Mucho ha llovido desde que en el siglo XVI los británicos alabaran las bondades del vino canario. El aroma, textura y cuerpo del Canary Wine que sedujo al mismísimo William Shakespeare se vio eclipsado, un siglo más tarde, por el oporto y vino de Madeira, culpables, junto a los costes aduaneros, de que los afamados caldos del archipiélago canario pasaran a un segundo plano. Y pese a todo, a las enfermedades que vinieron luego y al hecho de que la producción vinatera en las islas tuvo que conformarse, a posteriori, con sobrevivir en el mercado local, su prestigio ha seguido intacto a lo largo de los años.
La aclamada calidad los vinos canarios no era una cualidad fortuita. Su buen nombre se forjó a base del duro trabajo del viticultor isleño, capaz de adaptar las distintas variedades de cepas de vides procedentes de Europa a los suelos pedregosos del archipiélago, una tarea nada fácil. “La calidad del vino en aquella época dependía del suelo, del clima y de la variedad de uva. Fueron los viticultores canarios los que durante años pusieron en práctica un proceso de ensayo y error hasta obtener el vino perfecto” dice Antonio Macías Hernández, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de La Laguna, ya jubilado, y uno de los mayores y prestigiosos expertos en historia económica de Canarias.
“Ya desde el siglo XVII, los procesos de elaboración de los caldos canarios fueron de una modernidad increíble. Los viticultores hacían, en aquella época, los mejores vinos del mundo, dicho por los propios ingleses”, un hecho que le lleva a afirmar que el viticultor isleño fue “un gran, grandísimo emprendedor. Hoy en día puedes mejorar la calidad de los vinos mediante la química, pero en aquella época lo que daba la parra era lo que marcaba su calidad, y fue el sistema tradicional el que dio ese gran vino”.
El sistema de conducción empleado fue fundamental. De la viña tradicional (parral bajo) que lo tapa todo y crea un microclima donde el proceso de maduración de la uva se hace a fuego lento, como los buenos guisos, al parral alto −propio de zonas costeras más calurosas, con un sistema de poda distinto y más necesitado de riego− del que se extraía el mejor de los malvasías. “Esa es la gran herencia de nuestros viñedos”, dice Macías, sin dejar de recalcar que la situación que atraviesa el sector primario canario, del que es un gran conocedor, no pasa, ni mucho menos, por su mejor momento.
El escenario actual es de todo menos alentador. Salvo Gran Canaria y Fuerteventura, donde las tierras dedicadas al cultivo han aumentado de forma destacada, la superficie cultivada de las islas ha perdido más de 2.000 hectáreas en una década. Así, en 2021, y según los últimos datos del Instituto Canario de Estadísticas (Istac), la superficie agrícola del archipiélago sumaba 39.356 hectáreas, 56 menos respecto a 2020. Si se tiene en cuenta que en el archipiélago hay 130.000 hectáreas útiles para el cultivo, habría que preguntarse cómo se ha llegado a esta situación.
Una situación en la que el campo agoniza, y no solo en Canarias, tal y como han denunciado numerosos representantes del sector en las islas. A pesar de los últimos datos positivos recogidos en el Censo Agrario 2020 del Instituto Nacional de Estadística (INE), que apuntan al aumento del 0,7% de la Superficie Agrícola Cultivada (SAU) en España con respecto a 2010, lo cierto es que los agricultores tienen que enfrentarse a unos elevadísimos costes de producción, a una masa salarial envejecida (la mayoría supera los 65 años) y a una competencia feroz.
Esa situación, un tanto agónica, ha llevado a muchos de los agricultores europeos y españoles a alzar la voz en una cascada de protestas que no ha dado tregua a ningún gobierno comunitario. La sublevación llegaba al corazón de Europa en forma de ‘tractoradas’ con las que reclamaban, entre otras cosas, soluciones a la profunda crisis que atraviesa el campo, el freno al exceso de burocracia y el endurecimiento de las condiciones a la importación de alimentos de los países extracomunitarios.
“El tema, a mi entender, es que las ayudas europeas deben ir dirigidas a los verdaderos labradores, a los pequeños y medianos labradores. Si Europa quiere que la agricultura sea sostenible, que se pague la sostenibilidad al agricultor, pero lo que no se puede permitir es que cultiven como se les exige, sin ampararlos de la competencia foránea. Y esto no es proteccionismo”, dice Antonio Macías, consciente de que no posee “ninguna varita mágica” para solucionar un problema que surge cuando en Europa empieza a usarse “esa terrible palabra llamada sostenibilidad”.
Los filos de la sostenibilidad
Para este gran conocedor del campo y sector vitivinícola canario, la sostenibilidad es un arma que posee muchos filos distintos. Aunque considera primordial que la agricultura europea debe hacer un esfuerzo por mejorar y modernizarse, “es algo que solo está al alcance de las grandes explotaciones agrícolas, ya que para los pequeños y medianos agricultores resultan del todo inasumibles los costes que han de soportar, lo que hace que prefieran abandonar el campo”.
A este aspecto hay que añadir otro, no menos importante: la competencia desleal ejercida por terceros países, capaces de producir a unos precios muy inferiores a los europeos. “Al no haber costos en Seguridad Social, ese diferencial se materializa en la mano de obra y los insumos. Lo que está claro es que los agricultores europeos llevan razón y han soportado durante mucho tiempo esta situación. Y luego, hay que tener en cuenta la división existente entre el norte y el sur en Europa. No se dan cuenta de que los agricultores italianos, griegos o españoles producen fuera de temporada”.
Entender lo que ha significado esta rebelión del campo europeo, que ha puesto en pie de guerra a los agricultores, sin excepciones, y en jaque a los gobernantes de la Unión Europea (UE), quienes han tenido que enfrentar un pulso encolerizado tras el que se han visto obligados a hacer ciertas concesiones −como la retirada de la norma que reduce el uso de los pesticidas− implica echar la vista atrás para conocer qué ocurrió con el comercio internacional a finales del siglo XIX y principios del XX.
“La revolución de los transportes, sobre todo del barco de vapor, fue fundamental porque permitió que la oferta de cereales y productos cárnicos procedentes de los países nuevos llegara a Europa, lo que generó una fuerte competencia sobre los productores europeos”, explica el experto. Mientras países como Inglaterra optaban por el libre cambio, ya que les convenía el acceso a estos productos, al permitirles abaratar los costes salariales y aumentar la competitividad, otros como España, Italia o Portugal, abrazaron el proteccionismo hasta la constitución de la Comunidad Económica Europea (CEE) y su nueva política agraria común, abastecedora del mercado interior con la oferta de terceros países.
“En virtud de la sostenibilidad y de la protección al consumidor, Europa aplica una política de control de pesticidas y transitividad de productos, y para resolverlo, lo que hacen es suprimir el consumo de determinados pesticidas y productos químicos, y eliminarlos del mercado, colocando otros más caros”, algo que ha comprobado, no solo como experto, sino como agricultor: “No es lo mismo fumigar con un producto sostenible, cuya eficacia es cero, cero en muchos casos, que con un producto mucho más barato y efectivo, pero prohibido”.
Y a ello hay que sumar el hecho de que en los terceros países no les obligan a utilizarlos, una circunstancia que Macías critica duramente al referirse a la falta de control en las aduanas. “Tan solo con enseñar el certificado de que se cumple con la normativa, se les da el permiso para seguir porque se supone que hay un control en origen que, sin embargo, no se verifica en destino”. Esta ausencia de vigilancia de los productos agrícolas que importa Europa se agrava aún más si se tiene en cuenta que “hay empresas europeas con plantaciones inmensas de tomates, en manos de empresarios españoles, que producen a precio marroquí y venden a precio europeo”.
La pregunta que cabe en este punto es si es posible, de alguna manera, resolver esta complicada situación, que los agricultores arrastran desde hace bastante tiempo. Queda un mes por delante, hasta la disolución del parlamento ante las próximas elecciones europeas que se celebrarán en junio, para saber si las protestas han servido para dar respuesta y solución a sus necesidades.
De momento, el que ha dado un paso al frente es el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación español, que acaba de trasladar (ayer, lunes 1 de abril) a las asociaciones agrarias un paquete de 43 medidas con las que responde a las peticiones que han movilizado al sector. Entre ellas, la concesión de créditos financieros, una mayor flexibilización en la política agraria y el control de los productos importados en las fronteras.
De aceptar estas medidas, se estaría ante un nuevo horizonte para un sector que, a pesar de representar tan solo el 1,7% del PIB europeo −una cifra notablemente superior en España, que llega a un 2,3%− es de vital importancia en la economía. “Europa tiene que replantearse la política agrícola, y está obligada a hacerlo, no porque le guste, ya que está vendida a las grandes empresas, sino porque la amenaza de la extrema derecha encuentra en este conflicto un auténtico caldo de cultivo”, argumenta el catedrático del centro docente.
En el campo canario
Si el sector europeo y español han lanzado un grito desesperado de auxilio, el canario ponía fecha al fin de su actividad en cinco años si no se logra cambiar la situación, tal y como reconocían desde Asaga Canarias al sumarse a las movilizaciones masivas. “Basta con acercarse al campo para ver la cantidad de zarzas que han invadido los bancales de las islas. Lo único que se ha mantenido es la viña, por la producción de vino local, o la papa, por el consumo familiar”.
De hecho, apunta a que las tierras abandonadas en Canarias rondan el 70% respecto a los años 50 del siglo pasado. “Lo que se mantiene en las islas ya no son los grandes propietarios, sino los pequeños, que venden en los mercadillos municipales, en las tiendas locales, y unos pocos que mantienen vínculos con grandes superficies. Y es que para este profesor de Historia Económica de Canarias, la agricultura del mercado interior en las islas padece un grave problema de competitividad, “más aún cuando siguen llegando productos de fuera, y se está planteando reabrir una línea directa de barcos de Fuerteventura a Marruecos”.
Tal y como explica a su alumnado de primer año de grado, al que sigue atendiendo como profesor honorario a pesar de su condición de jubilado, para entender el problema de Canarias es necesario reflexionar sobre lo que es el archipiélago, “y no es otra cosa que una economía exportadora de renta. El principal sector de nuestra economía, el turismo, posee los mismos recursos que la agricultura: el cielo, la tierra y el agua, con la gran diferencia de que el sector agrícola no destruye suelo”.
Y en este análisis concienzudo, no deja de lado al sector industrial, al que “han ido laminando” de forma paulatina. “Cervecera de Canarias tiene problemas para mantenerse, la fábrica de cemento de Arinaga tiene los días contados y Cepsa, la primera refinería de España, que ofrecía el hidrocarburo al mismo precio para todas las islas, se eliminó del archipiélago, con el consiguiente perjuicio para los que ahora vienen a quejarse de que lo pagan más caro en las islas no capitalinas que en las capitalinas”.
“Los que protestaron por el establecimiento de la refinería, le hicieron el juego a los importadores porque el enemigo principal en Canarias es el importador. La mayoría de la población vive del sector servicios, y una parte del salario lo dedicamos a comprar productos importados, mientras parte del salario fluye fuera y sostiene economías foráneas”.
Esta condición de Canarias como “exportador de rentas” choca frontalmente con un archipiélago que en el pasado llegó a ser el principal exportador de tomates de Europa porque tenía la capacidad de producir fuera de temporada. “No se competía con nadie y se lograba colocar el producto, hasta que llegaron las cámaras frigoríficas”, admite Macías al explicar que la gran referencia exportadora del archipiélago, junto con el plátano, ha diezmado hasta el punto de representar la décima parte que hace dos décadas.
“Ese es el drama de Canarias que, además, se manifestó en el momento de la pandemia de COVID-19, cuando se hizo necesario cubrir el mercado interior, y también cuando estalló la Guerra del Golfo, momento en el que se acabó el gofio en los supermercados. Esa es la gran asignatura que tenemos pendiente, resolver el abastecimiento interno, y el principal enemigo del abastecimiento interno no es otro que el importador”.
Ante esta encrucijada importadora admite que la agricultura interna de las islas sí que tuvo una salida cuando se incrementó la demanda urbana de productos hortofrutícolas en zonas de Gran Canaria y Tenerife, donde logró mantenerse un tiempo hasta que todo el capital agrario se concentró en la agricultura exportadora: “La papa desapareció porque era de fuera de temporada para Inglaterra, el tomate, aunque se mantiene en pequeñas zonas, fue en declive desde los 70 del siglo pasado, y el plátano sobrevive gracias a las subvenciones”.
Agricultura gourmet
Un planteamiento para la supervivencia del cultivo de estos productos, dados sus altos costes de producción, podría ser la de enfocarse al cultivo gourmet fuera de temporada, que sería capaz, tal y como apunta Macías, de abastecer el mercado interior y el mercado más selecto. Un buen ejemplo de ello es el tomate de Fuerteventura, que ha logrado posicionarse como una de las variedades más cotizadas de Europa. El hecho de cultivarse con agua desalinizada le aporta una textura y sabor que hace que lo reclamen los paladares más refinados.
La preocupación por la pervivencia del sector tomatero ya la ha hecho palpable el Gobierno de Canarias en más de una ocasión. La última, el pasado mes de enero, cuando anunciaba la elaboración de un nuevo estudio sobre el futuro de este cultivo, sus posibles alternativas y la búsqueda de fórmulas de reconversión para las explotaciones tomateras radicadas en las islas.
Otro asunto que no es nuevo para Macías es la desalinización del agua de mar Suelen reclamarlo para hablar de ello en charlas en las que aporta no solo su visión como experto en la materia, sino como descendiente de una familia de agricultores que sabe que los recursos hídricos son fundamentales para la supervivencia del campo canario. “En Canarias hay agua de sobra, toda la que se quiera, depurándola. En Japón se vende agua depurada embotellada y en Canarias la tiramos al mar. Tanto ayuntamientos como el Gobierno de Canarias están pagando multas porque Europa exige el establecimiento de depuradoras de última generación, pero eso significa tener votos en contra, ya que habría que levantar los alcantarillados, replantear todo el urbanismo o acabar con los emisarios ilegales, y eso no da votos, no interesa y, por lo tanto, nadie lo plantea”.
Esa escasez de agua que ha golpeado siempre a Canarias es otro de los aspectos a abordar en las clases de Historia Económica de Canarias que continúa impartiendo en la Universidad de La Laguna, y que “ahora parecen interesar menos”, al ser una asignatura optativa. “A mí me gusta dar las clases enlazando el presente con el pasado para motivar al alumnado y que logre darse cuenta de que los procesos históricos no han acabado, que siguen en desarrollo, y que son fundamentales para entender nuestro archipiélago”.
“En Canarias no se ha sabido cómo ha evolucionado la población, salvo desde el siglo XIX, y la medida de la población es una macromagnitud importante, igual que lo es la producción, no solo de vinos, sino de cereales como el trigo o la cebada. Y qué hay de los precios, o de los salarios…”. Todos ellos son aspectos sobre los que ha trabajado, analizado y escrito a lo largo de los años, y que ahora quiere recopilar, también junto a sus investigaciones sobre las revueltas campesinas de los siglos XVII y XVIII en Canarias. Una tarea que abordará junto a la elaboración de un relato sobre los aborígenes canarios.
Este nuevo trabajo que tiene entre manos no es más que “la reflexión de un historiador, un enfoque sobre el mundo aborigen desde el punto de vista de un investigador que ha tenido que responder a las constantes preguntas de sus alumnos. Mi libro lo que hace es esbozar un relato de lo que fue esa cultura, porque nos cuentan los descubrimientos, los yacimientos encontrados, pero no la historia, el relato, que, en definitiva, es lo que importa”.
Sin más pretensiones que hilvanar el “relato coherente” de un historiador que reflexiona sobre el origen y la muerte de una cultura aborigen, su demografía, economía, cultura y costumbres, y consciente de que puede gustar o no −algo que no le preocupa en absoluto− Antonio Macías continúa investigando con la misma intensidad con la que lo hizo en 1976, cuando llegó de Gran Canaria a Tenerife para ejercer de maestro, y comenzó a interesarse por la narrativa rural, por la historia de la tierra, por el devenir del campo y sus gentes.
El libro que está maquetando ahora es también el fiel reflejo de las anécdotas de toda una vida de docencia universitaria en la que se embarcó gracias al ‘empujón’ de su profesor de historia, y que compartió con Antonio Miguel Bernal, “un maestro, un gran amigo”, y el hombre, al que conoció caminando por la avenida Trinidad cuando aún hacía filigranas para compaginar sus clases de maestro con sus comienzos en la Universidad de La Laguna.
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