Quien no entienda que la lengua está en constante movimiento y tan viva como las mareas que abrazan las rocas de las playas o los vientos que peinan los desiertos, que se apee de una conversación con Pilar García Mouton (Madrid, 1953). Esta filóloga, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), dialectóloga y autora de varios atlas lingüísticos tan importantes como necesarios, recuerda de pequeña cómo su padre (y su madre), ambos distinguidores fonológicos, le decían que en el colegio le iban a llover las faltas de ortografía por no saber distinguir entre pollo y poyo.
Se trataba del yeísmo, el fenómeno lingüístico que irradiaba desde las ciudades, sobre todo desde las grandes capitales como Madrid o Barcelona, hacia el extrarradio, y con el que la letra ll (elle) y la y (ye) comenzaban a pronunciarse de idéntica manera, tirando por tierra los notables esfuerzos que Eliza Doolittle (Audrey Herpburn) hacía en May Fair Lady para parecer una auténtica dama de la alta sociedad, que no eran otros que pronunciar con total claridad «La lluvia en Sevilla es una maravilla» («The rain in Spain stays mainly in the plain»).
El cineasta George Cukor dirigía así la mirada a la distinción fonética entre la elle como ye, tan española, que aún se mantiene “en zonas peninsulares muy apartadas”. Lejos queda ya esa pronunciación bien consideraba que daba cierto prestigio social. Hoy en día “casi todos somos yeístas”, dice García Mouton de un elemento que pervive sobre todo en la gente mayor, y que no tiene por qué ser sinónimo de distinción cultural. “No hay un español culto y otro menos culto. El nivel del lenguaje lo da la gente de cada zona”.
Tampoco existe un español para los españoles de España y otro propio de los hispanohablantes del planeta, que son muchos. Más de 580 millones de personas abrazan ya la lengua de Cervantes. Y siguen sumando. El panhispanismo, ese concepto “no tan nuevo” pero tremendamente académico que incide en la necesidad de buscar la unidad lingüística, y que los diccionarios se elaboren pensando en todo el mundo hispánico, fue el motivo por el que esta reconocida experta en lexicografía se trasladó hace unos días a la isla de Tenerife, y más concretamente a la Universidad de La Laguna.
Con su participación en la mesa redonda Panhispanismo y lexicografía, capitaneada por una académica de la talla de Paz Battaner Arias, sumó sus conocimientos y experticia al IX Congreso Internacional de Lexicografía Hispánica organizado por los catedráticos de la Universidad de La Laguna Alejandro Fajardo Zumbado y Dolores Corbella Díaz, un acreditado cónclave de expertos de renombre internacional y un auténtico caramelo para los amantes de la lengua y, por ende, de los diccionarios.
Atrás quedaron los tiempos en que casi todo el trabajo que conlleva la creación de un diccionario de español se hacía exclusivamente desde España, motivo por el que se imponía un tipo de español más castellano, por así decirlo. “La lengua es un organismo vivo que está cambiando todo el rato. En el caso del español tenemos la suerte de contar con una tradición de colaboración entre las distintas academias de la lengua. Junto a la española están las academias de cada uno de los países en los que se habla español”.
Una perfecta red de trabajo que dio pie a la creación de obras conjuntas hasta finales del siglo XX, en que comenzó a postularse un cambio de postura del pensamiento que había preponderado hasta entonces. “Ya no todo era el español desde España, sino el panhispanismo, el español de todos y para todos, del que nació un documento conjunto de la mano de las distintas academias”.
Todo sea por la unidad del español, o del castellano, como dice Pilar García, “pues castellano y español son sinónimos y hay una tradición larguísima de llamar castellano al español. En América, algo que he corroborado con muchas encuestas realizadas en países como Chile o México, llaman castellano al español. Era la denominación más antigua y, de hecho, el continente americano ha conservado muchos usos del español antiguo”.
A pesar que de cara a las otras lenguas que se hablan en España sea “más políticamente correcto” decir español que castellano, los dos términos pueden utilizarse indistintamente, según la experta. De hecho, el primer diccionario del español, que data de 1611, se llama Tesoro de la lengua castellana o española, y fue escrito por Sebastián de Covarrubias, un capellán de Felipe II que no dudaba en incluir, a la mínima, sus opiniones personales en cada una de sus definiciones. Desde entonces, son muchas las palabras que permanecen. También, muchas las que han sido arrinconadas.
Pero en el idioma español todo suma. La política lingüística panhispánica por la que abogan García Mouton y la mayoría de estudiosos de la lengua española consiste, precisamente, en “intentar mantener entre todos la unidad del español, potenciar una comprensión y ortografía similar pero respetando la variedad interna para que cada lengua esté representada en sus características”. Y en este aspecto, la especialista en geolingüística se quita el sombrero con la “gente fuera de serie” (en lo relativo a lexicografía) que hay en Canarias.
Se refiere a Dolores Corbella (primera mujer canaria en la RAE) y a Cristóbal Corrales, catedráticos de Filología de la Universidad de La Laguna y artífices de haber conseguido, en pocos años, que el archipiélago canario se haya convertido en la zona hispánica poseedora de un “mayor conocimiento” a través de los diccionarios. Desde el Tesoro lexicográfico del español de Canarias, el Diccionario histórico del español de Canarias (DHECan), hasta el Diccionario referencial del español de Canarias, a sus investigaciones sobre el Tesoro Lexicográfico del Español en América. Todas son “excepcionales”.
Sus “aportaciones científicas y el trabajo de corpus realizado son producto de su gran rigurosidad y dedicación. No se había hecho algo semejante en ninguna zona de España”. Y no lo dice solo ella. La mayoría de investigadores coincide en señalar el espaldarazo dado al estudio del léxico canario durante los últimos años. Eso es lo que hace una persona lexicógrafa: escruta y define cada palabra hasta casi desmenuzarla y clasificarla por categorías. Y así, por cientos y por miles, llenan los diccionarios.
El de la Real Academia Española (RAE), el Diccionario de la lengua española, condensa alrededor de 93.000 vocablos que se renuevan o languidecen por falta de uso. Igual que cambian las modas, las modas cambian las palabras y los nombres, “especialmente entre la gente más joven, por eso hay palabras no sobreviven y se quedan. Algunas lo hacen, pero son muy pocas”, comenta Pilar García, también académica correspondiente de la RAE por Castilla-La Mancha.
Se cree lo contrario, pero lo cierto es que ya no se eliminan palabras del diccionario. Es una de las grandes ventajas heredadas de la era digital que no nos brindaba el papel: la red no tiene límites. Con solo cliquear un nombre tenemos su significado. “Hay palabras muy arcaizantes que se podrían quitar pero la academia mantiene muchas que, aunque ya no se usan, sirven para leer y entender la literatura clásica”. Otras, sin embargo, han pasado a mejor vida. Una de ellas es cocadriz. Tan rara como desconocida, el femenino de cocodrilo ya no aparece en ninguno de los diccionarios de la RAE. No a golpe de clic.
Y es que abrir un diccionario es casi como destapar el cofre del tesoro. Pese a las ventajas incuestionables de internet ‒exceptuando la “cantidad de información sin filtrar” que proporciona‒ García Mouton sigue consultando el diccionario en papel siempre que lo tiene a mano. En el resto de ocasiones, navegar por la red, y siempre que se consulten diccionarios específicos y recomendados, es también una buena forma de aliarse con las palabras.
Si preguntamos a Google qué es un atlas lingüístico, Wikipedia nos responde, con economía de palabras, que es “un libro con mapas temáticos relativos al lenguaje hablado en una determinada área”. Dicho así resulta hasta simple y parece restar valor a un trabajo de campo en el que el rigor y la constancia son las claves para llegar a buen puerto. Un puerto que desvela, en este caso, la investigación que Pilar García Mouton e Isabel Molina Martos han denominado un atlas lingüístico de pequeño dominio: el Atlas Dialectal de Madrid (ADiM), en el que a través de 1.188 mapas dialectales (solo en la primera etapa) de hombres y mujeres se muestran las diferencias entre las distintas hablas rurales de la Comunidad de Madrid.
Tras un trabajo intensísimo, el ADiM está casi acabado, a falta de colgar los últimos mapas, el colofón a una labor de campo genuina. Tras buscar informantes que sean parecidos para que los materiales sean comparables, se les presenta un cuestionario (fruto de un estudio previo) con el que interrogan sobre más de 1.000 conceptos, siempre mediante preguntas indirectas que no influyan en la respuesta. Esas contestaciones se transcriben fonéticamente y después se graban. Así se sabe cómo suenan y cualquiera puede oírlas.
“En el atlas de Madrid hemos hecho un simulacro de distintas generaciones, por eso lo llamamos sociodialectal, de manera que podemos ver cómo llaman a una misma cosa distintas personas de la misma familia, y de diferentes edades, a lo largo del tiempo”. Un modo de comprobar si la palabra se va a perder, si hay otra nueva en camino, si los hijos usan la misma palabra que sus madres y sus padres. “Porque además de las distintas edades ‒continúa García Mouton‒ nos interesa saber cómo se comporta la lengua en el espacio. Hay palabras que solo se dan en el occidente o en el oriente de la península”.
Si hay algo que le encanta a esta dialectóloga es escuchar a las personas y reconocer, por su acento, de dónde son. Y el canario, además de conocerlo bastante bien, le gusta especialmente. Como el canario, con la expansión de la lengua se han ido formando variedades, que no dialectos, y España es un país tremendamente rico en variedades. “Ahora preferimos hablar de variedades y no de dialectos porque no tiene esas connotaciones negativas”.
Sin embargo, a pesar de todas esas variedades que dan forma al rico idioma español ‒es la segunda lengua materna del mundo en número de hablantes y la tercera lengua más empleada en internet, según un estudio del Instituto Cervantes que avanza su crecimiento al alza‒ más del 80% de las palabras que se utilizan son comunes, un dato que se analizó recientemente en el congreso de lexicografía celebrado en la Universidad de La Laguna.
Siempre en torno a la palabra, Pilar García puso su mirada sobre la forma en la que hablaban los hombres y las mujeres hace casi 20 años. Su libro Así hablan las mujeres. Curiosidades y tópicos del uso femenino del lenguaje, publicado en 2003, diseccionaba las diferencias en la manera de comunicarse de ambos sexos y se preguntaba por qué. Unos porqués que, dos décadas después y aún con la introducción del lenguaje inclusivo, siguen estando ahí a pesar de que la sociedad ha ido demostrado paulatinamente su “sensibilidad lingüística”.
Los femeninos profesionales que se usan hoy en día de forma generalizada no aparecían, ni por asomo, en los periódicos de hace unos años. Del juez, el médico y el arquitecto se ha pasado a la jueza, la médica y la arquitecta. Del presidente a la presidenta. De los hombres a la humanidad y de los ciudadanos a la ciudadanía, y así bastantes más cambios necesarios que han ido asentándose en nuestra forma de hablar y escribir.
No obstante, muchas personas consideran que estos logros deberían culminar con el desdoblamiento constante del sustantivo en masculino y femenino, algo que va en contra del principio de economía del lenguaje que defiende la RAE, que se sigue postulando con firmeza en el uso del masculino genérico no marcado. “Es verdad que cuando hay mujeres y no se percibe, no se muestra, sí que hay que usar el lenguaje inclusivo, pero no hay que exagerar”, dice la experta, porque la lengua tiene sus normas.
“Nosotros nos podemos esforzar en ser lo más políticamente correctos pero las palabras no se pueden desdoblar continuamente en masculino y femenino. Si puedes referirte a un genérico en vez de a un masculino marcado lo haces, pero la lengua no resiste eso. Nadie puede hablar en español media hora seguida sin emplear el masculino genérico, al que habría que llamar genérico en sí. Pero es que nuestra lengua, como lengua románica, funciona así”.
Lo dicho anteriormente no exime a nadie de corregir “determinados sesgos de una lengua que son producto de una sociedad machista, pero llevarla a unos extremos ridículos, no”. Para esta filóloga, cambiar la sociedad no implica cambiar el lenguaje. Es justamente al revés. “Si tú quieres cambiar de verdad la sociedad, cámbiala, porque si es así, cambiará el lenguaje”. Y lo mismo opina de las personas que reclaman que se elimine una palabra del diccionario por considerarla ofensiva. “Será al contrario, elimínenla del uso y entones se podrá quitar del diccionario”.
Palabras moribundas
Además del rigor en su trabajo como profesora de investigación en el CSIC, sus colaboraciones en la RAE y la Fundeu, sus trabajos en distintos atlas dialectales y numerosas participaciones en congresos y foros especializados, esta experta en geolingüística y buena conocedora del lenguaje de las mujeres acude cada semana, desde hace 10 años, a una cita muy especial en Radio Nacional de España (RNE) llamada Palabras moribundas, un programa en el que varias voces expertas dan cabida a las voces de la audiencia. De los hablantes.
“Tengo que decir que el programa me ha aportado mucho. Me escriben más de 60 personas a la semana y se agradece ese contacto con los hablantes, que te consultan sus dudas, que te hacen sus aportaciones. Y todo tiene una respuesta inmediata. Como somos gentes de distintos ramos me lo paso muy bien, me relaciono con mis colegas y conozco personas interesantes que hacen divulgación”. Como ella, que considera fundamental acercar sus investigaciones a la sociedad: “Nosotros tenemos la obligación moral de contar las cosas que hacemos para que ayuden a los demás”.
Otra de las cosas en las que trabaja actualmente Pilar García Mouton es en la edición y publicación de una parte del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, elaborado justo antes de la guerra civil española. Un documento bastante esclarecedor para saber cómo era la lengua de los años 30 del siglo pasado. Una labor más entre las muchas que ocupan el tiempo de esta investigadora del lenguaje que confiesa, sin embargo, no tener una palabra favorita a pesar de ser una entusiasta del léxico y de la lengua española, que está más viva que nunca.
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