Recuerda con algo de nostalgia cómo, cuando estudiaba en la que ha seguido siendo su casa desde entonces, La Universidad de La Laguna, las clases de lunes a viernes no bastaban. No colmaban el deseo de saber. Los sábados por la mañana ella y otros compañeros y compañeras de la carrera se reunían para debatir, para ver clases de historia que daban paso a un fórum enriquecedor, a la puesta de ideas en común, a la charla constructiva. “La gente lo que reclamaba era eso, algo que hoy día resulta bastante impensable”, dice María Lourdes González Luis.
La catedrática de la Universidad de La Laguna y profesora del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, la Educación y el Lenguaje sabe que rema a contracorriente porque apostar por una educación que sea capaz de generar pensamiento crítico no está en consonancia con los tiempos que corren. La sociedad de las prisas en la que vivimos, llena de distracciones digitales y donde los algoritmos y la inteligencia artificial son capaces de monitorearlo todo, inclusive al alumnado, no es la que quiere. Por eso no titubea al afirmar que “la educación es el único lugar donde todavía puede quedar esperanza de futuro”.
“Solo a través de la pedagogía podemos recuperar el vínculo entre la ética y la política, que se perdió hace tiempo. No podemos renunciar al valor de la escuela, de la universidad y la escuela pública, ni a defender la calidad de los contenidos, de una formación transformadora que tenga sentido para el cambio de los sujetos y las comunidades, una formación que cree pensamiento crítico”. En definitiva, una formación que prepare a los jóvenes para dar el salto al mundo, a la vida, al futuro que les espera.
Lo dice tras más de 40 años dedicada a la docencia e investigación en la ULL, donde comenzó impartiendo historia de la Educación y luego siguió con historia antigua y medieval. En la actualidad, González da clases de la asignatura de Historia de la Educación que, a pesar de seguir siendo una asignatura troncal, se ha quedado en “un auténtico telegrama”. “Hoy en día tenemos que lidiar con la reducción de determinados contenidos históricos y filosóficos. Se ha ido sustituyendo la formación, la adquisición de saberes y valores, por un proceso de enseñanza-aprendizaje gamificado, aulas de entretenimiento. Se han llenado las academias de gurús. Se alientan vocaciones de influencers, vidas de gafas virtuales o de avatar, vidas en metaverso».
Transformar mentalidades
Se ha desplazado la cultura del esfuerzo por la del coaching, el engagement. Es el triunfo de la insignificancia. Y una formación que no genere transformación no tiene sentido.
Esa experiencia de la “transformación de las mentalidades”, de la capacidad de comunicarse los unos con los otros de la que es testigo desde hace cuatro décadas ha dado paso a una universidad “mediatizada y mediada por la competitividad”, más enfrascada en una lucha contra las adversidades externas que centrada en el propio crecimiento y la calidad académica. Por eso hoy más que nunca “la metáfora de la Torre de Babel no se vivencia en ningún lugar con tanta claridad como en las instituciones políticas y, especialmente, en las universitarias”.
Para salir de esta encrucijada que ha convertido a los centros académicos en lugares de cobijo absoluto del “entretenimiento y ascenso de la estupidez” frente a la capacidad de “usar el saber real para construir una cultura de vida y paz”, la experta de la Universidad de La Laguna pide hacer un parón para pensar y reflexionar: “Creo que hay que repensar lo que estamos haciendo. No podemos caer en la claudicación ni en la resignación, frente a los embates orquestados para matar la escuela y la universidad pública”.
Uno de esos embates de los que habla viene de fuera, de las propias administraciones públicas. “En las últimas décadas en el ámbito universitario hemos pasado dificultades. A veces nos hemos enfrentado por grupos de intereses, pero sobre todo ha sido agudizado por los profundos cambios que se han operado en las instituciones en las últimas décadas: la presión en las carreras, en los rankings. La competitividad está servida y está convirtiendo nuestros espacios de saber en cuadriláteros”.
A esas exigencias se une la “asfixia económica” a la que está sometida la ULL. La experta se refiere a la “reducción de partidas” que ha tenido que afrontar el centro académico, lo que ha supuesto “tener que hipotecar el futuro de los jóvenes investigadores”. ¿Cómo es posible que el Gobierno de Canarias tenga dinero para otras cosas y niegue a esta universidad seis millones de euros? No hay dinero para cubrir la falta de personal y tenemos un déficit de 400 profesores. Lo que se espera es que se mantenga la dinámica académica con el esfuerzo y la quiebra de los que tienen que asumir tareas y horarios que no les corresponden”, afirma con contundencia.
Esas asfixias económicas de las que habla la profesora de la ULL no han llegado solas, sino envueltas en un “paquete de distracciones”, las que emanan de la cibercultura, una “forma de vida mercantilizada con las que algunos están fascinados, y en la que han sido los procedimientos administrativos los que han provocado una especie de parálisis. Pero todos formamos parte de este juego”.
Escuela y presencialidad
El segundo embate del que habla con vehemencia Lourdes González se produce de puertas para adentro. En las aulas. La suspensión de las clases presenciales durante la pandemia de COVID-19 forjó a codazos la entrada triunfante de las lecciones online. Los conocimientos teledirigidos fueron la vía de escape para salvar un curso que se antojaba muy complicado, por no decir casi imposible. Educar desde el otro lado de la pantalla del ordenador comenzó a cambiar el panorama educativo en España y en el mundo. Los centros educativos se abrían entonces a nuevas posibilidades que ya son toda una realidad, tanto que muchos no dudan en afirmar que la presencialidad está herida de muerte frente a una digitalización in crescendo que resulta imparable.
Pero eso es algo que le cuesta asimilar. Se opone a combinar ambas cosas (presencialidad y virtualidad). “Me niego a abonar ese trayecto que, a mi manera de entender, supone claudicar y sucumbir a los intereses orquestados. Hay que luchar y combatir contras las propias legislaciones que están impulsando un modelo educativo trastornado; hay que seguir luchando por la presencialidad y hacer que sea atractiva y logre enganchar al alumnado, porque si no, se da la espalda a la convivencia, a compartir”.
Alude a la escuela como “el gran lugar para escuchar al otro, para resolver conflictos” y enfatiza en el hecho de que las primeras experiencias de los niños están en las escuelas, surgen en ellas, y continúan en los institutos, en la universidad y después en la vida. “No podemos convertirlos en marginales, en una sociedad autista donde sea más fácil la dominación y el manejo porque eso sería la muerte de una cultura de vida, del saber que pueda gestionarse, de la capacidad crítica”, dice González.
“Acabar con la presencialidad es desaparecer la escuela, y eso supone la imposibilidad de la cohesión y la sostenibilidad social, por lo tanto, es dar un golpe letal a la democracia. No soy tecnofóbica, pero tengo opiniones encontradas respecto a la digitalización y la inteligencia artificial. Tenemos que adueñarnos de ellas, hay que apropiarse de las tecnologías. Aunque es un fenómeno imparable, lo que sí es cierto es que la IA no ayuda a tener pensamiento crítico”, comenta respecto a alguna que otra experiencia realizada con ChatGPT en el aula.
Consciente de que se está en un momento en el que “parece que todo cabe, pero no todo vale”, avisa de que el papel del profesorado es formar para transformar y alude a la recuperación de cierta condición de resistencia y combate desde las tarimas académicas a las que se sube cada día. “Se han devaluado los contenidos que exigían el esfuerzo y la puesta en conciencia a través del conocimiento de la realidad, del mundo, que la gente sea capaz de entender el contexto y actuar sobre lo que pasa…”.
Pese a considerar que se ha perdido el pensamiento y la argumentación propia, no se resiste a que pueda llegarse a un consenso vital, incluso con todas las diferencias existentes, que son palpables, porque “educar es un proceso encaminado a elevar el nivel de conciencia. Educar es genuinamente un acto ético-político”, que no solo se produce en las aulas de la universidad, sino también en los colegios y en los institutos.
Rescatar la memoria histórica
Son precisamente los colegios e institutos los que van a ocupar parte de su tiempo, de ahora en adelante, porque serán el escenario donde se desarrolle un proyecto de investigación financiado por el Gobierno de Canarias con el que está dispuesta a recuperar una parte importante del pasado reciente de España para acercárselo a las generaciones más jóvenes, a los adolescentes. Una iniciativa con la que quiere rescatar “los territorios de la memoria”, que pretende llegar al profesorado de los centros de Educación Secundaria y Bachillerato de Canarias.
El objetivo, ambicioso a la vez que hermoso, es que los más jóvenes conozcan el pasado reciente de España, que está “absolutamente olvidado”; que sepan qué paso durante dictadura franquista, porque es algo que “no está nada superado, aunque pensábamos que sí. Ya están resurgiendo esa polarización que parecía olvidada y los discursos del odio que creíamos que no íbamos a volver a oír nunca más, los que estamos oyendo de nuevo”.
Ese contacto de los adolescentes con episodios dolorosos de la historia de España se va a producir a través de sus mayores. La idea es que sean los propios alumnos los que entrevisten a sus familiares, a sus bisabuelos, abuelos y abuelas que vivieron de una u otra forma la guerra civil española y la represión franquista, para que sean ellos los que les acerquen sus vivencias. Conocerlas de primera mano de boca de sus protagonistas es una forma más cercana de vencer ese “velo de ignorancia” que prende de las generaciones más jóvenes, que parecen tener “una amnesia profunda sobre los acontecimientos”.
“Este primer año de proyecto vamos a comenzar con el abrebocas de lo que queremos conseguir después, por eso queremos hacer un mapeo, un diagnóstico de la situación y tomar contacto con los distintos colectivos que han trabajado la memoria histórica en el archipiélago, además de hacerlo también con el profesorado de los centros educativos de las islas para saber cuáles se van a involucrar en este proyecto de talleres y trabajos, que se desarrollará los próximos años. De lo que hagamos saldrán productos artísticos, narraciones e historias con las que el alumnado se acerca a esa realidad histórica vivida en Canarias durante la Guerra Civil y el franquismo”, explica la profesora de la Universidad de La Laguna.
De los análisis e interpretaciones de los estudiantes se espera que salgan piezas creativas de todo tipo. Todo cabe: videos, podcast, narraciones literarias e, incluso, alguna que otra película en la que puedan volcar su forma de ver esas historias que hayan rescatado de la memoria de sus familiares. “Queremos que esto sea posible para poder hacer una exposición itinerante que recorra las islas, y con la que se celebren los 100 años del nacimiento de la Generación del 27”.
Esta forma de lograr que los más jóvenes tengan otros intereses más allá de los que la cultura de la digitalización les ofrece conjuga a la perfección el arte con la educación, la creatividad con la pedagogía, un mix que funcionó a las mil maravillas en ‘Palabras prisioneras’, un proyecto sobre pedagogía penitenciaria, ya concluido y liderado por la Universidad de La Laguna, en el que los propios reclusos contaban sus vivencias, ahora plasmadas en un libro de testimonios.
“Pedagogía y arte son dos instrumentos magníficos de reeducación. Este proyecto, desarrollado en el centro penitenciario Tenerife II, ha sido una experiencia maravillosa. Desde los propios presos y presas y, cómo no, el estupendo equipo de la ULL, con Daniela Martín, Tatiana Castañeda y, sobre todo, el importantísimo trabajo que realiza Andrés Novoa. En diciembre del año pasado vinieron todos los partners del proyecto y uno de los actos estrella fue la presencia de sus protagonistas, que participaron con sus narraciones”, explica González de esta iniciativa que ha supuesto una catarsis personal para muchos de sus participantes, y no solo desde el punto de vista literario, sino desde el que les permitió hacer una “revisión de sus propias vidas”.
Son este tipo de proyectos los que pueden despertar esas conciencias de los más jóvenes que han llegado casi a “adormilarse y acomodarse” por estar envueltos en una digitalización incesante. “Cada tiempo tiene sus fantasmas, cada época ha tenido sus errores y sus aciertos, y siempre mantengo una cierta esperanza en que la generación joven encuentre el camino. No es culpa de ellos estar imbuidos en el espíritu de Tik Tok e Instagram. Ha sido la oferta que les ha brindado el mercado, porque lo cierto es que estamos en la dictadura del gazapo, que es la que ha inventado todo el modelo-mundo y creado esas generaciones que yo llamo pantállicas”.
Y sean generaciones pantállicas o de plastilina, como también le gusta llamarlas, Lourdes González insiste, de nuevo, en la importancia de crear conciencia y alertar a los más jóvenes sobre la perdida de la relación con el mundo real y con la sociedad. “Se han ido creando generaciones de plastilina que cuando salen al mundo real no están preparadas para enfrentarse a él, no están preparadas para resolver sus problemas. Por eso hay que propiciar el conocimiento y la formación, para que se dé esa transformación tan necesaria e importante en sus vidas”.
Gabinete de Comunicación