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Un químico con algo diferente que contar

martes 30 de abril de 2024 - 11:13 GMT+0000

El momento exacto en que Javier García Martínez (Logroño, 1973) supo cuál iba a ser su aportación como químico a la sociedad fue cuando un compañero del Massachusetts Institute of Technology (MIT) que estaba a su lado le dijo que ya podía utilizar la vitrina de laboratorio porque se llevaba consigo todas las muestras a un hospital junto al que desarrollaba un proyecto centrado en investigar unos polímeros de liberación lenta de insulina que podían mejorar la vida de las personas diabéticas. Y así fue. Tiempo después, patentó su hallazgo y fundó una empresa fructífera y exitosa.

Y lo mismo hizo Javier García, científico, empresario, catedrático de Química Inorgánica de la Universidad de Alicante y Premio Nacional de Investigación Juan de la Cierva en el área de transferencia de tecnología, entre otros muchos cargos que se disputan su generoso tiempo. Su eureka particular le llegó mientras investigaba el desarrollo de unos catalizadores que no solo velan por combatir el cambio climático (ayudan a reducir de manera significativa las emisiones de CO2), sino que también contribuyen a ahorrar bastante dinero a las refinerías que los emplean, que son muchas en todo el mundo.  

“No tengo ningún problema en que me identifiquen como empresario. He creado una empresa, la he vendido y he ganado dinero con ello”, dice de su etapa en el MIT este científico acreditado, Premio Jaume I, presidente de la Academia Joven de España e invitado estrella de la XIX Edición del Congreso de Estudiantes de la Sección de Química, dedicado en esta ocasión a la «Química del Universo», que se celebró hace unos días en la Sección de Química (Facultad de Ciencias) de la Universidad de La Laguna.

“En el MIT te ayudan a trabajar tu idea, a desarrollarla e impulsarla. Te saben guiar. Entras un día y al otro sales con una empresa propia, y lo que toca entonces es trabajar. Lo han hecho muchas veces y lo siguen haciendo porque lo hacen muy bien”. Y es que, a pesar de reconocer que EEUU tiene sus cosas buenas, pero también sus cosas malas, es un país que sabe apoyar el talento que despunta y, por ende, la investigación e innovación.

Por aquel entonces no conocía a nadie, tenía un inglés que dejaba bastante que desear y no había tenido tiempo para labrarse una reputación, pero a pesar de todo, lo tuvieron en cuenta. El país de las oportunidades en el que todos los sueños son posibles (según dicen), y al que está muy agradecido, fue el que le brindó la posibilidad de mostrar a la sociedad los avances que había logrado con esfuerzo en el laboratorio. 

Con una empresa bajo el brazo

Así fue como creó Rive Technology, una empresa tan innovadora como rentable que el gigante mundial de productos químicos Grace adquirió en 2019, colocándola en todos los canales internacionales de distribución, un triunfo que, al volver a España, sabe que fue acogido con mucha reserva. Llegar con una empresa bajo el brazo a nuestro país no estaba bien considerado, y más si se es un funcionario o servidor público, como le gusta llamar a su faceta de investigador y profesor universitario. 

El binomio científico-empresario, o académico-emprendedor, si se prefiere, casa más con la mentalidad norteamericana que con la europea. Es una especie de lastre anquilosado y estereotipado del que desligarse en el viejo continente sigue siendo una tarea pendiente. “Cuando vine a España se veía con mucha reserva a alguien que había creado una empresa, y más si te dedicas a la ciencia, a la investigación, como es mi caso”. 

“Creo que la faceta emprendedora completa la vocación de un científico; desde comunicar, hasta poner soluciones encima de la mesa y licenciar patentes. Hay muchas formas de transferir tecnología, y no hay por qué limitarse a la formación de una empresa. Solo los países en los que los científicos se lanzan a crear van a liderar la economía del siglo XXI. Si piensas en las grandes empresas de nuestro tiempo como Moderna, OpenAI o Tesla, son Deep ScienceTechnology, empresas basadas en ciencia de laboratorio. Muchos premios nobel son ahora empresarios”.

Sin dejar de reconocer lo “extraordinario” de los momentos eureka −en su caso han dado para mucho y se han materializado, al menos, en una veintena de patentes− lo que le produce una “verdadera y gran satisfacción” es comprobar que los resultados y logros de las investigaciones, cuando llegan al mercado, pueden beneficiar a la sociedad y ser capaces de mejorar la vida de la gente. “Para el futuro de los países, esa es la gran clave”.

Y en su país, España, la innovación sigue sin ser uno es uno de los fuertes patrios. A pesar de que nuestra nación ocupa la undécima posición en el ranking de la producción científica mundial y aglutina el 3,3% de las publicaciones científicas del planeta, en innovación la escalada se resiste y no pasamos del puesto número 30. “Somos muy buenos generando conocimiento, pero lo que no sabemos hacer bien es pasar ese conocimiento al mercado, porque no venimos de esa tradición, como los anglosajones”.

Hacia una España más tecnológica 

A pesar de que Javier García admite que desde que se aprobó la primera ley de la ciencia, en 1986, el cambio sufrido en España ha sido “espectacular”, a falta de dos años para sumar cuatro décadas desde que vio la luz esta primera regulación, aún queda mucho recorrido por delante. Y para hacerlo más efectivo y poder hablar con conocimiento de causa, una de las numerosas labores es la que desarrolla en la Fundación Rafael del Pino (en la que dirige la Cátedra Ciencia y Sociedad), y que le permite plasmar en un libro las 10 tecnologías en las que tanto científicos, como tecnólogos y empresarios destacados del país, consideran que hay que invertir. 

Este listado tecnológico, así como las conclusiones y reflexiones derivadas de una invitación anual a estos renombrados expertos se plasman en un libro (el último, presentado hace unos días, Innovación con futuro). “Lo interesante de esta iniciativa es conocer cómo hacemos para que España dé el paso hacia una economía del conocimiento. Hablamos de nanotecnología, de inteligencia artificial, de medición genética, de medicina y agricultura de precisión, de tecnologías contra los incendios… Se trata de que nuestro país sea capaz de tener una respuesta más resiliente en situaciones complicadas, algo que ya evidenciamos en la crisis de 2008 o en la pandemia”.  

Saber cuáles son las tecnologías que más pueden ayudar a la economía española y cómo están incardinadas en nuestro país, es primordial para imaginar España dentro de unos años. “A veces morimos de éxito porque hay cosas que hacemos muy bien, pero no podemos poner los huevos en la misma cesta. Ya esto nos ha pasado dos veces y no hemos aprendido mucho. Tenemos que hacer un análisis de hacia dónde hay que ir y aquí, en España, estamos distraídos”.

Al hablar de distracción lo dice con claras alusiones al devenir y deriva que ha tomado la actividad política española, que parece no interesarse por el tipo de tecnología que puede llegar a fortalecer el país. “Yo creo que este es el momento de las luces largas. Vivimos en un momento, en España y en Europa, de tanta oscuridad, incertidumbre y preocupación, que no tenemos oportunidad para tener debates, conversaciones e informes con una visión de futuro”, dice sin dejar de incidir en la importancia de lograr una interacción más directa y en lo que supone “mojarse”, como científico que es, con asuntos de peso. 

Así lo hace (mojarse) cuando se le pregunta por el momento tan preocupante que atraviesa el planeta, con dos guerras distintas, las de Ucrania y Gaza, que evidencian que a pesar de estar en la era de los avances, el mundo es cada vez más violento. “Como científico veo que, por un lado, la ciencia y la tecnología nos han dado herramientas extraordinarias que nos permiten hacer cosas increíbles, pero, por otro lado, seguimos siendo el mismo animal, la misma especie en la sabana que quiere sobrevivir, transmitir sus genes”

Y esto es así porque la capacidad tecnológica de la sociedad ha ido más lejos que su “compás moral”. “Seguimos cometiendo los mismos errores y acudiendo a la guerra para resolver nuestros conflictos, y ya vimos que la guerra no es una opción, se ha creado todo para que no vuelva a ocurrir, y esto es un gran fracaso, por eso creo que nuestros líderes nos están fallando, es como un momento de falta de liderazgo”.

Las amenazas que preocupan a la ciencia

De hecho, no duda en afirmar que los lideres, sean de donde sean y tengan la ideología que tengan, no están respondiendo a las amenazas que los científicos no cesan de poner sobre la mesa. Desde el cambio climático a la resistencia a los antibióticos, la escasez de recursos como el agua o la transición energética. “No solo no los resuelven, sino que crean otros nuevos, por personalismos, nacionalismos y razones que son tribales”.

Son las mismas razones que imperaban en la sabana, reitera este experto en nanotecnología, que en más de una ocasión ha defendido con rotundidad que cuanto más tecnológica sea la sociedad, más humanista ha de ser la educación que se imparte en las aulas. Porque a pesar de las increíbles oportunidades que no cesa de brindarnos la tecnología, si no se tienen bien asentados los valores sobre los que ha de cimentarse una sociedad, los riesgos a los que nos enfrentamos se multiplican con creces. 

“Las preguntas están ahí, en los grandes libros: Marco Aurelio, Plutarco, Shakespeare. Una educación que no se ha hecho esas preguntas corre el riesgo de la polarización, de la guerra. Y este momento de guerra o preguerra en el que vivimos ocurre dos años después de una pandemia en la que hemos podido ver lo frágiles que somos”. A pesar del peso que tuvo la comunidad científica durante la pandemia de COVID-19, García Martínez sigue sosteniendo, tal y como ya hizo en 2019, que La ciencia no convence.

Asegurarlo es evidenciar la poca capacidad de persuasión que tienen los científicos. “Decimos que hay que coger menos el coche, protegerse del sol, vacunarse o luchar contra el cambio climático y, sin embargo, no movemos a la acción”. Por eso considera que más que plantearse por qué no convence lo que dicen, hay que preguntarse si realmente se está haciendo todo lo posible por solucionar esos problemas que se siguen poniendo sobre la mesa.  

Es indudable que el negacionismo es un hecho, pero también lo es que la ciencia sigue comunicando de la misma forma en que lo hacía hace años, a pesar de las nuevas formas y canales de comunicación que, en pleno siglo XXI, tenemos a nuestro alcance. “Seguimos comunicándonos con artículos científicos, desde el estrado, divulgando, evidenciando el yo sé y tú no sabes, y desde una posición de autoridad, con un lenguaje sencillo para que el vulgo lo entienda. Y a nadie se le convence si se le trata de tonto”. 

Por eso en su agenda de químico, investigador y científico, lo primero de todo es conseguir que la ciencia escuche, que escuche de verdad para poder entrar en un diálogo verdadero.No hay comunicación sino hay diálogo, y cuando entramos en un diálogo efectivo hace falta escuchar, hace falta empatía y hablar de temas que interesen, siempre poniendo las evidencias encima de la mesa”.

Los científicos no son los nuevos inquisidores 

Cuando dice esto, lo hace con cautela y con miedo de que la ciencia pueda convertirse en lo que denomina la nueva inquisición. “Las sociedades en que las religiones tienen menos peso a la hora de dictar las conductas morales hacen que los nuevos códigos morales se busquen ahora en la ciencia. La ciencia es la que te dice que hay que comer más verduras, que comer mucha carne roja es malo, o que viajar en coche también lo es”. 

Advierte de la prohibición, todo el rato, por sistema, y de esa “narrativa de la imposición”. El hecho de que la gente se pase el día escuchando que hacer una cosa u otra, o no hacerla, es malo, implica querer imponer un código de conducta, pero también supone tener que hacer cambios. “Además de convencerla de ciertas cosas, a la gente le pedimos que cambie su forma de vida, y me preocupa que se nos perciba como una inquisición”.

Por eso la escucha y el diálogo son tan necesarios como lo es dejar de comunicar desde “un sanedrín” y con un lenguaje propio, pero eso sí, siempre manteniendo una defensa férrea de la evidencia, de los hechos. “Aunque los científicos tenemos que mojarnos y comunicar mejor, hay que tener cierta precaución a que la ciencia se convierta en un actor más de un debate. Hay temas que son opinables, pero que hay cambio climático o que fumar daña la salud está demostrado, y donde hay evidencia no tiene que haber debate, ni cabe la opinión.”

Lo dice un científico atípico, dueño de una “agenda muy humanista” y consciente de que “la química es, probablemente, la ciencia que tiene peor imagen”, motivo por el que a lo largo de estos años se ha empeñado, desde sus distintos cargos y responsabilidades, en tener un diálogo lo más cercano posible con la sociedad, algo que ha hecho desde dos frentes: la Unión Internacional de
Química Pura Aplicada (IUPAC)
, de la que ha sido presidente (el primer español en ocupar este cargo) hasta hace poco, y la Academia Joven de España, cuya presidencia deja en menos de dos meses, y donde se ha ocupado, a conciencia, de organizar actividades en pro del fomento de la vocación científica.

“Nuestra misión, en la academia, es identificar a referentes jóvenes españoles que están en la frontera del conocimiento para transmitirles que es posible hacer ciencia de vanguardia en España y por españoles”. Y lo hacen, pero por cinco años, el tiempo máximo de permanencia. Después se da entrada a savia nueva:  humanistas, lingüistas, científicos, emprendedores o matemáticos conforman esta academia nacida en 2019, que abarca todas las áreas del conocimiento.

Es precisamente esta institución la que lo trajo a Tenerife. Allá donde pueda charlar con jóvenes, allá que se va, porque además de hacerlo con el alumnado del Grado en Química de la Universidad de La Laguna, organizador del último congreso de estudiantes, su estancia en la isla dio para más: una charla, codo con codo, con el alumnado de Bachillerato del IES Canarias Cabrera Pinto, que solicito él mismo. Una petición inusual que se aleja de la del químico al que le gusta hablar solo con colegas.

Nada que ver con este científico de renombre que tiene algo diferente que contar y al que, haciendo un paralelismo, podría comparársele con uno de nuestros chefs más internacionales. Javier García es a la Química lo que José Andrés a la Gastronomía. Hace de todo (en lo suyo) y todo lo hace con éxito. Si el cocinero asturiano afincado en EEUU es capaz de regentar una treintena de restaurantes, dar de comer a presidentes, dirigir una ONG y llevar un blog a la vez, nuestro químico patrio es capaz de otras muchas cosas. 

El acelerador de las personas

Entre ellas, dirigir el Laboratorio de Nanotecnología Molecular de la Universidad de Alicante, asumir la presidencia de la IUPAC, incluida la organización de desayuno global con mujeres en más de 400 ciudades del mundo para fomentar la diversidad de la ciencia, presidir varios organismos a la vez, acumular premios de investigación que van in crescendo en prestigio, y ser empresario y profesor. Pero de lo que más orgulloso se siente, sin duda, es de Celera.

Celera no es solo otra actividad más a la que dedica todo su tiempo y mimo. Celera es su fundación, nacida con el fin de trasmitir el mismo apoyo que el recibió cuando estaba en el MIT, en EEUU, una “aceleradora de personas y talento” que acoge cada año a 10 jóvenes menores de 35 años, “diez diamantes en bruto con potencial a los que asesoran, motivan y apoyan” que en la mayoría de los casos no proceden de universidades punteras ni tienen los mejores expedientes académicos. “Valoramos el potencial”. 

“Cuando llegue de EEUU había ganado un premio de investigación y quería hacer algo especial, diferente, con el dinero obtenido. Quería que en España hubiera motivación y comunidad, espacios donde las conversaciones fueran interesantes. Hemos juntado a gente extraordinaria y han ocurrido cosas extraordinarias”. Y también rentables. Después de 10 años en activo, Celera ha derivado en la creación de un montón de empresas valoradas en 600 millones de euros. 

Los perfiles y las investigaciones son diversas: hay científicos haciendo investigaciones sobre el alzheimer, una periodista que está en activo en programas de televisión, empresarios…”. El tercer y último año de la beca está centrado en el propósito, porque tienen que decidir a qué se quieren dedicar, y lo que les enseñamos es que si uno sabe adónde quiere ir es más fácil llegar. Les diseñamos y les damos tiempo”.

Ese “permiso para plantearse su vida y saber qué es lo que les hace auténticos” ya lo hizo Javier García en su momento. Ahora, con algo más de tiempo libre, −una vez termine su mandato en la Academia Joven de España, que culminará con la organización de un congreso científico para escolares en Granada− se plantea (aparte de presentarse a otros cargos) otras muchas cosas. Entre ellas, cómo hacer las universidades más interesantes para los profesores que llevan años en la enseñanza y están algo desencantados. Y también, por qué no, la posibilidad de entablar colaboraciones futuras con la Universidad de La Laguna, a la que le une un vínculo emocional, y donde ha tenido amigos muy especiales, como la brillante científica Catalina Ruiz.

Gabinete de Comunicación


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