No existía el Whatsapp, ni la Wikipedia, ni asomaban por el horizonte los entornos virtuales y, muchísimo menos, existían los smartphones. Los no va más de la tecnología móvil de entonces ‒la década de los 90‒ eran los Nokia. Pesado como un ladrillo, si exceptuamos el Alcatel, el teléfono móvil noventero de más éxito no conocía las RRSS. Faltaban aún unos cuantos años para que Mark Zuckerberg creara Facebook, que cumplió 17 hace dos meses, aunque a algunos les parezca que fue hace un siglo.
Y en ese marco tan analógico y dependiente del papel, Manuel Area Moreira, experto en tecnología educativa, profesor, educador, pedagogo, catedrático de Didáctica y Organización Escolar y uno de los investigadores más brillantes y citados de la Universidad de La Laguna, explicó a su alumnado que en sus clases de tecnología aplicada a la educación no hacía falta tomar apuntes porque todos los contenidos estaban colgados en un dominio web que él mismo había creado. Un adiós en toda regla a las clases dictadas, a las idas y venidas a las copisterías y, por supuesto, a las constantes fotocopias
Corría 1998 y aquello no sentó bien. Nada bien. De hecho, puede decirse que provocó una pequeña rebelión en el aula, parafraseando la estupenda película de Sidney Poitier, Rebelión en las aulas (1967). Los alumnos se habían reunido en asamblea y se negaban a seguir el contenido de la asignatura por la página web. Algunos, incluso, comentaron que no querían recibir clases a pesar de que él (Area) insistía en que aprender tecnología en un entorno no tecnológico era un auténtico sinsentido. Con toda la razón.
Hoy en día esta situación sería absolutamente impensable. Experimentar de esta forma en entornos digitales a finales de los 90 no gustaba a todo el mundo, especialmente porque lo más innovador por aquel entonces, virtualmente hablando, eran las aulas de informática. Y ahí quedaba la cosa. “En aquellos momentos no se entendía que el tiempo laboral de un docente no transcurriese en el aula física. Aunque la resistencia fue la tónica más habitual, también tengo que reconocer que bastantes compañeros fueron muy respetuosos y en estos años he dado muchos cursos formativos al profesorado”, comenta el experto.
La enseñanza de la era digital
Ya nadie se niega a admitir que la educación virtual es tan necesaria como la presencial, lo que no quiere decir que la primera aniquile a la segunda. “Los que nos dedicamos a esto no tratamos de dejar la enseñanza presencial para que todo sea online. No se trata de eso. Queremos la convivencia entre las dos y que no tengamos a un estudiante cuatro o cinco horas diarias sentado frente a un profesor, viendo y oyendo cómo dicta las clases”.
En pleno siglo XXI esta imagen no es compatible con lo que está pasando fuera de los muros académicos. La era digital regala cambios y avances día sí, día también, a los que ni la Universidad de La Laguna ni ninguna universidad que se precie puede sustraerse. Por eso Manuel Area no se cansa de lanzar, a lo largo de esta entrevista, un mensaje claro y contundente: “El alumnado necesita menos tiempo presencial y más tiempo de trabajo autónomo en buenos entornos educativos”.
Se puede hablar más alto pero no más claro. La era de las clases magistrales ha terminado. “Tiene que haber un cambio de chip, de mentalidad y de la organización de los propios estudios universitarios. Hay que adecuar la enseñanza universitaria al signo de los tiempos. El profesor como fuente de información ya no tiene mucho sentido en una sociedad donde esa misma información está extendida y es accesible para todo el mundo”.
De lo que se trata es de ayudar al estudiante a filtrar la información que recibe y orientarlo para que sepa cuál es la valiosa, un cometido que corresponde al profesor, que tiene que reconvertirse. Su papel ahora debe ser otro bien distinto: el de alguien capaz de orientar y acompañar en vez de impartir lecciones. El de alguien que asuma el reto de plantear desafíos al estudiantado para que sean ellos mismos (los estudiantes), ayudados por la tecnología, los que los resuelvan.
Y para que todo este engranaje funcione a la perfección, es necesario engrasarlo creando los entornos adecuados. “La universidad tiene que adaptarse a los nuevos tiempos porque si no va a quedar desplazada”. Lo dice alguien que lleva más de tres décadas remando a favor del uso de la tecnología en el ámbito educativo, una dedicación por la que recientemente se le otorgó el X Premio de Investigación con el que se reconoce su trayectoria científica, “la calidad de la investigación realizada”, “su capacidad de liderazgo científico y su contribución al reconocimiento exterior de la Universidad de La Laguna”, tal y como determinó el jurado que lo distinguió de forma unánime.
Además de los méritos anteriormente mencionados no hay que olvidar el impacto internacional y social de sus investigaciones a lo largo de los años, un aval que lo acredita sobremanera para saber que la transformación digital en la universidad no va a la par con la que se está haciendo en las empresas o en otras instituciones, pero va. “Las instituciones educativas somos más lentas, por muchas razones, pero una de las principales es porque tenemos una clientela cautiva. Sin embargo, estamos en tiempo de mayor competitividad porque cualquiera puede estudiar de forma online”.
Es cierto que los desafíos de la era digital son mucho más acelerados que las respuestas que parten del ámbito educativo, que todavía andan a la zaga de la avalancha constante de respuestas que sí ‘disparan’ las empresas. Sin duda alguna, fueron las que entendieron a la primera de cambio que había que apostar por una presencia virtual más efectiva para convertirse en las reinas del negocio electrónico. Como así ha sido.
Ahora le toca el turno a los centros académicos. La enseñanza online ha dejado de ser una opción. Es una realidad. La COVID-19 ha inclinado la balanza en favor de la docencia no presencial. El aula virtual (virtual classroom) es el nuevo escenario en el que profesores y alumnos se ven las caras. La pandemia no solo ha obligado a enfrentar nuevos retos, también ha creado otras oportunidades, métodos y herramientas en pro de la mejora del aprendizaje.
A pesar de que las universidades todavía están a mucha distancia de ese pedestal del E-Commerce en el que figuran gigantes comerciales como Amazon, e-Bay o Zalando ‒con cifras multimillonarias de facturación que dan auténtico vértigo‒, los centros académicos españoles habían pisado ya el acelerador en su apuesta por la docencia digital, algo de lo que daba fe a principios de año la consultora Hamilton Global Intelligence, al situar a 15 universidades nacionales en el top 25 de la formación online en habla hispana. El conocido como el ranking FSO.
Un espaldarazo a la docencia virtual al que, decididamente, ha contribuido la COVID-19. “Durante la pandemia se ha acelerado el proceso. Pensábamos que iba a ocurrir en una década pero esto lo ha precipitado. Lo que ocurres es que en la enseñanza universitaria hay reticencias, profesorado que no lo ve, que no lo entiende y sigue aferrado a las metodologías tradicionales, a ir al aula, explicar la lección y poner exámenes”, explica el investigador.
La tecnología virtual no sigue ese modelo. Consiste, precisamente, en cambiar la propia metodología de enseñanza. Radica en que el estudiantado afronte más trabajos en grupo, más tareas de forma autónoma con los entornos virtuales apropiados y sin la presencia física del docente. Porque “la enseñanza universitaria a corto o medio plazo va a convertirse en mixta”.
Así lo ve Manuel Area, quien considera que el pasado curso las cosas se hicieron “aceptablemente”. La tecnología no solo no se cayó sino que permitió a la inmensa mayoría mantener la actividad académica y el profesorado de la ULL tuvo que adaptarse a la situación de un día para otro, sin previo aviso. Fue una solución de urgencia y aunque los sistemas fueron “robustos y funcionaron “fantásticamente”, algunas cosas podrían haber ido mejor. Por eso su grupo de investigación, EDULLAB, trabaja en la planificación de la enseñanza digital.
El también director de la Cátedra de Tecnología y Educación TECNOEDU, financiada por la Fundación Mapfre-Guanarteme, no duda en considerar al Laboratorio de Educación y Nuevas Tecnologías de la ULL, EDULLAB, su mayor logro a lo largo de su espléndida trayectoria científica. Este grupo pionero en su campo y reconocido internacionalmente, que creó en 1999 y sigue dirigiendo dos décadas después, ha focalizado sus investigaciones en la aplicación de las nuevas tecnologías en el ámbito educativo.
De hecho, durante este tiempo, ha sido el que ha emprendido las principales investigaciones sobre el uso de las tecnologías en el ámbito escolar en Canarias, labor que ha simultaneado también en la enseñanza universitaria, siempre en colaboración con todos los equipos rectorales que han pasado por la ULL.
Sus aportaciones las han hecho también a la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno regional, así como al Ministerio de Educación y Formación Profesional, mediante proyectos y valoraciones sobre las opiniones o actitudes del profesorado respecto a la incorporación de las nuevas tecnologías o de cursos de formación dirigidos a los docentes.
Una de las líneas de investigación estrella que llevan cultivando desde hace muchos años las 20 personas que integran la familia EDULLAB es la transformación de la enseñanza universitaria mediante entornos virtuales, trabajando en nuevas metodologías y formas de enseñar. Y es que a pesar de que la pandemia ha evidenciado que no todos (alumnado y profesorado) estaban preparados para aprender y educar de forma online, “el problema está en los planteamientos educativos a la hora de usar esa tecnología. Eso es lo más difícil”.
Y aunque es evidente que “la brecha digital tiene que ser parte de las políticas inmediatas de la universidad”, “el gran reto” radica en innovar en las metodologías de enseñanza con tecnologías que tengan por epicentro al alumnado y su actividad. “El principal problema está en que el profesorado cambie radicalmente su metodología de enseñanza y sepa generar entornos y espacios didácticos para su asignatura”.
Un cambio en la metodología de enseñanza universitaria a través de modalidades mixtas implicaría una nueva profesionalidad educativa. “Yo confío plenamente en que las nuevas generaciones de docentes con ideas innovadoras sobre cómo cambiar y dar más peso a las competencias, y no solo al contenido, sean quienes marquen el futuro de una universidad innovadora”.
Para seguir avanzando hacia esa universidad innovadora ya se están dando los pasos necesarios, pero falta más financiación, más dinero para, para construir, por ejemplo, un centro de producción audiovisual en el que el estudiantado pueda generar sus propios vídeos. Una demanda que cubriría una práctica habitual y necesaria que Area, y otros docentes, llevan a cabo en sus materias.
La trayectoria académica e investigadora de Manuel Area es tan efervescente como continua y sólida. Una solidez que ha quedado más que demostrada después de cientos de publicaciones, decenas de proyectos y 30 años de indagaciones que le han llevado a abrirse camino entre distintas líneas y sublíneas de investigación que son como “sus hijos”.
Uno de esos nuevos ‘hijos’ líneas (líneas) que está abordando actualmente es el que indaga en el consumo digital que hacen los niños de 3 a 6 años durante la etapa de Educación Infantil, primordial en su desarrollo educativo y emocional. Por eso es tan importante averiguar qué uso hacen de las TIC a esas edades tan tempranas. Solo así se podrá saber si es un buen uso o, por el contrario, un abuso que no beneficia a su progreso y aprendizaje social.
Para responder a estas preguntas, Area se ha embarcado en un proyecto nacional al que también se han unido otras universidades españolas: «Los materiales didácticos digitales en la educación infantil. Análisis y propuestas para su uso en la escuela y el hogar». Su fin es analizar el material digital educativo dirigido a los menores de esas edades, algo en lo que ya habían indagado anteriormente, aunque en la etapa de Educación Primaria.
“Estamos muy interesados en explorar qué tipo de productos digitales y aplicaciones consumen los niños en estas edades, tanto en sus casas como en los colegios. Queremos ver cuál es el grado o intensidad del uso de esas tecnologías en el contexto del hogar, identificar qué productos, qué tipo de valores subyacen en esos productos, cuánto tiempo están con máquinas en casa y, a la vez, analizar qué se hace desde la escuela”.
Para ello, parten de la hipótesis de que en la escuela, al menos en el ámbito infantil, no se presta la atención suficiente para formar a los niños en el uso educativo de las tecnologías. Es indiscutible que en esta etapa lo más importante es que los niños socialicen y se relacionen con los demás, pero también hay que tener presente el uso que está haciendo de las TIC.
Hablamos de una generación que, a pesar de su cortísima edad, ya es consumidora, de forma espontánea, de máquinas digitales. En este sentido, y ahondando en la misma línea de investigación, están desarrollando otro proyecto que financia el Gobierno canario: «Infancia y pantallas digitales. Análisis y propuestas para el uso educativo de las TIC en la escuela y el hogar en Canarias», orientado al desarrollo de una aplicación informática que pueda controlar las variables de las pautas de consumo con las que establecer normas educativas para los niños y sus familias.
Pero esto no es todo. Aún en ciernes, Area y su equipo han comenzado a indagar en el concepto de las analíticas académicas. “Estamos abriéndonos, de una forma muy incipiente, a analizar todas las huellas digitales que dejan profesores y estudiantes en los campos virtuales, donde hay millones y millones de datos, para saber qué información nos puede aportar”. Es como el big data universitario.
La ‘explotación educativa’ de los perfiles de comportamiento en las aulas virtuales es otro paso más en el gran el gran recorrido de Manuel Area. Desde los años 90 tuvo claro que, a pesar de que su mundo eran las ciencias sociales y la educación, su futuro estaba ligado a la tecnología educativa. Quería formar parte de ese ‘tsunami virtual’ que estaba por llegar, y en el que la calidad formativa no depende de si las clases se dan en el aula física o virtual. “La calidad educativa de lo online está en la tutorización y la personalización”, sentencia.
Gabinete de Comunicación