapuzones de Tenerife, se encuentra uno de los últimos bastiones de la Cystoseira Abies-Marina, actualmente Gongolaria abies-marina, conocida popularmente en Canarias como ‘mujo amarillo’, el mujo de nuestras playas de toda la vida, una macroalga marina que se encamina a la extinción si no se actúa de inmediato.
Y eso es lo que está haciendo. Para velar por esta alga que agoniza, Marta Sansón lleva más de un año desplazándose a menudo a hasta esta parte del litoral tinerfeño: “En toda esta zona de Punta del Hidalgo aún quedan restos de la Cystoseira, que todos conocemos como ‘mujo amarillo’. Porque a pesar de que han desaparecido todas las praderas que había en el fondo, las algas que quedan se están refugiando en la parte más alta, probablemente debido a la temperatura del agua”.
La razón de la pervivencia de este reducto, que salvaguarda los ejemplares que mejor se conservan actualmente, podría estar en la batida constante del mar, ese vaivén de las olas que les asegura la renovación de los nutrientes que necesitan y les procura una temperatura constante que las mantiene más refrescadas aquí que en otros tramos de costa donde han ido extinguiéndose, tal y como ha sucedido en las plataformas rocosas del sur de Tenerife.
El esplendor del mujo amarillo
La abundancia de esta alga parda en la década de los 80, época en la que reinaban en su máximo esplendor en los fondos rocosos marinos formando praderas a 15 metros de profundidad, pasó a la historia. La triste realidad es que la reducción de sus ejemplares se cuantifica hoy en día en un 90%, algo verdaderamente alarmante. Y no únicamente eso. Hace tan solo unos años, la largura del mujo amarillo alcanzaba el metro. Ahora, los escasos ejemplares que habitan aún en las islas no superan los 25 centímetros de longitud.
“Ya no se ven los montones en la orilla de las playas como pasaba hace unos años. Los arribazones que veíamos sobre la arena ‒comenta la investigadora de la Universidad de La Laguna- eran plantas desprendidas que el mar de fondo arrastraba y sacaba a la superficie. Mucha gente recordará, seguramente, los montículos que se formaban en las playas de Puerto de la Cruz, Garachico, Bajamar o Tacoronte, cuando bajaba la marea”.
Es una imagen que sin duda está anclada a los recuerdos playeros de muchos canarios y canarias. Desde el «¡Ay mami, que pincha!» en boca de los más pequeños al pisar los montones ya resecos por el sol, a las risas de los que se subían sobre esas atalayas de algas amarronadas, ‘autocoronándose’ reyes del verano, hasta los que, con innegable ingenio y agudeza, las utilizaban como tupidas pelucas, a lo Tina Turner, en los carnavales.
Pero no solo el mujo amarillo está en peligro. Hay otras dos algas marinas en Canarias que también están amenazadas y pueden correr la misma suerte que la Cystoseira si no se hace algo. Son los gelidios rojo y negro. Es decir, la Gelidium arbuscula (roja) y Gellidium canariense (negra), que todavía pueden verse en zonas donde el oleaje del mar es muy intenso, como las costas de Puerto de la Cruz o Garachico. Al negro lo delata una franja oscura sobre las rocas cuando hay mareas muy vivas que lo dejan fuera del agua, a la vista de todos. El rojo, en Buenavista, aún se conserva en buen estado.
SOS gelidios rojo y negro
Tanto el gelidium negro como el rojo son macroalgas que únicamente crecen en las islas, sobre todo el negro, endémico de Canarias, que prolifera en las costas del norte de La Palma, La Gomera, Tenerife y Gran Canaria, lugares donde también se está perdiendo. Porque lo cierto es que ninguna de las dos especies escapa a la mengua sufrida por la también conocida como seba amarilla.
Para hacerse una idea, la desaparición de estas tres especies, “ingenieras de los ecosistemas y formadoras de hábitat” supondría la pérdida de una gran biodiversidad marina y del alimento de “una rica fauna marina”, además del refugio de numerosos peces, crustáceos y otros animales del mar, apunta Sansón. Razón de peso por la que las tres están incluidas en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y Catálogo Español de Especies Amenazadas, bajo la categoría de «vulnerable».
Una vulnerabilidad que las ha hecho objeto de estudio e investigación durante dos años, auspiciados por un proyecto del Plan Nacional cofinanciado con 120.000 euros por la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico que bajo el nombre «Conservación y restauración de las poblaciones de tres macroalgas marinas amenazadas en las islas Canarias: Cystoseira abies-marina, Gelidium arbuscula y G. canariense» trata de averiguar qué es lo que está trastocando el ciclo de vida de estas especies y de qué manera pueden recuperarse las poblaciones perdidas.
Dos asuntos que hasta julio de 2022 ocupan de lleno a Marta Sansón y al equipo formado por los investigadores del grupo BOTMAR-ULL (Botánica Marina), así como a una parte del personal docente e investigador del Departamento de Botánica, Ecología y Fisiología Vegetal de la Universidad de La Laguna. Todos trabajan y colaboran en una labor en la que la universidad tinerfeña es pionera.
“Somos los primeros que estudiamos lo que está ocurriendo con estas especies. Se han hecho estudios de otras parecidas, pero de estas no. De hecho, tuvimos claro que teníamos que continuar en esta senda cuando evaluamos, en un proyecto desarrollado de 2017 a 2019, la reducción del mujo amarillo haciendo un recorrido por las costas de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro, cuyas conclusiones ya se notificaron al Gobierno de Canarias y se publicarán en breve”, explica la botánica.
Dos experimentos con un solo objetivo
Esa fue la base que puso el foco de atención sobre lo que estaba pasando con estas poblaciones de algas, tan importantes en Canarias, y sobre la necesidad imperante de hacer algo al respecto. Por eso, el siguiente paso fue comenzar a experimentar de dos formas distintas: haciendo trasplantes de algas de unos fondos marinos a otros y reproduciendo las plántulas (algas en sus primeras etapas de desarrollo) en las peceras del laboratorio.
Estas dos fórmulas utilizadas al unísono, a la par que se investiga qué puede estar produciendo su muerte, ya están dando sus primeros resultados. “Con lo que estamos haciendo, algo aportaremos. De esas pequeñas plántulas extraídas del mar hasta llegar a las grandes se tardará, y probablemente no se verán resultados definitivos cuando acabe el proyecto, pero al menos podremos saber que se mantienen, que sobreviven”, explica la investigadora.
El objetivo que persiguen no es fácil de conseguir. No solo se trata de restaurar el hábitat perdido. Hay que hacerlo contemplando varios factores. El hecho de que las tres algas hayan reducido sus poblaciones drásticamente conduce a cuestionarse si están proliferando sin problemas. “Las estructuras reproductoras de estas algas son de lo más vulnerables, y si se pierden, la planta se muere. Por eso nos preguntamos qué les está pasando a esas semillas, porque puede ser que el problema esté ahí, al ser una fase muy crítica del ciclo de vida”.
En la búsqueda de culpables de la agonía del mujo amarillo y los gelidios hay que hablar de una amalgama de factores: el aumento de temperatura, que las obliga a irse a latitud norte buscando más humedad, o la irradiancia: las algas son fotosintéticas y por tanto es vital la cantidad de luz solar que les llegue. Y no hay que olvidar los contaminantes. Todo va a parar al mar: los químicos, vertidos, combustibles… Frente a todo este panorama hostil que las agrede constantemente, su repliegue es inevitable.
“Los factores ambientales no actúan por separado. Sin embargo, en los experimentos de laboratorio sí que se puede separar un factor ambiental e ir comprobando si realmente tiene efecto o no, y eso es lo que estamos haciendo nosotros. Jugamos con la temperatura de las peceras, que suele estar entre 17 y 19 grados, a ver si el escenario cambia, también con la luz… Son pequeños cambios que a simple vista pueden parecer poco importantes pero que resultan cruciales para las algas porque desordenan sus ciclos de vida”.
A merced de las mareas
La restauración de las macroalgas, ya sea en peceras de laboratorio o mediante trasplantes de ‘esquejes’ desde los fondos marinos de unas zonas costeras a otras, implica, como no podía ser de otra forma, meterse en el mar a conciencia. Y el escenario es amplio, aunque no tanto como inicialmente se contemplaba (islas de Tenerife y La Palma) porque la pandemia de COVID-19 obligó a limitar el campo de acción al litoral tinerfeño.
Desde Buenavista, pasando por Garachico, Puerto de la Cruz, Punta del Hidalgo (San Cristóbal de La Laguna) hasta llegar al sur, a Punta Prieta o La Caleta, en el municipio de Güímar, hay mar de sobra para ir en búsqueda de las ramitas fértiles de mujo amarillo o gelidios, que hay que seleccionar cuidadosamente y con mimo. Eso sí, el plan de trabajo lo marcan las mareas, y mejor si son vivas. Esas son las que interesan a Sansón y a su grupo BOTMAR-ULL.
Las salidas al mar tienen que coincidir con los periodos de marea baja. Por eso la tabla de mareas va siempre bajo el brazo, aunque a veces las lluvias o el estado de la mar truncan los planes. Hay que cuadrarlo todo para que el trabajo se haga durante el día y que, por supuesto, el mar esté bueno. Algo que tienen muy claro las ocho personas que suelen acercarse a ‘La Punta’, el “lugar fetiche” donde mejor se conserva el mujo amarillo, y donde suelen agarrar las plántulas que luego siguen creciendo sobre las piedras recogidas del fondo del mar, depositadas en las peceras.
Esos días de trabajo en el límite de la marea (intermareal), todos tienen que ir bien equipados. A veces es necesario meterse en el agua y a veces no. Por eso no falta de nada. Trajes de buceo, aletas, gafas, lupas de campo, boyas, todo tipo de utensilios para sacar indemnes las ramitas, neveras para transportar los esquejes que luego se plantarán en los fondos donde se vayan a restaurar… Y pegamento. Sí, como suena. Un pegamento especial ‘requetebuscado’ y probado a conciencia por todo el equipo con el que logran que las algas trasplantadas no se despeguen. Y hasta ahora ha funcionado.
De la costa norte a la sur
Los trasplantes son directos, dice la profesora de la Universidad de La Laguna. “Los cogemos en el norte y los llevamos al sur de la isla, sobre todo al sureste, en la zona de Punta Prieta, en Güímar. Allí estamos haciendo los experimentos de trasplantes porque antes había macroalgas y ahora solo quedan restitos”. Otra cosa a tener muy en cuenta en este proceso es que la subida de la marea hace necesario esperar al día siguiente para trasplantar, manteniendo siempre los esquejes en neveras y en un ambiente oscuro que no fuerce su metabolismo.
Una vez depositados en el fondo marino se marcan con un distintivo que solo el equipo de trabajo puede reconocer. Antes lo hacían con etiquetas amarillas pero la curiosidad de algunas personas echaba por tierra los avances de la investigación. Ni siquiera se señala la zona con carteles. Si el proyecto puede pasar desapercibido, mejor que mejor.
Como no puede haber cabos sueltos en la planificación del programa de muestreo, todo debe hacerse de la forma más exhaustiva posible, y lo mismo en el mar que en el laboratorio, donde es más fácil controlar las condiciones en las que germinan las ‘semillitas’ de las algas. Unos meses después de haberlas depositado sobre las rocas extraídas del fondo del mar, comienzan a formarse pequeños céspedes de filamentos diminutos y delicados que apenas miden dos o tres milímetros de largo.
Ya sean de Cystoceira, Gongolaria abies-marina o de Gelidium, las ramitas fértiles de las peceras están sometidas a una vigilancia y cuidado constantes. Solo así los cigotos consiguen fijarse al sustrato (la estructura rocosa) tras la fecundación y convertirse en praderas en miniatura, en pequeños y hermosos mantos que tiempo después, cuando se han desarrollado lo suficiente, son devueltos a su entorno natural: el mar.
La restauración de estas tres macroalgas trae un poco de luz a un problema que no es local, sino mundial. El planeta está tocado por este mal y cada año se pierden miles de hectáreas de bosques submarinos. Solo hay que trasladarse al norte de España para comprobar in situ los daños que están sufriendo los bosques de laminariales. Los denominados bosques de kelpos, poblados por unas algas gigantes, acusan un retroceso alarmante que preocupa, y mucho, a los expertos.
“Lo que se están dando, sin lugar a dudas, en un aspecto general, es la pérdida de los bosques marinos. Todo se está volviendo bastante más homogéneo y más pequeño. Todo se está miniaturizando, los hábitat se están perdiendo y la biodiversidad disminuye a pasos agigantados”. Y es que para Marta Sansón, con una trayectoria de tres décadas dedicada al estudio de las algas en la Universidad de La Laguna, hay cosas que no son admisibles. Una de ellas, vulnerar los hábitat marinos para atraer a más turistas.
No se pone cemento y escaleras a los charcos naturales que sirven de refugio a las especies marinas, a las crías de peces que se refugian en ellos para salir luego a mar abierto. Eso es lo que pasaría si hubiera prosperado la iniciativa del Gobierno de Canarias para dotar de accesibilidad a más de 100 charcos del archipiélago que el ejecutivo autonómico tuvo que guardar en el cajón hace escasamente un mes. Había que alzar la voz.
Marta Sansón fue de las primeras en decir NO y unirse a Los charcos no se tocan, la iniciativa impulsada por el biólogo marino Pablo Martín a través de la plataforma change.org que logró reunir casi 17.000 firmas y poner de acuerdo a algunos de los alcaldes de los municipios de Tenerife afectados. La gente dio una respuesta rápida a lo que para muchos era un auténtico atentado contra la naturaleza, la biodiversidad, la vida.
“A veces no se pueden dejar esas cosas en el aire cuando nosotros somos los expertos, los primeros que tenemos que alzar la voz y llamar la atención de la ciudadanía sobre la importancia de preservar los ecosistemas y proteger la biodiversidad”, dice la experta. Una tarea de investigación constante que desde hace un año vela por que vuelvan a verse los arribazones de mujo amarillo en las playas y por que los gelidium rojo y negro sigan agarrados a las rocas azotadas por el oleaje.
Gabinete de Comunicación