La arquitecta y especialista en bioconstrucción y sostenibilidad María Toledo Pérez-Andreu defendió recientemente en la Universidad de La Laguna su tesis doctoral «Conocimientos, creencias y hábitos de vida del alumnado universitario con respecto a los tóxicos en los espacios interiores». El trabajo, dirigido por la catedrática de Didáctica y Organización Escolar Lidia Santana Vega, pone el foco en una problemática de creciente relevancia: cómo los productos químicos de uso común y materiales presentes en los espacios habitados afectan a la salud y bienestar de las personas.
Esta investigación interdisciplinar analiza cómo la población joven universitaria percibe y enfrenta el problema de los tóxicos en interiores y explora su nivel de conocimiento, las creencias que influyen en sus decisiones y sus hábitos cotidianos que pueden mitigar o agravar riesgos. El trabajo no solo aportó datos científicos sobre este problema, sino que también planteó la necesidad de integrar la educación para la salud en el entorno universitario. «Aprender a vivir sin tóxicos en espacios interiores es una prioridad que afecta tanto al bienestar individual como al colectivo», señaló Toledo durante la lectura y defensa de su tesis.
Los resultados revelan un conocimiento diverso entre las personas encuestadas, quienes identifican correctamente algunos riesgos asociados con sustancias como el formaldehído y el radón, aunque desconocen las múltiples fuentes de estos compuestos. También presentan lagunas significativas, como en el caso de los disruptores endocrinos, cuyos efectos son desconocidos por un porcentaje considerable. Esta percepción de riesgos está influida por factores culturales y comerciales: por ejemplo, los desodorantes en spray son vistos como inofensivos mientras que productos como la lejía, asociados a la limpieza y seguridad, suelen considerarse más peligrosos debido a las advertencias explícitas en sus etiquetas.
La calidad del aire es un factor esencial para la salud humana al impactar tanto al sistema respiratorio como a otros aspectos del bienestar general. Las personas pasan cerca del 90% de su tiempo en espacios interiores, donde la concentración de contaminantes puede ser significativamente mayor que en exteriores. Sustancias como compuestos orgánicos volátiles, partículas finas y alérgenos están asociadas con problemas respiratorios, cardiovasculares y hormonales, e influyen en la función cognitiva y el rendimiento académico.
El estudio también evidencia una exposición inadvertida significativa a compuestos orgánicos volátiles (COV) y otras sustancias nocivas en interiores, asociada principalmente al uso de materiales de construcción, productos de limpieza y hábitos cotidianos. Este fenómeno refleja una desconexión del alumnado universitario entre la percepción del riesgo y el uso de productos cotidianos, ya que confía en que estos no son tóxicos, un optimismo reforzado por la ausencia de señales visibles de peligro, como olores químicos fuertes. Aunque la ventilación de los interiores es reconocida como esencial, las estrategias adoptadas, como la recirculación del aire, suelen ser inadecuadas o basadas en concepciones erróneas.
Prácticas como ventilar los espacios interiores, reducir el uso de productos químicos agresivos y optar por materiales sin COV se identifican como medidas efectivas, pero su implementación es inconsistente. Por ejemplo, aunque muchos estudiantes ventilan al mudarse a una vivienda nueva o reformada, algunos lo hacen únicamente hasta que desaparece el olor a pintura, desconociendo la persistencia de los COV en el aire, incluso sin olor perceptible.
Para abordar estas deficiencias, el estudio subraya la necesidad de una educación más profunda y accesible que, además de informar sobre estos riesgos, promueva competencias prácticas y hábitos más saludables. Esto implica integrar actividades como experimentos, análisis de mediciones y aprendizaje contextualizado en programas educativos, además de adaptar las intervenciones a públicos específicos.
Por ello, la tesis enfatiza la importancia de capacitar a profesionales en el diseño de espacios saludables y sostenibles, así como de emplear narrativas y testimonios que conecten emocionalmente con la población. En última instancia, se aboga por incorporar programas transversales desde edades tempranas y fomentar el acceso a fuentes confiables de información, facilitando así la adopción de hábitos saludables en la vida diaria.
El estudio propone medidas que pueden mejorar significativamente la calidad del aire en espacios cerrados. En primer lugar, se recomienda reducir las fuentes de contaminación tanto en la construcción como en el mobiliario, optando por materiales libres de COV y otros químicos nocivos, así como adoptar hábitos de vida saludables que minimicen el uso de productos químicos agresivos.
El control de la humedad y la prevención del moho también son esenciales para evitar la proliferación de microorganismos perjudiciales. Asimismo, garantizar sistemas de ventilación eficientes es clave, ya sea mediante ventilación natural o mediante sistemas controlados (HVAC) diseñados y mantenidos adecuadamente, asegurando un flujo continuo de aire fresco y la eliminación de contaminantes y, donde la calidad del aire exterior no sea favorable, utilizar filtros de aire de alta eficiencia, como HEPA y de carbón activo, así como purificadores de aire portátiles para reducir partículas finas y alérgenos.