La etóloga británica Jane Goodall, una de las mayores especialistas en estudios sobre primates conocida mundialmente por su activismo medioambiental, impartió hoy, sábado 25 de noviembre, una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna, en la que ofreció un mensaje de esperanza ante el desastre medioambiental al que parece abocado el planeta. En su opinión, la voluntad de querer cambiar las cosas de las generaciones jóvenes será determinante para cambiar la situación. La conferencia fue organizada por la Fundación Jane Goodall y el Colegio Oficial de Veterinarios de Santa Cruz de Tenerife, con el patrocinio del Cabildo Insular de Tenerife.
El rector de la Universidad de La Laguna, Francisco García, fue el encargado de abrir el acto, poniendo en valor el mensaje que iba a transmitir la ponente: “Nos va a hablar de esperanza y en los tiempos que corren, en este mundo roto por la injusticia, la guerra y la crisis medioambiental, justo necesitamos eso, una esperanza fundamentada en el trabajo cotidiano de muchas personas y en el conocimiento científico». Por su parte, Mª Luisa Fernández Miguel, presidenta del Colegio Oficial de Veterinarios de Santa Cruz de Tenerife, valoró que Goodall es un referente en el estudio de la conducta animal, introduciendo conceptos que hoy parecen básicos pero que fueron revolucionaros. “Con 89 años, tiene una vitalidad y claridad de pensamiento envidiables”.
Jane Goodall repasó su trayectoria vital y científica, destacando la labor global realizada por su fundación Raíces y brotes, y aportando como conclusiones cuatro razones para la esperanza ante el desafío medioambiental. La primera de ellas es la gente joven que decide tomar partido, que pone en marcha proyectos con valores como la compasión. el respeto y la honestidad.
La segunda razón, el cerebro humano y los desarrollos tecnológicos que pude realizar para mejorar el medio ambiente. Reflexionó que la humana es la especie más “intelectual”, pero no la más inteligente, porque si lo fuera, no habría destruido así el planeta. “Hay una desconexión entre la cabeza y el corazón, y sólo cuando ambos se coordinen podremos alcanzar nuestro verdadero potencial”.
La tercera es la propia resiliencia de la naturaleza, que es más fuerte de lo que parece y, con apoyo, es posible reponer. Comenta que es asombros ver cómo en zonas devastadas la vegetación vuelve a brotar y, con el tiempo, eso propició el retorno de los mamíferos y otros animales. También recordó la importante labor realizada para recuperar especies en peligro de extinción, y puso el ejemplo de la labor realizada en España con el lince ibérico.
La última razón para la esperanza que aportó Goodall fue lo que denominó el “espíritu humano indómito”, que es capaz de motivar a muchas personas para superarse y lograr metas que a priori parecen imposibles. Un ejemplo que puso fue el de Gary Haun, un mago ciego que demuestra que nada es imposible, y que además es la personas que le regaló el monito de peluche con el que siempre viaja la científica desde hace 30 años.
Goodall explicó que, cada vez que viaja, la gente la reconoce por la calle o en los aeropuertos, le pide autógrafos, e incluso llora y se emociona. “¿Cómo me ha sucedido esto a mí, una chica muy tímida que pasa mucho tiempo en el bosque?”. Explicó que la razón es que, realmente, existen dos Jane: una que es la persona que está en el escenario, y otra que es el icono creado en los años 60 por National Geographic, con esas fotos de la muchacha con los chimpancés. “Tengo un trabajo muy duro para estar a la altura de ese icono”, ironizó.
Destacó que una persona fundamental en su carrera fue su madre, que siempre la apoyó en su deseo de convertirse en estudiosa de los animales. Contó una anécdota de cuando tenía cuatro años y estuvo varias horas vigilando un corral para tratar de comprender de dónde salían los huevos. “Esa curiosidad, el hacer esas preguntas, cometer errores, tener paciencia… eran comportamientos que hacían de mí una pequeña científica». A los diez compró una edición de bolsillo de segunda mano de “Tarzán de los monos” y quedó prendada por aquel señor de la selva “que se casó con la Jane equivocada”, bromeó.
Otra persona fundamental en su trayectoria fue el científico Louis Leakey, al que conoció en una estancia en Kenya en la granja de un amigos, a la que pudo ir tras meses de ahorro. Leakey le facilitó poder trabajar en un museo de ciencias naturales en Nairobi y tener varios encuentros con animales salvajes, algunos muy peligrosos. Fue él quien le propuso ir a Tanzania para estudiar los chimpancés, adonde llegó en 1960, acompañada por su madre.
Cuenta que le llevó semanas coger confianza con los chimpancés, acercándose a ellos con mucha calma, para que perdieran el miedo y empezaran a tolerarla. Recordó los nombres de todos con los que trataba, y comprendió cómo se parecen a los humanos en muchas facetas, cómo se comunican, y se abrazan y, si tienen hambre o necesidades no quieren saber nada de nadie, “exactamente como nosotros”.
Estuvo con los chimpancés año y medio o dos años, pero recibió una carta de su mentor invitándola a graduarse en Cambridge. “Estaba muy nerviosa, imaginándome a los profesores diciéndome que lo había hecho todo mal, pero yo estaba muy segura de lo que sabía”. Los científicos fueron cambiando gradualmente su actitud y ahora la investigación científica se acerca a estudiar la emoción, la personalidad y los sentimientos de los animales. “Han cruzado esa línea que antes era imposible” y a raíz de ese cambio, se ha descubierto, por ejemplo, la gran inteligencia de los cerdos y las ratas y de algunas especies de algunos pájaros.
“A mí no me sorprendió la inteligencia de los chimpancés, algo que luego corroboró Köhler, el primatólogo que estuvo en Tenerife, quien habló de su inteligencia y de sus habilidades. Espero que la Casa Amarilla del Puerto de la Cruz sea preservada, porque los estudios que se llevaron allí en la segunda década del siglo XX fueron muy relevantes”.
Explicó que vuelve a la reserva de Tanzania dos veces al año para continuar estudiando y frecuentando a los chimpancés. “Fui a una gran conferencia como científica, pero para mí fue un shock ver a los chimpancés que eran objeto de estudio presos en jaulas, sin nada que hacer, y no pude dormir de ver aquello. Entré en esa conferencia como científica y salí como activista”.
Goodhall apuntó que aprendió mucho acerca de las poblaciones africanas, que vivían en una tremenda pobreza, compartiendo incluso enfermedades con los chimpancés. En los años 80 consiguió zonas limpias para estas tribus, buscándoles tierras, creando escuelas y becas para que los niños continuaran sus estudios. Este programa que se inició en una zona muy delimitada ahora se extiende por cientos de pequeños pueblos de Tanzania. Destacó el trabajo de los voluntarios para controlar las reservas y las aldeas, y cómo recogen datos que son subidos a la nube y disponibles para todos.
Criticó el uso de plásticos, de pesticidas que destruyen el suelo que es vital para la existencia, y también la ganadería industrial, que además de ser muy cruel, tiene grandes costes medioambientales. Así que para ella no es sorpresa que los jóvenes estén deprimidos, enfadados o apáticos. “Todos me dicen, en referencia a las generaciones previas, ‘la gente ha destruido el futuro y no hay nada que podamos hacer’. Las grandes corporaciones y quienes derrochan comida sin ser conscientes de su efecto en el planeta siguen existiendo. Pero también hay gente joven mentalizada con que es necesario trabajar para tratar de salvar el planeta”.
Habló de su fundación Raíces y brotes, que está por todo el mundo y se centra especialmente en fomentar los valores medioambientales entre los jóvenes. “Tu árbol favorito comenzó siendo una pequeña semilla que poco a poco fue creciendo pese a que al principio era frágil. Es mágica la fuerza que hay en una sola semilla. Las raíces llegan al fondo y los brotes, hacia arriba, de ahí el nombre”.