El seminario de Campus América titulado “Huir del fuego para caer en las brasas. Mujeres y niñas víctimas de Trata sexual” ha analizado las características de la prostitución y la trata de mujeres, definidas por la socióloga de la Universidad de La Laguna y co-directora del seminario Esther Torrado, como una auténtica “economía circular sexual” que se nutre de varios subproductos como la pornografía y se ceba especialmente sobre los colectivos en situación de vulnerabilidad, que como la académica señaló, es un eufemismo para referirse a “mujeres empobrecidas”.
El seminario está codirigido por Esperanza Ceballos, actual decana de la Facultad de Educación, y en su inauguración participó la directora de Instituto Canario de Igualdad, Ana Brito. En esta, la primera jornada del seminario, participaron también la activista brasileña Kamila Ferreira, la investigadora de la Universidad de Valladolid Sara García Cuesta y la comunicadora del proyecto Daniela y la Asociación Vivas Begoña Vera Guanche.
Torrado fue la primera ponente, con una intervención que radiografió el sector de la prostitución a partir de sus investigaciones de los últimos años. La experta definió el prostitucional como un “Mercado canalla que se sostiene bajo una política sexual y una economía circular de la violencia sexual”, utilizando “canalla” en su acepción literal de algo propio “de gente baja y ruin”, siempre en referencia a los proxenetas y consumidores, nunca en alusión a las mujeres prostituidas, que son sus víctimas.
Si bien “economía circular” tiene connotaciones positivas, en el caso del sexual es todo lo contrario. Antes era un sector casi artesanal pero, con el advenimiento del mercado neoliberal, ahora es globalizado, con muchos intereses e intermediarios. Muchos de sus subproductos cotizan en bolsa, hay grandes capitales invirtiendo en saunas y robótica sexual, se nutre de la cosificación e hipersexualización de mujeres y niñas vulnerables y emplea la pornografía como pedagogía para lograr su normalización. “Este modelo económico tiene bajos costes y grandes beneficios porque traficar y explotar a mujeres por la necesidad o la coacción es más fácil que traficar con drogas y armas”.
Como toda industria, existe un “marketing putero” que visibiliza el sector para hacerlo atractivo, y eso ha derivado en la creación de una neolengua con términos y conceptos que buscan su normalización, aludiendo a la idea de un falso libertarismo sexual. Estas ideas justificadoras han calado hasta en la propia academia, donde Torrado denuncia la existencia de estudios que separan la prostitución de la trata, cuando las evidencias demuestran que ambas son actividades interrelacionadas.
También proliferan mitos que tratan de condonar socialmente a los consumidores de este mercado, como el del “putero necesitado”, que debe desfogarse o si no pierde el control; el “solidario”, que cree que, gracias a él, las mujeres prostituidas subsisten; o el arquetipo de la prostituta “feliz”, que sirve para rebajar la culpa de quien la utiliza.
Torrado denuncia que se ha relajado la identificación de las víctimas de trata y alertó de que, si aumentan las desigualdades socioeconómicas, también incrementarán la trata y la captación de mujeres. Criticó igualmente la concepción patriarcal de la sexualidad, las políticas migratorias sin perspectiva de género, la falta de recursos para atender a las víctimas de trata y la inexistencia de un marco legal: “Aunque el parlamento canario se declaró abolicionista, todavía estamos esperando a que apruebe la ley”.
El relato de una superviviente
La brasileña Kamila Ferreira es autora del libro “España, la Tailandia europea”, título que alude al hecho de que, tras el estado asiático citado y Puerto Rico, el nuestro es el tercer país del mundo que más consume prostitución. Pero también es una víctima de la trata, con treinta años prostituida en varios países que, afortunadamente, ha logrado salir de ese mundo y ahora es una activista.
El suyo fue un testimonio duro que desgranó los terribles momentos vividos ya desde su niñez, pues recuerda que su primer agresor sexual fue su propio hermano, cuando él tenía 17 años y ella solo 3. Por ello, se sentía más segura en la calle que en su casa, a pesar de vivir en la segunda favela más peligrosa de Brasil. Y aún, así pese a lo descarnado de su testimonio y la utilización ocasional de un vocabulario crudo e inusual un ámbito universitario, Ferreira especificó que estaba siendo suave porque la Europa blanca y rica “no está preparada para oír la verdad”.
A los 14 años fue entregada a una familia que supuestamente la iba a emplear como niñera, pero su destino real era un lujoso club de alterne en una casa de arquitectura colonial. A los 17 llegó a Valencia con papeles falsos tras un periplo por Chile y México. Lo siguiente, un largo periodo encerrada en clubes en la que perdió la noción del tiempo y de las décadas.
En su relato explicó cómo la droga es un elemento fundamental de ese mundo, al igual que la brujería, y que existe un racismo muy acusado, de tal modo que las mujeres negras de procedencia africana que son prostituidas sufren un doble castigo, pues son víctimas de abusos racistas incluso por parte de otras compañeras. Y es que en el submundo de la trata no todas las mujeres son iguales, y existe una pirámide de preferencias cuya cúspide sería la mujer aria, según la ponente.
Tras escapar del sistema prostitucional, Ferreira padece un estrés postraumático más acusado que el de militares que han entrado en combate, una afectación común en otras víctimas de trata y que a ella le provoca que, en ocasiones, se quede con la mente en blanco. Pese a estar en tratamiento psicológico y psiquiátrico, no puede dormir más de dos horas por las noches, desconfía de todo el mundo, tiene cambios de humor y tiene la sensación interna de que le falta “algo”, pero no sabe verbalizar el qué: esas son las consecuencias de haber sido una mujer prostituida.