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Mujeres rurales: raíces invisibles de la sociedad

martes 15 de octubre de 2024 - 07:44 GMT+0000

De izquierda a derecha: Silvia Zelaya, Grecy Pérez, Teresa González, Mercedes Chinea y María Eugenia Monzón.

Las mujeres rurales sufren una triple discriminación: de género, económica y geográfica. En primer lugar, al igual que en otros contextos, las mujeres rurales enfrentan desigualdades de género, a menudo vinculadas a estereotipos que las asocian con las tareas domésticas y el cuidado de la familia. Asimismo, tienen un acceso limitado a la propiedad y a los derechos sobre la tierra.

 

Teresa González Pérez.

Teresa González Pérez.

Teresa González Pérez, catedrática del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, la Educación y el Lenguaje de la Universidad de La Laguna, explica que, históricamente, las mujeres rurales no eran propietarias de las tierras ni de sus bienes, a pesar de que trabajaran en ellos. No fue hasta 2011, con la aprobación en España de la Ley de Titularidad Compartida de las Explotaciones Agrarias, que se permitió que hombres y mujeres pudieran ser reconocidos como titulares de una explotación agraria, con derechos y obligaciones iguales.

Por otro lado, las mujeres rurales han estado relegadas a la precariedad económica y laboral. Actividades como la agricultura, la artesanía o la elaboración de alimentos han sido desempeñadas mayoritariamente por ellas. Sin embargo, estas labores no han sido adecuadamente remuneradas ni reconocidas como empleos formales.

Y, por último, las mujeres rurales han vivido en zonas alejadas de los centros de poder, recursos y servicios. Aunque hoy en día la mayoría de las áreas rurales cuentan con escuelas y centros de salud, entre otros servicios, en el pasado muchas mujeres no estaban alfabetizadas debido a la falta de acceso a la educación. Esto contribuyó a que desde el mundo urbano se las considerara como alejadas de la cultura por no tener los medios para refinarse, señala González. “Las mujeres de las áreas metropolitanas han percibido a las mujeres rurales como ignorantes”, afirma. Sin embargo, González subraya que esta percepción se debía al desconocimiento del mundo rural, que posee una cultura muy rica en tradiciones.

Silvia Zelaya

Silvia Zelaya

“Estos imaginarios sociales, que sitúan a las mujeres rurales en roles vinculados a la falta de educación o las tareas domésticas, han contribuido a su invisibilización”, afirma Silvia Zelaya Álvarez, investigadora del Departamento de Sociología y Antropología. Por su parte, Grecy Pérez Amores, también investigadora del mismo departamento, añade: “Es una discriminación histórica que aún persiste en la actualidad, a pesar del desarrollo de normativas y publicaciones científicas”.

Por eso, el 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales, una fecha que busca reconocer las contribuciones de las mujeres al ámbito rural. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, las mujeres representan el 43% de la fuerza laboral mundial en el sector primario. En el medio rural español residen más de 7,5 millones de personas, de las cuales el 49,2% son mujeres y el 50,8% son hombres, según un estudio realizado en 2021 por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. De esta manera, las mujeres desempeñan un papel crucial en el desarrollo económico y medioambiental del campo y de la sociedad en su conjunto. En la Universidad de La Laguna, se estudia el campo y el papel de las mujeres rurales desde diversas disciplinas, como la educación, la historia, la sociología y la antropología.

Maestras rurales

Desde el mundo urbano, las mujeres rurales han sido históricamente percibidas como analfabetas debido a su limitado acceso a la educación. En este contexto, González ha centrado parte de su investigación en la educación rural en Iberoamérica y en el papel de las maestras rurales durante la dictadura franquista en España. La investigadora señala que países latinoamericanos como Chile, Argentina y Colombia cuentan con formación de magisterio especializada para áreas rurales, mientras que España, a pesar de su destacada tradición agraria, carece de esta formación específica. En otras palabras, algunos países iberoamericanos tienen una dualidad en la formación de magisterio, diferenciándose entre la educación urbana y rural, algo que no ocurre en España.

Durante la época franquista, las escuelas de magisterio, de carácter urbano, formaban a generaciones de maestros y maestras sin preparación específica para el ámbito rural. Sin embargo, González aclara: “En alguna ocasión, algún plan de estudios incluía una asignatura optativa sobre agricultura, que solía ser cursada por los hombres”.

Como resultado, muchos maestros y maestras destinados a escuelas rurales se enfrentaban a grandes dificultades debido a su desconocimiento total de la vida en el campo. “Aunque algunas maestras procedían de áreas cercanas al mundo rural y lo conocían un poco más, muchas apenas tenían contacto con el campo y enseñaban contenidos propios de las ciudades”, explica González.

Esto generaba una desconexión entre la escolaridad y las áreas rurales. Afortunadamente, en la actualidad, las escuelas rurales están más integradas en su entorno mediante proyectos específicos. Sin embargo, durante la dictadura, la educación seguía un patrón uniforme. Por ejemplo, a los niños y niñas de Canarias se les enseñaba a leer y escribir utilizando el castellano de Valladolid. González relata que una maestra rural de esa época le confesó que los dibujos de cochinos negros debían ser pintados de color rosa. De esta forma, se anulaba la idiosincrasia de las áreas rurales canarias.

Las maestras rurales, aunque realizaron aportaciones positivas al campo, como la enseñanza de la lectura, la escritura y la higiene, también reproducían los valores del régimen y eran vigiladas por inspectores que se aseguraban de que cumplieran con su labor. Además, los sacerdotes supervisaban que impartieran correctamente los preceptos de la doctrina católica. “Las maestras rurales sufrían las presiones de la época, ya que debían ser muy cuidadosas con su vestimenta y estilo de vida”, relata González. La investigadora también señala que algunas maestras se vieron obligadas a abandonar el pueblo debido a la desaprobación de los vecinos, como en el caso de una maestra que organizó una fiesta, lo cual no era bien visto.

Las maestras rurales de aquella época eran modelos a seguir: “Conectaban muy bien con los entornos rurales, ya que, por lo general, se llevaban muy bien con la población e incluso actuaban como consejeras”, cuenta González. Sin embargo, muchas de ellas enfrentaron las dificultades propias del mundo rural de aquel tiempo, donde las comunicaciones eran precarias y las comodidades escasas. “Algunas tuvieron que vivir en casas viejas sin luz ni agua corriente y debían extraer agua del aljibe”, relata la investigadora del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, la Educación y el Lenguaje. Una maestra rural le confesó a González que, en alguna ocasión, tuvo que utilizar un paraguas dentro de su casa mientras cocinaba, para evitar que le cayera el agua dentro de la sartén donde estaba friendo el pescado.

Mujeres rurales y Adeje en los años 60

En el municipio tinerfeño de Adeje, desde finales del siglo XIX, se estableció la primera empresa dedicada a la producción y exportación de plátanos, Fyffes. Junto a esta, los propietarios de Casa Fuerte y la familia Curbelo, quienes también se dedicaron a la exportación de productos agrícolas, fueron las primeras grandes empresas que marcaron el futuro económico de Adeje. Posteriormente, a partir de los años 60, llegaron otras importantes empresas y propietarios, como la familia Machado.

Mercedes Chinea.

Mercedes Chinea.

En este contexto, muchas mujeres trabajaron en un mercado centrado en la exportación de productos como el plátano y el tomate. Mercedes Chinea, investigadora del departamento de Historia de la Universidad de La Laguna, afirma que algunas de estas trabajadoras aprovecharon los recursos que ofrecía el marco normativo de las hermandades de labradores y ganaderos para reivindicar unas condiciones laborales dignas. Cabe remarcar que estos recursos sirvieron para ordenar la vida del mundo rural.

“El valor de sus reclamaciones radica en que supieron aprovechar esos recursos para obtener una serie de ventajas y el reconocimiento de derechos que ya estaban consignados en la normativa”, afirma Chinea. En este sentido, la investigadora destaca que estas mujeres eran conscientes de que poseían derechos y que podían utilizar estos recursos para reclamarlos.

Chinea está centrando su tesis doctoral en este asunto. La investigadora destaca la importancia de que el Ayuntamiento de Adeje conserve toda la documentación relacionada con las demandas presentadas por las mujeres de la época. “Fue realmente una suerte encontrar estos documentos”, confiesa. De este modo, Chinea pretende cuantificar a las mujeres rurales en este caso particular y valorar su contribución a la familia y al desarrollo social. “Las mujeres rurales están invisibilizadas fundamentalmente porque no se les reconoce en las fuentes oficiales”, afirma.

«Me parece muy interesante que durante el franquismo existiera un organismo que atendiera las demandas de los trabajadores», señala Chinea. También considera relevante analizar cómo respondían las empresas. Aunque la mayoría de las reclamaciones quedaron sin respuesta, hay casos curiosos, como el de una mujer de 65 años que trabajaba para un empresario del plátano y le reclamaba sus retribuciones, al considerar que no había sido pagada adecuadamente. La respuesta del empresario fue jocosa y mostró un cierto tono paternalista. Sin embargo, para Chinea la mayor sorpresa fue encontrar reclamaciones presentadas por mujeres.

María Eugenia Monzón

María Eugenia Monzón

“La tesis de Chinea no solo es relevante porque, durante el franquismo, las condiciones laborales de las mujeres eran peores en comparación con las de los hombres y su consideración social era inferior, sino también por la respuesta de las propias trabajadoras”, señala María Eugenia Monzón Perdomo, directora de la tesis e investigadora del Departamento de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna. “Ellas tomaron conciencia de que formaban parte de la clase trabajadora y participaron activamente presentando sus demandas”, afirma.

Mujeres: archipiélago de patrimonios

“Mujeres: archipiélago de patrimonios” es una exposición fotográfica impulsada por las investigadoras Pérez y Zelaya, en colaboración con la artista plástica Eilyn Amores, y organizada por la Asociación Cultural Periferia Creativa Acciones Culturales. La muestra ofrece un recorrido fotográfico por diversos parajes de Canarias, donde se vinculan no solo a las mujeres con distintos oficios y prácticas tradicionales, sino también el arte y la antropología.

“El arte es una herramienta fundamental para transmitir ideas a la población”, afirma Pérez. En este sentido, Zelaya explica que la idea principal del proyecto es desmontar los estereotipos asociados a las mujeres rurales, como la falta de educación o el aislamiento. “Así, traemos otra mirada sobre estas mujeres, en la que buscamos resaltar su diversidad”, añade.

Grecy Pérez.

Grecy Pérez.

Todas las mujeres que participan en el proyecto tienen un denominador común: son mujeres universitarias y que retornan al campo con el objetivo de emprender. Pérez afirma que hay mujeres que desarrollan tareas productivas y otras creativas. Por ejemplo, hay una mujer que desarrolla actividades relacionadas con la alfarería tradicional. “Se generó un espacio donde las mujeres rurales del presente pudieron explicar cuál es la relación existente entre el mundo rural, el artístico y la sociedad en su conjunto”, añade Pérez.

La cuestión de género ha tardado en integrarse en los debates sobre el patrimonio, que tradicionalmente se han centrado en el patrimonio material. Zelaya cita a Smith, una referente en este ámbito, quien sostiene que el patrimonio es elitista, eurocéntrico, occidental y masculino, lo que ha relegado la producción femenina a un segundo plano. Por su parte, Pérez destaca que el patrimonio inmaterial, en el cual las mujeres desempeñan un papel significativo, ha comenzado a ganar relevancia recientemente.

Zelaya menciona que muchas de las mujeres involucradas en el proyecto no tienen incorporada una perspectiva de género. “Incluso había mujeres que ni siquiera consideraban que fuese algo importante”, confiesa. Estas mujeres rurales se reconocen como tales en su entorno, pero no analizan las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

En el caso de Canarias, las antropólogas destacan la complejidad de separar el mundo rural del urbano, ya que no es fácil delimitar estos límites sin excluir de la modernidad a mujeres que residen en entornos muy cercanos a las áreas urbanas. De hecho, ellas entrevistaron a mujeres que residen en La Laguna o La Esperanza. Por otro lado, Zelaya también destaca la especificidad de Canarias con respecto a la identidad guanche. “Es necesario investigar más sobre lo que llamamos rural en Canarias y los elementos de la cultura guanche que perviven”, sostiene. La especificidad canaria está marcada por una lógica colonial que ahora comienza a desmontarse, lo que ofrece una perspectiva decolonial del mundo rural, característica de este territorio.

Medidas

“El problema de las mujeres rurales es bastante complejo y requiere un estudio más específico”, afirma González. En este sentido, Pérez señala que estas mujeres necesitan más apoyo por parte de la administración, ya que continúan sufriendo discriminación de género, económica y territorial. Zelaya, por su parte, destaca la necesidad de implementar políticas que refuercen el protagonismo de las mujeres rurales. Sin embargo, considera que la administración a menudo carece de sensibilidad para entender las particularidades de los proyectos dirigidos a ellas, lo que puede llevar a la exclusión de muchas. Como resultado, las ayudas suelen beneficiar a mujeres con mayor formación o capital, dejando a aquellas sin este respaldo cultural, social y económico desatendidas y sin acceso a los recursos que realmente necesitan.

“Es necesario un mayor compromiso por parte del poder público, incluido el Instituto de las Mujeres, para acabar con la deslegitimación cultural del mundo rural”, afirma González. Históricamente, el campo ha sido menospreciado por el mundo urbano, lo que ha conducido a la pérdida de ciertos elementos tradicionales y a la erosión de la identidad de los pueblos. Asimismo, Pérez destaca que en Canarias hemos dado la espalda al mundo rural, a pesar de contar con una industria agrícola importante que podría contribuir a la sostenibilidad económica y medioambiental del territorio.

(Este reportaje es una iniciativa enmarcada en el Calendario de Conmemoraciones InvestigaULL, un proyecto de divulgación científica promovido por la Universidad de La Laguna).

Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (Cienci@ULL)


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