Derecho a vivir sin miedo. Esa fue la petición que un millar de mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia hizo al Gobierno de su país en un estudio realizado hace unos años por Oxfam Internacional y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). A pesar de la tremenda violencia física, psicológica y sexual a la que tuvieron que hacer frente durante décadas, estas sobrevivientes a las que dinamitaron sus vidas y atropellaron su dignidad reiteradamente, confesaban casi al unísono que lo que realmente las impulsaba a seguir adelante eran sus hijas, sus hijos.
Sus hijos eran (y son) su “mejor proyecto de futuro” para hacer frente a un proceso tan doloroso como cruento, que los colombianos recuerdan cada año el día 9 de abril. Lo hacían de nuevo el pasado mes, por décimo año consecutivo, como una forma de no olvidar y honrar la memoria de las personas fallecidas en los conflictos armados que concluyeron en 2016, después de cuatro años de negociaciones, cuando el Gobierno firmaba, por fin, la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Los datos oficiales hablan de 9.250.453 víctimas, de las que solo un 16% ha resultado indemnizado. La reparación a todas y cada una de esas personas sigue siendo una asignatura pendiente en un país cuyo Parlamento solo ha tramitado 5 de las más de 70 leyes necesarias para formalizar el Acuerdo de Paz con el que se puso el punto y final a medio siglo de guerra. A día de hoy, es un hecho que la violencia ha repuntado en algunos territorios retirados.
Esta situación no es exclusiva de Colombia. La ONU alertaba en 2020 de la presencia de 95 escenarios de tensión en todo el mundo, con el consiguiente “daño irreparable” para las personas que viven en ellos: 2.000 millones. Una realidad que no es ajena a José Bolívar Durán, consultor de derechos humanos y experto en Derecho Internacional Humanitario e Irenología ‒estudios para la paz‒ que visitó la Universidad de La Laguna para hablar, desde sus propias vivencias, sobre cómo han vivido el conflicto armado las mujeres de su país.
Las redes que transforman la violencia
Y lo hizo para un público interdisciplinario que “enriquece la mirada”, en la Sección de Filología de la Facultad de Humanidades, donde puso de relieve algunas de las posibilidades, tanto políticas, como culturales y educativas, de esta filosofía para la paz, a través de experiencias narrativas. Su conferencia «Las mujeres y la guerra: víctimas y resistencias en el conflicto armado colombiano», organizada por la Cátedra Cultural Alexander von Humboldt y Sabin Berthelot en colaboración con el Departamento de Filología Española, ahondó en las sinergias creadas para vencer la violencia.
“Por fortuna, en Colombia hay muchas redes locales de mujeres y muchos apoyos. El de la vecina, la amiga, la hermana, que se han unido para transformar el tipo de violencia, junto a programas de ONG locales que hacen labores de acompañamiento psicosocial a las víctimas, porque de nada valen las acciones sino se consigue cierta calidad de vida y emprendimientos económicos que posibiliten que las víctimas tengan sus propias empresas y salgan adelante”, dice el experto.
Bolívar insiste en que la violencia directa, la del golpe fácil, la del insulto, la que sale a la luz, en definitiva, es solo el pico de la violencia cultural que legitima ese golpe. “Lo que se ve es el hecho violento, pero se desconoce lo que sucede estructuralmente. Que un niño no tenga derecho a la educación porque vive inmerso en un área de conflictos armados es de una violencia grandísima, y los estudios de paz, lo que nos muestran, es que hay muchas formas de violencia”.
En la guerrilla más antigua de América, la normalización, y puede decirse que la invisibilidad de la violencia contra las mujeres, ha sido una constante. A pesar de la gran cantidad de víctimas de episodios de auténtico horror, la mujer es la que se ha llevado la peor parte en este proceso. “Ha sido utilizada como arma de guerra, y cuando han sido combatientes, en ningún momento se les ha reconocido ese estatus político”.
De las víctimas a los victimarios
Su trabajo durante años en Cruz Roja Internacional y en otras asociaciones no solo se centraba en las mujeres víctimas, sino también en sus verdugos: los victimarios. “Sin duda, los mecanismos de machismo les han servido siempre como caldo de cultivo para generar más violencia. Si había dos combatientes o dos enemigos, un enemigo violaba a la mujer del otro porque entendía que así podía hacerle más daño, así podía vulnerar lo que más quería. Y esa la humillación, usar el cuerpo como arma de guerra, no es más que la degradación de la guerra”.
Algunos de esos sicarios con los que habló este abogado que un día decidió colgar la toga para trabajar por la paz evadían el asunto o lo negaban; otros decían que se limitaban a cumplir órdenes. Y otros, los menos, acabaron pidiendo perdón por lo que pasó. Llegados al punto de la normalización de la violencia, lo que sucede es que “la gente termina aceptando, en el día a día, casos atroces de violaciones de los derechos humanos”, algo que, a día de hoy, reconoce que le ha pasado factura y causado un “gran impacto emocional”.
“Por muy fuerte que seas ‒comenta José Bolívar‒ se trata de algo inhumano y debería derrumbarnos. Con cada guerra pensamos que hemos aprendido algo y no lo hemos hecho; las formas en las que se ejerce la violencia no cesan y, al final, la que pierde siempre es la población civil”. Y la historia se sigue repitiendo lejos de Colombia. Los crímenes de guerra perpetrados por los rusos a la población ucraniana son una muestra de que el estatus de protección a las personas civiles establecido en el Convenio de Ginebra de 1949 continúa sin cumplirse en pleno siglo XXI.
“Hay que proteger a la población civil más allá de que la guerra, y la realidad es que seguimos asistiendo, en muchos casos, a una gran infracción al Derecho Internacional Humanitario. Después de la Segunda Guerra Mundial confiamos en que fuera el sistema de las Naciones Unidas el que velara y resolviera todo esto y, hoy en día, con todo el poder que tiene, no ha hecho nada”, comenta Bolívar cuando habla de conflictos como el de Ucrania, en el que han muerto ya 3.800 civiles, según los datos que maneja el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).
Sobre memoria histórica, literatura y arte
Después de trabajar varios años con agencias de cooperación internacional en distintas zonas de conflicto repartidas por todo el mundo, José Bolívar decidió alejarse física, pero no emocionalmente, de su Colombia natal. Y lo hizo para trabajar por la paz de una forma muy diferente a la manera en que lo había hecho hasta entonces: abordando los distintos asuntos sociológicos desde la música para entender la relación con los derechos humanos.
En el camino a la paz, la literatura brinda el contexto de una época específica y ayuda a entender una realidad de la que a veces no se tienen demasiados datos. Ya lo había comprobado en su país, participando en espacios de formación para jóvenes en los que les facilitaba las herramientas necesarias con las que valerse de la escritura y contar sus experiencias en las guerrillas. La memoria histórica y la literatura se aliaban. ¿El fin? Afrontar contenidos geopolíticos y conflictos internacionales, siempre adaptados a las edades de los adolescentes y jóvenes, una labor que ejerce ahora en España.
Lo hace en talleres radicados en institutos y colegios de enseñanza secundaria en Barcelona, y de la mano de la fundación Group Eirene, una asociación cimentada en la educación y la justicia global, donde sensibiliza sobre el desarme, el racismo o los procesos de paz. De lo que se trata es de trabajar los derechos humanos siempre desde el arte y sin que falte la que, a día de hoy, es su ‘arma’ secreta en esta filosofía de vida: la música. Desde el reguetón, “imparable”, rock o jazz, ese “grito de resistencia” de la población negra de los EEUU, hasta el bolero y la salsa, un mix de sonidos afrocaribeños con los que los latinos exhiben su forma de sentir.
“Lo primero que hacemos en los talleres ‒explica Bolívar‒ es escuchar música para entrar en materia. Pregunto a los jóvenes qué les gusta escuchar y trabajamos el contexto sociopolítico en el que se crea esa música, y no tanto la letra. Cuando se trabaja con música siempre se remite a la letra, pero en este caso lo que me interesa es analizar esa realidad sociopolítica a través de los temas propios de cada lugar”. Así, por ejemplo, hay colectivos de lesbianas en Sudamérica que reivindican los derechos de la mujer a través del reguetón, a pesar de ese sesgo machista tan generalizado que lo caracteriza.
La vida lejos de Colombia
Marcharse de su país natal, Colombia, fue una forma de levantar muros frente a “episodios dolorosos” que lo dejaron “tocado” y alejarse de “todo lo vivido”, especialmente con las víctimas de la violencia sexual (se calcula que más de 15.000, según las estimaciones oficiales) y las de minas antipersonal, que han matado a 12.000 personas desde la década de los 90 del siglo pasado, fecha en la que las FARC comenzaron a aumentar su uso para detener al ejército. Una práctica violenta que ha llegado a situar al país tan solo un paso por detrás de Afganistán en el número de muertes y mutilaciones.
Las historias vividas son muchas y distintas, pero “todas muy dolorosas e impactantes, y eso tarde o temprano terminan afectando a muchas dimensiones de uno mismo. No es normal vivir bien en esas condiciones. Con Colombia sigo teniendo relación en el marco de ciertos intereses emocionales y laborales, pero ya a otro nivel”, comenta este trabajador por la paz y apasionado del jazz que dejó de creer hace tiempo en lo que dicen los medios internacionales, ni de Colombia, ni de la guerra de Ucrania, ni de otros conflictos armados: “Busco solo las noticias alternativas y las provenientes de medios académicos”.
Consciente de que la situación en su país sigue siendo “muy complicada” y con demasiadas tensiones, no duda en afirmar que “siguen existiendo intereses económicos porque sigue habiendo mucha explotación de territorios. A pesar de la firma de los acuerdos de paz, hay muchas facciones de grupos paramilitares que, supuestamente, se habían desarmado pero que continúan girando alrededor de la coca y los terrenos. Son grupos más pequeños pero armados. Es un hecho que la violencia sigue existiendo en muchos de ellos. Los crímenes en el ámbito de los derechos humanos siguen existiendo”.
Si hay ‘crímenes’ que le tocan especialmente el corazón y el alma, esos son los que se han cometido con las personas que han tenido que salir huyendo, dejando todo atrás, una pérdida irreparable que sufren las más de ocho millones de víctimas del denominado desplazamiento forzado, una “cifra escandalosa de la que poco se habla”, y que continúa en aumento en Colombia. “He trabajado talleres de desplazamiento forzado en la Universidad de Barcelona, un tipo de vulneración de derechos humanos terrible a manos de grupos armados que llegan a tu casa y te sacan de ella, de tu territorio, solo porque quieren tomarla para cometer actos ilegales”.
A pesar de que halló hace años en el arte y en la música las respuestas a sus búsquedas emocionales y políticas, este profesor que trabaja por la construcción de la paz y la no violencia considera inadmisible que en el siglo en el que vivimos aún haya gente desprotegida y sufriendo. Y así lo expresó en la Universidad de La Laguna. “Como país y como sociedad tenemos que hacer algo, tratar de reconciliarnos y entender que nos estamos matando absurdamente. Hoy más que nunca encuentro en el arte y en la literatura una vía para la transformación de los conflictos. En eso es en lo que más creo en la actualidad”, dice José Bolívar.
Gabinete de Comunicación