Si se le da el tiempo necesario y la oportunidad a cualquier alumno o alumna acabará aprendiendo. Todo el mundo puede hacerlo, dice con seguridad Javier Marrero Acosta, catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de La Laguna, en alusión clara a John Amos Comenius, el padre de la Pedagogía, el fundador de los conceptos en los que se sustenta la educación moderna, que ya en el siglo XVII vio con claridad que el alumnado aprendía mejor haciéndole fácil lo difícil, algo que en el sistema actual no resulta sencillo.
Y no lo es porque el sistema educativo que tenemos adolece de muchos recursos, como evidencia este reconocido experto en innovación educativa al poner fin (académicamente) a toda una vida dedicado a la enseñanza: “Si no ponemos los recursos suficientes nunca habrá equidad en la educación. El sistema debe utilizar los recursos para que la gente que no tiene posibilidades pueda recibir esa atención. Esa es la equidad que estamos reclamando, que ningún niño o niña de ningún centro escolar no pueda ‘crecer’ porque no ha sido atendido cuando lo necesitaba”.
Pero la equidad y la justicia en la enseñanza tienen muchos flecos, o más bien “aristas”, aunque en esencia consiste en hacer posible que cada alumno reciba el tipo de educación que precisa para ser igual a los demás. No todos los niños y niñas son iguales, y por eso mismo no tienen por qué aprender de la misma forma, ni al mismo ritmo, ni al mismo tiempo.
“El sistema educativo tiene que seguir brindando su apoyo a los niños cuyo aprendizaje no va a buen ritmo ‒ dice Marrero‒ y conseguir que el que vaya bien se mantenga, de forma que en ningún momento ningún niño, desde sus diferencias, se sienta inferior al otro que aprende junto a él, sino que sienta que recibe los apoyos necesarios para aprender junto a los demás”.
Es precisamente por este motivo por el que en 2018 comenzó una iniciativa con la intención de averiguar cómo se ha venido tratando la equidad en la metodología de los centros, en los sistemas de aprendizaje y en la formación del profesorado. Un proyecto nacional en el que la Universidad de La Laguna participa junto a otros cinco centros académicos y que, en definitiva, pretende clarificar la manera en que las nuevas políticas de educación han afectado a la equidad en el ámbito de la educación.
¿Han resuelto las nuevas políticas educativas la igualdad y equidad en el sistema educativo? Según Marrero, es evidente que los sistemas, a pesar de haberse “afinado” en los últimos años tienen que reforzarse más. Sin pasar por alto que Canarias fue una de las primeras comunidades españolas en la que se incorporó la atención a la diversidad dentro de la escuela y se hizo un “trabajo formidable” para adaptar los centros ordinarios a los niños con necesidades especiales, los institutos españoles siguen contando, a día de hoy, con un orientador educativo por centro, lo que equivale a un profesional por cada 1.000 alumnos.
Una situación a todas luces insuficiente si se tiene en cuenta que las recomendaciones de la Unesco apuntan a que debe haber un orientador escolar por cada 250 estudiantes, una ratio que España se salta por partida cuádruple. Con tan poco personal especializado, trabajar en un modelo basado en la prevención es prácticamente inviable, por no decir imposible.
Trabajando la equidad
“Actualmente seguirnos casi como en los años 80, cuando surgió la figura del orientador, y eso va a tener que cambiar”, dice el experto poniendo el acento en la necesidad de redoblar la atención a la adolescencia, algo que hay que hacer de manera “sincrónica”. “Los centros educativos tienen una responsabilidad enorme, y no puede ser que un instituto cuente solo con un profesional para orientar al alumnado en su educación. Si hay un problema y tardas meses en intervenir es probable que se te vaya de las manos”.
Aunque la escolarización ha tenido que adaptar su sistema para atender a todo este alumnado, especialmente con los retos que debe enfrentar la diversidad sexual y de género, el sistema educativo español siempre ha adolecido de falta de personal orientador, una carencia que cercena las garantías de ofrecer un trato personalizado al alumno que lo necesite.
Tan cierto como que el sistema educativo con el que convivimos resulta “especialmente difícil y duro para el nivel de desarrollo emocional de los adolescentes” es que “los docentes están demasiado condicionados por el sistema”. Encorsetados por horarios, currículo y ratios que tienen que cumplir sí o sí, Javier Marrero reconoce que se podrían vislumbrar ciertos cambios en la estructura actual si todos los colectivos (padres, madres, profesorado y alumnado) se implicaran al unísono.
Porque si hay algo que no resulta especialmente fácil es atraer el interés de los chicos y chicas con toda la información que manejan hoy en día. Y no puede hacerse enseñando con los mismos métodos de hace décadas. “Nos enfrentamos a un mundo cada vez más complejo y un sistema complejo requiere de saberes e intérpretes que sepan y entiendan esa complejidad. Si no entendemos esas interacciones no entenderemos el mundo”.
El autor de Educar en tiempos inciertos habla de un mundo cambiante en el que también cambian los conocimientos, la escuela y el sistema de educación, que ha de ser resonante. “Necesitamos una escuela que sea flexible, con una parte estática pero con otras dinámicas, en la que el profesorado y el alumnado tengan espacios donde recrear el currículo. La política educativa debe cambiar su mirada hacia la escuela; desde los centros es necesario reconducir los procesos de aprendizaje para hacerlos dinámicos. Eso requiere que alumnado, profesorado y padres se impliquen de manera holística y global”. Sin embargo, la factibilidad de ir todos a una no parece llegar todavía.
Por un lado está el profesorado novel, innovador, con ganas y empuje. Por otro, los docentes con muchos años de profesión a las espaldas, cansados y quizá desencantados de un sistema que no ha cumplido sus expectativas. Pero eso es algo que hay que entender, dice el experto cuando reflexiona sobre las necesidades formativas de todos ellos. “Un profesor que lleva 20 o 30 años de docencia no necesita un cursillo o una app para formarse. Lo que necesita es regenerar su mirada y reflexionar desde otro punto de vista. Son los que empiezan los que necesitan herramientas para asentar su práctica”.
Haciendo cosas distintas
En una extensa (y enriquecedora) charla con alguien como Javier Marrero, con una trayectoria tan fructífera ‒basta con echar un vistazo a sus numerosas publicaciones en materia educativa, por no mencionar sus proyectos‒ y dilatada, el concepto de innovación educativa se abre paso de una manera tan natural como ineludible. No en vano es un auténtico experto en lo que, cuando comenzó en la enseñanza a finales de los 70, llamaban “hacer las cosas distintas”, cosas originales y creativas que resultaran motivantes e implicaran al estudiantado.
El revoloteo constante de la idea de hacer una docencia universitaria diferente nunca ha cesado, al contrario, lo que sucede es que las condiciones en la Universidad de La Laguna, donde ha sido profesor durante 40 años, no han sido las más favorables. Y no se trata de una realidad exclusiva del centro lagunero. La situación es casi el denominador común que reina en la práctica totalidad de las universidades del país.
“Grupos de 120 alumnos son muy difíciles de gestionar desde el punto de vista de la innovación, porque aunque se han hecho cosas y han funcionado, como maneras de trabajar diferentes, modelos de aprendizaje basados en las tareas, o una coordinación entre las asignaturas para lograr que los alumnos pudiesen trabajar en un proyecto concreto, no se han hecho con la misma precisión que cuando los grupos son reducidos”.
“Con los recursos que nos dan tenemos que buscar la mejor manera posible para enseñar y aprender, y en eso consiste la innovación, en buscar ese camino en medio de unas condiciones que no son favorables ni para los docentes ni para el alumnado”. No se puede hacer la función tutorial ni el seguimiento de la misma forma. Se hace “superficialmente”, y a pesar de eso existe predisposición para hacer cosas distintas y de mayor calidad. “Y siempre buscando que el aprendizaje universitario se convierta en un aprendizaje dinámico y participativo”, aunque suene a tópico y frase manida.
En este punto de hacer cosas distintas, la ratio en la Facultad de Educación no ayuda. Con una proporción de alumnos que está por encima de los 100, y eso en varios cursos en los que el alumnado se mantiene a lo largo de la titulación, las cosas se complican. No es lo mismo conocer a 20 personas que a 120. “Siempre nos hemos movido en esas ratios por la fuerte demanda social, y a pesar de ello hemos podido hacer algo de innovación”.
Ese trabajo de innovación tiene que ver con provocar procesos que sean tan motivantes e interesantes para el alumnado como para el profesorado, sin restar, por supuesto, peso a la teoría en detrimento de la práctica. Significa apostar por un aprendizaje más “dialógico”, que los alumnos sean capaces de ir a la teoría y con ella interpretar la práctica, e interpretar la practica teóricamente. “Ese es el juego de la formación universitaria”.
Generando un entorno innovador
Esas imágenes que vienen casi instantáneamente a la mente cuando se habla de innovación educativa y hacen que aniden en nuestras cabezas fotografías de ordenadores, pantallas, apps y demás aparatología electrónica de última generación no se corresponde con la realidad. Las tecnologías solo son herramientas, no un fin en sí mismo.
“La idea de que la tecnología por sí sola genera innovación es una idea muy primaria. Su introducción no deja de ser un recurso motivador para facilitar, en muchos casos, determinados procesos, de la misma forma que con la tiza, con la que representábamos lo que veíamos. A veces una tiza resuelve más que un ordenador. Ni más ni menos”, dice el catedrático de la ULL.
La innovación se entiende con el aprendizaje que tiene que hacer el alumno para diferenciar las ideas de otro de las propias. Algo tan “simple y básico” es un aprendizaje. Los alumnos vienen con un hábito de lectura muy simplificado y no puedes introducirlos de pronto en una lectura de 300 páginas. Tienes que dosificar. Pero si son capaces de entender, aprenden esas habilidades y capacidades que hay que enseñarles. Ya eso es una innovación”.
Es común que el estudiante universitario que se enfrenta a su primer año de carrera sienta cierta atrofia que contribuye a que le resulte difícil distinguir sus ideas de las de los demás. “Eso también es un aprendizaje, y un aprendizaje que se produce lentamente. Cuando ves cómo pasan de leer unos pocos folios a leer un centenar compruebas que han hecho una evolución fantástica”. Eso sí, en medio hay mucho trabajo personal, de lectura y de grupo. Un trabajo compartido.
Pensar que una persona de 18 o 19 años sabe expresarse en público y de manera natural porque pertenezca a una generación Z que ha crecido con un móvil bajo el brazo es pensar equivocadamente. No se puede dar nada por hecho. Al estudiantado hay que enseñarle a hacer escritura científica, a aprender a utilizar las fuentes con rigor, a documentarse concienzudamente, a argumentar, y eso se consigue introduciéndolo en una comunidad de aprendizaje. “Esa dialéctica y la formación teórica y práctica es lo que nosotros intentamos mejorar a través de proyectos que les permitan hacer ese viaje de forma equilibrada, en lo individual y en lo colectivo”.
Garantizando el aprendizaje
Son muchos años, muchos estudiantes, muchos exámenes, y muchas experiencias dando clases las que ha vivido Javier Marrero para saber a ciencia cierta que esa fórmula innovadora que nunca ha dejado de aplicar en el ámbito de la enseñanza no funciona si no se escucha al alumnado para saber cuáles son sus necesidades, sus potencialidades para organizar esos procesos educativos. Esa es la única manera para que se sientan cómodos participando y aprendiendo.
Si algo ha aprendido Javier Marrero en estos años dedicado a la enseñanza es que las preocupaciones y las necesidades del profesorado novel no son las mismas que las del profesorado veterano. No se le pueden dar las mismas herramientas al profesorado nuevo que al que lleva años. “El profesorado de secundaria conoce a los adolescentes y sabe cómo tratarlos, y a pesar de los problemas acaban resolviéndolos porque la necesidades formativas del sistema fluctúan, y por ello hay que atenderlas de forma distinta”.
Casi tantas formas distintas como las numerosas reformas educativas que ha experimentado nuestro país desde que entramos en democracia: ocho leyes en las que la educación infantil y primaria “no se han tocado” y el paso de la enseñanza secundaria al bachillerato se ha hecho por obligado cumplimento, poco más que de puntillas, sin acabar de “resolver del todo y bien el encaje entre ambos”, entre los que hay un escalón muy grande, “uno psicopedagógico que habría que resolver”.
Marrero alude a una etapa en la que en España el currículo educativo estaba “muy por encima” de las capacidades cognitivas del alumnado, algo que sucedía hasta la implantación de la LOGSE, “motivo por el que los alumnos no aprobaban”. Y a pesar de que desde 1990 hasta la fecha se han sucedido otras cinco, los centros españoles siguen a la cola del fracaso escolar en Europa. Con los datos en la mano del famoso y temido informe PISA, demoledores, nuestro país sigue sin levantar cabeza en competencias educativas.
“La medición del nivel que hace PISA es como si lanzaran una red en medio de la inmensidad del océano Atlántico, sacaran algunos peces y dijeran que ese es el Atlántico que tenemos, aunque solo mida pequeña muestra”. Y aquí es cuando este reconocido y más que experimentado investigador se moja y saca una lanza por el sistema educativo patrio, porque el nacional, y especialmente el canario, si en algo han sido adelantados es en la atención a la diversidad, en solidaridad, y en aprendizaje emocional, un campo en el que es pionero, pero no da pie a salir en la foto.
Baremando el fracaso escolar
“Nos están comparando solo dos cosas y a pesar de eso la escolaridad tiene muchos valores que hay que ponderar antes que las matemáticas y lengua. Se ha hecho de esos informes toda una explicación del éxito y del fracaso de la educación que no refleja la realidad de la educación en su conjunto”.
Esa escolaridad de la que habla va mucho más allá de las matemáticas y de la lengua. Va mucho más allá de las notas, de las ratios. Ante el fracaso escolar recuerda que Canarias ya partía con cierto retraso educativo cuando recibió las competencias en 1983, y en todos estos años ha bajado 10 puntos en abandono escolar. “Aunque seguimos por debajo de la media, esto significa que vamos en la buena senda, pero que hay que seguir luchando para evitar el fracaso a otro nivel distinto”, y en este punto de la charla vuelve a surgir el concepto de la equidad.
Y surgen también otras cosas fundamentales. Que el sistema educativo debe garantizar que uno aprenda, y al servicio de ese objetivo debe estar todo; que si a un niño se le exige algo que le resulta muy difícil y aun no tiene capacidad para asimilarlo lo único que se consigue es fracaso y abandono; que el alumnado no es peor que hace años, como dicen muchos, sino distinto; que el conocimiento no es la nota que se saca en un examen, sino los cambios que se producen a partir de ese momento o que, por fin, alguien (en referencia a la LOMLOE) se ha dado cuenta de que es mejor que los alumnos aprendan relacionando saberes y no aprendiendo con compartimentos estancos.
Porque aprender mediante conocimientos estancos es lo más alejado de la filosofía de este catedrático, profesor de Didáctica e Investigación Educativa, educador, pedagogo, experto en innovación educativa, responsable del grupo de investigación Poder, saberes y subjetividad en educación y ante todo, un profesional comprometido con la educación en Canarias que reivindica un futuro con una escuela más equitativa, más justa y más igual para todos.
Un anhelo que le impulsa, desde la jubilación, a seguir colaborando en todo aquello que suponga una mejora en el ámbito de la educación, al que tantos años se ha dedicado. Como un proyecto con el que se quiere recuperar una antigua residencia de profesores en Senegal para convertirla en un espacio cultural y formativo. Una bonita iniciativa que se nutre de los buenos métodos del aprendizaje-servicio.
Gabinete de Comunicación